sábado, 29 de diciembre de 2018

LENGUAJE CAÑUTO


En mi artículo La España sepia de Vox, decía yo ayer (que en mis circunstancias y ‘articulísticamente’ hablando quiere decir ‘el sábado pasado’) que, en política, las maneras son parte del mensaje. Y en campaña electoral, o sea, casi siempre en esta España nuestra, aún más. Con lo que al votante, al ciudadano, a usted, a mí y a nuestros allegados o lejanos, nos someten a un bombardeo publicitario inmisericorde en el que somos, apenas, las víctimas de ambiciones de vendedores a los que les importamos  un pimiento y que te endosan un cacharro inservible que, a mayor escarnio, ni siquiera tú querías, pero al que tienes que aguantar y alimentar durante 4 años. Y, una vez pasados éstos, vuelta la burra al trigo. Esas son las reglas básicas de la democracia occidental en la que andamos, primo. Y, a pesar de todo, de berrinches y decepciones, de espantos y de asombros, benditas sean y muchos años duren.

Pues eso decía, más o menos. Y también que entre los elementos que conforman el mensaje es básico el cómo se expresa éste, el lenguaje que se utiliza para hacérnoslo llegar. Y bueno está que cada cual, a la hora de expresar sus anhelos patrióticos o sus ansias de poder o de cualquier otro tipo, quiera hacer énfasis en lo que mejor le parezca, apelando a las asaduras, el cacumen o el corazón del destinatario. Pero, al hacerlo, tendrá que aguantar las opiniones de quienes leemos sus inflamaciones líricas que en el caso que nos ocupa, además, decidirán la contingencia de nuestro voto y, con él, el acomodo o no de este o aquel candidato en la bicoca cuatrienal. Porque esa posibilidad de expresar nuestras opiniones, sean éstas críticas o elogiosas, es consustancial, también y por ahora, al tinglado democrático.

Después de tratar de digerir las 100 Medidas para la España Viva, algunas de las cuales (en los epígrafes de Inmigración; Defensa, Seguridad y Fronteras; Salud; Educación y Cultura; Libertades y Justicia, y Europa e Internacional) continúan atascadas en mi “esófago de Barret” y ahí siguen atormentándome, me he dedicado estos días a navegar por la página que este partido político tiene en Internet. En su mensaje de bienvenida, se dice: «Somos como tú, profesionales, autónomos, amas de casa, jubilados, emprendedores, empleados, trabajadores, funcionarios, estudiantes, etc., que nunca hemos vivido de la política.» Me alegra saber, o no, que entre ellos no hay extraterrestres ni androides, según parece. Pero bien podrían haber hecho la salvedad de que este axioma no vale para su presidente, Santiago Abascal Conde, que desde 1996 a 2013 ha sido: Miembro del  Comité Provincial y Ejecutivo del PP en Álava;  presidente de Nuevas Generaciones del Partido Popular del País Vasco; miembro de la Junta Directiva Nacional del PP, de la ejecutiva del  País Vasco y secretario de Educación del PP de dicha Comunidad; concejal en el Ayuntamiento de Llodio; juntero en las Juntas Generales de Álava; diputado en el Parlamento vasco; director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad de Madrid y (Wikipedia ‘dixit’) «de la Fundación para el Mecenazgo y Patrocinio Social, fundación con un único trabajador (además del propio Abascal) y sin actividad conocida, que en 2013 recibió de la Comunidad de Madrid una subvención de 183.600 euros de los cuales destinó 82.491 al sueldo de Santiago Abascal.» Pues mal empezamos, porque si el abad toca a maitines, qué no harán los demás monjines. Y si eso no es vivir de la política, que dios y Franco lo vean.

