sábado, 31 de diciembre de 2016

NIÑOS DE PABLO

En los años en que estudiaba en Madrid había momentos en que pasear por Argüelles-Moncloa se transformaba en una carrera de obstáculos. Debías andar por allí ojo avizor. No hablo ahora de la rutina de vigilar las evoluciones de las manadas de guerrilleros de Cristo Rey y sucedáneos, que también, sino de evitar el ataque inmisericorde del sinnúmero de cataplasmas que, al amparo de sectas o agrupaciones religiosas a cual más peculiar, proliferaron como hongos en aquel tiempo. Inasequibles al desaliento, sus novicios propagandistas salían a patear las calles en busca de incautos a los que captar para su causa de manera que, a poco que te descuidaras, podías verte asaltado por tipos pelones vestidos con túnicas y bombachos que, bailando a tu alrededor, acompañaban sus salmodias ininteligibles con tintineo de platillos y retumbar de tambores; o por dos encorbatados de camisa blanca que, con acento yanqui, te endilgaban un rollo interminable sobre el juicio final y los peligros de una vida alejada del temor divino; o, qué sé yo, por gente normal en apariencia que te hablaban de la maldad de la materia, la bondad del espíritu y la posibilidad de llegar al orgasmo con tu pareja sin contacto físico. Un circo pelmazo y muy variopinto, vaya. Y también algo arriesgado porque, con la paciencia exhausta, en alguna ocasión se te turbaba el ánimo, salías por peteneras, y el intento de proselitismo no acababa como el rosario de la aurora de puro milagro, nunca mejor traída la expresión. En cualquier caso, a pesar de tanta monserga, tengo un especial recuerdo, diría que casi tierno, de los “Niños de Dios”. Solían ir en pareja y se te acercaban sonrientes. La chica, normalmente rubia y lánguida, te daba un par de besos en las mejillas, más o menos efusivos, más o menos cercanos a la comisura de los labios, y te decía algo así como “te amo porque dios te ama”, u otra cursilada similar. Y no puedo decir más del asunto ni de su rollo porque yo de ahí no pasaba. Pero bueno, a pesar de que sabías que te estaba mintiendo, era una situación agradable. Y nada trágica, como otras similares con amor impostado y morreos de por medio.

Quizá por la retorcida conexión de unas neuronas cada vez más escépticas, me he acordado de estas criaturas últimas, tan besuconas ellas, tan cariñosas, al leer el manifiesto que, ante la II Asamblea Ciudadana Estatal de Podemos que se avecina, un centenar de militantes de base ha hecho público, en el que imploran a sus líderes que cesen ya las peleas por un quítame allá esa dirigencia y vuelvan a transitar por los caminos de la fraternidad, el buen rollo y la bondad de los ungidos para “intervenir en la Historia”. Porque “nos necesitamos todas, todos, no tenemos derecho a olvidar la fraternidad entre compañeros y compañeras, ni nos podemos permitir que el campo de la esperanza sea a la vez un campo de batalla”.  Lo han titulado “El abrazo”, y es todo un espectáculo de voluntarismo vaporoso y cursi en el que la sublimación de una realidad más que pedestre lo hace estéril por ineficaz. Revolotear por las nubes de un mundo de fantasía, apelando a las intenciones altruistas y a la generosidad de “la buena gente de Podemos”; querer cambiar puñaladas traperas por abrazos a fin de superar un enfrentamiento donde las ambiciones personales inconfesadas y la egolatría de unos y otros son las que mandan, es de una candidez supina. Tan es así que incrementan su quimera, en el remate, henchidos de fervor ecuménico: “En Vistalegre II tenemos que asistir a la escenificación del abrazo... Necesitamos volver a sonreír, a encarnar la esperanza que tanta gente de todo el planeta (¿?) ha puesto en nosotros y nosotras en estas circunstancias turbias y desalentadoras. Necesitamos un abrazo fuerte y fraternal que nos llene de alegría y ganas para seguir adelante”. Sí, compañero, pero el cava lo pagamos a escote, ¿vale? En fin, estos están a lo que dijo Espronceda: “Que es la razón un tormento, / y vale más delirar /sin juicio, que el sentimiento / cuerdamente analizar, / fijo en él el pensamiento”.

Sin embargo, hay un instante a lo largo de este manifiesto en el que les traiciona el subconsciente, dejan de delirar y bajan a la verdad pura y dura. Es cuando hablan de “las huestes de Podemos”. Porque la palabra ‘hueste’, proviene del latín ‘hostis’, que significa ‘enemigo, adversario’; y el DRAE, en primera acepción, la define como ‘ejército en campaña’. Ahí es donde dan con el busilis del asunto. Aunque tres leches les importe porque ni se han enterado... Les salió de chiripa.

sábado, 24 de diciembre de 2016

ODIO DE IDA Y VUELTA



(Fuente: abc.es)
El terrorismo, abominable desde cualquier punto de vista que se mire, además de su potencial para provocar víctimas directas, la mayoría de las veces indiscriminadas e inocentes, tiene consecuencias añadidas a cuál más perversa y peligrosa. No sé si será la más funesta pero, al menos, la que a mí me produce más inquietud es la capacidad que comporta de generar odio, el mismo que sustenta su razón de ser y que, con diabólica reciprocidad, emprende un camino de ida y vuelta fatal. Esa inquietud llega a ser espanto cuando constato, día tras día, que ese camino de vuelta se prostituye y se ramifica alcanzando por extensión a inocentes a los que, de manera injusta, enfermiza o interesada, siempre irracional, se les iguala con el asesino hasta convertirlos de este modo también en víctimas, igual de inocentes, igual de indiscriminadas, de un linchamiento vesánico. Y esta identificación absurda, a veces expresada con obsesión paranoica, para que los asimilados pasen a ser considerados sospechosos o, lo que es peor, conniventes con la barbarie, se sustenta en argumentos tan disparatados y endebles como que tengan la misma nacionalidad, la misma raza o, en un binomio reaccionario mayoritariamente enarbolado por voceros energúmenos, la misma condición de refugiado y musulmán. Una aberración ideológica, cóctel maquiavélico y cochambroso de xenofobia, racismo, demagogia e intransigencia religiosa. Los ingredientes cambian, pero el engranaje voluntarista es igual de avieso en su necedad que aquel que lleva a equiparar vascos con etarras, catalanes con separatistas o políticos con corrupción, por poner tres ejemplos tópicos y cercanos.

Consideraciones éticas aparte, que ya bastarían para descalificar estas posturas ultras y maximalistas, las cifras tampoco corroboran el mecanicismo simplón de su lógica. Según la última estadística que he podido encontrar, de los 15.181 atentados de corte islamista llevados a cabo en el periodo 2000-2014, casi el 90% se produjeron en países de mayoría musulmana, causando en ellos 63.000 muertes de un total de 72.000, es decir, el 87,50%.  De los 9.000 restantes, los países con mayoría cristiana más perjudicados fueron Filipinas y Kenia, con 974 acciones criminales que dejaron más de 1.800 muertos, penoso rango solo superado por EE.UU. en el ataque a las Torres Gemelas de Nueva York, en donde 2.996 personas fueron asesinadas. En Europa Occidental,  y durante  esos mismos 15 años, los atentados terroristas de corte islamista fueron 22, el 0,14% de los 15.181 totales, con 248 muertos, el 0,34%. Habría que ver, a su vez, cuántos de estos 22 fueron llevados a cabo por refugiados y no por nativos hijos de emigrantes o por terroristas venidos ex profeso. Un muerto siempre es un muerto digno de ser llorado. Y si muere por causa de la intransigencia, o del hecho de ser o pensar diferente, o de tener creencias distintas a las de su asesino, con más razón. Pero 63.000 muertos son más, abrumadoramente más que 248.  De manera que todo este vocerío ramplón, estos anatemas escupidos contra refugiados que, en buena medida, vienen huyendo de aquello de lo que se les acusa, tampoco tienen cifras reales en las que apoyarse, y solo son producto de la miseria moral y del egoísmo de quienes los profieren. Si para muestra vale un botón, el historial del responsable del atentado de Berlín, cuyas peripecias por Europa nos dan cuenta, por otra parte, de los fallos de seguridad de los que adolecen los servicios antiterroristas europeos, viene a corroborar lo dicho. Ni refugiado ni nada que se le pareciera. Solo un delincuente que viajó desde Túnez, sin estatuto de refugiado, reconvertido en islamista en la cárcel italiana donde estuvo recluido por delitos comunes y con una orden de expulsión que logró esquivar.

