domingo, 29 de diciembre de 2019

NAVIDAD Y NAVIDADES


Cuando mis hijos eran pequeños celebrábamos las Navidades tratando de que la alegría y la magia que su madre y yo podíamos aportarles fueran parejas a sus ilusiones y sus esperanzas. Y espero que, cuando llegue el momento, las recuerden con la misma apacible emoción que recuerdo yo las mías. Y su madre las suyas. Ahora que ya son mayores, las seguimos celebrando porque nuestro agnosticismo comunitario no supone ningún impedimento para hacerlo. A mí, particularmente, eso de celebrar el «solsticio de invierno» me parece una extravagancia relamida, una pedantería exhibicionista de lo  más cursi. De la misma manera que, a pesar de mi republicanismo confeso, me parece una idiotez soberana llamar al rey de España ciudadano Borbón. En fin, allá cada cual con sus complejos, sus ínfulas o sus dogmatismos sectarios. Yo, por mi parte, hasta que el pueblo español no decida otra cosa y aunque no me guste, llamaré rey a quien lo es según nuestras leyes. Y felicitaré en estas fechas con un Feliz Navidad a quien me pete. Y eso no me impide seguir pasando olímpicamente de la fe católica y de la Monarquía. Lo otro, creo que es apenas un postureo de quienes toman el rábano por las hojas y queriendo huir de un dogma para ellos estigmatizante y carca, se tiran de barriga a otro, más laicamente puro, sí, pero igual de pamplinoso y extravagante que aquél del que abominan. Pues eso, tengamos la fiesta en paz y que cada quien crea lo que mejor le parezca, sin interferencias aleccionadoras de inquisidores que se sienten con derecho al desprecio de las creencias de otros que, por otra parte, no hacen daño alguno a nadie y pertenecen a la esfera más personal de cada cual.

Estos días leí en un periódico digital un titular sugerente: Si odias la Navidad, tienes un talento psicológico que no conoces. Lo primero que pensé es que a mí no me merecería la pena tener un talento psicológico si para tenerlo tuviera que odiar, o sea, tener «antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea». ¿Qué mal puede deseársele a la Navidad?  Después la cosa no iba de odio a la Navidad, sino del uso estratégico de las fortalezas personales, de sentirnos más auténticos y otras mandangas por el estilo. Bueno está. Y en otro digital, para no perder comba ni ‘actualidad’, pude leer la verdadera historia de Jesús, que según dice su autor, apoyado en el rigor científico (¿?), no nació en Belén ni el 24 de diciembre, ni en un pesebre; no fue perseguido por Herodes; no se supo de él hasta que tuvo 30 años y se casó con María Magdalena, que era gnóstica. Y qué quieren que les diga, a mí todo esto me importa un bledo. Y su contrario, también. Lo cual, que ni odio la Navidad ni la dejo de odiar. Porque comer o cenar en familia, hacernos regarlos, tomar unas cervezas con los amigos, desear felicidad a quienes quiero, acordarme de mis muertos y llorar sus ausencias o zamparme unas cigalitas cuando se tercia, lo hago todo el año.

No obstante, hay cosas de estas fechas que me gustan especialmente, a saber: los terroríficos cuentos de Navidad de mi amigo JuanMa Cardoso; la felicitación navideña de su alter ego Bartolín; estar con mi nieta; que mi hijo Jaime y su pareja vengan desde Barcelona a pasar unos días con nosotros; las felicitaciones manuscritas con tarjeta de Navidad o sin ella; estar con mi nieta; el exceso de dulzainas; escuchar el villancico de Pepe Nieto en la película Amantes; estar con mi nieta y ver películas que siendo niño veía por estas fechas como, por ejemplo, La gran familia, que vi hace unos días en 13TV. ¿Quieren creer que, ensimismado como estaba mientras lo hacía, mi infancia salió del almario y me encontré con ella entre las manos? Me recordó que cuando la vi por primera vez, yo quería ser Críspulo (Pedro Mari Sánchez), el ‘petardero preponderante’. Entre lágrimas tuve que confesarle que ahora mi ídolo era Pepe Isbert, el abuelo. No le pareció mal y, así, seguimos ambos viendo la peli tan panchos, cada cual con su rol asumido.       

