domingo, 22 de diciembre de 2013

LA MÚSICA Y EL AÑO QUE SE ESCAPA


Parece que estas fechas, en personas de edad provecta como la mía, son momentos propicios para echar la vista atrás, poco, y recontar lo que el año que ya pasó haya dado de sí. Saber si hemos estado a la altura del paso de su tiempo, si hemos sabido responder a su inexorable máquina demoledora. Y si todo este tinglado que nos rodea y rodea nuestra vida y nos la condiciona, ha servido para algo más que para descorazonarnos. Porque en momentos como éste mismo en el que escribo, escuchando, cascos de por medio, La Pasión según San Mateo de Juan Sebastián Bach, esta maravilla que me hace dudar de mi agnosticismo más que cualquier razonamiento, (cómo razonar la sinrazón de la fe), el mundo exterior no existe si no es porque escribo. Espejismo emocionante, y para mí incomprensible, que viene a ser la música cuando quieres que así sea. Imaginas que la traes al terreno de tu corazón y ella, sumisa, se aviene a ese capricho, haciéndote creer que manejas los hilos del sentimiento imparable que te produce. Cuando el proceso es del todo inverso, porque es tu corazón el que va hacia ella, dócil y entregado, para que acompañe su pulso y lo guíe por ese camino anárquico e inseguro por el que sus latidos sueñan. La vida, entonces, queda suspendida en un embrujo inexplicable, mientras ella forma un escudo que te protege de las agresiones que el mismo hecho de vivir esconde. Y escuchas el Erbarme dich, mein Gott, y tu agnosticismo se va a hacer muchas gárgaras y poco importa que la contralto implore piedad a un dios que desconoces, porque tú andas volviendo a la infancia y a esas eternas tardes de verano en las que te embebías de esta aria con la compulsión de un novicio. Y das gracias a tu vida por poder hacerlo, por tener la oportunidad de sentir de nuevo la felicidad sosegada de aquellos momentos en los que la angustia era una compañera agradable que te servía de inspiración.



Vaya. Empecé este artículo, soliloquio al fin, hablando del recuento que en estas fechas me parecía obligado hacer de las calamidades o las venturas recibidas de este año que, irremisible, se escapa, y me he ido por los cerros de Bach, de la música y de su capacidad de defenderte de la idiotez circundante y de los idiotas que la enarbolan. Y el núcleo de lo que pensaba escribir se me ha escabullido entre corcheas y añoranzas. En la época en que yo andaba por Madrid, integrando una célula que se pretendía inmersa en la más pura ortodoxia leninista, estos devaneos de sensiblería musical hubieran supuesto mi expulsión inmediata del paraíso progresista, y el haber sido arrojado, sin piedad al infierno del submundo pequeño burgués, donde recibiría tizonazos de desprecio revolucionario. El sectarismo fascistoide es lo que tiene. Pero, en fin, aquello me sirvió para curarme de espanto y aguzó mi instinto para oler las derivas autoritarias, rojas o azules, apenas éstas asoman su pezuña por debajo de la puerta doctrinaria. Por muy enguantadas en disfraces democráticos en que pretendan escudarse. Lo digo porque, después de dos años de legislatura nacional, todos los problemas económicos y todas las medidas, tantas veces despiadadas, que este gobierno ha tomado para combatirlos se han cargado en la cuenta, primero, de la crisis y la herencia envenenada que el suricato sonriente e inane nos dejó y, después, en las órdenes taxativas que venían de ese galimatías nebuloso e ilusorio, patraña institucionalizada, que es Europa. Y ahí salía Montoro, ese “manos tijeras” de pacotilla y voz nasalizada, arreando estocadas y navajazos a funcionarios, jubilados, autónomos, parados y trabajadores de cualquier especie. Y, encima, erguido, chuleando y con la pretensión de que los expoliados le diéramos las gracias por atracarnos. Este año, a costa del sacrificio de todos menos de ellos, o sea,  de la casta de superhombres engreídos que nos gobiernan en cualquiera de los poderes y divisiones del Estado, parece que “los parámetros macroeconómicos auspician un atisbo de recuperación”. Dicen o así. En cualquier caso, de entrada, servirá para que, como hasta ahora, los que ganan, ganen más y los que pierden, sigan perdiendo más. De modo que ya llegó el momento de cumplir el programa electoral por el que los ciudadanos les dieron holgada confianza y que, de aquí para atrás, las circunstancias exteriores han impendido llevarlo a cabo. La economía, a pesar de estar suspendida de alfileres, debe pasar a segundo plano, y la ideología debe venir a ocupar el protagonismo que la Historia reserva a los elegidos. “Y ahí es cuando”, que dijo la puta cuando se compró el colchón.

Y tanto que es así porque si el protagonismo de Montoro ha sido doloroso, de poco acá uno de los que ha tomado el relevo de la desdicha ha sido el ministro del Interior, Fernández. El neumotórax más severo, a su lado, no pasa de ser un ligero catarro. Si es que de libertades estamos hablando, que digo yo que sí, porque las leyes de Seguridad Ciudadana y de Vigilancia Privada que se ha marcado, caminan a pasos agigantados hacia una oscuridad pringosa que ya habíamos olvidado. Con la excusa de reprimir los desmanes de los vándalos, el ministro Fernández pone a los pies de los caballos a la ciudadanía, penalizando sañudamente el ejercicio de libertades fundamentales, al tiempo que modifica la calificación legal de muchos supuestos que, falazmente, pasan de delito a falta, con lo que el ciudadano denunciado queda, sin amparo judicial, al albur de la policía, que goza de la “presunción de veracidad”. En pleno frenesí represor, ha encargado, a razón de medio millón de euros, un primer camión manguera, dizque para apagar los contenedores que los extremistas quemen. Y, para aprovechar el viaje,  disolver a manguerazos las protestas de los ciudadanos achicharrados. Embalado como está, capaz es de formar somatenes con los guardias privados y volver a vestir de gris a la policía nacional. Y así el escenario se completa para la pesadilla, con Fernández, transmutado en Camilo Alonso Vega con trufas de Arias Navarro y luciendo la evocadora capa de la Sacra Orden Constantiniana.
El ministro Fernández, el del círculo, en una reunión de la Sacra Orden Constantiniana.


¿El resumen del 2º año triunfal? Pues que lo despedimos más pobres y menos libres. Y a ver que nos depara el tercer acto de esta tragedia regresiva. Así que yo me vuelvo a poner los cascos, le doy al “repeat”, y me aíslo en la música para respirar aire limpio. Y ahí me las den todas, que alguna ventaja teníamos que tener los pequeñoburgueses. 

domingo, 8 de diciembre de 2013

NUESTRO PERRO

Chaqui, defendiendo de intrusos su territorio.
Apareció, una tarde del mes de julio, va para trece años, en la cancela de nuestra casa. Tendría apenas tres meses y era un par de orejas enormes en un cuerpo menudo y esquelético lleno de hormigas, y una mirada tristísima y acobardada que te partía el corazón. No sé de dónde vino, pero creo que se acurrucó en aquel rincón para dejarse morir. Intenté cogerlo y librarlo de las hormigas que le recorrían el cuerpo, pero era empresa imposible. No bien me acercaba a él, huía renqueante y chillando de forma lastimera, con el rabo entre las patas, escarmentado, sin duda, del trato inhumano recibido. Sin embargo, en cuanto desaparecía de su vista, el animalito volvía al rincón impulsado por una querencia inexplicable. Afortunadamente mis hijos, que para los animales son una triple reencarnación de Francisco de Asís, Rodríguez de la Fuente y el santo Job, estaban de vacaciones y pudieron elaborar una estrategia dirigida a que el cachorro perdiera el miedo y adquiriera confianza. Empezaron por dejarle agua y comida junto a su refugio, para después esconderse detrás de los setos y observar si se acercaba a comer. Esta fase del plan duró una semana. Lo que el perro quiso. Venía a comer y a beber y, aunque al sentir la presencia de mis hijos se alejaba, a medida que pasaban los días lo hacía con menos miedo y a menor distancia. Iba engordando y, quizás, se sentía más seguro y más confiado. Y, una mañana, se quedó allí, sin moverse, mirándolos con sus ojillos ya más alegres que atemorizados. Durante dos o tres días, dentro de la segunda etapa terapéutica, le hablaban sin abrir la verja y él los escuchaba con sus enormes orejas de punta. La primera vez que, verja de por medio y en un alarde de valentía por su parte, se dejó acariciar, se meó temblando, pero aguantó el pánico y empezó a mover el rabo. Mis tres expertos decidieron, entonces, que era el momento de abrir la cancela. Así lo hicieron y Chaqui, al que habían bautizado con ese nombre por su parecido a un chacal, atravesó la barrera pasito a paso, muy despacio, parándose a cada momento, hasta llegar a donde estaban. Y se acostó. Estaba claro que la “terapia de sociabilización”, que diría un cursi posmoderno de los muchos que pululan por ahí, había sido efectiva.