(Fuente: El Mundo)
Me entero, en el momento de escribir este artículo, que el tipo ha sido abatido por policías italianos tras disparar contra ellos en un control rutinario en las afueras de Milán. No me apena su muerte, sobre todo porque él habrá sido feliz inmolándose por su doctrina. Lo que sí me produce desazón y tristeza es comprobar la fragilidad que tiene el aura que rodea a este continente en el que vivimos, entronizado como génesis de toda la civilización occidental y de todos los valores de libertad, democracia y fraternidad de los que alardea. Aparentemente asentado en una historia y una tradición humanistas, esos valores se van difuminando más y más para aproximarse trágicamente a la cerrazón ideológica islamista que dice despreciar. Cada día más cerca de la barbarie del Antiguo Testamento y de un dios inflexible, vengativo y cruel. Pero ya se sabe, las religiones siempre cuentan con recursos para justificar las acciones más abominables. Y si no, guardan en la recámara el consuelo del paraíso, bien sea con huríes o con criaturas celestiales. Pues por mi parte, de amén, nada de nada.

sábado, 17 de diciembre de 2016

HONORES DESHONROSOS

No voy a entrar a hacer juicios de valor sobre la necesidad o no de la Ley de Memoria Histórica. Desde el año 2007 en que fue promulgada, se han emitido sobre ella tantas y tantas opiniones a favor y en contra, -ora considerándola necesaria, e incluso escasa, para tratar de zanjar la injusticia cometida contra los vencidos en la guerra civil; ora denostándola como un desvarío del suricato leonés que volvería a abrir heridas ya restañadas y a desenterrar viejos fantasmas cainitas-,  que no creo que la mía aportara nada que no se haya dicho ya. Lo que sí tengo claro es que las buenas intenciones que esta ley declara en su ‘exposición de motivos’, no se han visto cumplidas en la mayoría de los casos en que se ha recurrido a ella: “En definitiva, la presente Ley quiere contribuir a cerrar heridas todavía abiertas en los españoles y a dar satisfacción a los ciudadanos que sufrieron, directamente o en la persona de sus familiares, las consecuencias de la tragedia de la Guerra Civil o de la represión de la Dictadura... profundizando de este modo en el espíritu del reencuentro y de la concordia de la Transición...”, proclama en su preámbulo.

Visto lo visto, y en buen número de ocasiones en las que la aplicación de dicha ley ha sido objeto de actualidad informativa, se evidencia que estos encomiables deseos no solo no se produjeron, sino que sucedió todo lo contrario de lo que presuntamente pretendían conseguir. Y esto ha sido así porque estoy convencido, (quizá sea una contundente osadía por mi parte, pero es lo que hay), de que el legislador se equivocó equiparando, a lo largo de todo su articulado, dos realidades tan distintas, aunque una de ellas sea consecuencia de la otra, como son la guerra civil y la dictadura franquista. Reconocer y declarar “el carácter radicalmente injusto de todas las condenas, sanciones y cualesquiera formas de violencia personal producidas por razones políticas, ideológicas o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil, así como las sufridas por las mismas causas durante la Dictadura”, es no saber de qué estás hablando o, peor, saberlo pero legislar pensando en tu abuelo, o en tus votos, o en tu inopia. O, como me temo, en todo a la vez. En fin, creo que esta ley hubiera sido mucho más efectiva y, sobre todo, más balsámica y más justa, si es que de ello se trataba, centrándola exclusivamente en el reconocimiento, compensación y ayuda a las víctimas de la dictadura. Y haber tenido la valentía, para cerrar el círculo expiatorio, de promulgar otra para las víctimas, todas, de la guerra civil. Pero conociendo al personaje simplón y superficial, esto es como pedir peras a un olmo tan seco, tan estéril, que ni la primavera sería capaz de operar en él aquel hermoso milagro machadiano.


(Fuente: Diario HOY)
Y todo lo anterior, a cuento del embrollo de Guadiana del Caudillo, su alcalde del PP, Antonio Pozo Pitel, y el secretario general del PP de Badajoz y diputado en la Asamblea de Extremadura, Juan Antonio Morales Álvarez. Ambos premiados en una cena organizada por la Fundación Nacional Francisco Franco, a la que, según leo, asistieron, y en la que les fue entregado a cada uno ‘Diploma de Caballero de Honor’ por su "labor destacada en la defensa de la verdad histórica y de la memoria del Caudillo y su gran obra". La verdad es que hay cosas que yo no entiendo. No entiendo que, con LMH o sin ella, pueda seguir existiendo en la España de hoy una fundación como esta, cuyos estatutos “enumeran como objetivo prioritario la difusión de la memoria y obra de Francisco Franco”. No entiendo que los galardonados aceptaran el galardón deshonroso que les habían concedido y, menos aún, que tuvieran la desfachatez de ir a recogerlo. No entiendo, quizá sí, las disculpas increíbles del señor Morales calificando de error la aceptación voluntaria, consciente y presencial de la supuesta dignidad que recibía de quien la recibía. No entiendo la torpeza del PP, bajo la égida del ‘y tú más’, de sacar a la palestra, con calzador, a Castro y a Maduro, que no tienen vela alguna en este entierro. No entiendo que, con el daño que han hecho a su partido, dando argumentos incontestables a sus adversarios políticos para tildarlo de “refugio de franquistas y ultras”, no se haya actuado contra ellos de manera fulminante. No entiendo que se recurra una sentencia que, en cumplimiento de la LMH, obliga eliminar “del Caudillo” del topónimo de marras. No entiendo ese afán de mantener ese colgajo caudillista ahí, enarbolando, al más puro estilo ‘puigdemontista’, el resultado de una consulta popular que conculca una ley vigente en nuestro ordenamiento jurídico... En fin, tras esta letanía llego a la conclusión de que, acaso, mi problema sea que jamás lograré entender este estrecho juego político de vuelo corto que algunos estilan. Aunque por otra parte, primo, qué quieres que te diga, ni puñetera falta que me hace. 

sábado, 10 de diciembre de 2016

EL CUBO DE LAS VÍSCERAS

Hace algún tiempo, quizá demasiado, durante varios años, un grupo de amigos acordamos reunirnos cada Viernes Santo para dar buena cuenta de un cordero. Despojado de intríngulis poco apetecibles y despiezado como corresponde, era sabia y pacientemente asado a la parrilla y devorado por la horda carnívora convocada. El cónclave empezaba a primera hora de la mañana y solía terminar bien entrada la noche. El núcleo duro del grupo estaba formado por cuatro amigos que ya no están con nosotros, -Antonio Cosme Covarsí, Javier Leoni, Goyo Moreno, Angelito el de Universitas-, además de Alejandro Pachón y este que suscribe. Cada cual con sus partes contrarias, si las tuviere, además de los hijos a que hubiere lugar. Uno de nosotros, a saber quién, bautizó esta juerga anual con el nombre, no exento de retranca, de “El cordero sacrílego”, en alusión al precepto de la Iglesia católica que prohíbe comer carne todos los viernes de Cuaresma y que nos saltábamos con buenas dosis de recochineo. La primera faena de esta celebración pagana, como decía, estribaba en la limpieza y el despiece del animal, oportunamente tendido sobre una mesa matancera, a cuyo costado disponíamos un contenedor de basura en el que se arrojaban los desperdicios y las piltrafas que la operación generaba. Algún inspirado de aquellos herejes, no sé si el mismo anterior, llamó a aquel depósito infecto “El cubo de las vísceras”.

