miércoles, 24 de febrero de 2010

AULA DÍEZ-CANEDO

Lo pasamos bien.
Con Paola y Paco

Fue una experiencia agradable la del pasado jueves. Por la mañana en el Colegio Hernán Cortés, con alumnos de instituto. Me presentaron Paola y Paco, del Colegio Diocesano "San Atón". Lo hicieron magníficamente, con power-point y un pequeño entremés previo. Todo bajo la batuta de Manuel Chacón, su profesor. Estuve muy a gusto, creo que los alumnos también, y quedé muy agradecido por el trabajo que hicieros estos tres espadachines.

Por la tarde, a pesar de que el tiempo no invitaba a salir de casa, el saloncito del MEIAC estuvo concurrido. Me presentó Manuel Pecellín con un estudio detallado de mi poética, hecho con el rigor, no exento de generosidad, a que nos tiene acostumbrados. A los dos nos dio entrada Enrique García Fuentes. Tuve, entre otras, la satisfacción de conocer a Carlos Rivero, fotógrafo-poeta o viceversa. Vuelvo a agradecer ahora, específicamente, a José Manuel Sánchez Paulete y Enrique García Fuentes que me invitaran a participar en este Aula.

Lo dicho, un día poético. Que no está nada mal.

Con Enrique y Manuel.






viernes, 19 de febrero de 2010

FAUNA EXTREMEÑA

Aparecen debajo de las piedras, detrás de las esquinas, emboscados tras de una columna periodística, en la televisión, por los pasillos de la Universidad, en la sopa de fideos. Después de que a partir del año 1982 se reinstaurase, casi sin solución de continuidad, el pensamiento único, hay en esta tierra una cultura del clientelismo, del mamoneo, que ya es un estigma que sobrevuela el aire del aire. Esta sociedad de aquí, la nuestra, la de andar por casa, tiene una tara genética que a ver quién es el guapo que la rompe y la manda a las cloacas de la historia.


Tres grandes familias, a mi corto entender, forman esta fauna culebrera: trepas, pelotas y chivatos, siendo los primeros los más numerosos a pesar de que, para serlo, han de hacer méritos. Hay quien los hizo llevando la cartera de un Consejero, o riendo las gracias de un alcalde, o represaliando un libro, o dejando de hablar al amigo “desafecto”. Los hay que renunciaron a su partido y a su ideología. Se encaramaron a la cola del pesebre, y una vez que sintieron en sus espaldas la caricia facilona del sillón de respaldo alto y palparon las pelusas de la moqueta, si te he visto no me acuerdo. Estos conversos, furibundos, resultan los más patéticos. Han de hacer méritos para que su pasado descarriado no suponga un obstáculo para sus ansias. Y entran a saco en el engranaje. Les da igual llevarse por delante a sus amigos, a sus sueños, a su libertad. La palabra riesgo no existe en sus diccionarios. Todo sea por el riñón, todo sea por la causa que les permita vivir creyéndose lo que no son. Es fácil cambiar dignidad por estabilidad. Al fin y al cabo, la integridad es un mito que acabó en El Quijote. Y hay que huir del crítico como de un apestado, cruzarte de acera si lo ves por la calle, no contemporizar con estos puñeteros amargados, con los no uncidos, vaya a ser que alguien vea y pida explicaciones. Y se arrellanan a vivir. Les pierde el interés porque un trepa no tiene más ideología que el trepar. Y servirán al amo mientras dure la bicoca.


Pelota y trepa, ¿son palabras sinónimas? Yo creo que no, aun siendo de la misma familia. El pelota no siempre es trepa. Hay pelotas de línea pura que no buscan recompensa material y ejercen su peloteo sólo por idolatría, como el que reza, como el que adora. El pelotillero ungido daría la vida por su dios de pacotilla y mataría por él. Es el más peligroso de todos porque, creyéndose portador de valores inmutables, te pisa la cabeza como mancilles el buen nombre de su caudillo. No espera recompensa alguna. Este talibán se siente satisfecho defenestrando infieles, sin que le importe que su nombre figure o no en parte alguna. Si alguna vez coincide con el dios terrenal y éste le sonríe como mirando a una grulla, él guardará esa sonrisa como un viático. Es la tropa fanática. Son los sin nombre.