 Los días siguientes, el garabito se dedicó a explorar, con la nariz a ras de suelo, todos los rincones del jardín, meando a cada poco para marcar su territorio. Y a partir de ahí se hizo dueño y señor del terreno acotado, vigilando la presencia de cualquier bicho, sabandija o alimaña que se atreviera a entrar en él. Y resultó ser un depredador sin escrúpulos. A lo largo de estos años se ha cargado y, en algunos casos engullido, entre otros, a gallinas, conejos, lagartos, lagartijas, topos, ratas, ratones, culebras, sapos, tritones, grillos, escarabajos, mirlos, urracas, gorriones y erizos. Con estos últimos utiliza una táctica similar a la de los contertulios pelmazos, con la diferencia de que a él le sale bien. Como esos bichos se transforman en una bola de púas imposible de penetrar con los dientes, la forma que tiene de acabar con su resistencia es ladrar y ladrar a su lado, durante dos, tres o más horas, inasequible al desaliento, hasta que el infeliz acaba muriendo de aburrimiento o de un ataque al corazón, qué sé yo. El caso es que las casca. A algunos los he podido salvar, alejándolos de la tortura con una pala. Pero si el asunto es por la noche y yo no actúo (como es natural, que no estoy para levantarme en pijama y adentrarme en tinieblas procelosas para salvar erizos) el desdichado amanece tieso de todas, todas. También teníamos una gata que fue víctima de su carácter cansino. Estableció con ella una relación de amor-odio muy curiosa. Dormían juntos por la noche, el perro hecho un ovillo y la gata otro más pequeño, encastrado entre sus patas. Pero, no bien amanecía, comenzaba a perseguirla sin darle tregua y, muchas veces, enganchaba el rabo entre sus dientes y la lanzaba al aire para volver a cogerla al vuelo. Como si fuera una pelota. La animalita se pasaba los días encaramada en los árboles, hasta que llegaba la noche y la relación volvía a ser plácida. Comían juntos y a la piltra. Un día desapareció, sin duda harta de aguantar matraca, y no volvimos a verla. A veces pienso si Chaqui no acabó comiéndosela.

 En fin, en estos años se ha integrado en el paisaje de nuestro hogar, con su espíritu dócil y libre en perfecto equilibrio, rompiendo toallas y aspersores hasta que dejó de hacerlo, sin consentir un collar en su cuello, terco como una mula, cariñoso y fiel. Con la edad, ha serenado sus arranques y se ha vuelto más mimoso. Echa de menos a mis hijos no sé si tanto como yo. A veces, mientras él dormita, los llamo a voces como si estuvieran aquí, y él se despierta y salta como un resorte camino de la cancela. Y yo lo acaricio y él me lame y, así, nos consolamos mutuamente de sus ausencias. Desde hace dos inviernos arrastra una pequeña cojera reumática, con lo que se mueve menos y se pasa más tiempo repanchingado en el césped. Eso le ha engordado un poco y le ha hecho perder vitalidad. Se está quedando sordo y sus ojos, saltones y algo nublados, han perdido la viveza de antaño. Cuando al atardecer vienen las bandadas de gorriones a dormir en los árboles con su jolgorio chirriante, los mira triste, incapaz de cazarlos al vuelo como antes, envidioso, tal vez, de su descarada juventud. Y cuando cae la noche, en medio del jardín, ladra a la oscuridad quizás llamando a la sombra de lo que fue. Ya se le van notando los años a nuestro perro. Igual que a mí.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Y ADEMÁS, EL OTOÑO

Quizás sea el otoño, su luz que, como un suspiro frágil, se acurruca en los párpados y adormece los días en un eterno trémolo. O la noche que prematuramente invade las horas que no le pertenecen. O la mezcla imposible de insomnio con hastío. Quizás la culpa sea de este mes de noviembre, abril de otoño, que guarda entre sus pliegues esa tristeza lenta de tarde de domingo prolongada. O ese adagio que resuena constante en mi cabeza y tarareo en silencio, acompasándolo a los latidos de un corazón que a veces siento ajeno y lejanísimo. O el dolor impreciso de todas las ausencias que se vienen de golpe y nublan la nostalgia. Aunque, aquí confieso, acaso todo lo anterior sólo haya sido un subterfugio, un introito poético de articulista torpe para sumar caracteres con espacio y descargar angustias metafóricas, y nada de aquello tenga que ver de manera directa con esta crisis lasa que padezco y sean, tan solo y tanto, circunstancias que agraven el estado abúlico y desanimado que sufro de un poco tiempo acá. Porque la verdad es que desde hace un par de días empiezo a barruntar, gracias a las sabias palabras del sicólogo que se esconde detrás de los espejos y me sorprende mientras me lavo los dientes o miro de soslayo, la causa principal de tanta zozobra. Me dijo el tal con mi voz y con mis ojos: “Yo creo, mi buen amigo, que lo que usted padece es un empacho de mamarrachadas. La realidad del país, que a veces vive de manera enfermiza y con demasiada vehemencia, lo está llevando de asombro en asombro y, como le ocurría a su llorado Jesús Delgado Valhondo, ya no encuentra un sitio donde ponerlos, porque el corazón se le ha quedado pequeño para esta sucesión vertiginosa de sorpresas. Y entonces el estupor, desbordado ya, se enquista y le abotarga las tripas. De ahí las náuseas y esa sensación desagradable de hartazgo. Sosiéguese viajando. Zumbe para Lisboa y termine ese libro de poesía que tiene abandonado. Si no, como poco, se le acabará cayendo el alma a los pies”.

Saliendo de la consulta de este Doctor Cataplasma y yo, hice enumeración de las agresiones que en estos días hubieran podido afectar a mi quebradizo estado de ánimo. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue la mitra del Arzobispo de Granada y su recalcitrante afán de desempolvar el Concilio de Trento. No contento con editar en español un libro, Cásate y sé sumisa, cuyo título ya produce sarpullidos a cualquier persona con un mínimo de sentido común, ante las críticas recibidas por lo que de incitación a la violencia y al despotismo domésticos tuviera, se encocora y desbarra con una frase que lo manda, directamente, a la oscuridad carpetovetónica, valga el pleonasmo: “Lo que genera violencia de género es el divorcio y el aborto”. ¡Madre del Amor Hermoso!, qué ocasión ha perdido este lenguaraz mitrado de ingresar en la Orden de la Cartuja, bajo severo voto de silencio.

Y, hablando de libros, otra monserga urticante está resultando el bombardeo de memorias autobiográficas de políticos de distinto pelaje: Guerra, Anguita, Felipe González, Solbes, Aznar... Todos divinos de la muerte, con la autocrítica arrinconada en el desván y sin abuelas. Si pasas cerca de una estantería donde estén todos estos ladrillos juntos, se te queda en la ropa un pestazo a incienso que no se te quita ni blasfemando en arameo. Vaya empalago. Y si no querías brevas, toma higos, Genoveva: la semana que viene se pone a la venta “El dilema, 600 días de vértigo”, del ínclito suricato leonés. La cosa promete, porque este nuevo Mister Chance para decir tonterías y banalidades se las pinta solo. En este único sentido, ZP nunca defrauda.

El desfile de la hez más repugnante saliendo de las cárceles entre capuchas y chapelas, es otra puñetera gota malaya que no deja de atormentarme. Y el convencimiento, cada vez más profundo, de la actitud farisaica y falaz del gobierno incumpliendo todas las promesas hechas, al tiempo que miente con un descaro y una falsa comprensión hacia las víctimas que provocan náuseas, es un asco insoportable que se añade al estupor y a la rabia. Se empezó legalizando a Bildu y, después, las traiciones han venido rodadas: la suelta del moribundo vitalicio Bolinaga, la pasividad para evitar la infamia de López Guerra con la doctrina Parot, la excarcelación a granel de etarras y, por último, el apoyo del PP, por omisión, a subsidiar a esta panda de asesinos liberados con una paga mensual. Y tienen el descaro de decir que están con las víctimas. Pues sí que lo están, pero parece que para apuñalarlas por la espalda y rociar sus heridas con sal. Y a saber qué nuevas ruindades nos quedarán por ver.

Y el desiderátum de esta serie esperpéntica es la conjunción de dos fuerzas, a cual más maléfica, como son las de los ministros Ruiz Gallardón y Fernández Díaz. El primero, con una Ley de Tasas Judiciales abusiva y discriminatoria, que impide el acceso a la justicia a quienes más necesitan de su ayuda gratuita. El otro, con una Ley de Seguridad Ciudadana que criminaliza sin piedad, por vía administrativa, cualquier manifestación pública de protesta que no se contenga dentro de unos límites fijados de manera tan estricta que las harían inoperantes, y donde los caprichos de la autoridad toman carta de naturaleza difícilmente
apelable. Por si fuera poco, ahora preparan estos dos una Ley de Huelga que pretende que, las que se hagan, no produzcan ningún tipo de contratiempo ni molestia a los ciudadanos. O sea, una ley para que las huelgas sean huelgas fantasmas. De seguir por estos derroteros lo mismo le va a ocurrir a España, que se proclama constitucionalmente un “Estado social y democrático de Derecho” pero, en la realidad, lo acabará siendo con una democracia y un derecho que no pasarán de ser puro ectoplasma. 

domingo, 10 de noviembre de 2013

NO CORRÁIS, QUE ES PEOR

En una de sus películas más memorables, Su excelencia el embajador, el genial Cantinflas interpreta al canciller Lopitos, funcionario de la escala más básica en la embajada de la república de Los Cocos en Pepeslavia. Ante la negativa de su embajador, supersticioso inflexible tipo Antonio Gala, a sentarse a una mesa de trece comensales, acaba siendo invitado, a pesar de las reticencias del consejero diplomático, un caballerete antipático y cursi,  a una cena de gala que aquél ofrece a importantes autoridades del país anfitrión. Durante el transcurso de la misma se suceden en Los Cocos hasta tres golpes de estado, que acarrean otros tantos ceses fulminantes y nombramientos de nuevo embajador entre los comensales, en  una escena delirante de discursos, cuadros descolgados, telegramas y efímeras revanchas. El último en triunfar en esta rápida sucesión de asonadas, gracias al apoyo recibido del Cuerpo de Veladores y del Sindicato de Barrenderos, que logra mantenerse en el poder, al menos durante el tiempo que dura la cinta, es el doctor Belendre, a la sazón padrino de nuestro protagonista, al que de inmediato nombra, como era de esperar, embajador extraordinario y plenipotenciario de la república de Los Cocos en Pepeslavia. Más o menos lo que, en cuestión de designaciones y sinecuras, se viene haciendo en España desde tiempos de Felipe González, cambiando favores, relaciones, servicios prestados y silencios por destinos golosos.