Aquel bidón apestoso viene a ser un frasco de perfume si se compara con los ríos de estiércol que puedes encontrar en las redes sociales. La verdad es que nunca me ha interesado brujulear por ellas, utilizándolas, fundamentalmente, para publicar los enlaces de mis artículos, saber de amigos y familia, o compartir música y noticias. Pero al leer lo que este diario ha ido dando a conocer a lo largo de la semana, tras el bochornoso espectáculo que protagonizó el presidente de la comisión de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz, Luis Jesús García-Borruel Delgado, dando pábulo en una reunión oficial de forma irresponsable y frívola, dudo mucho que irreflexiva, a una falsa conversación virtual entre churreros en la que se insultaba de forma ignominiosa a la concejala de Cultura, Paloma Morcillo Valle, me picó la curiosidad y me di un paseo por las páginas que intuí pudieran estar participando del esperpento. Y la primera impresión que recibí al hacerlo fue la de  entrar en un mundo, (¿un submundo, quizá?), poblado por personas, -barrunto que alguna con graves trastornos disociativos de personalidad- que, amparados en nombres ficticios y heterónimos que asombrarían al mismísimo Fernando Pessoa, y confundiendo libertad de expresión con libertad de excreción, dedican su tiempo libre, que debe de ser mucho, a relajar los esfínteres de su verborrea diarreica con un desahogo vesánico y una penuria gramatical que espantan. Insultan, acusan, denigran y difaman, dentro de un círculo cerrado y egocéntrico que se retroalimenta de bilis, a golpes de una obsesión compulsiva digna de estudio. El panorama resulta verdaderamente cochambroso. Y, salvando alguna excepción despistada, el nivel delirante que exhiben, mamarrachada tras mamarrachada, es deplorable. La invasión de los humanoides, vaya. Lo cual, que  jamás volveré a sucumbir a ciertas obligaciones que me impongo como articulista evitando, de todas todas, reincidir en la torpeza de meterme en un corredor tal que, a la que te descuides, puede impedirte el retorno, y en el que corres el riesgo de quedar atrapado entre telarañas zopencas y gusanos de pudridero.

Digo que todo surgió a raíz de que el diario HOY informara de la temeraria exhibición, por parte del concejal García Borruel, de un diálogo virtual entre churreros, falso de toda falsedad, en el que se acusaba a la concejala de Cultura de un delito continuado de prevaricación o de cohecho, que no lo tengo muy claro. A pesar de su insensatez, él, en Facebook, defendía con tenaz emperramiento su simple papel de mensajero, ajeno a cualquier tipo de intencionalidad torcida. La disculpa no puede ser más endeble, porque el error no es haber sido mensajero, sino haberlo sido (de manera oficial, no se olvide) de un mensaje fraudulento que, teniendo posibilidad de hacerlo, no se preocupó de verificar. Y, en fin, leído lo que leí en sus mensajes de defensa me gustaría hacerle una recomendación, que por supuesto puede pasarse por el forro de sus caprichos, como es natural. Y es que yo creo que, cuanto antes, sería conveniente que actualizara sus conocimientos de gramática y de ortografía. No le digo esto a nivel personal, que cada cual es muy libre de no dar importancia a sus carencias lingüísticas, lo digo para evitar, en lo posible, que su dejadez en este sentido pueda menoscabar la dignidad del puesto de presidente de la comisión de Cultura del Ayuntamiento de Badajoz que actualmente ocupa. Él sabrá.

sábado, 3 de diciembre de 2016

CIRUGÍA ABIERTA EN LA CMA (II)

... Digo yo que será porque, al sentir que no tenía escapatoria, acepté la situación mansamente y eso me llevó a aquel relajo dulce, a una modorra suave y agradable de la que me sacó una mujer que en principio también presumí enfermera. Mientras me espabilaba, ella había corrido las cortinillas que rodeaban mi lecho, una especie de mosquitera opaca que nos libraba de miradas indiscretas. Como me habían dicho que lo que iban a hacer era cogerme una vía venosa, me extrañaba que se utilizara tamaña parafernalia para preservar mi intimidad. Al fin y al cabo de lo que se trataba era de pincharme en un brazo... A no ser, ¡ay, madre mía!, que la vía debiera cogerse en alguna vena adyacente a la delicada ubicación de mi hernia. Y al instante me imaginé, en un escalofrío, la parte más sensible de mi anatomía transformada en un sofisticado y lacerante acerico con cánulas y llaves de paso de colorines.

En esas dolorosas elucubraciones andaba metido, a punto de perder mi presencia de ánimo, cuando la buena mujer me sacó de mis dudas y de mi pánico: “Yo soy la peluquera, ¿sabes, hijo mío? Vengo a rasurarte la zona”. Le indiqué, aliviado, que la víspera, cuando llamaron para confirmarme la cita, me dijeron que debía ir con la zona rasurada. Y así lo había hecho yo. O al menos lo había intentado, dada mi inexperiencia en tales menesteres. Ella, dicharachera, con una campechanía que te obligaba a despejar cualquier atisbo de vergüenza o pudor que pudieras sentir, tras bajarme los calzones e indicarme que me pusiera con las piernas dobladas y abiertas, (“como si fueras una mujer dando a luz”), colocó un empapador bajo mis posaderas, echó una ojeada profesional a mi pubis pelón, (“lo has hecho muy bien, hijo mío, pero quedan algunos detalles”), y mientras me hablaba de su madre, del número de pastillas que tomaba diariamente, me preguntaba por mi historial y por patatín y por patatán, me dio un repaso con la maquinilla de afeitar por delante, por detrás, por arriba y por abajo, con la misma naturalidad que si estuviéramos charlando en la barra del Deportivo con una cervecita por delante. Acto seguido, una enfermera me cogió en el brazo, con delicadeza y sin dolor, la vía venosa de marras. Y dejaron entrar a mi santa. Entre su presencia, lenitiva y tierna, y los 3 goteros que me endilgaron, esta vez no me quedé traspuesto, me quedé frito como un leño.

Me despertó la voz tronante de un celador preguntando: “¿Quién es Jaime?”. Estuve a punto de responderle: “Eso quisiera saber yo”, que era lo que el cuerpo me pedía, pero fui disciplinado y me limité a levantar la mano. Mientras él cogía mi cama para el traslado, me despedí de mi santa parafraseando la súplica pronunciada por mi amigo Alejandro Pachón, hace demasiados años y en similares circunstancias, que sigue viva en nuestro acervo común: “Cuida de nuestros hijos, Nini”, le dije con un hilo de voz. Y sin solución de continuidad, el celador cogió ímpetu y nos llevó a mi cama y a mí por aquellos pasillos con una pericia y una velocidad que ni Fangio en su apogeo. Viendo pasar luces por encima de mí, me pareció estar montado en algún cacharrito de las ferias de mi niñez. Tan es así, que, presa de mi ensueño, a punto estuve de pedirle que me diera otra vueltita. Y al fin entré en quirófano, imbuido aún de efectos vertiginosos. Quienes allí estaban (cirujano, anestesista, ayudantes...) me saludaron, me preguntaron, me distrajeron mientras, tras ponerme en posición de Cristo crucificado, colocaban en mi nariz las olivas del oxígeno y me chutaban la sedación. Algún pinchazo de la anestesia local noté pero, a partir de un cierto momento, apenas nada. Les oía hablar, sabía que me estaban enredando por ahí abajo, notaba movimientos de tripas, algún dolor momentáneo, pero ninguna sensación de angustia, ningún tipo de aprensión. Sentía que mi cuerpo no era mío. Un soy sin ser apacible, casi gozoso. En esa ausencia de mí, me preguntaban y yo quizá respondí, o acaso lo hizo un Jaime extrañado del Jaime que revoloteaba aturdido entre los focos del techo, como luciérnaga incierta. Al cabo de ¿45 minutos?, de vuelta a boxes. Con Fangio y con el colocón. Recuperación del chute, paseos vacilantes, meada, instrucciones a seguir y a las cinco y media de la tarde, en casa otra vez. Vaya... como experiencia medianamente astral me sobra y me basta. No necesito más, porque, como dice el proverbio, “hasta con requesones puede ahogarse a un convidado”.