Pero como no hay miel sin hiel ni rosas sin espinas y aunque la Navidad no sea directamente culpable de ellas, hay otras que no soporto, cuales son: la avalancha insufrible de cursiladas que invaden redes sociales y televisiones con la palabra «entrañables» machaconamente presente; la invasión torturante de anuncios televisivos de perfumes en francés, inglés o arameo que me destrozan los nervios; el alcalde de Vigo y sus luces; el afán seráfico de unos y otras de que vayamos por las calles como aprendices de ángeles deseando paz y felicidad hasta a las farolas; el discurso del rey; los comentarios al discurso del rey; el discurso de fin de año, impostado y vacuo, del presidente autonómico de turno; los comentarios al mismo;  las aglomeraciones; el abuso de los precios; el gordo de Navidad; los reportajes televisivos a los ganadores del gordo de Navidad, y los petardos y la leche que mamaron todos los petarderos menos Críspulo. En cualquier caso, por resumir y a pesar de muchos, les deseo a todos los que anden por aquí una feliz Navidad y que el año 2020 sea como cada cual quiera que sea, si es que esto es posible. Pero por desear que no quede. Y a quien le pique, que se rasque. ¿vale, primo?

domingo, 15 de diciembre de 2019

DEL ABSURDO AL VÓMITO


¿Se imaginan a Quim Torra hablando con cordura?; ¿a Belén Esteban leyendo su discurso de entrada en la Real Academia Española de la Lengua?; ¿a Tomás Martín Tamayo firmando un artículo hagiográfico sobre Ibarra o Monago?; ¿a Pablo Iglesias disertando en latín sobre la obra de Kant en la cátedra de Filosofía de la Universidad de Königsberg?; ¿a Rajoy, en directo, ilustrándonos sobre literatura contemporánea comparada?; ¿a Miguel Iceta sin hacer el tonto?; ¿a Puigdemont cantando bulerías?;  ¿a Vara pudiéndose abrochar el primer botón de sus camisas?; ¿a Pedro Sánchez diciendo la verdad?... Son situaciones que por absurdas, por surrealistas, el solo hecho de imaginarlas no deja de producirnos, como mucho, hilaridad. Si subimos un escalón, pasaríamos de la sorpresa al asombro y de la risa a la indignación si nos encontráramos con que Ortega Smith fuera coordinador nacional de las casas de acogida para mujeres maltratadas, un pederasta convicto embajador de Unicef, un nazi presidente de  la Amical de Mauthausen o Abascal director del Centro de menores de Primera Acogida de Hortaleza. 

Pues yo he llegado aún más arriba en esta escala, o más abajo, según se mire, y lo he hecho hasta la náusea irreprimible sin necesidad de imaginar nada, sólo viendo cómo una persona tan despreciable como Arnaldo Otegui, un criminal convicto como él, terrorista satisfecho de serlo, es paseado como un «hombre de paz», un colaborador generoso y sacrificado que ayudó a «acabar con la violencia terrorista de ETA». La vesania interesada de los dirigentes políticos que lo ha propiciado, no ha hecho sino escenificar una ceremonia de humillación a las víctimas del terrorismo etarra vergonzosa y repugnante. Pero si solo el ver la cara de cretino del elemento y la chulería cutre que desprenden sus palabras y su altivez me pone las tripas de vuelta y media, me produce aún más basca ver a los bambarrias del PSOE, con pose de solemnidad y gesto trascendente, con el bálano del verraco en la mano oficiando la infame ceremonia de presentarse como mamporreros de un criminal contumaz que no se arrepiente del daño irrestañable causado, y que aún tiene la desfachatez de ir de víctima siendo verdugo. Una muestra dolorosa de la escala de valores y la ética de estos fariseos solemnes.  Ni un frasco de Primperan sería capaz de controlar mi vómito a la vista de este circo infame y repugnante.