Antes de esta escena desopilante, y es a lo que voy,  hay otra ciertamente chusca y ridícula en la que se ve a los capitostes de la sede diplomática y del gobierno pepeslavo,
en una sala contigua al comedor, departiendo cordialmente al tiempo que alardean y ofrecen condecoraciones y medallas que son pura filfa, mientras, mal que bien, tratan de guardar las formas que la grandeza de sus cargos merece. Todo hasta que el mayordomo abre las puertas del comedor y anuncia que la cena está servida. ¡Ay, amigo!, ahí se acabó la dignidad del cargo y el rigor del protocolo y vino la desbandada histérica, los atropellos de unos a otros y el abrirse paso a codazos camino del condumio.

Esta secuencia esperpéntica, aunque encaja perfectamente en el desmesurado tono general de la película, siempre me había parecido exagerada por caricaturesca. Hasta que pude verla el pasado jueves día 31, corregida y aumentada, en la descontrolada estampida que sus señorías protagonizaron en el Congreso de los Diputados, tan ansiosos por irse de puente que ni esperaron siquiera a que el presidente diera cuenta del resultado de la votación. Si aquélla me produjo hilaridad, ésta  me revolvió las tripas de tristeza y de una indignación no exenta de desprecio. Y una inmensa vergüenza ajena por la imagen frívola de estos padres de la patria enrolados en una avalancha compulsiva y patética al más puro estilo de los ñus del Masai Mara.
¿Qué pensaríamos si esta actitud convulsa la hubieran adoptado médicos y enfermeras de un hospital, o funcionarios de cualquier organismo público, o empleados no docentes saliendo de la Universidad? ¿Cuántas interpelaciones parlamentarias hubieran sido presentadas por estos velocistas improvisados pidiendo cuentas a los responsables de esos organismos? ¿Cuántas dimisiones solicitadas? Las excusas dadas por alguno de estos sprinters para justificar su escapismo son de una puerilidad y un desahogo asombrosos, y nos demuestran que tienen el sentido de la autocrítica perdido por algún oscuro recoveco de sus tafanarios, cuando no, o además, más cara que Falete con paperas. Las ganas irrefrenables de dormir en sus casas o el deseo de estar con sus hijos y su familia que esgrimieron, son argumentos de mal chiste si tenemos en cuenta que estos servidores públicos, sacrificados ellos con un sueldo medio al mes de casi 6.500 euros netos, sólo tienen que ir a su puesto de trabajo, si van, de martes a jueves. Si a esto añadimos dos meses de vacaciones en verano, mes y medio en Navidad (desde mediados de diciembre a fin de enero), la Semana Santa y, este 2013, 11 días por San Isidro y 12 más por el 1º de mayo, cuando acabe el año habrán tenido que ir, si han ido, 78 días al Congreso. Los senadores se sacrifican aún más yendo, si van, 49 días. Y muchos de estos camastrones lo más que hacen por su país es, cuando hay votación, actuar como majorettes aborregadas, limitándose a levantar el dedito cuando lo indica quien dirige este desfile modorro.


Lo malo, es que esta actuación impresentable viene a encarnar el paradigma de lo que es, en general, nuestra clase política. Y aunque bien es verdad que, día a día, estos paniaguados nos vienen dando muestras de su incultura y de su torpeza, de su alejamiento progresivo del ciudadano, del desdén arrogante con que tratan a sus votantes, de su convencimiento de pertenecer a una casta superior en comunicación directa con la Historia y de que el pelo de la dehesa que acumulan no se les quita ni con podaderas, este último disparate migratorio ha sido la referencia más llamativa, la más trompetera que nos ha brindado su espesa carrera de despropósitos. Y lo peor, es que se fueron a sus casas, con billetes de tren o avión de bóbilis, pensando que habían actuado dentro de la más absoluta normalidad porque “todos tenemos derecho a descansar”. Aunque algunos se cansen sólo con sestear y levantar el dedito. 

domingo, 27 de octubre de 2013

LA ZORRA EN EL GALLINERO

De un tiempo a esta parte, en lo que a la política seguida por este Gobierno con respecto al universo etarra, voy de asombro en asombro camino del pasmo. Y cuando digo gobierno incluyo a lo otros dos poderes del Estado porque, con la degeneración democrática que sufre el país, este don Tancredo con mayoría absoluta tiene un poder casi omnímodo y hace y deshace a su antojo, unas veces de frente y otras de perfil. La cosa ya empezó turbia cuando el Tribunal Constitucional legalizó a Bildu. Gracias a eso, ahora andan estas comadrejas con sus reales asentados en las instituciones locales, autonómicas y nacionales, manejando datos y euros a espuertas, el pecho inflado de sectarismo y babeando fascismo por las esquinas y los escaños. Siguió ensuciándose con la puesta en libertad de Bolinaga, asesino y torturador irredento, al que el juez de Vigilancia Penitenciaria, José Luis Castro, puso en libertad atendiendo al diagnóstico de los médicos del hospital donostiarra, más o menos sus primos, y en contra del criterio de los forenses de la Audiencia. Para no dejar en mal lugar a su libertador, este tiparraco debería haberse muerto hace ya unos cuantos meses, pero no tiene ganas de devolverle el favor a juez tan comprensivo y por ahí sigue de chiquitos. Aunque parece, por las últimas noticias habidas sobre su estado de salud, que pronto va a darle la razón a su benefactor y entregará la cuchara. Habrá que verlo. Y ahora, el tinglado, repugnante se mire por donde se mire, de la puesta en libertad por vía de urgencia de Inés del Río, asesina terrorista especialmente sañuda y despiadada, que ya goza de libertad gracias a la sentencia del Tribunal de Estrasburgo que ha tirado por tierra la doctrina Parot, de manera que se reduce el valor de la vida de los asesinados a un precio de saldo de baratillo. Y me temo que este caso no será el final, sino el principio de una serie de excarcelaciones infamantes que pondrá en la calle a un grupo escogido de criminales, a cual más despreciable. O sea, que aquella expresión latina de Dura lex, sed lex, la vamos a dejar para las chirigotas de Cádiz.

Bien es verdad que el Gobierno no ha tenido otro remedio que acatar, con más o menos prisas, la sentencia del tribunal europeo. Tiene que hacerlo para así cumplir el correspondiente convenio firmado con el mismo. El problema está en la propia sentencia de este alto tribunal. Y ahí es donde la guarra tuerce el rabo porque nos encontramos con la desdicha de tener la zorra metida en el gallinero: El magistrado Luis María López Guerra, principal muñidor de este despropósito. Conocí a este jurista, que no juez, a su paso por la Universidad de Extremadura (1981-1995), cuando se presentó a Rector. No me pareció una persona
demasiado brillante, al contrario, lo intuí (fue una corta charla sobre su programa electoral) más bien oscuro y con pocos recursos. Y carente de cualquier atisbo de carisma. Tan es así que, a un par de preguntas que le hice sobre determinados aspectos de mejora para el personal no docente, no quiso o no supo responderme y se zafó del brete con la promesa de hacerme llegar cumplida respuesta en pocos días. Evidentemente, todavía lo estoy esperando. Imagino que con el paso del tiempo y la experiencia acumulada en los diferentes cargos a los que le promovió su paisano, el suricato leonés, habrá adquirido, si no brillantez, al menos algo más de tablas. Y habrá corregido el exceso de saliva que, recuerdo, producía al hablar. Para no espurrear la toga, digo. Zapatero lo nominó en 2007 para el cargo que ocupa con la misión de que tumbara la doctrina Parot, y así cumplir la promesa hecha a los terroristas con los que se hallaba en plena negociación. Y al final, el tipo se ha salido con la suya y ha consumado la canallada.

Mucho se ha hablado del legado de Zapatero y sus consecuencias, con teorías para todos los gustos. Pero de ésta no tiene escapatoria porque López Guerra está ahí y seguirá ahí hasta 2017, urdiendo nuevas tropelías. Aunque me malicio que a Rajoy le ha venido de perilla esta herencia que se presumía incómoda, porque así tiene la excusa perfecta para poder seguir haciendo el paripé con las víctimas mientras pone una vela a Dios y otra al diablo. Y es que me parece que en estos temas de terrorismo y negociaciones con ETA hemos pasado del buenismo bobalicón y alucinado de uno, a la cobardía hipócrita y bipolar del otro. Y mientras, las víctimas más víctimas, porque lo son de unos y de otros y han de añadir a su dolor la tristeza del desamparo.

Los comentarios de conspicuos integrantes de la izquierda y de algunos tertulianos de diverso pelaje han sido de aurora boreal. Con las bocazas llenas de tópicos sectarios y exultantes de alegría por el triunfo de los derechos humanos y de la leyes del Estado de Derecho, manejando la ley del embudo con la destreza de un prestidigitador y sin mostrar la más mínima empatía con el sufrimiento de las víctimas a las que, en su fanatismo, alguno de ellos incluso se permitió el lujo de sermonear para que dejasen el odio y avanzasen por el camino de la reconciliación. Pues eso, que vayan resucitando los asesinados. Leí el otro día una frase que voy a dedicarles a todos y cada uno de estos mentecatos iluminados, con todo mi cariño: Cuando mueres, no sufres por ello porque no sabes que estás muerto. Si acaso sufren los otros. Lo mismo te pasa cuando eres imbécil.

domingo, 13 de octubre de 2013

FRUFRÚ DE TOGAS

Una de las máximas del ingenuo Montesquieu más sobeteada y desaprensivamente utilizada y transgredida por todos los poderes del Estado es, precisamente, aquella que hacía referencia a la separación de dichos poderes como uno de los pilares fundamentales del Estado de Derecho. Se suponía que unos iban a actuar como contrapeso de los otros y eso serviría para defender al ciudadano no sólo de sus congéneres, sino también de los abusos estatales. Una situación ideal que se queda, como mucho, en declaración de intenciones utópicas por estos corrales patrios porque desde que Alfonso Guerra, en arrebato estalinista, ofició el sepelio del pensador ilustrado, todos los que vinieron detrás se han encargado de ir echando paletadas de tierra sobre su tumba por si, como en el chiste, en vez de muerto estuviera mal enterrado. La actuación de Pascualín de Pascualón y sus mariachis constitucionalistas legalizando formaciones proetarras, o la del juez José Luis Castro liberando a Bolinaga, asesino irredento y moribundo vitalicio, son dos ejemplos palmarios de que la independencia judicial más que una utopía viene a ser, aquí y al día de hoy, un sofisma demagógico cuando no una patraña. Si a lo anterior añadimos la perversión que supone que el poder ejecutivo, encargado de hacer cumplir las leyes, suplante al legislativo, responsable de promulgarlas, transformando su cometido, sobre todo si aquel dispone de mayoría absoluta, en un mero trámite de ida y vuelta, y a sus miembros tan sólo en un número suficiente de votantes aborregados a las órdenes del partido que los nomina, las conclusiones no pueden ser más deprimentes. Y más desalentadoras. Pero bueno, qué se puede esperar de un sistema donde el gobierno nombra jueces y fiscales como Franco nombraba obispos. Y, para más escarnio, si un ministro de Justicia como el que tenemos anda encaramado en el pescante, no es que nos toque sufrir por nuestra mala suerte, que también, es que además con semejante auriga podemos ir camino de cualquier parte. Siempre hacia atrás, claro, y sacando los palios al oreo vaya a ser que se apolillen.