El lunes pasado me quitaron los puntos. Y ahí sí que vi la mayoría de las estrellas de la Vía Láctea con lluvia de Perseidas incluida. A pesar de mi ignorancia en estas cuestiones, me lo maliciaba apreciando a diario en el espejo la evolución de la sajadura. Me temo que quienquiera que suturara la mayor parte de la misma en vez de un cosido lo que hizo fue una labor de primoroso bordado de bigudí en cadeneta y dobladillo de realce, "ribeteado con un hilo color esperma de palomo" tan fino y tan apretado que al tiempo que la herida iba cicatrizando enterraba los puntos bajo la carne. De modo que, para quitarlos, fue necesario tirar de los minúsculos trozos de hebra (‘gañotes’) que asomaban para que aflorara el nudo y poder cortar.  La enfermera de mi Centro de Salud, María Jesús, sufría a mi compás, desesperada e impotente. Bueno está, ya pasó. Que todo sea eso. 

Como digo, espero que una y no más. Pero si la vida me obliga a tener que pasar por otra ojalá que sea allí, en la CMA, porque sabré que estoy en manos de unos excelentes profesionales y, por encima de todo, de un personal de enfermería (y de peluquería, claro) con una capacidad empática más que suficiente para hacer que el mal trago a pasar no lo sea tanto. Y eso no tiene precio.

sábado, 26 de noviembre de 2016

CIRUGÍA ABIERTA EN LA CMA (I)

Con 64 años a mis espaldas y casi 38 de vida laboral, jamás, hasta el pasado día 17, he estado de baja médica y, mucho menos, he sufrido tipo alguno de intervención quirúrgica. Tan es así que desconocía los trámites que debía seguir, (dónde, cómo, cuándo y quién), para poder presentar dicha baja médica en la UEx, mi centro de trabajo. Al mismo tiempo, a pesar de que una hernia inguinal es asunto, digamos, menor, el canguelo que me bullía por dentro desde que supe que el paso por quirófano era inevitable, iba, a medida que se acercaba el día de la cita, ocupando más y mayor presencia en mi estado de ánimo. Sí, yo sabía que era una operación sencilla que en un elevadísimo tanto por ciento de ocasiones no tiene ningún tipo de complicación, y que todo el mundo (y esto lo he descubierto en estos días), si no en primera persona, que también,  tiene al menos un primo, un hermano, un cuñado o un conocido que ha pasado por el trance sin problemas. Pero no dejaba de ser una operación, mire usted. Y para mí, preoperado novato entrado en años, con ramalazos hipocondríacos, al que el sentido trágico de la vida es quien le dicta, con más frecuencia de la deseada, barruntos y desenlaces aciagos, todo lo que se salga de la visita anual a mi médica de cabecera ya es motivo de preocupación. A mayor abundamiento si hablamos de anestesias y bisturíes, que son palabras mayores. Y si yendo con la idea de una laparoscopia, salgo con una papela en la que se me anuncia que la cosa va de cirugía abierta, pues apaga y vámonos que la luz está muy cara y voy que me cago vivo.

Por más que intenté luchar contra lo indefectible, inmerso en la quimera absurda de retrasar el despiadado paso de las horas, en un leve aleteo llegó el día D. Y para cumplir, -quizá demasiado al pie de la letra por aquello de la bisoñez-, las instrucciones expresas en un cuadernillo didáctico que me habían entregado en la Unidad de Cirugía Mayor Ambulatoria, C.M.A., del Hospital Perpetuo Socorro, en el que se nos recomendaba a los elegidos que nos presentáramos con ropa cómoda tipo chándal, enfundado en uno azul comprado ex profeso para ocasión tan trascendente, con el que me sentía, y me siento, tan a disgusto como debe de estarlo Rita Maestre con hábito de teresiana, nos dirigimos, mi santa y yo, al encuentro con mi destino. Ella, pobre mía, ejerciendo de conductora y paciente compañera, y yo, de paciente sin más. La hora H era las once y media de la mañana, y a pesar de que salimos de casa con antelación más que suficiente, a causa, mayormente, de la dificultad para aparcar en los aledaños y no tan aledaños del hospital, llegamos con el tiempo justo. Porque, a pesar de que las salas de espera estaban llenas de pacientes y acompañantes, (a propósito, ¿cuándo puñetas haremos caso a la recomendación de un acompañante por enfermo?), apenas cinco minutos después de la hora fijada me llamaron a capítulo. Traspasada la doble puerta bamboleante que daba paso, para mí, a un cambio radical de estatus, una enfermera me dirigió a un vestuario provisto de taquillas en las que debía dejar la ropa de calle, incluidos calcetines y ropa interior, y sustituirla, excepto el calzado, por el uniforme de faena que sería mi indumentaria hasta que regresara a la vida civil: pijama de corte clásico color verde hospital, junto con cofia plástica y cubre-zapatos a juego. En ese momento, de haber sucumbido a un impulso irracional que me sobrevino de improviso, como un relámpago, habría echado a correr despavorido y ni el correcaminos hubiera podido alcanzarme. Pero no lo hice. Y debo confesar que me comporté con dignidad más por miedo al ridículo y al brete en que metía a mi santa que por espanto al lance que me esperaba, que sentía insuperable.

Una vez revestido del ropaje ceremonial, la misma enfermera, amable, me dirigió a otra sala que ya no era tan aséptica como la anterior, si se me permite la metáfora chusca. Porque así como el vestuario podría confundirse con el de un gimnasio, algo cutre si se quiere, la nueva estancia no dejaba lugar a dudas: Cinco camas hospitalarias alineadas, con soporte para goteros, dos de ellas ya ocupadas por ‘doentes’. Me asignó la segunda por la izquierda, y en ella me acosté, rendido a mi suerte. Tras contestar a varias preguntas para confirmar mi identidad, los motivos de mi ingreso, mis posibles alergias y mi currículo médico-medicamentoso, asumida la imposibilidad de escape, hice de la necesidad virtud camastrona y, con los ojos fijos en el techo, solo, aburrido, me quedé ligeramente traspuesto...                                                                                                                                                         

                                                                                 (Continuará...)

sábado, 12 de noviembre de 2016

BERRINCHES POSELECTORALES

La democracia es lo que tiene. La gente, no esta gente, ni mi/su gente, sino toda la gente que puede y quiere votar, vota, y el resultado de su votación va a misa, o sea, al parlamento, al ayuntamiento, a la comunidad de vecinos  o a la presidencia de los Estados Unidos. Y en ese sencillo mecanismo es donde radica su grandeza. Solo basta con sumar, aplicar el sistema de recuento (D’Hondt, votos electorales, segunda vuelta, directo...)  que cada Estado o comunidad tiene establecido, obtener los resultados y a quien las urnas se lo dé, la democracia se lo bendiga. El inconveniente que el engranaje tiene, y que también forma parte de su grandeza y de su enseñanza, es que siempre hay quien gana y siempre hay quien pierde. Y ahí es donde la puerca tuerce el rabo, y donde salen a relucir los talantes de aquellos que aceptan la democracia solo mientras los resultados de su ejercicio vayan acordes con sus deseos.