Hubo momentos, leyendo lo que en ella se dice y, sobre todo, cómo se dice, en los que me acordé de Richard Collier (Christopher Reeve) en la película Somewhere in Time, titulada en España En algún lugar del tiempo. Y de la Rapsodia sobre un tema de Paganini de Rajmáninov, que suena en ella de manera insistente. Pero mientras el protagonista de la cinta viajaba hacia atrás en el tiempo para descubrir un amor desconocido, al leer las entradas de Vox yo lo he hecho para revivir el horror de años oscuros de nuestra historia. La soflama firmada por su Secretario General, Javier Ortega Smith, llamando a una manifestación el 3 de mayo, es buena muestra de lo que digo. Encabezada por la frase ¿apócrifa? que aparecía en el bando proclamado el 2 de mayo de 1808 por el entonces alcalde de Móstoles, Andrés Torrejón, «¡¡Españoles, la Patria está en peligro, acudid a salvarla!!», se insta al «valiente pueblo español de los “Daoiz, Ruiz, Velarde, Malasaña, Merino, Empecinado, Agustina,…» a llenar las calles «frente a los traidores “Godoys”, la pasividad cobarde de los “Carlos y Fernandos” del Gobierno, la connivencia de los “fernandinos” mal  llamados constitucionalistas, la Europa “napoleónica” arrogante y suicida (y) el ataque de las oligarquías europeas  que en sus “Bayonas y Fontainebleaus” de la UE, dirigidos por sus “Soros, sus Merkels y sus Holsteings” ansían desde hace décadas la definitiva invasión económica, migratoria y legislativa de España, que usurpe lo que aún nos quede de soberanía nacional para terminar de doblegarnos a su servicio e interés.» Y todo esta exacerbación de patriotismo intemporal y, por ende, anacrónico y rancio, «bajo la irreductible acusación popular de VOX, que es la acusación del incansable pueblo español contra los enemigos seculares de España.» Pues eso, sólo faltan, para completar este lote distópico, ‘el contubernio de Munich, la pérfida Albión y la conspiración judeo-masónica’... (Y entonces, la momia, gracias al conjuro retroactivo de este birlibirloque ideológico, se  autoexhumó en el espectáculo virtual de levitación extática más sorprendente y terrorífico que vieron los siglos).  
(Fuente: Eljueves)



sábado, 22 de diciembre de 2018

LA ESPAÑA SEPIA DE VOX


Ya sabemos que en un programa electoral cabe todo. Al fin y al cabo no son más que promesas que una vez producida su función, la de engatusar votantes, no tienen por qué cumplirse. Con el voto ya preso en la urna, el programa pierde todo su valor que es meramente escenográfico, parafernalia desechable. El papel, ya digo, lo aguanta todo, hasta estos artículos míos semanales y, a veces, sonámbulos. Y en el que escriben estos andobas más todavía, incluso el que firman ante notario y exhiben ante ‘la gente’ mirándola a los ojos con desparpajo de charlatanes tramposos, porque ¡ay, señor!, la capacidad que tienen nuestros políticos de difuminar las palabras hasta hacerlas inútiles es infinito y debería estar penado si no por las leyes, algo imposible porque también las hacen ellos, sí al menos por quienes les damos mando en plaza. Aunque, para eso, habría que deconstruir esta España de nuestras angustias y reconstruirla hasta transformar la inquietud en alivio o, al menos, en la esperanza de encontrarlo. Si a este panorama añadimos que la inmensa mayoría de los votantes no tienen ni noción de lo que dicen los programas que votan, entre lo que mienten unos y lo que ignoran otros se cierra el círculo del vodevil electoral y, si todo va bien, nos vemos de nuevo en el teatrillo de aquí a que pasen 4 años.

No obstante todo el escepticismo que acarreo, como prometí en mi artículo anterior he releído el programa de Vox que, tras las elecciones andaluzas, es la nueva bestia parda  de la que abominan la mayoría de los medios y de los políticos de los demás partidos. Y de entrada diré que, tras hacerlo, sigo sin saber si esta es una formación ‘populista de extrema derecha’, como la motejan unos y otros. Fundamentalmente porque no sé qué coño significa eso. Me explico. Si populismo, según el DRAE, es una «tendencia política que pretende atraerse a las clases populares», todos los partidos políticos españoles lo son, de modo que no es una característica que lo haga diferente de los demás. No me vale, pues. Otrosí digo: Deduzco que ‘extrema derecha’ significa que está a la derecha de algo que ya está a la derecha. Pero ¿de qué o de quién?; ¿a la derecha desde la perspectiva de un espectador que mira o de la del propio sujeto? Esto es lo que tiene el querer hacer absoluto un término relativo, que no hay quien se aclare. Así que busco en el DRAE una definición de ‘derecha’ que pudiera servir para aclarar este galimatías. Y la que más podría haberlo hecho es la que la define como «conjunto de personas que profesan ideas conservadoras.» Pues tampoco, Catalina. Porque si conservar es «mantener o cuidar de la permanencia o integridad de algo o de alguien» y los ‘voxistas’ quieren acabar con el Estado de las Autonomías, una de las estrellas más rutilantes de nuestra Constitución, no me cuadran las cuentas.