Si a perro flaco todo son pulgas y por si la justicia no tuviera ya suficientemente deteriorada su imagen, el lío de magistrados, magistradas, abogados concursales, amores, parentelas, despechos, detectives y denuncias vivido el mes pasado en los juzgados pacenses y recogido por el HOY esta semana, viene a añadir el punto de frivolidad pedestre y ácida que faltaba para completar su desprestigio. Si esto hubiera ocurrido en una gran urbe nada hubiera transcendido, que la multitud facilita el anonimato, pero Badajoz, siendo una ciudad, en determinados momentos puede transformarse en aldea o, incluso, en patio de vecinos que interiorizan, como si fuera un monográfico de Sálvame a la puerta de sus casas, este episodio de piques conyugales entre magistrados, algunos con selectos apellidos. Veamos: Dos jueces separados de hecho, no de derecho, desde enero. Él, Luis José, en Puertollano; ella, Esther, jueza única del mercantil en Badajoz. Dos hijos de 4 y 6 años que estudian y viven en Puertollano. Él contrata a un detective para saber qué ocurría con las criaturas cuando estaban con su madre en Badajoz y éste le informa que su ex tiene una nueva pareja sentimental, Juan, abogado concursal. Luis José y Esther tienen un encuentro, el 30 de agosto, que acaba muy malamente. Tras él, Luis José denuncia a Esther por adjudicar a su nueva pareja, como jueza de lo mercantil, actuaciones concursales que le reportan a éste pingües emolumentos. Como a la fuerza ahorcan, Juan renuncia a estas adjudicaciones. Esther denuncia a Luis José por maltrato sicológico y exige la custodia de los niños. La jueza sustituta del juzgado de Badajoz desestima la demanda y les conmina a la cordura. El fiscal recurre. La jueza titular, Samantha (sí, con “th”) casada con Emilio, juez decano de Badajoz y, a su vez,  primo del abogado concursal Juan, ya reincorporada de sus vacaciones retoma el caso admitiendo el recurso del fiscal, contradice el auto de su sustituta, dispone que la custodia de los niños la ejerza la madre y ordena el alejamiento de su marido de hecho, Luis José. (Quizás la jueza Samantha (sí, con “th”) debería haber ordenado el no-acercamiento, dado que de Puertollano a Badajoz hay casi 300 quilómetros). Y hasta ahí leí, quizás sé y puedo escribir. Parece que Luis José presentará hasta tres demandas contra su ex de hecho y demás. Y los vecinos pendientes.

Vaya culebrón venezolano se ha perdido la televisión, con apellidos de tanto “abuelengo” y tanta “prosopopeya”, que diría Cantinflas. Incluso hay nombres sonoros (Luis José) o de grafía oportunísima (sí, con “th”), que vienen pintiparados para un serial querendón que podría titularse algo así como Pasiones leguleyas. Rebajando el tono de drama pasional a vodevil arrevistado tipo Lina Morgan y Juanito Navarro, podríamos intentarlo con Amores entre puñetas o así. A mí, sin embargo,  más inclinado al sentido trágico de la vida, la duda que me inquieta es saber el jergón de qué cárcel andaría acogiendo ahora a uno de los dos protagonistas principales de esta historia si no hubiera sido juez. Porque ya se sabe, la justicia, con toda su parafernalia, para el ciudadano de a pie puede llegar a ser una losa inmisericorde y aberrante que lo aplaste ocultando los mayores dislates. Y casi siempre de bóbilis.



lunes, 30 de septiembre de 2013

VOLVIENDO SIEMPRE A LISBOA


En Juncal, una de las mejores series que hemos disfrutado en la televisión en España, hay una hermosa secuencia en la que podemos regodearnos, mientras escuchamos el fado María Lisboa ( Vende sueños, marejadas / y tempestades pregona. / Su nombre propio es María / y su apellido Lisboa.) cantado por Amália Rodrigues, de una vista aérea y a pie de calle de Lisboa en la que aparecen el río Tejo, la Praça do Comércio, Restauradores, el funicular de Gloria… Volví a verla acabando el mes de agosto y esa toma me cautivó como la primera vez y me inoculó, como siempre, el deseo de viajar de nuevo hasta esa bellísima ciudad, tan cercana a nosotros en tantos sentidos y, con frecuencia, tan distante y desconocida, cuando no olvidada. De modo que este último fin de semana con prórroga, volvimos a ella mi santa y yo con la ilusión de unos primerizos. Por supuesto que en esta ocasión, tras las terribles experiencias sufridas por su culpa, no eché mano del GPS. Ese engendro de Satanás se quedó en la casa, muerto, sin batería, metido en una cartera dentro de un maletín con cerradura de combinación que seguro que olvidaré y éste, a su vez, guardado en un armario cerrado con una llave que llevo siempre conmigo. A pesar de mi agnosticismo, y por si las moscas peliculeras, junto al maletín coloqué, con la esperanza de que sirviera de escudo a los posibles ensalmos del satánico artilugio, una pequeña imagen musical y fosforescente de la Virgen de Fátima, luminosa efeméride de mis días infantiles que quedó brillando en la oscuridad de su encierro.

Pero de nada sirven sortilegios contra un mal externo cuando otro similar y aún más dañino anida en nuestro interior. Para no entrar en detalles que sólo servirían para hacer más patente mi ya confesada idiotez topográfica, resumiré diciendo que me perdí a la entrada y a la salida de nuestro destino. Por si esto no fuera bastante puse la guinda antes del pastel y, en el trayecto de ida, llegando a Évora, recordé en un repente que había olvidado en la casa mi zurrón farmacológico, un surtido de pastillitas de colores y formatos varios que sirven para paliar las miserias de mi status cascajoso. De modo que media vuelta camino de Badajoz perfeccionando el arameo y más de dos horas perdidas, con lo necesitado que estoy de ellas. Curiosamente una de estas capsulitas olvidadas, brillante y bicolor, está indicada para favorecer el riego sanguíneo y evitar ausencias como la sufrida. Pero por lo que veo y por mi historia, la carencia que me flagela no debe de ser cuestión del riego, sino de la infraestructura del regadío, y me temo que para remediarla una virgencita se queda corta. Más bien se necesitaría toda una corte celestial vestida de dalmática y enarbolando con entusiasmo bengalas y cirios. Un grabado imposible de Doré con estrambote. Una quimera, vamos. Así que paciencia.

 Afortunadamente Lisboa es un bálsamo. Porque llegar al hotel, muy cerquita de la Praça Marquês de Pombal, tomar posesión de la geografía efímera y circunstancial de la habitación, asearte como un gato perezoso y salir a dejarte llevar por la vitalidad sosegada de la Avenida da Liberdade, actúa como una mágica y maravillosa rama de romero, que se lleva lo malo y deja lo bueno. Y ahí olvidas, esta vez para bien, cualquier desventura, peccata minuta ante el sabor de su aire, que el viaje te hubiera deparado. Porque Lisboa te envuelve y te protege y te lleva en volandas a la alegría calmada, al olvido hecho armonía, al atisbo de la felicidad. Y al fin, en ese encuentro mágico, debes abandonarte y permitir que la ciudad se adueñe de ti, dejar que te guíe, que su intuición dulce y antigua sea la tuya, que los libros que leíste sobre ella y los fados que escuchaste sean el espíritu que acompañe tus pasos. Abrir tu corazón como ante un primer amor reencontrado, dejarte conducir por su sabiduría y confundirte con ella y en ella, como te hermanas con la lluvia o te sumerges en la niebla. Y desear que sea tu sombra junto a su historia quienes dirijan tus sentimientos mientras desembocas en la Praça do Rossio, que se abre como un útero acogedor, cálido y vivo, para llegar por fin, tras la Rua Augusta, a pasar bajo el Arco da Victória y, en un parto incruento,  sentir cómo la ciudad te da a luz, te arroja en volandas hasta la luz del Tejo, ese río que cuando llega hasta ella se crece, emocionado, y adquiere vocación de mar. Y quedarte allí, viendo pasar los sueños arropado por el dulce chamullo de las voces calladas, mientras descifras los fados fantasmales que susurran los timbres de tranvías, las voces de la calle, las sombras de otros tiempos que vienen a ser éste.

Lisboa no es sólo una ciudad a la que ir. Es, sobre todo, una ciudad en la que estar. Porque es infinita, tan
distinta cada vez siendo ella misma que, generosa y agradecida, te regala en cada visita un nuevo matiz, un abrazo distinto. Lisboa es un sentimiento que se anda, “un estado de ánimo”, un destello de blanca luz, es sosiego y dulzura, melancolía serena, agrado acogedor de su gente hospitalaria y educada. Una ciudad a la que siempre queremos volver y no lo hacemos lo suficiente. Y tendríamos que hacerlo porque, cuando te vas, te despide con sollozos esperando que vuelvas pronto a estar con ella. Y el recuerdo de sus lágrimas puede llegar a destrozarte el corazón.