Donald Trump, al que algún que otro avispado analista político de por aquí parece conocer desde su más tierna infancia, era un absoluto desconocido para mí hasta que se presentó como candidato por el Partido Republicano a la presidencia de los EE.UU., y fue elegido, no sin polémica, por sus correligionarios. Ya en ese accidentado camino hacia la nominación dio sobradas muestras de un talante energúmeno y paranoide, que corrigió y aumentó a lo largo de la campaña electoral que lo ha llevado a la Casa Blanca. Narcisista y megalómano, no ha tenido empacho alguno en alardear, con histrionismo mussoliniano, de una ideología retrógrada y cafre que ha espantado a todos. A todos excepto a sus votantes, a los que ha sabido movilizar apelando a aquello que ellos querían oír. Esa, y no otra, es la estrategia populista, como hemos podido comprobar también aquí, en España, afortunadamente con resultados menos contundentes. Con una retahíla de promesas etéreas difícilmente realizables, renovando la doctrina Monroe de “América para los americanos” pero más cargada de bombo xenófobo y racista, se ha llevado el gato al agua, a pesar del inconveniente añadido de tener en contra a muy significados políticos republicanos, y del posible lastre que podían acarrearle sus tics machistas y su imagen de hortera de figurín. Habrá que deducir, por tanto, que ha sido mejor candidato que su adversaria, Hillary Clinton, esta copia yanqui de Cospedal, envarada, poco convincente,
con el carisma de una alcachofa, la cintura política de un poste de teléfonos y, para completar el cuadro, el estigma de la corrupción revoloteando por encima de su cardado Elnett Satin. Aunque dicen que “antes de que el diablo sepa que has muerto, tendrás tiempo para arrepentirte”, al Partido Demócrata no le ha quedado ni ese consuelo porque, para cuando quiso hacerlo, el diablo ya estaba bailando sobre al cadáver político de su candidata. En fin, mi convicción es que Trump no ha ganado las elecciones, las ha perdido Clinton, que dando igual, no es lo mismo.

Como no todo iban a ser calamidades, el resultado inesperado de esta elección me ha servido para calibrar, de nuevo, la solidez impostada del talante democrático que la progresía patria o agregada exhibe; y para disfrutar viendo cómo estos demócratas de baratillo rabian cuando el ejercicio de la libertad a la que tanto recurren en sus discursos, cada vez que les resulta esquivo en su desenlace, es, para ellos, producto del analfabetismo y la incultura de los votantes que lo posibilitan. Votantes que no son incultos porque lo sean de por sí, que vaya usted a saber, sino porque lo que votaron no es lo que deberían haber votado según su criterio reveladoramente inapelable. Un podemita gallego y mareado, a raíz de la mayoría absoluta de Feijóo en las autonómicas gallegas, tachó a su paisanaje de “alienado e ignorante”. Y, ahora, un abogado perejil de muchos caldos, repartiendo hisopazos de superioridad académica, tacha a los votantes de Trump de “analfabetos políticos”. Uno y otro, eso, un par de zopencos dignos de formar parte de la misma yunta fascistoide.


Y como en todos lados cuecen habas, los estudios demoscópicos han vuelto a fallar, según suele ser habitual. Aunque, en esta ocasión, creo que su mayor error ha sido no contar con la maligna confluencia funesta de dos ‘jettatores’ de considerable peso que, allá donde ponen el ojo, ponen el descalabro. La conjunción diabólica de Pedro Sánchez en el lugar del óbito y de Miquel Iceta en Cataluña, gritando, versionado en inglés, su ‘líbranos por Dios’ histérico y alocado, hacía humana y divinamente imposible que Clinton se librara de la derrota. Porque ya me dirán quién es el guapo, o la guapa, que se libra de tremendo maleficio.

sábado, 5 de noviembre de 2016

PEDRO SÁNCHEZ Y MI HERNIA

Alguien pensará que estoy obsesionado, pero en mi descargo debo decir que la primera intención que tuve para este encuentro sabatino era escribir sobre las travesuras de mi hernia inguinal derecha, que tiene su aquel. Contar, por ejemplo, con todo el detalle que la educación y el respeto ajeno me imponen, la molesta sensación que me produce cuando toso, estornudo o me río con ganas, sentir en el escroto, proveniente de mis tripas liberadas, el impacto de una toba molestísima y, en más de una ocasión, moderadamente dolorosa. O dado que las puñeteras han adquirido ya considerable experiencia en el tormento, cómo cuando creo anticiparme a su agresión y aplico con firmeza mi mano sobre la zona púbica que presumo va a ser atacada, las muy zorras se vienen arriba hostigándome la parte alta de la ingle, en donde empujan con descaro como si fueran un alien chinche y mortificante que amaga con salir. En fin, espero que el próximo día 17, estas tripas salidas de madre sean encauzadas y devueltas al lugar que les corresponde. Así, ellas cesarán en sus correrías recobrando su discreta actividad; mi testículo, libre de papirotazos, volverá a su calma lánguida,  y este servidor de ustedes podrá toser, estornudar o reír con ganas sin necesidad de estar pendiente de sus cuajarejas.

Digo que de esto quería escribir, pero Pedro Sánchez no me ha dejado. Porque ando todavía estupefacto después de verle el pasado domingo en televisión hacer un ejercicio de autocomplacencia casi hagiográfico, presentándose como una reencarnación paradigmática del espíritu de una nueva izquierda luminosa, un mártir de las esencias socialistas vencido, momentáneamente, por la alianza de fuerzas en teoría opuestas que, ante el enemigo común, él, parecen haberse confabulado para impedir el “impulso transformador y renovador” necesario para cambiar la realidad del país. ¡Toma nísperos, Susana, que se agusanan! Esa coalición antinatura entre poderes económico-financieros, marcando la línea editorial de los medios de comunicación de los que son partícipes, y una comisión gestora socialista, con espurios intereses alejados del sentir de la verdadera militancia izquierdista, ha sido la causante de su caída. Porque el rumbo del PSOE, con su dirección, era el de reconciliarse con el votante de izquierdas, mirando de tú a tú y trabajando con Podemos, que es la estrategia a seguir si se quiere ser alternativa de gobierno. No más reproches, por tanto, y más cooperación y entendimiento. “Una de las cosas que vi en la primera sesión de investidura es que el país no tiene oposición, porque el PSOE está en tierra de nadie”.

Para remediar tamaña catástrofe, y no arredrándose ante los poderosos enemigos a los que se enfrenta, piensa realizar el viaje evangelizador que anunció en el momento de dimitir, visitando todo los rincones de España para devolver al PSOE a la tierra fértil que le corresponde. O no tan fértil, porque, expresando su deseo de volver a ser secretario general, nos hizo partícipe de su creencia de que lo importante no es el número de escaños, sino qué se hace con ellos. Afirmación esta a la que aún sigo dándole vueltas sin lograr desentrañar la profundidad, aparentemente equívoca, que encierra. Y para que no falte de nada,  hubo dos frases que consiguieron añadir intranquilidad a mi estupor. Una de ellas cuando afirmó, refiriéndose a la supuesta conspiración orquestada por los medios de comunicación en su contra, que “el pensamiento único que se ha visto (en ellos), lo que demuestra es que el país necesita unos medios mucho más plurales, mucho más críticos”. La otra tampoco es moco de pavo: “Una de las principales lecciones que he aprendido en estos 3 años de secretario general, es comprender la naturaleza de nuestro país, que España es una nación de naciones y que Cataluña es una nación dentro de otra”. Pues eso, para ir a mear y no echar gota.