En política, con frecuencia, las maneras forman parte del mensaje. Y crean opinión. Y las imágenes que hemos podido ver del líder de Vox recorriendo los campos andaluces a lomos de un caballo cartujano, como caudillo de una nueva ‘Reconquista de España’ cual  Don Pelayo reencarnado a lo rociero con la Blanca Paloma en plan Virgen de Covadonga, no pueden ser más cutres ni más definitorias de qué es la carcunda. Si a eso le sumamos las “100 Medidas para la España Viva” que esbozan su programa electoral y en las que con un lenguaje amenazante, intimidatorio, despiadado y, en ocasiones, cuasi bélico, cuajado de palabras como “suspensión, derogación, ilegalización, supresión, deportación, endurecimiento de penas, expulsión, exclusión, revocación, eliminación, levantamiento de muros fronterizos infranqueables...”, el caudillo de Vox, al grito de “¡Santiago Abascal y cierra España!” nos sumerge en un viaje de vuelta a la patria “Una, Grande y Libre” de la autarquía franquista, a un engendro rancio, insolidario, deshumanizado y xenófobo por aporofobia en la línea del que proponen los países del grupo de Visegrado y los Lepenes, Salvinis y asimilables que pululan por Europa, con suspensión cautelar del espacio Schengen incluida. Sin perder de vista «el fomento del arraigo a la tierra, manifestaciones folclóricas y tradiciones de España y de sus pueblos dentro de la óptica de la Hispanidad, impulsar una ley de protección de la tauromaquia (y un) plan integral para el conocimiento, difusión y protección de la identidad nacional y de la aportación de España a la civilización y a la historia universal, con especial atención a las gestas y hazañas de nuestros héroes nacionales.»

En fin, yo no sé si Vox, su ideario y su caudillo son la derecha, la extrema derecha o la extrema extrema derecha. Y además me importa un pimiento dónde se ubiquen. De lo que sí estoy seguro es de que reaccionarios, radicales, involucionistas, carcas, retrógrados, regresivos, ultramontanos y carpetovetónicos lo son en grado sumo. Pues eso, olé y arriba España, el Nodo, la Formación del Espíritu Nacional, las Demostraciones Sindicales del 1º de mayo en el Bernabeu... y el brazo incorrupto de Santa Teresa de propina, primo.

sábado, 15 de diciembre de 2018

DEMAGOGIA, POSVERDAD Y VOX

En alguna ocasión, en estas mismas páginas, ya dije que no me gustan determinados tópicos, ni determinados apotegmas porque, normalmente, los considero un recurso de insensatos, o sea, de personas «faltas de sensatez, tontas, fatuas,» según precisa el DRAE por el que de momento sigo guiándome y al que continúo obedeciendo en casi todo para escribir, hablar y tratar de comunicarme sin insensateces lingüísticas. (Mis desvaríos son ya otra cuestión en la que los académicos nada tienen que decir. Como que, por ejemplo, a partir de ahora tildaré diacríticamente los pronombres demostrativos y el adverbio sólo, digan lo que digan ellos.) Decía que no me gustan porque esas coletillas («España es diferente, las mayúsculas no se acentúan, España nos roba, el sexo débil, las rubias tontas, andaluz perro y gandul,...») proliferan en los labios de cualquier indocumentado que, tras oírlas o leerlas en alguno de los programas de televisión o de partidos políticos que nos atiborran de eslóganes y de idioteces, sale de su casa con el convencimiento de que la memez asimilada es un buen puntito y exhibirla es una manera de que los demás sepan que uno está al tanto de lo que se cuece, por mucho que en el puchero de su cacumen solo hierva café de recuelo.

(Fuente: diariosur.es)
Me ocurre igual con determinadas palabras que de sobeteadas por políticos y gacetilleros adjuntos acaban por perder todo su significado, si es que alguna vez lo tuvieron con suficiente nitidez. Palabras como fascismo o fascista, ultra o extrema derecha o izquierda, populismo, golpismo o golpista, unas ya bastante impregnadas de arestín por un exceso de uso torticero o ignorante a lo largo de los años en esta España de nuestra lágrimas y otras sometidas a un abuso exagerado en tiempo récord, a consecuencia ora de la espiral disparatada de la República catalana, ora del advenimiento de Vox al Parlamento andaluz. El magreo institucional y mediático las ha sometido a tal ninguneo dialéctico, que han devenido tan vacías de contenido como las molleras de los políticos y comunicadores que las utilizan sin medida ni conocimiento. Un poner: ¿Son golpistas el cabeza buque catalán independentista y los suyos? Pues no. Golpistas fueron Franco y los suyos. Y golpistas Tejero y los suyos, que (y mejor me callo mis barruntos) a saber quiénes fueron en realidad. ¿Son fascistas Albert Rivera o Pablo Casado por llamar golpistas a los nacional-separatistas catalanes? Pues tampoco. Fascista fue Mussolini y fascista fue José Antonio Primo de Rivera. Lo demás, perdón por la repipiez, pura agnotología. Cochambre intelectual y posverdad, valga el pleonasmo. Y no echo mano aquí de los algoritmos, que me vendrían al pelo que no tengo, porque no sé qué coño son y, además, me dan mucho miedo. Aunque estoy seguro de que algo tienen que ver con tanta y tan generalizada inconsistencia verbal.