(Vuelvo a colgar este artículo, que desapareció de aquí por arte de magia o de mis torpes manazas. Aprovecho para decir que las fotografías las hizo mi santa)

domingo, 29 de septiembre de 2013

LA MALA EDUCACIÓN

La vanidad es yuyo malo / que envenena toda huerta, / es preciso estar alerta / manejando el azadón, / pero no falta el varón / que lo planta hasta en su puerta. He recordado días atrás, repasándolos, estos versos sencillos y profundos de Atahualpa Yupanqui, incluidos en ese tratado de filosofía popular, melancólico y sabio, que son sus Coplas del payador perseguido, un relato rimado por milonga que no me canso de oír, siempre emocionado. Cuando yo empezaba a sentir ese escalofrío anejo a los primeros balbuceos poéticos aprendí mucho de él, de sus canciones, de sus poemas, de su ritmo, de su entereza. Después, o al mismo tiempo en el tiempo quizás, tuve la suerte que solo tienen algunos elegidos: la de tratar a diario, durante años que cada día que pasa me saben más a pocos, posiblemente a la persona más extraordinaria con la que un poeta bisoño, inseguro y provinciano como yo pudiera encontrarse. Él, Jesús Delgado Valhondo, me hizo un hueco en su almario como se acoge a un hijo. Y allí me instalé yo, al calor de su poesía y de su bondad, sabiendo que nunca me dejaría desamparado, que yo siempre podría estar acurrucado a su abrigo, mientras él soportaba, limando, mis arranques de vanidad y de estupidez primerizas. Con infinita paciencia supo hacerme separar el grano de la paja, al tiempo que rebajaba, implacable y dulcemente,  los humos engreídos de soberbia que los aplausos pudieran provocarme.

No obstante, a pesar de sus esfuerzos, en los siniestros años de final de la dictadura y  del inicio de la transición recorrí, con otros poetas y cantantes,  buena parte de la geografía extremeña no sólo para encontrar un reconocimiento que satisficiera mi vanagloria, que algo de eso había también, sino, sobre todo, para aprovecharme, mientras lo compartía, del espacio de libertad que habíamos conseguido en esos recitales de poesía y canción y que, más allá de ese recinto mágico, la sociedad no disfrutaba. Era una manera de arrimar el hombro en la lucha, poniendo voz, música y palabras solidarias al clamor sordo que retumbaba en calles y plazas contra la represión franquista. Y allí, sorteando censores y guardianes camuflados, con mayor o menor acierto poético, largábamos las verdades del barquero. Era una hermosa manera de socializar la esperanza.

Viene todo este prolegómeno a que, de un tiempo a esta parte, muchas de las personas o personajes del mundo de la “cultura” que se suben a un escenario real o virtual a recibir algún premio o alguna prebenda institucional, se sienten en la obligación de soltar su mitin, su discursito ad hoc, su ración de ingenio crítico o, simplemente, su pequeño hatillo de idioteces para, poniendo cara de pensar “¡mecachis, soy la releche en verso!”, criticar con regodeo populista  la política del gobierno o institución que les concede el premio. Aunque entre los objetivos cumplidos de esa política nefasta y bellaca llevada a cabo por el otorgante esté, curiosa y paradójicamente, el de haberle concedido el premio al díscolo. El último en hacer el numerito ha sido el Premio Nacional de Cinematografía, Juan Antonio Bayona que, con 30.000 del ala en el bolsillo, instó al ministro Wert en un “duro y sencillo discurso” a que valorara la cultura. Pero, alma de cántaro, ¿no lo estaba haciendo ya al darte a ti el premio y la pasta gansa? Javier Marías renunció al Nacional de Narrativa en 2012 y Santiago Sierra al de Artes Plásticas en 2010, cada uno con unas razones que explicaron en los foros que creyeron oportunos y sin montar numeritos demagógicos ni peroratas de mala educación. Ellos dos sí fueron honestos. Y los 30.000 euros se quedaron en la hucha del Estado. Pero hay quienes quieren estar al caldo y a las presas hablando de castidad mientras se masturban. Y eso ya no cuela. O al menos yo no me lo trago. Lo que subyace en todo este cuento adornado de reivindicaciones extemporáneas es, en el fondo, la concepción elitista de algunos de los que se autoproclaman integrantes de la nómina del mundo de la cultura, a la que creen personificar en carne mortal. Se sienten miembros de una aristocracia a la que hay que apoyar, económicamente por supuesto, para que puedan sostener uno de los pilares fundamentales de la sociedad. La ideología oligárquica es lo que tiene.

El paradigma de este tinglado con ínfulas de transcendencia lo sufrí viendo por televisión la entrega de los Premios Ceres de este año, ese botafumeiro absurdo pagado, por ahora, a costa de un dinero que iba para el sostenimiento de escuelas e institutos extremeños. Conducido por el presentador más gracioso de España, allí salieron unos y otras a soltar su cantinela reivindicativa con la tranquilidad que da el saber que su actuación no tendría consecuencias, porque su  menospreciado anfitrión es un político elegido democráticamente y debe aceptar, educadamente,  las salidas de pata de banco de sus invitados. En el pecado lleva la penitencia por empecinarse, o dejarse empecinar, en semejante charlotada. Si se instituyera un premio a la más memorable actuación de la última gala yo sé a quien se lo daría. Nos obsequió con una matraca de una idiotez sublime. Y tan patética como Zapatero diciendo “yes”.

Acabo con Yupanqui, sin olvidar lo que me enseñó Jesús: Acostumbrado a las sierras / yo nunca me sé marear / y si me siento alabar / me voy yendo despacito, / pero aquel que es compadrito/ paga ‘pa’ hacerse nombrar. El problema de los Premios Ceres es que los que pagamos fuimos nosotros y ellos cobraron. Y el año que viene, si el consejero áulico no lo remedia, más.


lunes, 2 de septiembre de 2013

"IL DOLCE FAR NIENTE"



Dada mi provecta edad o así, de unos pocos años para acá este mes de agosto vacacional me lo tomo, resumiendo, de relajo. Cuando voy, voy a ver a mis hijos a Barcelona y poco más. Mi santa y yo, instalados en esa placidez que proporciona el amor sereno y suficiente, conscientes de nuestros más y nuestros menos y sabiendo lo que podemos exigirnos el uno al otro nos acomodamos, sin perdernos en proyectos que de antemano sabemos condenados al fracaso, en los recovecos que el tiempo nos ha ido proporcionando. Bueno, quizás ella, más condescendiente que yo, se amolda resignada a mis fobias aéreas y aventureras y se solidariza así con las angustias que me producen ciertos desatinos viajeros. De modo que lo que hacemos, fundamentalmente, es estar juntos, intuirnos, hablar cuando es necesario, callar cuando es preciso, sabernos mientras uno lee y el otro ve la tele o al revés o al unísono, y sentir que seguimos ahí, comunicándonos en silencio a través de esa frecuencia sabia que dan los años de relación y conocimiento.

Tenemos la ventaja de disfrutar en la casa de una cocina amplia, con una mesa holgada, televisor y musiquita donde, en verano, hacemos prácticamente la vida. A primera hora de la mañana me instalo allí con el ordenador, leo los diarios digitales y, según se tercie, me encabrono, me río, me asombro, me emociono o me desespero con ellos. Y constato a diario las posibilidades que una misma noticia tiene, según sea la tendencia del medio en que aparezca, de ser ella y su contraria. Pura magia. Después salgo al espacio exterior, compro el pan y el HOY y, de vuelta al abrigo del útero, me lo leo y lo bebo al compás de un cafetito cremoso. Así disfruto de uno de los placeres que más satisfacción me producen en esta vida (que alguien calificará de simplona) que por ahora vivo. Solo me falta para cerrar el círculo del clímax  ¡ay! un cigarrito. Pero desde octubre del año pasado renuncié a él y ando a cabezazos contra su ausencia, sobre todo en momentos mágicos como el descrito donde periódico impreso, lengüetazo al dedo para pasar y escuchar página y café, conforman el súmmum del “rechinchoncheo” y de la bonanza. A cambio del sacrificio que supone la abstinencia y para combatirla disfruto de una indemnización que viene a ser bien primaria y, por tanto, la gozo y fomento día a día, cual es atiborrarme de chucherías y dulzainas de las que he conformado un variado muestrario en sabores, texturas, tamaños y coloridos y que me zampo con  ansia de una manera anárquica y casi animal. Siendo lo anterior satisfactorio y engordador, el fruto que más y mejor me recompensa de mi ayuno nicotínico es la satisfacción que me produce el que la tos ya no me impida ni me interrumpa la risa. Gloria bendita. Con lo cual ahora puedo carcajearme a gusto hasta de mi propia sombra. Y de la de algunos ni les cuento.