En fin, yo no sé si Pedro Sánchez cree reales los desvaríos por los que transitó en la entrevista, o todo fue la puesta en escena de un guion cargado de cinismo paranoico, pero estoy convencido de que está dispuesto a arrojar al abismo al partido al que dice adorar y, de rebote, a España. El sometimiento humillante a Podemos, y el desprecio con el que Pablo Iglesias ha recibido su entrega sumisa y vergonzante, me ha parecido un espectáculo deprimente y vomitivo. No sé cuánto tiempo podrá aguantar el PSOE en sus filas a enemigo tan peligroso, aunque tenga claro que este ganapán es una bomba de relojería incrustada en sus tuétanos.  A mayor abundamiento si tenemos en cuenta la evidencia de que cuanto más PSOE, menos Podemos. Y eso, aunque no mejore mi hernia, es más que beneficioso para la buena salud de nuestra democracia. Que es de lo que se trata.

sábado, 29 de octubre de 2016

APROVECHAR LA OPORTUNIDAD

Visto lo visto en el debate de investidura, y a la espera de lo que suceda hoy mismo, y que previsiblemente sea que Mariano Rajoy revalide su condición de presidente del Gobierno, no puedo sino alegrarme porque se haya cumplido la corazonada, (bastante tenguerengue, todo hay que decirlo), que tuve cuando, después de tan tumultuoso desarrollo, la reunión del comité federal del PSOE acabó con la renuncia de Pedro Sánchez, presagio que afortunadamente se confirmó tras la votación habida en la siguiente convocatoria del mismo, en la que una mayoría se inclinó por la abstención para evitar unas terceras elecciones y así alcanzar, de una puñetera vez, la normalidad institucional que el país necesita. La salida de Sánchez, apalancado en un ‘no’ fulero que, por más que quisiera envolver con frases grandilocuentes de cambio y progreso irrealizables, no era más que un empecinamiento visceral e irreflexivo, con dosis nada desdeñables de ambición personal y de fariseísmo, era condición indispensable para desatascar el atolladero en el que este zascandil guaperas había metido a su partido. Llevaba el PSOE todas las trazas de recorrer el camino, antes transitado por IU, que conduce directamente a la nada, en donde el pánfilo de Garzón parece encontrarse a la mil maravillas. O, peor aún, a ser apenas una muesca más en el revólver político podemita. Y de rebote, me atrevo a decir, también del propio Sánchez, que por momentos me ha llegado a parecer un topo de Monedero infiltrado en las filas socialistas para deshacerlas. Después, la comisión gestora, encabezada por un socialista que sabe lo que es, lo que significa y el lugar que debe ocupar su partido, se mantuvo en la cordura necesaria para evitar la debacle. De modo que, si se cumple lo previsto, esta tarde tendremos gobierno, requisito inexcusable para que pueda haber oposición, como sabe hasta el mismísimo Perogrullo y parece desconocer algún que otro lumbreras visionario que ocupa escaño en el Congreso de los Diputados.

La reacción emberrenchinada y colérica de Podemos, con un irascible Pablo Iglesias a la cabeza, tras el cambio de rumbo en la estrategia del PSOE, es evidencia palmaria de su chasco. Y su discurso en la sesión de investidura del jueves, centrado fundamentalmente en apostrofar a la bancada socialista, es buena muestra de ello. Se sentían ya, con ventaja electoral o con “gobierno de progreso”, los manijeros del cotarro y ahora se encuentran con que apenas tienen un papel institucional de segunda fila. Han pasado, sin solución de continuidad, de reyes del mambo a maraqueros acompañantes. De ahí su rabioso afán de autocoronarse como la “única oposición verdadera”, aunque para ello, de forma burda, infantiloide y tramposa, tengan que despreciar la semántica utilizando “abstención” como sinónimo de “apoyo” y hablen de la triple alianza o del trío de las Azores, al tiempo que tratan de arañar parte del espacio político perdido apelando al “poder popular” y organizando algaradas callejeras. Al filo de estos acontecimientos, el otro día leí la pregunta que Guillermo Fernández Vara dejaba en la redes sociales, y que reproduzco aquí con leves retoques ortográficos: “¿Alguien puede aclararme por qué Podemos puede ser oposición en Extremadura habiendo votado a favor de mi investidura, y el PSOE en España (absteniéndose, añado yo), no?” Pues yo creo que sin aplicar la ley
del embudo con el descaro y la carga de demagogia que lo hacen estos andobas, no hay manera de resolver el enigma. Pero, claro, para eso hay que tener el desparpajo y la desfachatez que ellos atesoran, y eso no está al alcance de simples mortales con un mínimo de honradez.

En fin, a pesar de que la mayoría de las opiniones que he leído u oído, algunas claramente desechables por interesadas, apuntan a lo contrario, yo creo que si el PSOE sabe jugar bien sus cartas y no tensa la cuerda hasta hacer que se rompa, tiene ocasión propicia para restañar heridas y salir fortalecido del embate. Si es verdad que hay un acuerdo con C’s de 150 puntos, de los que 100 se incorporaron del anterior que Rivera firmó con Sánchez, los socialistas tienen capacidad de maniobra. Porque después de la matraca que Rajoy ha dado con el sentido de Estado y lo dañino para España que pueden suponer unas terceras elecciones y, por tanto, un nuevo periodo de transitoriedad gubernamental de duración imprevisible, tendrá que pensarse muy mucho ser él quien ejecute esa vuelta atrás. Cada día que pase de normal funcionamiento de las instituciones, es un día en el haber del PSOE como líder de la oposición. Y uno en el debe de los que pretenden, (podemitas, filoetarras, independentistas…),  pescar en el río revuelto de una fragilidad democrática en la que se mueven a su gusto. Porque no hay que olvidar que ese es su hábitat natural.

sábado, 22 de octubre de 2016

VOLVIENDO AL PASADO

En alguna ocasión me he referido aquí a mis años de facultad. Un tiempo en España, ese, ciertamente turbio, sucio de toda suciedad, en el que Franco, en prolongada y patética agonía, se apagaba matando, y la calle podía transformarse en una jungla por la que campaban a sus anchas energúmenos fascistas, (valga el pleonasmo), fueran estos policías o no, Guerrilleros de Cristo Rey o no, falangistas o no, con total impunidad. Tengo grabada en la memoria una imagen, no sé si me repito contándola, que podría definir lo que estoy diciendo: Alrededor de las 11 de la noche, en un bar de la plaza de la Ópera en Madrid, un amigo y yo terminando las últimas cervezas del día. Oímos gritos fuera y salimos. Por la Cuesta de Santo Domingo o por Campomanes, no estoy seguro, bajaba un hombre, con una gabardina beige al brazo, corriendo a todo correr.  Detrás de él venían otros dos, uno de ellos pistola en mano, que le conminaban a que se detuviera. El perseguido, mientras el pistolero no dejaba de apuntarle, lo sorteaba utilizando como escudo los coches aparcados en batería. Pero cometió la torpeza de entrar en el cine que ocupaba unos de los laterales de la plaza. El perseguidor, ya libre de obstáculos, efectuó entonces dos disparos. Con el primero la puerta de cristal que daba entrada a la sala se deshizo sobre sí misma. El segundo debió de alcanzar el objetivo que buscaba porque, al instante, apareció un coche largo y gris de la policía, de los ahora llamados familiares (tiene guasa la cosa, ¿no?), con sirena y pirulo centelleante, que aparcó frente al cine. De él se bajaron dos paisanos que, ayudados por los dos que perseguían al desdichado, lo introdujeron inerte por el portón trasero del vehículo. Y se fueron como vinieron, echando leches sonoras y refulgentes. Yo seguí todo el espectáculo, atónito y atemorizado, escondido tras un buzón de correos que estaba estratégicamente situado en una esquina y me servía de parapeto. Al día siguiente, volví al escenario de la movida, y comprobé que el espacio de cristal que ocupaba la puerta del cine había sido sustituido por un tablero de conglomerado. La escena de la noche anterior, por tanto, no la había soñado ni era producto de un exceso en la ingesta cervecera. Durante una semana, no sin grave detrimento para mi mermada economía, compré todos los periódicos que vendían en los quioscos de Madrid. No encontré ni una línea sobre el particular... En fin, han transcurrido demasiados años desde aquello y aún me inquieta el no saber qué demonios pasó allí: Quién, quiénes, por qué y, sobre todo, si el desenlace fue tan trágico como yo lo percibí desde mi acojono.


Sin querer igualar la situación anterior con la vista en televisión, protagonizada por los centenares de mozalbetes desquiciados que impidieron a Felipe González y a Juan Luis Cebrián intervenir en la Facultad de Derecho de la UAM, sí he de decir que, viéndola, me vino a la boca el mismo sabor amargo de aquel tiempo. Como si hubiera retrocedido más de 40 años en la historia de España. Calvo ya como estoy, herniado y con 64 a cuestas, me coge viejo el asunto. Y, además, perplejo y desconcertado, con la sensación de que todo el camino que tantos recorrimos no existe para aquellos que, por edad, no lo recorrieron. Y, lo que es peor, ni les interesa saber lo que costó recorrerlo. Y, a mayor abundamiento, si
acaso llegan a barruntar el coste que supuso, lo desprecian olímpicamente. Porque me da la impresión de que ellos creen tener a la verdad, absoluta y revolucionaria, cogida por sus miserias. Y ante eso, la historia que no se adapte a su visión dogmática, es pura filfa. Historias de abueletes.