(Fuente: Diariamente Neuquén)
El caso es que, como decía, la presencia de Vox en el Parlamento andaluz ha exacerbado entre nuestros políticos y sus voceros afines este afán de categorizar vacuidades retóricas en lo que a izquierda y derecha se refiere, regodeándose en el error histórico de dar categoría de absoluto a unos términos que no son sino relativos y sujetos a la ubicación de jacobinos y girondinos en la Asamblea francesa de la época revolucionaria. De modo que ellos siguen el camino sinsorgo reabierto por la irascible y sinuosa ministra de Justicia que padecemos cuando parió la coletilla jerárquica de «la derecha, la extrema derecha y la extrema extrema derecha,» que sin duda pasará a los anales del parlamentarismo español como muestra palmaria de paranoia compareciente. Y a ella se le ha unido en la senda exagerada de la charlatanería gaznápira, Pablo Iglesias, que rabioso con el sarpullido electoral andaluz decretó, sin inmutarse, con una falta de rigor intelectual impropia de un profesor universitario de Ciencia Política, el estado de «alerta antifascista». Sus seguidores, claro, salieron por las calles de Cádiz, Granada y otras ciudades andaluzas a perseguir fantasmas Camicie Nere que, astutos y taimados, se escondían en escaparates de tiendas, contenedores o coches aparcados en sus calles. Coches, escaparates y contenedores que fueron los que sufrieron la ira revolucionaria de estos justicieros cazafantasmas.

En fin, mi primera intención al iniciar esta perorata escrita fue hablar de Vox y de su programa electoral, esas «100 medidas para la España Viva» que ya archivo en mi ordenador, y decir si en mi opinión es merecedor de la alarma y el repudio que ha concitado en unos, y del aplauso y entusiasmo que lo ha hecho en otros. Pero me he ido por las ramas y éstas, incontroladas como en Jumanji, han invadido el espacio del artículo. En cualquier caso, leídas las 100 una primera vez a vuela pluma antes de que se me fuera la olla, he sentido desfilar por mi magín a Santiago Apóstol, Ricardo Corazón de León, el Capitán Trueno, Donald Trump,  Salvini,  Pedro Sánchez, Aznar, Fraga, la Formación del Espíritu Nacional de mi infancia, Daoiz y Velarde, Viriato, el Cid Campeador y cierto tufo a la 'España Una, Grande y Libre' de la autarquía franquista. Lo cual, que el panorama no es demasiado alentador. Pero tengo por delante una semana para rumiar y sacar conclusiones más sólidas. Si no me canso antes, claro.

sábado, 8 de diciembre de 2018

LA REPÚBLICA GUAY

1ª República (Fuente: arte e iconografía)

La verdad es que desde que lo vi por primera vez en las tertulias de Intereconomía TV hace ya 5 años siempre me pareció, antes que cualquier otra cosa, un cursi redomado que, con demasiada frecuencia, utilizaba para llevar el gato al agua de su argumentario una dialéctica tramposa y una verborrea apabullante. Su invitación a participar en la tertulia estrella de esa cadena, situada en las antípodas de su ideología, fue el producto de una operación de mercadotecnia televisiva llevada a cabo por sus capitostes en la que se buscaba a alguien de izquierdas, desconocido para el público, próximo al 15.M, partidario de la convocatoria de “Asalta el Congreso”, visceral, con cierta experiencia ante las cámaras y que diera el toque pintoresco de pluralidad que se pretendía. Lo encontraron en “La tuerka”, un programa de televisión de audiencia testimonial que se emitía semanalmente en la Red de Televisiones Locales de la Comunidad de Madrid, presentado por un profesor de Ciencias Políticas de la UCM llamado Pablo Iglesias, un diletante que les venía que ni pintiparado y que debutó en la cadena TDT el 25 de abril de 2013. Lo hizo con una frase lapidaria que pretendía darnos cuenta de entrada (o al menos, esa intención le vi yo) de su espíritu aguerrido y de su valor sin límites: «Lo primero, daros las gracias por la invitación, es un gusto cruzar las líneas enemigas y charlar en territorio comanche.»