Al filo del mediodía resuena en el silencio interior la sirena que me indica que llegó el momento de dejar toda actividad y, con cervecita y condumio aperitivero de por medio, me zambullo en el placer inmenso del “dolce far niente”. Para mí lo ideal sería, como su propio nombre indica, estar sin hacer absolutamente nada, ni siquiera pensar, sentirme apenas vegetal y sumergirme de lleno en el nirvana de la molicie, pero como no hay rosa sin espinas ni paraíso sin serpiente, cedo a los deseos de la mi santa, transijo y aguanto con resignación cristiana que irrumpa en nuestro asueto y en mi placidez el engendro televisivo. No estamos abonados a ninguna plataforma de ésas que te permiten acceder a multitud de canales, ni acostumbro a estar pendiente del aparatejo si no es para picotear debates y ver las noticias o alguna película o documental que me interese. Pero dadas las circunstancias, durante estas mañanas agosteñas me he implicado algo más en revolotear, zapeando, por los programas mañaneros. Vayan dos detalles de mi malhadada experiencia: Ha habido dos cadenas emitiendo sendos debates con tertulianos en algunos casos vocingleros y siempre pontífices, que si no existiera el llamado caso Bárcenas tendrían que haber ocupado ese tramo con refritos o anuncios de teletienda. Me daba la impresión cada mañana de que estaban repitiendo el del día anterior: mismos personajes, mismos rótulos, misma foto del tesorero cabezón, similar suficiencia impostada, idéntico guirigay... Incluso dudaba si era una u otra la que había sintonizado, porque el sonido de la matraca no da para muchos registros. ¡Qué pelmazos Ángela, Madre del Amor Hermoso! Y en otra cadena, me topé con un espacio conducido por uno de los tropecientos mil cocineros vascos, (a veces me da la impresión de que en el País Vasco hay más cocineros que habitantes), que me irritó profundamente.  Y no solo por los chistes deplorables que cuenta mal, ni porque desafina cuando canta, ni por el autobombo que hace de sí mismo y sus productos, que también. Es que, a mitad de la emisión y en el mismo escenario donde un momento antes se elaboraba una, digamos, suculenta receta, aparece la hermana del susodicho hablándonos de sus problemas de estreñimiento al tiempo que nos recomienda un producto milagroso para que larguemos heces sin problemas. Algo así como zimarrón encebollado sobre emulsión de tximitxurri evacuante. Vaya, que me pareció de un mal gusto tremendo, rayano en lo escatológico.

De cualquier manera, y esto es lo importante, durante todo el mes me ha costado saber en qué día de la semana vivía, síntoma inequívoco de que el paréntesis vacacional iba como tenía que ir. El lunes volveré al trabajo sin sentir esa idiotez absurda y blandengue de la depresión posvacacional. Antes al contrario, iré contento sabiendo que tengo la suerte de poder hacerlo. Y con la ilusión de que el año que viene, crisis mediante, más.

domingo, 11 de agosto de 2013

DESPISTES Y GPS

Ya he comentado por aquí en más de una ocasión mi condición de despistado crónico, con un currículo envidiable: Saludo a quien no tengo que saludar; dejo de hacerlo a quien debería; llamo Juan a Pedro y Pedro a Felipe; hablo con gente a la que no conozco o no tengo conciencia de conocer, gente que me para por la calle llamándome por mi nombre y que, cuando se van, siguen siendo igual de desconocidos porque sigo ignorando de ellos nombre y circunstancias, y a los que despacho con monosílabos ausentes con el desconcierto de no saber de qué coño he estado hablando con ellos porque, mientras duraba la conversación, mi cabeza bullía tratando de captar una señal con la que pudiera identificarlos. Ahí no acaba mi retahíla, porque también repito lo que ya dije y no dije lo que creí haber dicho, intento calentar el café mañanero encendiendo el televisor o metiendo la taza en el frigorífico en vez de en el microondas e incluso, a veces, superadas las distracciones anteriores, lo dejo calentito encima de la mesa y ahí se queda muerto de risa... En fin, para empezar y no parar. La verdad es que, hasta ahora, esta condición de ensueño hueco no dificulta mi vida diaria de manera grave. A lo más, pequeñas angustias si el olvido es una plancha o una cocina de las que dudo de su apagado, o fugaces cabreos cuando no compro o se quedan a saber dónde las chucherías con las que disimulo el mono de nicotina. Lo dicho, veniales o medianos lapsus de memoria en muchos casos baladíes y del todo ocasionales, que mi santa resuelve con paciencia y vigilancia cuando puede. O sea, si no aparece su versión perversa y se le pone cara de Charles Boyer en “Luz de gas”, se me viene diciendo que me ha dicho algo de lo que yo no tengo conciencia, y ella lo achaca al desinterés que pongo cuando me habla y, en el colmo del paroxismo, llega a decirme hasta distraído mientras me manda al purrio, valga el doble eufemismo de horario infantil. En cualquier caso nada dramático. Antes al contrario, motivos para el posterior carcajeo y la tenue ternura cómplice.

El drama sí que viene cuando, en tierra extraña o en la mía pero al pronto desconocida, y con motivo de vacación, boda, bautizo, cumpleaños, jolgorio o trabajo, debo salir fuera de los límites trillados, que es decir algunas pocas zonas de Badajoz relacionadas con casa, trabajo y ocio moderado. En Badajoz ya me pierdo más veces de lo que puede considerarse excesivo, pero si debo traspasar sus fronteras el asunto alcanza tintes verdaderamente trágicos. Ahí sí encuentro una grave e insuperable dificultad para el normal desenvolvimiento de mi actividad vital, porque mi cretinez topográfica es tan supina que, fuera de mis parámetros, puedo perderme en un baldosín. Si para muestra vale una pérdida diré que cuando mi mujer fue destinada como maestra a Belvís de Monroy, pueblo que añoro y donde estuvimos cuatro años irrepetibles conviviendo con gente cariñosa y hospitalaria, digo que en aquel pueblo entrañable de unos 400 habitantes que mis hijos se recorrían de pe a pa incluso de espaldas, yo me perdí un día viniendo de la compra a escasos 100 metros de donde vivíamos. Y cuando conduzco ocurre lo que nunca creí que podría ocurrir. Porque entonces mi incapacidad de orientación se multiplica hasta el infinito y más allá. Se me nubla el entendimiento, la razón y cualquier capacidad de retentiva, lo que me impide intuir y mucho más conocer mi posible ubicación, de manera que puedo pasar varias veces por lo misma esquina sin percatarme de que lo hago, o meterme en la calle “sal si puedes” una y otra vez o, como me pasó en Salamanca, llegar a un punto en que tengo que salvar varios escalones castigando bajos y amortiguadores del coche para poder salir del embrollo. El desiderátum, vamos.

De modo que harto ya de penurias, de cabreos y de vagabundeos callejeros sin sentido, decidí comprarme un GPS, aparato en apariencia inofensivo y benéfico cuya función sería llevarme de la mano y del volante al destino elegido, evitándome vueltas inútiles y recovecos innecesarios. Un avance tecnológico que actuaría como una unidad de paliativos para combatir  mi acusada dislexia orientativa. Al principio la cosa fue bien. En los primeros viajes me llevó sin demasiados sobresaltos a donde quería ir y andaba yo convencido de haber encontrado el suplemento ideal para mis periplos. Comentaba con amigos y conocidos los beneficios que me aportaba la tranquilidad de desplazarme llevando a ese compañero de voz monótona e impersonal como copiloto virtual. Y me confié hasta el punto de no consultar ya guías y mapas, como antes hacía, para acatar sumiso sus órdenes. Y ahí es donde la puerca torció el rabo porque, viéndome entregado, este engendro diabólico se ha dedicado últimamente a mortificarme con una crueldad y un sadismo inimaginables. Tengo para mí que el pequeño monstruo ha sido poseído por el maligno. La última faena de muchas me la hizo esta misma semana que he ido a Barcelona a ver a mis hijos. El muy cabronazo me perdió al entrar y salir de Zaragoza y de Barcelona, haciendo que circulara por callejuelas y vericuetos durante más de una hora cada vez. Como si hubiera adquirido vida propia, habla cuando menos lo espero diciéndome que haga barbaridades en mitad de la autopista, o que tome la segunda salida de una rotonda inexistente, o que gire 180 grados sin venir a cuento. Lo encendí en el salón de casa para ver cómo estaba de batería y se descolgó diciéndome que al final de la carretera girara a la derecha. Yo ando ya cagadito de miedo. Lo cual que estoy tratando de contactar con el padre Fortea a ver si me lo exorciza y lo endereza a base de hisopazos. Si no da resultado, le arreo un martillazo en lo alto de los circuitos y lo mando a los infiernos, que es donde debe estar. Y aquí paz y después gloria, que preguntando se llega a Roma.

sábado, 27 de julio de 2013

¡CÓMO CANSA MORIRSE!

Cuando este pasado lunes 22 iba camino del trabajo, la luna era como una bola enorme que apabullaba en el cielo, redonda y mágica, llena, poderosa. Me sobrecogió porque de tan perfecta se antojaba artificial, una luna de atrezzo puesta ahí como fondo de escenario para el gran teatro de la vida y de la muerte de la noche de cada día. Y se me vino a la garganta la angustia de un presagio que, a los que andamos inmersos en el sentido trágico de la vida, nos resulta dolorosamente familiar. Mientras conducía trataba de espantar al miedo, quitarme de la cabeza a voz en grito histérico y taquicárdico una certeza que sólo quedara en quimera, perdiéndome desaforado con el Cigala por la romántica niebla del riachuelo cuajada de amores y barcos desahuciados que inundaba el coche. Me regodeaba así, adrede, en esa ignorancia amable que tantas veces alimenta a la esperanza. Torpe e inútil intento de huida porque ya no había escapatoria. Cuando apenas una par de horas después recibí la llamada de mi amigo Angelito, generoso soporte de mi egoísmo cobarde de avestruz, que me mantenía al tanto de cómo evolucionaban las cosas ya supe, antes de descolgar, que nuestro amigo Javier Leoni había muerto. Vino la luna entonces de nuevo hasta mi mesa como una luz callada de helado de vainilla de otros tiempos, de infancia arrebatada, como un fantasma absurdo y cómplice. Luz de una luna antigua de ese día, nueva y añosa, distorsionado el tiempo en la zozobra, el paso de la horas desquiciado en la vorágine triste de tanta ausencia inquieta y del dolor espeso, insoslayable, que envolvió esa maldita mañana de lunes en la que, trabajando como estaba, apenas pude compartir mi pena ni tan siquiera, casi, conmigo mismo. Por no armar alboroto, por no llenar pasillos de unas lágrimas que no quería explicar, por un pudor absurdo que después padecí como una traición a mi amigo muerto, espontáneo y vital él como un niño.