No todo pelota es chivato. A la viceversa, siempre. Cuando se juntan estas dos características en alguien, ojo de chícharo con él porque estos bifrontes son hijos de mala madre. Desde chicos. Empiezan con el peloteo y las chivadas en la escuela y ya no pueden parar. Es como una droga que se les mete en el cuerpo y, cuando no ejercen, alcanzan unas crisis de abstinencia que son capaces de llevarse por delante a Cristo bendito hasta conseguir un chivateo que llevarse a la boca. Incluso, en el colmo de su paroxismo, endilgan a algún incauto falcatúas inexistentes con tal de meterse la dosis que los tranquilice.


Por cierto que, en el mundillo de nuestra cultura (perdón por la palabra) oficial, conozco yo a algún elemento que es uno y trino. Siendo él quien es, reúne en su cuerpecito las tres características zoomórficas antes descritas. O sea, lo más de lo más.

viernes, 12 de febrero de 2010

AULA DÍEZ-CANEDO

Intervendré en el Aula Díez-Canedo. Será el próximo jueves, día 18, a las 8 de la tarde. Como siempre, en el MEIAC, en Badajoz.

Por la mañana estaré con alumnos de institutos en el Colegio Hernán Cortés.

Más de una roncha le habrá producido a más de uno mi participación. Otra razón más para que aceptara la invitación que me hizo Enrique García Fuentes, que la codirige ahora con José Manuel Sánchez Paulete. De todas formas espero que, al entrar, no salten las alarmas de ese sanctasanctórum.

jueves, 11 de febrero de 2010

LA CONSPIRACIÓN

¡Ay, “mamasita”, estoy desolado! Qué digo desolado, estoy que no me llega la camisa al cuerpo. Parece que la “Ley de la Memoria Histórica”, por algún arte de birlibirloque del maligno, se ha transmutado en “Ley de la Presencia Histórica” y ya está aquí otra vez la conspiración. Ahora ya no es judeomasónica, ni está auspiciada por el contubernio de Munich. ¡Quiá! Ahora es mucho peor. Son agentes internacionales, especuladores envidiosos de nuestra prosperidad y nuestra paz los que, emboscados tras la prensa canallesca y el capital espurio, propalan infundios y mentiras con el fin de minar, no sólo la egregia figura de nuestro caudillo, sino los mismos pilares de nuestra sociedad occidental. ¡Es que van contra el euro, o sea, contra Europa, coño! Y para cargarse la esencia europea, los muy ladinos saben dónde atizar. ¿Quién es, hoy por hoy, el dirigente europeo con más carisma, el más admirado, el líder del primer mundo, el abanderado del progreso, el faro de occidente que con su luz guía nuestro país y nuestro continente por aguas mansas y prósperas, el que con su sola presencia aúna voluntades, el más sagaz, el que con su preclara inteligencia nos está llevando a las más altas cotas de prosperidad económica y cultural? Pues quién ha de ser, almas de cántaro, el nuestro, el de la sonrisa eterna, el arcángel que vigila nuestros sueños. Y a por él van, como fieras corrupias, sabiendo que minando su prestigio, corroen los cimientos de nuestro bienestar.