No puedo afirmar que el vergonzoso escrache fuera urdido por Podemos, como aseguran algunos. Propiciado, sin duda. Allí se repitieron, casi de forma literal,  eslóganes y consignas que Pablo Iglesias ha dicho en diversos púlpitos e, incluso, en sede parlamentaria. Si no tramó la asonada, al menos la inspiró. Para después bendecirla al considerarla “un síntoma de salud democrática”. Sin duda la idea que tiene este individuo de democracia saludable es, como poco, sui géneris, por no decir que de un cinismo mayúsculo, porque lo que yo vi en televisión fue un repugnante ejercicio de violencia fascista, en lo que el fascismo tiene de intolerante, totalitario, antidemocrático y liberticida. A no ser que a la democracia a la que aludía el líder sinuoso fuera a la democracia orgánica franquista, o al centralismo democrático comunista o, acaso, a la por él idolatrada democracia bolivariana. Si es así, no tengo más remedio que darle la razón. Y temblar pensando en la que nos espera si un personaje de este jaez llega algún día a tener, siquiera, un ápice de poder. 

sábado, 15 de octubre de 2016

Y ADEMÁS, EL OTOÑO (REDUX)

Quizás sea el otoño, su luz que, como un suspiro frágil, se acurruca en los párpados y adormece los días en un eterno trémolo. O la noche que prematuramente invade las horas que no le pertenecen. O la mezcla imposible de insomnio con desgana. Quizás la culpa sea de ese aire opaco que guarda entre sus pliegues una tristeza lenta de tarde de domingo prolongada. O ese adagio que resuena constante en mi cabeza y tarareo en silencio, acompasándolo a los latidos de un corazón que a veces siento ajeno y lejanísimo. O el dolor impreciso de todas las ausencias que se vienen de golpe y nublan la nostalgia. Aunque, ‘mea culpa’, acaso todo lo anterior sólo haya sido un subterfugio, un introito poético de articulista torpe para sumar caracteres con espacio y descargar angustias metafóricas, y nada de aquello tenga que ver de manera directa con esta crisis lasa que padezco y sean, tan solo y tanto, circunstancias que agraven el estado abúlico y desanimado que sufro de un poco tiempo acá. Porque la verdad es que desde hace un par de días empiezo a barruntar, gracias a las sabias palabras del sicólogo que se esconde detrás de los espejos y me sorprende mientras me lavo los dientes o miro de soslayo, la causa principal de tanta zozobra. Me dijo el tal con mi voz y mis ojos: “Yo creo, mi buen amigo, que lo que usted padece es un empacho de mamarrachadas. La realidad del país, que a veces vive de manera enfermiza y con demasiada vehemencia, lo está llevando de asombro en asombro y, como le ocurría a su llorado Jesús Delgado Valhondo, ya no encuentra un sitio donde ponerlos, porque el corazón se le ha quedado pequeño para esta sucesión vertiginosa de sorpresas. Y entonces el estupor, desbordado ya, se enquista y le abotarga las tripas. De ahí las náuseas y esa sensación desagradable de hartazgo. Incluso el episodio diarreico y febril que cursó días atrás, pudo ser producido por una somatización del  hastío que le produce una actualidad cansina y repetitiva, sin intervención vírica alguna. Sosiéguese, vuelva sus ansias hacia el interior y termine esos dos libros de poesía que tiene descuidados. Si no, como poco, se le acabará cayendo el alma a los pies. ¿Ha llegado a pensar que la hernia inguinal que le incordia no sea tal, sino su propia alma que ya cogió el camino del desplome?”

En esas me entró la tos y, aprovechando que él también tosía, quise escapar de aquel absurdo soliloquio dialogado. Pero adivinó mis intenciones, me detuvo apenas con un gesto reflejado en mis ojos y siguió con su perorata: “Al verle en el espejo, mi mustio amigo, he recordado ahora el caso de un paciente con sintomatología similar a la suya, si bien en un estadio más avanzado, al que el alma se le acabó escurriendo por entre los dedos de los pies. El desdichado apareció en la entrada de este espejo equívoco con la cara desencajada y la mirada perdida, vacío de sentimientos y de lágrimas. Y le diré, para que quede usted tranquilo y su hipocondría no le juegue malas pasadas, que conseguimos su recuperación. Aunque no crea que fue fácil. Atrapar un alma volandera entraña muchísimas dificultades. Porque las almas, una vez que se ven emancipadas del cuerpo que las contiene, adquieren un libre albedrío y un desparpajo que para qué le cuento. Di con ella en un parque, revoloteando sobre un grupo de niños desbordantes de risas que miraban la luz de la mañana. Y conseguí, no sin grandes esfuerzos, introducirla en el fanal hermético que heredé de mi padre para estas ocasiones.  El proceso de su reimplantación fue trabajoso y razonablemente satisfactorio, dada la problemática que entraña este tipo de reinjerto mayormente derivada de la complejidad de las medidas antirrechazo, que pueden provocar efectos secundarios indeseados por otra parte poco alarmantes: algún episodio de melancolía sobrevenida, un ensimismamiento repentino, pequeñas confusiones en los sueños, un deje de tristeza en la mirada cuando el otoño sienta sus reales… Y, ocasionalmente, cierto desasosiego mediado el mes de abril”.

No era consciente del tiempo transcurrido. No sabía si habían pasado horas o minutos estando como estaba absorto en el delirio. Así, miré el reloj (era tardísimo) y, aprovechando que dejó de mirarme por la misma razón que yo lo hacía, le dije en un susurro: “Es que tengo que irme”. Y antes de que pudiera responder, apagué la luz. Y me fui.  Él, supongo, allí se quedaría, rumiando oscuridades por detrás del azogue y de mí mismo. Al tiempo de entrar en la cocina camino del café para mi santa, me palpé la ingle. Y mi alma seguía ahí, quizá algo inquieta en una ubicación poco apropiada para albergar almarios. Pensé: “De este lunes no pasa. Insistiré en el SES para que recompongan este entresijo mío cuanto antes.  Vayamos a tenerla, me desalme, y ande yo por mis sueños vacío de sentimientos y de lágrimas". 

viernes, 14 de octubre de 2016

BAÑADO EN TUS PUPILAS

Recogerme,
huir hacia adentro para ser sólo
lo que tu mirada vea de mí.

Alejarme para que tú,
callada,
descubras mis silencios
                                       y me nombres
para que yo recuerde por qué vivo.

Y hacerlo, entonces,
a través de tus labios y tu voz.

                                            Despierto para verte y verme a mí
                                            bañado en tus pupilas,
                                            bebiendo de tus lágrimas,
                                            consciente de que soy
                                            desde el instante exacto en que me miras.

Y sentir tu mirada más cierta
que mis sueños:

Al fin, mujer, dormir para que duermas.

sábado, 8 de octubre de 2016

CALMA CHICHA

Después del terremoto del sábado pasado, con la dimisión forzada de Pedro Sánchez y la posterior constitución esta semana de la Comisión Gestora en el PSOE, creí que la situación política de España iba a entrar en un periodo de cierta calma, con la vista puesta en evitar unas terceras elecciones que parece que es lo que quieren los dos grandes partidos. Pero la declaraciones que se han venido sucediendo en estos días, en principio evacuadas por segundos jerárquicos o espontáneos, sin solución de continuidad y cada cual divergente de la anterior, han conseguido hacerme un lío. Así, hay quienes siguen emperrados en el “no, es no” y el veto a Rajoy; otros se inclinan por la abstención técnica que afecte solo al número de diputados suficiente para que el PP pase raspando el trance; aquellos por la abstención útil, con pacto previo; los de más allá por la estratégica, incorporando puntos del doble pacto de  Cs con PP y PSOE, y, para terminar el pastel, los que quedan, que propugnan la abstención normal, pura y dura. En fin, hasta que el Comité Federal del PSOE no fije, (¿el próximo día 15?), la postura a seguir, toda opinión al respecto se queda en pura especulación.