Por la tarde deambulé algo sonámbulo por el tanatorio donde nos esperaba. Me hubiera gustado haber podido besar su frente por última vez, como hacía cuando nos veíamos en el Bar Deportivo. Pero no pudo ser. Y traté de consolar, si es que esto era posible, a su mujer y a sus hijos y a sus hermanos y me temo que entre mi despiste, las lágrimas y la tristeza, también a algún deudo de un muerto que no era el mío. Porque tengo el recuerdo borroso de una cara de alguien que no identifico que, con gesto de extrañeza, agradecía mis condolencias. A saber. Una buena anécdota para habernos reído los dos. Porque Leoni se reía, se reía mucho. Y cantaba mucho también con una voz potente de barítono que le salía desde el fondo de las tripas. Y era un hombre generoso del que era muy fácil ser amigo, porque él se entregaba como nadie, y al que se quería apenas conocerlo porque él lo hacía con todo el peso de su humanidad. Y un cómico de la legua y de la lengua de los que ya quedan pocos, ocurrente, culto, maestro de las palabras con las que hacía juegos inverosímiles y desternillantes. Andaba por la vida interpretándose a sí mismo y siempre lo hacía bien porque siempre era él, sincero y auténtico, mi gordo entrañable y bueno. Recuerdo una tarde de filosofía modorra y cervecera en la que le dije que cuando los amigos a los que añoras empiezan a ser más de los que puedes saludar, la vida va cogiendo un mal camino. Y  él me contestó como un resorte, palmeando con fuerza su barriga a dos manos: “Pues mi añoranza valdrá lo menos por tres saludos”. Y ahí se acabó la murria.

En su libro póstumo “Huir”, nuestro Jesús Delgado Valhondo, que nos dejó el 23 de julio de hace 20 años, se preguntaba a dónde se iban los muertos. Yo quiero sospechar que a ningún sitio porque están en todos. Ahora mismo están aquí los dos y, un poco más arriba, Leoni filosofaba conmigo entre cervezas.  Digo que están allí donde los pensamos. Y con nosotros cada vez que los echamos de menos. Y ellos nos hablan a través de nuestros recuerdos. Puestos a fantasear y a consolarnos, yo veo a Javier encaramado en el carro de la Osa, Mayor por supuesto, llevando el teatro “más allá de Orión”;  o corriéndose una buena juerga con las Perseidas; o, quizás, en el país de Nunca Jamás encarnado en Smee, el ayudante oportunista y rechoncho de Garfio o, incluso, en un Peter Pan satisfecho y orondo, ajeno ya a la inquietud del paso del tiempo porque tiene todo el del mundo y anda disfrutando de la eternidad .

Los médicos, forzosamente anclados a la tierra y por eso, a veces, tan faltos de ideas como de imaginación, consultan sus gruesos glosarios para etiquetar la muerte cuando no pueden librarnos de ella. Así, nos han dicho que nuestro amigo ha muerto de una pancreatitis con ascitis. Diagnóstico erróneo y acompañado, además, de una rima infame. Ellos no entienden de paradojas, ni de dualidades teatrales, ni de metáforas, ni de razones poéticas y son incapaces de salirse del guión. Han de saber, y no hace falta ser médico para eso, que Leoni ha muerto por ansioso, porque se atiborró de vida. Leoni ha muerto de un atracón de vivir. Pancreatitis con ascitis, dicen… “Cursiladas y mamarrachadas”, panda de ignorantes.


domingo, 14 de julio de 2013

EL MENDICANTE

Las relaciones entre la Universidad de Extremadura y el gobierno regional empezaron con mal pie y parece que siguen cojas. En los primeros presupuestos elaborados por el consejero Fernández a finales de 2011 hubo error o hubo alevosía pero el caso es que, de entrada, se rebajaba la aportación de la Junta a la Uex en un 24%. Teniendo en cuenta que el ajuste de la consejería de Educación era de alrededor del 2%, parecía (y era absolutamente disparatado) un desfase porcentual que condenaba a la institución universitaria a un miserere prematuro. Al final se enderezó el entuerto, aunque no sin escenas de encocore, salidas de pata de banco y pelea de gallos, y la aportación, aún rebajándose, lo hizo en un porcentaje que no desentonaba con el resto de recortes aplicados en toda la economía regional. Ahí ya se abrió una herida en amores propios y vanidades varias que creo que sigue supurando, porque cuando parece en vías de cicatrizar y adquiere apariencias saludables, bien por declaraciones de unos u otros, bien por encontronazos directos, la encarnadura falla y vuelven a fluir los icores. Una vez pasaron las tensiones de la apertura de curso, la paga extra de diciembre volvió a poner al descubierto la fragilidad de la cura. La Junta palió la eliminación de la misma a sus empleados adelantando a enero la de julio de este año pero la Uex, aculada en tablas, se empecinó en no hacerlo a pesar de la oferta de financiación que se le hizo al Rector. Éste, hablando por boca de ganso, esgrimió para justificar su cabezonería una serie de razones a cual más peregrina que a pocos convencieron, avaladas, como venían, por su falta de convencimiento y de fuste. Y allí que volvió a salir a la palestra el consejero Fernández a rebatirle medias verdades.

Hace unos días compareció el susodicho ante la Comisión de Educación de la Asamblea. Lo que ha transcendido de esta comparecencia, que quizás haya servido para mantener la herida húmeda, es un titular inquietante: “La Uex solicita más fondos a la Junta para no tener que despedir profesores”. El desfase quedó cuantificado en dos millones de euros. En fin, no sé si esta posición mendicante del máximo mandatario de nuestra Universidad resulta la más apropiada para la imagen de la misma, porque corremos el peligro de que la sociedad vea a la institución como un pozo sin fondo, como el refugio de una élite privilegiada, como una burbuja pedigüeña aislada de los problemas y zozobras del resto de los mortales. Para solucionar esta carencia de fondos la solución que ofreció, ya ven, fue la del despido de docentes. Esto dicho así, y dada la situación de paro en el país, suena a remedio traumático máxime cuando la sociedad está, con razón, tan sensibilizada con el tema. Pero habrá quien diga, mientras espera en la cola del Sexpe, que en todos lados cuezan habas y que, ante la crisis, sobran bulas. En cualquier caso habría que matizar la frase, que me parece una pose melodramática más que otra cosa y, antes de despedir a profesores interinos que se irían a su casa a contar nubes, tratar de explorar caminos alternativos menos dolorosos. Sobre todo porque el consejero Fernández ha sido cocinero antes que fraile, sabe perfectamente de pucheros y sartenes universitarias, y se llevó ese bagaje a la Consejería unido, quizás, al resabio de algún resentimiento. Y no se la van a dar con queso.

Digo yo que antes de coger por la calle del medio facilona y dramática, ¿por qué no se insta al gobierno extremeño a que acabe de forma inmediata, vía decreto, con la financiación de las prejubilaciones incentivadas? No se entiende, como está el patio, el estatus de privilegio del que disfrutan Ibarra y 69 más, cobrando el sueldo que cobraban estando en activo hasta cumplir 70 años. ¿Por qué no se reducen al mínimo las comidas protocolarias, de trabajo, de cortesía, de tesis, de espolique? Y, una vez reducidas, ¿por qué no se limita el número de comensales y el gasto por cada uno de ellos? ¿Por qué en los tribunales de tesis con marchamo internacional, que a veces más parecen agencias de intercambio de vacaciones pagadas entre sus miembros, y teniendo en cuenta que el resultado siempre va a ser el mismo cum laude rutinario, no se traen catedráticos desde Coimbra, Lisboa, Evora u Oporto en vez de desde Finlandia, Alemania, Suecia, Patagonia o Brasil? ¿Por qué a los profesores de Ciencias de la Salud que reciben alumnos en prácticas se les paga durante todo el año, mes a mes, una actividad que les lleva, como mucho, un cuatrimestre? ¿Por qué profesores jubilados siguen disponiendo de despacho con aire acondicionado y calefacción, ordenador, material de oficina, teléfono y qué se yo con cargo a los presupuestos? Y si, a pesar de todo, hay que despedir docentes, hágase con aquellos a los que no arrojaríamos a la angustia. ¿Por qué no empezar por los compatibilizados que disfrutan de ¡dos nóminas! con cargo a la Administración, profesores de instituto, funcionarios varios, miembros de la propia universidad que duplican funciones...? Y las horas de clase que estos dejen vacantes, ¿por qué no las ocupan los profesores titulares y catedráticos que en un cuatrimestre no pisan un aula y en el otro lo hacen cuatro o cinco horas a la semana? No sé cuánto se ahorraría la Uex con estas medidas y con algunas pocas más que se me ocurren pero para las que no tengo ya espacio. Pero lo que considero impúdico es mendigar, amparándose en medias verdades, para seguir manteniendo los privilegios de unos pocos a costa del sacrificio de todos los demás.

domingo, 30 de junio de 2013

DAÑOS COLATERALES

No sé el tiempo que tardará nuestra economía en recuperarse de esta crisis que apenas ayer para el suricato inane no existía y que ahora nos asfixia y obsesiona. Y digo nuestra economía en el sentido de la de cada uno de nosotros, de familias y personas de las que vamos cada día por la calles y nos saludamos o no; de aquellos que salimos a trabajar tempranito o no; de los que quisieran hacerlo y no pueden; de los jubilados que ven cómo su pensión no se estira lo suficiente para cubrir las necesidades de hijos y nietos añadidos a la mesa; de los jóvenes que deben emigrar para mirar su futuro con un mínimo de esperanza, a los que la cateta ministra Báñez, inmersa en su mundo de anchas solapas y escaso caletre, despacha desde su atril holgado y sobrevenido agradeciendo su “movilidad exterior” y a los que, de aquí a nada y visto lo visto, acabará mandándoles una embajada de coros y danzas de una nueva Sección Femenina itinerante y remozada que emule hipocresías pasadas en telediarios y noticieros vergonzantes e indignos, hechos a la medida de su mediocridad. Digo que la economía de un país como el nuestro es un monstruo de endiablada agilidad cuando de destruir empleo y riqueza se trata y desesperadamente lento cuando quiere recuperar la bonanza perdida. Si a esa rapidez demoledora añadimos la aceleración que imprime la ceguera, la soberbia y la ignorancia de gobernantes estrambóticos y ceporros como Zapatero, un botarate de enciclopedia tan nefasto como Fernando VII, que cuando quiso darse cuenta de la tragedia que vivíamos ya había desaparecido del mapa político –si es que alguna vez fue consciente de que estaba en él y no jugando al Palé- el desastre alcanza proporciones ciclópeas del que tardaremos lustros en recuperarnos. De modo que de la mañana a la tarde nos quitan pagas extras, nos reducen prestaciones, nos suben impuestos,  nos racanean becas, cierran PAC, despiden profesores, elevan a la enésima impotencia el número de parados y, cuesta abajo en la rodada, nos chulean el futuro y la esperanza de dos generaciones. Y lo que te rondaré, morena.