2ª República. (Fuente: arte e iconografía)
A partir de ahí, nació la leyenda de este sin par paladín de la justicia revolucionaria. En territorio comanche aguantó hasta el mes de diciembre de ese mismo año 2013 en que, habiendo probado territorios más amables y de más repercusión mediática como Cuatro o La Sexta, dejó de contestar las llamadas telefónicas de esos primeros promotores que le abrieron las puertas al estrellato. El 17 de enero de 2014, Iglesias presentó la iniciativa Podemos en el Teatro del Barrio de Lavapiés. El partido se fundó el día 11 de marzo y en las elecciones al Parlamento Europeo del mes de mayo obtuvo 1.253.000 votos que le valieron 5 escaños. En apenas un año, ya ven, de la nada política a la moqueta y el sillón de respaldo alto. Un ascenso fulgurante. Eso sí que es mercadotecnia política. Visto lo visto y a día de hoy, a medida que iba escribiendo estas líneas me venía a la cabeza el soberbio y retorcido dislate de la película La estrategia de la araña de Bertolucci y, aún más, el cuento de Borges en la que está libremente inspirada, El tema del traidor y del héroe, sin duda un título contundente que se acerca más a lo que quiero decir.

3ª República (Fuente: Podemos)
Y lo que digo es que hay veces que la anécdota puede convertirse en categoría y una acción aparentemente inane e intrascendente sirve para desenmascarar el fariseísmo de quien la ejecuta. Y que con la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas se han desatado las bichas y hay quien no sabe ya ni por dónde se anda. Si es que alguna vez lo supo fuera de su ambición personal. Porque nuestro héroe/traidor, nada más confirmarse el resultado de las elecciones y tras digerir las hieles de esa nueva noche triste de Tenochtitlan que debió pasar, se sintió en la obligación de lanzar una consigna que enardeciera a sus mermadas y desmoralizadas tropas. Y nada más aparente para su megalomanía enfermiza que el llamamiento a una “alerta antifascista” que recuperara en las calles lo que las urnas podridas de una democracia decrépita y vendida al gran capital les había quitado. Y para rematar la faena (dos soflamas por el precio de una) retomó la bandera del republicanismo de quita y pon que utiliza a su conveniencia y anunció que el día 6, con motivo de la celebración del 40 aniversario de la Constitución Española, él y su grupo, renunciando a la monarquía, a sus pompas y a sus obras, reivindicarían, para todos los españoles y las españolas, una república feminista que conformaría un próspero futuro de justicia social y fraternidad que ríete tú de Jauja. Visibilizarían su protesta luciendo un símbolo: el perfil de una cabeza de mujer en color morado, con melena suelta y libre, imagen perfecta de los ideales proclamados. Y ahí es donde la puerca torció el rabo y donde toda la mermeladina solemne y empachosísima de la proclama acabó en agua de Carabaña. Porque para encarnar ese futuro feminista y republicano, esa nueva Niña Bonita del siglo XXI, compraron en las rebajas de Internet, concretamente en Colourbox, una imagen que ellos venden como reclamo publicitario para salones de belleza, peluquerías y similares, que no ha dado lugar más que a un pitorreo cuasi generalizado en medios y redes. Pero si la ha escogido él seguro que es porque los españoles y las españolas quieren una alegoría de república guay, muy ‘cool’, con corte de pelo ‘long bob’, flequillo desenfadado y mechas californianas en tonos añil-violeta. Que es lo que se lleva en su urba de Galapagar, primo.
(Fuente: La Razón)


sábado, 1 de diciembre de 2018

LA VIDA DE LOS LIBROS

(Fuente: Historia de Mi Vida)