De los sacristanes de esta infamia, digo de Podemos, me espero todo, pues sólo con recordar la trayectoria zigzagueante que han seguido desde los albores de su gestación, tengo más que suficiente. Nunca creí en ellos y nunca me fie de su líder, Pablo Iglesias, que huele a impostura y a estalinismo hasta en fotografía. Y además me parece un cursi redomado. Y un trepa de aquí te espero. ¿Y los monaguillos de IU? Pues qué quieren que les diga, ya no son nada. Porque el destrozo que ha llevado a cabo Garzón con ella no consigo entenderlo si no es achacándolo a la codicia enfermiza de este panoli flojón e inseguro, presa fácil a la que el predecible futuro vicepresidente del gobierno ha hipnotizado hasta la alienación babeante. Integrada en Podemos por un plato de lentejas, desnaturalizada e incorpórea, ha acabado como el macho de la mantis tras la cópula que, cumplida ya su función reproductora, es devorado por la hembra que lo engulle empezando por la cabeza. Y acéptese la metáfora mejorando lo presente. O no.

En cualquier caso, quienes abrazan y arropan a un criminal se convierten en cómplices de sus crímenes. A mayor abundamiento si el delincuente no se arrepiente de sus desmanes. Y cada cual puede abrazar a quien mejor le parezca, hasta ahí podíamos llegar. Hay algunos que, incluso, se abrazan a las farolas con frenesí de enamorado. Pero lo que no puede pretender esta caterva de inconsistentes es que, después de hacerlo con el etarra Otegi, no haya quien piense que el PSOE, Bildu, Podemos e IU, forman parte del mismo camión de estiércol. Y que huelen, todos y cada uno, al estigma fétido que les imprime ser benévolos y comprensivos con el horror de la sangre inocente derramada. Y esta es la misma lógica que estos falsarios, que se abrazan a la hez terrorista, utilizan desde la atalaya de una autoridad moral inexistente para acusar de corruptos a los dirigentes de otros partidos que, dicen, amparan a sus correligionarios pillados con las manos en la masa, cuando ellos andan ya agusanados y apestosos tratando de blanquear el rojo de la sangre de las víctimas. Y a nosotros solo nos quedará el derecho al pataleo y al asco.

sábado, 7 de diciembre de 2019

ADIÓS A UNIVERSITAS


El pasado domingo recibí una llamada telefónica de mi amigo José María Casado en la que me informaba del traspaso de la Librería Universitas a Casa del Libro. Me explicó en ella cómo se había desarrollado el proceso, cómo se sentía, las razones personales y profesionales que le habían llevado a negociar la oferta y la reunión con sus empleados para comunicarles que él y Universitas se iban pero ellos seguirían con los nuevos dueños. También me dijo que me llamaba para que no me enterara de la noticia leyéndola en la prensa o en las redes. Una deferencia que agradecí y que, como le dije, a él le libró de recibir, por mi parte, un capón virtual con repiqueteo. En la conversación que mantuvimos hizo especial hincapié en su satisfacción por la continuidad del personal, el regusto que le producía que una empresa tan importante como Casa del Libro hubiera elegido a la suya para su implantación en Badajoz, y la íntima tranquilidad que le suponía el hecho de que el espacio que Universitas dejaba libre siguiera ocupado por libros.  Cuando colgué el teléfono, y antes de hacer frente a la avalancha de recuerdos que se me vino encima, lo primero que pensé fue en la reacción que hubiera podido tener mi amigo Angelito ante esta situación. Seguro que, de entrada, habría resoplado de medio lado y después, bajo el lema de «esto es lo que hay», me imagino que esperaría a verlas venir para, según se desarrollara el día a día, tratar de ir adaptándose a las novedades tirando de retranca y sabiduría profesional.