En cualquier caso, lo que sí se ha demostrado con todo lo sucedido en estos días es que el PSOE tiene una estructura lo suficientemente sólida como para que los desvaríos de un dirigente tarambanas puedan cuartearla. Algo de que lo me alegro sinceramente. Y por más de una razón. Aunque, he de reconocerlo, quizá con lo que más he disfrutado a nivel personal haya sido con el berrinche que se han llevado los integrantes del politburó podemita, que creyeron tener la presa acorralada y a su merced, con un Pedro Sánchez entregado, rendido a sus ansias, pero esta, cuando ya se relamían, se zafó de sus manejos dejándolos con tres palmos de narices. Pregoneros de la nueva política y sin embargo protagonistas de una forma de hacerla antigua y con más telarañas que la momia de Lenin, crecidos ante lo fácil que les resultó fagocitar a IU, una agrupación en franca decadencia dirigida por un líder pusilánime, acomplejado y torpe, se llegaron a creer los reyes del mambo y pensaron rematar la jugada haciendo lo mismo con el PSOE. Craso error de principiantes. Y de soberbios. Bastaría con que hubieran leído un poquito para saber a qué se enfrentaban. Y, antes de intentar un imposible, se habrían dado cuenta de que un partido político con la historia y la fortaleza del que trataban de engullir, no es presa asequible para un grupo de universitarios lechuguinos y oportunistas. Con el fin de disimular el escozor de su fracaso, y dando por hecho la abstención de los socialistas en la investidura de Rajoy, vuelven a utilizar la lógica falsa y tramposa a la que nos tienen acostumbrados para postularse como la única y verdadera oposición al PP. Torpeza sobre torpeza. Fracasarán de nuevo. Espero. Creo.


Y es que permitir la formación de un gobierno no es lo mismo que colaborar con él, que es la falacia que repiten hasta la saciedad estos espabilados clónicos. Si no hay terceras elecciones, que no lo tengo claro, pronto lo veremos. Y si las hay, será evidente que el único culpable de que las haya será el PP, o sea, Rajoy, que sigue a lo suyo: Tumbado en la ‘chaise longue’, puro va, puro viene, rizando el rizo de un ‘tancredismo’ irritante, mientras suelta a sus voceros a largar globos sonda que luego él pincha con actitud de madre abadesa condescendiente. “No voy a pedir ninguna condición”, dice. Y se queda tan fresco invirtiendo los papeles del vodevil. Pero, ¿qué condición puedes poner tú para que te dejen gobernar? ¿No serían los otros los que podrían ponerte alguna para hacerlo? Se parece a la novia de un amigo mío, (y que me perdone Juanito Valderrama), con la que afortunadamente no llegó a mayores, que no solo le decía qué, cómo y cuándo tenía que regalarle algo, sino incluso el importe mínimo que debía gastarse para que ella aceptara su regalo. La consentida de marras, con su actitud, venía a decir: “Bueno, venga, vale… te dejo que me regales esto”. Mi amigo, tras dar muestras de un aguante infinito, mandó a la susodicha a freír espárragos cuando esta le devolvió el último regalo. Por lo que nos ocupa y nos afecta, espero que Rajoy no acabe igual, compuesto y sin novio. Porque con lo poco atractivo que es, y a pesar de encuestas y encuestadores, para mí que lo lleva claro. Políticamente hablando, digo.

sábado, 1 de octubre de 2016

DUELO EN O.K. FERRAZ

En la película de los Monty Python, El sentido de la vida, hay una escena exagerada y repulsiva que se desarrolla en un lujoso restaurante. A él acude un hombre monstruosamente gordo, deforme, por lo que se intuye cliente habitual del lugar, que da cuenta de un menú pantagruélico. Tras finalizarlo, el jefe de comedor insiste en que coma una última y delgadísima chocolatina.  A pesar de un primer rechazo, el glotón no es capaz de resistirse y deja que el maître se la introduzca en la boca. Saturado como estaba tras la ingesta de un almuerzo de decenas de platos, esa pequeña delicatesesen origina la debacle: el tragaldabas comienza a hincharse como un globo deforme que, al poco, explota, dejando al aire costillas y corazón, y esparciendo por toda la sala una lluvia de detritus, tripas, jugos gástricos y comida a medio digerir que viene a caer sobre el resto de comensales. Una escena, desde luego, no apta para estómagos sensibles, valga la ironía. No sé si será porque de dos días acá soy presa de un virus intestinal que me tiene en una constante alerta evacuatoria, al tiempo que la contumaz febrícula que lo acompaña hace que pase las noches en un estado de modorra morbosa, lo cierto es que esta pasada madrugada, en tal estado letárgico, he recordado esta escena y me ha parecido, (quizás por eso la recordé), que es una buena imagen de la situación esperpéntica y disparatada que está viviendo el PSOE en estas fechas. Se veía venir que el partido iba a explotar, porque ya no le cabían más fiascos electorales, más empecinamientos, más disparidades, más disparates y más ambiciones personales. Y la explosión, ¿implosión, quizá?, ha dejado al aire costillas, corazón y las aceras de Ferraz salpicadas de vísceras malolientes.

No voy a entrar en cuál de las dos facciones tiene razón afirmando que sus actuaciones son conformes a la normativa que las rige. De entrada porque no lo sé, y de salida porque el tema me resulta anecdótico. Todo ese lío sobre la legalidad o no de ejecutivas, comités federales, congresos extraordinarios y comités de garantías me la trae al pairo. Lo verdaderamente importante, en mi opinión, es que el PSOE está roto y, lo que es peor, que a medida que pasan las horas esa ruptura se va haciendo más irreversible. Que Pedro Sánchez y adláteres se hayan transformado en los “guardianes de las llaves” e impidan la entrada a la sede del partido a miembros no afines, me parece de una tremenda torpeza que, además, deja al descubierto su escasez de talante democrático y su sentido patrimonialista del cargo. Que militantes socialistas lo defiendan llamando fascistas y señoritos andaluces a Susana Díaz y los suyos, mandando a esta a bailar sevillanas, es patético, y pone bien al descubierto el encono con que se están desarrollando los acontecimientos, además de la altura intelectual de la militancia o, al menos, de una parte de ella, que lo votó. Creo que mientras más se dilate la situación, más van a decidir las tripas en lugar de la cabeza, y más van a influir en unos y otros los resentimientos personales, los egoísmos, los deseos de revancha y la cortedad de miras.

Desde mi punto de vista, el principal desacierto que ha llevado a Sánchez a perder elección tras elección, cuesta abajo en la rodada, ha sido el de querer ocupar un espacio político que no le correspondía. No sé si por inexperiencia, por ambición o por una sobredosis de megalomanía, se ha metido en corral populista ajeno y coqueteado con gallitos que se le acercaban, solo, para darle el picotazo definitivo. Y con él, a su partido. Al fin, una nueva versión de lo que ya hicieron con IU. Tan es así, que le ha faltado tiempo a Errejón para salir al retortero anunciando la simpleza de que la quiebra del PSOE es la quiebra del régimen de la Transición. Y es que Sánchez ha desvirtuado el mensaje socialista de tal forma que ha acabado siendo una mala imitación de ZP, el suricato leonés, que ya son ganas de pifiarla. Y además, por decencia, por amor propio, por el bien de su partido, hace tiempo que debería haber dimitido. Nada de esto estaría pasando.


En fin, el problema es trágico. No solo para el PSOE, sino también para España, que tiene mucha necesidad de él y de que sus aguas vuelvan a un cauce que nunca debió ser desbordado. Dicen que la dirección del PP está brindando por lo que ocurre. No lo sé. De lo que sí estoy seguro es de que Podemos y sus círculos sí lo estarán haciendo. Con ron venezolano, por supuesto.