Si todo lo anterior no fuera suficiente para amargarnos la existencia, estos tiempos turbios siempre arrastran, como daños colaterales que aprovechan la situación de desencanto generalizado para intentar hacer su agosto, todo tipo de personajes marrulleros y de ideologías pringosas que añaden escarnio al dolor y dan testimonio de la picaresca, a veces trágica, que pulula al amparo de las catástrofes. En Grecia se ha materializado en partido nazi, “Amanecer dorado”, que con 18 diputados y el 6,92% de los votos, fue el quinto más votado en las últimas elecciones. Alarmantemente, en una encuesta de la pasada semana, alcanza el segundo lugar en intención de voto con un 14,5%. En Italia apareció Beppe Grillo con su charlotada, pero parece que su invento “cinco estrellas” se ha ido desinflando como la burbuja inmobiliaria aznarina que nos trajo hasta aquí. En cualquier caso, los italianos bastante tienen con Berlusconi, que a más de grillo corrupto es putañero y proxeneta y que ahí sigue por la gracia de los votos. En España no han surgido partidos ni políticos de esta calaña. El movimiento 15M y posteriores fue cohetería de feria, del enigmático “Partido X” nunca más se supo y Mario Conde, que se iba a comer el mundo en Galicia, lo que se comió fue un mojón con grelos. O sea, lo que se merecía. A cambio de vernos libres en política de nuevos engendros y cuentistas, (o casi, porque a los que hay, a ver quién los echa), y sin contar a algunos periodistas a los que el pelo de la dehesa que campea por nuestras televisiones y círculos gremiales ha investido con aureolas de intrépidos paladines de la objetividad, algo opuesto al descaro sectario del que adolecen, tenemos la desgracia de soportar el chorreo incesante de programas de tertulias televisivas a las que se han ido incorporando una serie de gorrones y aprovechados, pontífices de la tontería, que transcienden sus perogrulladas con aires de suficiencia, dándonos lecciones y aparentando una clarividencia que se ve tan falsa e impostada como las que te encuentras en un teléfono de augures tipo 806. Sin contar al tal Conde ya nombrado, que debería andar penando sus desmanes en Soto del Real con Bárcenas y Díaz Ferrán, por esos programas andan recogiendo a algunos iluminados que mejor andarían callados como orugas. Aguanto a un profesor de Políticas de la Complutense, Pablo Iglesias, al que quizás el nombre le influya para vivir en la máquina del tiempo y al que, en secreto, le agradezco que su perorata me retrotraiga al principio de los años 70 del siglo pasado, aún con Franco vivo, cuando yo estudiaba en esa Facultad. Porque, escuchándolo, me parece estar leyendo los eslóganes de las pancartas que por allí colgábamos en aquel tiempo añejo que, siendo mucho más creativo y verdadero, ahora anda ya fuera de lugar, obsoleto y añoso. Oír ese discurso estalinista a un señor con coleta, en Intereconomía, con aires de novedad recién parida, me desconcierta en la gratitud rejuvenecedora que me supone al tiempo que me obliga, vía zapeo, a buscar referentes actuales que me devuelvan al presente democrático y occidental. Y otro santón ubicuo es el ínclito Revilla, oportunista de la política ayer y hoy de la mercadotecnia, conocido por sus latas de anchoas y sus viajes en taxi, que dejó a Cantabria más pelada que una nalga, dizque escritor de dos libros y pontificando con un gracejo pelmazo sobre lo que hay que hacer para salvarnos cuando fue incapaz de llevarlo a cabo cuando tuvo ocasión. En fin, todo un dechado de vergüenza torera. Y, para colmo de males, parece que Zapatero quiere ser conferenciante y echarnos una mano. De aquí a que se abra el séptimo sello queda, si acaso, un suspiro. Pues eso, que Dios nos coja confesados.

domingo, 16 de junio de 2013

VUELVA USTED EN 2020

Tuve la paciente curiosidad de seguir en directo, este pasado martes, el discurso que Monago nos ofreció con motivo del debate del estado de la región. Y no contento con recibir semejante ración de mal disimulada egolatría política, también lo descargué desde las páginas de la edición digital de este periódico. En resumen, dos largas horas de perorata lánguida que el presidente nos atizó esdrujuleando un sonsonete cansino  y cerca de 50 folios de un texto al que podría calificarse de todo excepto de ameno, carente de agilidad y de los oportunos chispazos que pudieran liberarme del sopor, trufado de errores de puntuación, de ortografía y de sintaxis y, para mi gusto, escrito con un pobre estilo literario. Si se me permite la ironía creo que, antes de ser presidente, Monago escribía muchísimo mejor que ahora. Cosas de las bambalinas. Me sorprendió que a la prédica le hubiera puesto título, “Renovar la esperanza”, no sé si con afán de posteridad o por querer darle cierta pátina ensayística al legajo. O, quizás, porque sea habitual entre nuestros próceres tratar de inmortalizar sus monsergas titulándolas de manera más o menos original o, incluso, porque haya seguido las ocurrentes directrices de Redondo y Asociados Public Affairs Firm. Lo más probable es que haya sido por todo a la vez, pero el caso es que a mí  me resultó chocante y presuntuoso. Muy acorde, por otra parte, con el tono general del discurso que, excepto cuando intenta ponerse poético o discurre por andurriales pomposos y vacuos, tiene mucho de arrogante. Si de entrada nos endilga el exceso inconmensurable de que ha liderado Extremadura “ante el desafío político, económico y social más importante de nuestra historia”, y a lo largo de su desarrollo proliferan maximalismos de similar calibre, ya me dirán ustedes si no va ensoberbecido, creo incluso que hasta transmutarse, en su imaginario egocéntrico, de gobernante a caudillo redentor.  Todos los plurales que utiliza después metiendo a los extremeños como colaboradores necesarios en el logro de ajustar el déficit y cuadrar las cuentas públicas, suenan a mayestáticos. A mayor abundamiento si esta colaboración nos ha venido impuesta “manu militari”. A pesar de que creo que es absolutamente legítimo que, teniendo en cuenta las condiciones en que la recibió, Monago se sienta orgulloso de haber colocado a Extremadura, en dos años, en una buena situación para el despegue económico, debería tener cuidado de no sobrepasar la línea sutil que separa orgullo de vanidad. Es esa una torpe imprudencia que transforma al sabio en sabiondo y a la erudición en petulancia. Salvando las distancias, claro.

En fin, son las anteriores cuestiones de continente, de formas, que quizás puedan resultar anecdóticas y, aunque en política son importantes, no resultan fundamentales. El fondo del discurso, que es la chicha que alimenta, es un programa de gobierno que abarcaría los próximos diez años o lo que queda de esta legislatura y la siguiente, que no lo tengo claro, pero en cualquier caso centrado en el crecimiento económico y la creación de empleo en Extremadura. Una hoja de ruta “propia, diferente e independiente” que andaremos gracias a una energía que él llama, para mi gusto cateta y pomposamente, “Extremadura 20/20”  y que está asentada sobre ocho pilares: fiscalidad, innovación, educación, financiación, internacionalización, competitividad y especialización. Gracias al desarrollo de estas áreas, Monago garantiza que en el año 2020 Extremadura ya no será la región menos desarrollada de la Unión Europea. No sé si será demasiado optimista, si habrá mucho cuento de la lechera escondido en su desarrollo, si será posible materializar este proyecto de futuro, si cuadrarán las cuentas para llevarlo a cabo,  pero en principio yo me apunto. Quizás porque esté deseando que se encienda una luz, aunque sea de candil, entre tanta oscuridad económica. Y quizás porque a todos nos haga falta empezar a creer en nosotros mismos. Y porque, alrededor de estas iniciativas, parece que se ha abierto la puerta a un posible consenso, aunque sea de mínimos, de todas las fuerzas políticas parlamentarias. ¿Lo de la rebaja del IRPF?,  una minucia económicamente hablando. Pero como dice mi amigo Juanito tocando la campana cuando le dejan propina en su bar: “¡Bote que regalan. Poco es, pero bueno es!” Y, si además, ha tenido repercusión política y mediática y emberrenchinado a la panda catalana de talibanes nacionalistas, a dos o tres peperos pelusones y a algún zampabollos doméstico, miel sobre hojuelas.

 Buscando en Internet descubro que en el año 2001 se publicó en España un libro del escritor estadounidense Og Mandino llamado precisamente “Renovar la esperanza”. No sé si bajo la influencia del blog “The war room”, muy americanista también, nuestro presidente ha tomado prestado este título para su discurso. Ya puestos, debería haber indagado un poquito más en el pensamiento de este especialista en libros de autoayuda. Hubiera conocido dos de sus frases antológicas que podría haber tenido en cuenta: “Las tareas de mañana no las puedo hacer hoy, por eso las dejaré para mañana. Hoy hago las de hoy” y “Siempre plantee nuevos objetivos en el momento que alcanza los anteriores”. Los 63.000 parados extremeños sin prestaciones, objetivo dramático no sólo prioritario sino urgente, le hubieran agradecido que aportara siquiera un atisbo de  solución a su angustia diaria. Porque para ellos el futuro no es el 2020, para ellos el futuro es hoy.