Pero no sólo es un ataque exterior el que nos amenaza. En nuestro país, en nuestra Patria, hay traidores que trabajan para ellos. Hay aquí, en nuestra entrañable piel de toro, en nuestro una y variopinta España, felones vendidos al oro podrido de las fuerzas que se mueven más allá de nuestras fronteras. ¿Qué son los casi cinco millones de parados sino un soterrado ejército, infiltrado en nuestra sociedad para derribarla? Ellos están en el paro adrede, sólo para dar argumentos, falaces de cabo a rabo, a nuestros enemigos. ¿Y los indicadores económicos, el PIB, el déficit, la deuda externa….? Pues tres cuartos de lo mismo. Todo amañado, mentiras, números engañosos, manipulados por las fuerzas del mal. ¿Y los jubilados pedigüeños, los autónomos zánganos, los jóvenes desocupados, los que se niegan a pagar las sagradas hipotecas….? Peones de la peor calaña, segadores de brotes verdes, quintacolumnistas agazapados tras el resentimiento y el odio, antipatriotas, antiespañoles confabulados con siniestros propósitos desestabilizadores.


De modo que, todos alerta frente al enemigo común porque, señores, la Patria está en peligro. Y con ella, los fundamentos de nuestra cultura y, por ende, el prístino amanecer de nuestro venturoso futuro. Todos hombro con hombro, voluntad con voluntad, bajo la égida esplendorosa de nuestro glorioso líder para hacer frente a los enemigos de España. Que sepan que, a los verdaderos patriotas, su vileza nos hace más fuertes y sus insidias potencian nuestras ansias de unidad. Y atentos a la convocatoria para, como un solo hombre, acudir al estadio Santiago Bernabéu a disfrutar de la demostración fervorosa de sindicatos afectos, para después peregrinar hasta la Plaza de Oriente, donde haremos palpable nuestra inquebrantable adhesión al caudillo y nuestro apoyo incondicional a sus esclarecidos designios. Que sepan los que maquinan desde oscuros despachos o tenebrosas redacciones que tienen enfrente a lo mejor del país, que aquí no hay cabida para los borregos mansos y que sabremos dar cumplida respuesta a sus pérfidas asechanzas.


(Mientras escribía este artículo, el ambiente se ha impregnado de un aliento rancio, fétido, que me ha dado escalofríos. A punto he estado de sufrir un vahído retroactivo).

miércoles, 10 de febrero de 2010

PALÍNDROMOS

1.


Eu nao faço nada,

es tu quem vens me lembrar.

E espero-te tranquilo entre as minhas maos

nesta obscuridade de soluçoes

como quem tenta ser

como quem sonha que nada está perdido,

que amanha, tal vez, os dois cansados

ou alegres pela vida e da morte,

caminharemos as ruas e os sonhos

a descubrir esquinas*,

a imaginar o tempo que nao existe,

a rir com os risos de outras luzes

ou a cambiar dores e saudades.

Nao lhe sobra** ao teu nome nenhuma letra,

nem um acento,

nem um traço de cheiro. Tu és o teu nome

enquanto a tarde sonha solidoes

que partilhamos. Só

está o sol como notário de tudo o que foi.

E aquela nuvem

que timideia indecisa, andorinha frustrada,

amor de tanto amor, contentamento*** impossível,

certeza de que foste.

Sabes que continuo çá. Sempre me encontras,

jogas com a vantagem do silencio.

Sou feliz ao sentir que me recordas,

que ainda me queres.

E te faço andar de costas pelos anos

para vir me ver.


Enquanto beijo a tua mao, meiga e fria,

aproveito-me até a ansia

sabendo-te indefeso:

Nao podes fugir do meu egoismo.


É a triste vantagem que temos os vivos.



* cantos ** sobeja *** felicidade


(Versión de Mario Ilde Velasco de Abreu Alves)

jueves, 4 de febrero de 2010

A DOS METROS DE LOS INFIERNOS


Llevaba unos días fuera de mí. No estaba a gusto con nada ni con nadie, ni con el presente, ni con el pasado, y el futuro no es que lo viera negro, es que no lo veía. El caso es que, cayendo en un viejo vicio español, me automediqué oficializando a tal efecto el rito de la ingesta vespertina. El torpe lenitivo cumplía su función narcotizando los síntomas, pero al mismo tiempo iba minando mi organismo de forma ladina y soterrada. Dicen que la naturaleza es sabia y avisa. En mi caso, si recibí señales de alarma no las vi o no quise verlas. Y, al fin, ocurrió lo que tenía que ocurrir como consecuencia de esta gota malaya güisquera.