Después de que él muriera tardé cerca de dos meses en volver a entrar en la librería. Tenía miedo de mi reacción al no encontrarlo allí, a escenificar la ausencia y ponerme a llorar sin medida o dar media vuelta para no volver más. No tuve en cuenta, torpe de mí, que allí estaban Julia, Juanjo, Diana, Julio, Mirian y Jose, que además de ser muy buenos profesionales tienen una calidad humana fuera de serie. Sin necesidad de aspavientos, con tan solo una mirada, una sonrisa, un beso, un apretón de manos, un silencio cómplice, me sentí reconfortado. Y yo no sé todavía si fui capaz de corresponderles y apaciguar su pena haciendo que la sintieran hermana de la mía.

Siempre que ha venido a cuento, o no, he declarado que me considero, entre otras muchas cosas, hijo poético de Jesús Delgado Valhondo. Y que Universitas es mi casa editorial. Huérfano como escritor y como hijo putativo me quedé el 23 de julio  de 1993. Y el próximo 12 de diciembre, cuando esa casa sea otra distinta surgida en la misma ubicación que la mía, mis libros, mis poemas, quizá sigan allí. Pero ya no dormirán en sus rincones y en sus silencios ni mi poesía ni mis sueños. Seré, definitivamente, un mena literario autóctono, anacrónico. A pesar del desahucio emocional me consuela saber que en ella, renombrada, seguirán trabajando sus inquilinos de antes: Julia, Juanjo, Diana, Julio, Mirian y Jose. Y con ellos allí me sentiré de nuevo como en casa. Seré, así, un okupa-cliente ocasional, aunque tan solo vaya a saludarlos y a saber si están bien.

El ir cumpliendo años lo que tiene es que, si aguantas, lo haces para vivir cada vez más solo. Lo cual que, en unos pocos días, se me han ido a la historia y al recuerdo dos refugios pacenses en los que me sentía a salvo. Ha sido un fogonazo repetido, un doble parpadeo de huidas y derrumbe. Un rincón y una casa que ya no son los mismos aunque sigan estando. Mi rincón en un bar y mi casa dormida entre quimeras. Cerveza y libros, evasión o presencia de la duda para el cuerpo y el alma. Amparo en el silencio de uno mismo. Y el corazón latiendo acompañado del sentir de personas que viven en las páginas o de los parroquianos que beben silenciosos y sueñan a lo suyo.  Y ahora yo, en Badajoz, ¿dónde me escondo?, ¿qué refugio me queda?, ¿donde encuentro el silencio, la magia y la cerveza que, fuera de mí mismo y de mi hogar, me den sosiego?  

(Fuente: El Periódico Extremadura)
En fin, hay una película de Mario Monicelli que en España llamaron de manera idiota e incomprensible Habitación para cuatro, pero cuyo título original es Amici miei (Mis amigos/Amigos míos) que es una locura divertidísima en la que 4 amigos, ya talluditos, se juntaban de manera improvisada para irse, decían, de gitanada. Y se ponían al mundo por montera haciendo las gamberradas más estrafalarias en las que no respetaban ni a los vivos, ni a los muertos, ni a la familia, ni a la iglesia, ni a cristo bendito que apareciera. Pues en la conversación telefónica del domingo, mi amigo Chema Casado sacó a relucir aquellos años de maricastaña en los que él y yo nos íbamos de gitanadas que empezaban al mediodía y acababan bien entrada la tarde y, en ocasiones, la noche. También me dijo que ahora que está más sueltito podríamos recuperarlas. Pues eso, que estoy esperando que cualquier día me llame o se presente en mi casa y salgamos por ahí a reencontrarnos con un porrón de años más. Y lo que tenga que ser, pues que sea. Qué quieres que te diga, primo.