Hace ya muchos, muchos años, no sé si fue al final de mi niñez o principios de mi pubertad, empecé a preguntarme qué ocurría con los personajes de un libro cuando interrumpía su lectura. Si al cerrarlo porque mi madre me llamara para comer, o porque me entrara el sueño, o porque llegara la hora de ir al colegio o al instituto, se quedaban quietos, presos en una foto fija hasta que lo volviera a abrir para continuar su historia o, por el contrario, liberados de las palabras que los ataban a un argumento repetido ante los ojos de quienes lo leyeran, vivirían situaciones o aventuras que nada tenían que ver con él ni con lo que el autor había escrito para que lo ¿representaran? Fabulaba con la posibilidad, digo ahora que lo veo medio claro, de que fueran reales en la irrealidad de ese mundo ilusorio al que habían llegado de sopetón, sin comerlo ni beberlo, obligados por la inspiración de ellos no sabían quién. Quería creer en la ilusión de que pudieran liberarse de la esclavitud de vivir esa vida que sus creadores les habían impuesto, para poder vivir la que ellos ansiaban vivir. De ser así, ¿les enmendarían la plana a esos padres putativos, desnaturalizados y crueles y sería la que ellos crearan más emocionante o más divertida que la impuesta? ¿Podría ocurrir que, en una de esas correrías en libertad, si las hubiere, no les diera tiempo a volver y las páginas no leídas aparecieran en blanco?

Nunca viví esta situación, es verdad. Cuando volvía a abrir el libro, a pesar de que a veces lo hacía con mucho tiento, muy despacio, recordando el número de la página por el que había dejado la lectura para que no hubiera señal alguna que pudiera darles alguna pista para una vuelta sin problemas, las letras siempre seguían allí. Como allí seguía la historia para continuarla por donde la dejé. Y, sin embargo, no pierdo la esperanza de vivirla. Aún ahora, a veces, coloco el salva páginas varias más allá de la que debe salvar por si un acaso yo tenía razón allá en mi pubertad y, cuando menos lo espere, me encuentre con páginas en blanco o con una historia distinta y alocada en la que cada cual haya conseguido ser libre. Sin duda serían, aun en blanco, las más hermosas y turbadoras que jamás hubiera imaginado leer. Los años que ya tengo me inclinan al convencimiento de que moriré sin que este sueño ocurra. Y, al mismo tiempo, me invitan a creer que, si ocurriera, no me moriría nunca. Soy sincero si digo que no sabría decir qué final de los dos es el más triste.

(Fuente: El País)
En cualquier caso, quizá para enmascarar la inutilidad de esta quimera, de este sueño frustrado de lector, pasados los años empecé a sentir el pálpito, tras leer más de un libro de determinado autor, o incluso dos o más libros de distintos autores pero del mismo género o sobre el mismo tema, que este de tal y aquel de cual se complementaban, o incluso que este podía ser suplementario de aquel. Y tras el paso de más años he creído ver que este pálpito mío ha dado un salto cualitativo hasta el convencimiento de que también puede haber libros siameses, que compartan un mismo corazón y una misma sangre, de modo que separarlos podría suponer su muerte irreversible, una muerte sutil que, de íntima y propia que es, pasa desapercibida a los ojos ignorantes de los hombres. Porque (y esa es otra) estoy convencido de que los libros son seres vivos que sienten y conocen y, como cualquiera, sufren crisis de melancolía y de nostalgia. Libros que pueden llegar a morir de angustia, de congoja, de un sentimiento íntimo de estar destartalados, fragmentarios, distantes de la vida. Que pueden llegar a morir de soledad. Para evitarlo de un tiempo acá siempre tengo empezados al menos dos. Leo uno u otro y los mantengo juntos, para que ambos se sientan acompañados y compañeros, no rivales. Y si uno de los dos me interesa más que el otro, no abandono al retrasado. Lo abro cada día y leo, siquiera, un par de páginas. Y lo huelo al tiempo que lo aireo para que se sienta querido y no se venga abajo.

(Fuente: Libros voladores)
En estas mismas páginas y hablando también de libros decía hace unos años: «...pocas desilusiones tan frustrantes como las que sientes cuando un libro, al que siempre te acercas casi con el ensalmo de un primer amor, te decepciona y te resulta insoportable... Para estos especímenes inservibles tengo yo en casa un mueble de madera cuajado de carcomas inmunes donde quedan recluidos, con dos vueltas de llave, por toda su eternidad.» Pues ya no. Porque con motivo de mi jubilación el año pasado decreté una amnistía general y los liberé de su injusto encierro. Mientras les pedía perdón uno a uno por mi intransigencia y uno a uno limpiaba y colocaba en el lugar que les había preparado, me pareció escuchar un suave murmullo de voces salido de sus páginas, un tenue bullicio de latidos que, poco a poco, se acompasó con el ritmo emocionado de mi corazón.