Una noche, acostado ya y en ese estado modorro previo a coger el sueño, sobrevino la catástrofe. Espabilé de golpe y sobresaltado. El corazón no latía, retumbaba acelerado como un tambor histérico, las náuseas amenazaban con egagrópilas de récord y unos sudores fríos me hacían dar tiritonas de muerte. Fui hasta el cuarto de baño y me vi en el espejo. Si la cara es, a su vez, el espejo del alma, la mía era el espejo de un ánima en el espejo. Me vestí apresuradamente, convencido del adiós inapelable. Mi mujer, aun despierta, veía plácidamente la televisión. “¡Llévame a urgencias!”, le dije en un suspiro. Y ella, pobre mía, me miró a la cara y supo que el asunto no tenía buena pinta. A esa hora, la una de la madrugada, había poco tráfico y condujo como una posesa hasta el Infanta Cristina. Llegamos en un pispás. En urgencias me recibió un celador que me llevó en una silla de ruedas con turbo por aquellos pasillos tenebrosos, me pusieron la pastillita blanca debajo de la lengua, un gotero con lo que fuese, me tomaron la tensión, me hicieron un electrocardiograma y una radiografía de tórax y me monitorizaron. Todo esto, vestido con un camisoncito abierto por detrás la mar de sugerente. Tumbado ya en una cama con ruedas, comenzó el peregrinaje hasta encontrar ubicación. Me aparcaron en un pasillito acogedor, donde sólo había otra cama que quedó adosada a la mía por los pies. Yo estaba medio incorporado, lo que me proporcionaba una perspectiva más o menos clara de la misma. Esto me permitió vislumbrar que su ocupante era una anciana voluminosa que se quejaba lastimeramente con ayes entrecortados y regulares. Velaban sus angustias dos mujeres que presumí hija y nieta de la doliente. Todo transcurría de una manera aparentemente sosegada cuando, de forma inopinada, los lamentos de la anciana arreciaron en ritmo e intensidad. Y ahí fue el zafarrancho. En la mano derecha de la hija apareció, como por ensalmo, una cuña blanca que ésta blandía como un florete, mientras con la izquierda, y ayudada por la nieta, levantó las sábanas de la anciana de tal suerte que, frente a mis aterrados ojos, se materializó la presencia pavorosa de unas enormes nalgas blanquecinas, mastodónticas, inconmensurables. Sin solución de continuidad y con la cuña ya desaparecida bajo tamaña humanidad, el cráter de aquel volcán lechoso comenzó a expeler, irrefrenable, sapos y culebras, diablos coronados, belcebúes y satanes de todos los tamaños, con acompañamiento de un alarde de trompetería tal que bien creí llegado el día del Juicio Final. Ante semejante Apocalipsis escatológico mi presencia de ánimo, ciertamente diezmada, acabó por desaparecer. Cerré los ojos y me rendí. “Lo que sea, sonará”, pensé y me entregué en brazos del destino sin importarme el final. Esta indiferencia por la suerte que pudiera correr, pobre y contingente mortal, dio paso a una laxitud mórbida que acabó por dormirme. Lo hice serenamente hasta que el médico, de madrugada, me despertó. Mi santa seguía a mi lado. La cama contigua, inquilina y acompañantes, habían desaparecido camino de sabe Dios dónde. Aproveché el momento, me vestí y salimos pitando de allí. Sin mirar atrás.

Yo no creo en la otra vida, ni en el más allá, ni en la reencarnación, ni en la metempsícosis, ni en el cielo ni en ninguna de esas zarandajas. Pero en los infiernos, ¡vaya si creo! A pies juntillas. Cómo no voy a hacerlo si esa noche estuve apenas a dos metros de su boca.