El pasado domingo recibí una llamada telefónica de
mi amigo José María Casado en la que
me informaba del traspaso de la Librería
Universitas a Casa del Libro. Me explicó en ella cómo se había
desarrollado el proceso, cómo se sentía, las razones personales y profesionales
que le habían llevado a negociar la oferta y la reunión con sus empleados para
comunicarles que él y Universitas se iban pero ellos seguirían con los nuevos
dueños. También me dijo que me llamaba para que no me enterara de la noticia
leyéndola en la prensa o en las redes. Una deferencia que agradecí y que, como
le dije, a él le libró de recibir, por mi parte, un capón virtual con
repiqueteo. En la conversación que mantuvimos hizo especial hincapié en su
satisfacción por la continuidad del personal, el regusto que le producía que una
empresa tan importante como Casa del
Libro hubiera elegido a la suya para su implantación en Badajoz, y la íntima
tranquilidad que le suponía el hecho de que el espacio que Universitas dejaba
libre siguiera ocupado por libros. Cuando
colgué el teléfono, y antes de hacer frente a la avalancha de recuerdos que se
me vino encima, lo primero que pensé fue en la reacción que hubiera podido
tener mi amigo Angelito ante esta
situación. Seguro que, de entrada, habría resoplado de medio lado y después, bajo
el lema de «esto es lo que hay», me imagino que esperaría a verlas venir para,
según se desarrollara el día a día, tratar de ir adaptándose a las novedades
tirando de retranca y sabiduría profesional.
Después de que él muriera tardé cerca de dos meses
en volver a entrar en la librería. Tenía miedo de mi reacción al no encontrarlo
allí, a escenificar la ausencia y ponerme a llorar sin medida o dar media
vuelta para no volver más. No tuve en cuenta, torpe de mí, que allí estaban Julia, Juanjo, Diana, Julio, Mirian y Jose, que además de ser muy buenos
profesionales tienen una calidad humana fuera de serie. Sin necesidad de
aspavientos, con tan solo una mirada, una sonrisa, un beso, un apretón de
manos, un silencio cómplice, me sentí reconfortado. Y yo no sé todavía si fui
capaz de corresponderles y apaciguar su pena haciendo que la sintieran hermana
de la mía.
Siempre que ha venido a cuento, o no, he declarado
que me considero, entre otras muchas cosas, hijo poético de Jesús Delgado Valhondo. Y que Universitas es mi casa editorial. Huérfano
como escritor y como hijo putativo me quedé el 23 de julio de 1993. Y el próximo 12 de diciembre, cuando
esa casa sea otra distinta surgida en la misma ubicación que la mía, mis libros,
mis poemas, quizá sigan allí. Pero ya no dormirán en sus rincones y en sus
silencios ni mi poesía ni mis sueños. Seré, definitivamente, un mena literario autóctono,
anacrónico. A pesar del desahucio emocional me consuela saber que en ella,
renombrada, seguirán trabajando sus inquilinos de antes: Julia, Juanjo, Diana, Julio, Mirian y Jose. Y con ellos allí me sentiré de nuevo como en casa. Seré, así,
un okupa-cliente ocasional, aunque tan solo vaya a saludarlos y a saber si
están bien.
El ir cumpliendo años lo que tiene es que, si
aguantas, lo haces para vivir cada vez más solo. Lo cual que, en unos pocos
días, se me han ido a la historia y al recuerdo dos refugios pacenses en los
que me sentía a salvo. Ha sido un fogonazo repetido, un doble parpadeo de
huidas y derrumbe. Un rincón y una casa que ya no son los mismos aunque sigan
estando. Mi rincón en un bar y mi casa dormida entre quimeras. Cerveza y
libros, evasión o presencia de la duda para el cuerpo y el alma. Amparo en el
silencio de uno mismo. Y el corazón latiendo acompañado del sentir de personas
que viven en las páginas o de los parroquianos que beben silenciosos y sueñan a
lo suyo. Y ahora yo, en Badajoz, ¿dónde
me escondo?, ¿qué refugio me queda?, ¿donde encuentro el silencio, la magia y
la cerveza que, fuera de mí mismo y de mi hogar, me den sosiego?
(Fuente: El Periódico Extremadura) |
En fin, hay una película de Mario Monicelli que en España llamaron de manera idiota e
incomprensible Habitación para cuatro,
pero cuyo título original es Amici miei
(Mis amigos/Amigos míos) que es una locura
divertidísima en la que 4 amigos, ya talluditos, se juntaban de manera improvisada
para irse, decían, de gitanada. Y se
ponían al mundo por montera haciendo las gamberradas más estrafalarias en las
que no respetaban ni a los vivos, ni a los muertos, ni a la familia, ni a la
iglesia, ni a cristo bendito que apareciera. Pues en la conversación telefónica
del domingo, mi amigo Chema Casado
sacó a relucir aquellos años de maricastaña en los que él y yo nos íbamos de gitanadas que empezaban al mediodía y acababan
bien entrada la tarde y, en ocasiones, la noche. También me dijo que ahora que
está más sueltito podríamos recuperarlas. Pues eso, que estoy esperando que
cualquier día me llame o se presente en mi casa y salgamos por ahí a
reencontrarnos con un porrón de años más. Y lo que tenga que ser, pues que sea.
Qué quieres que te diga, primo.
1 comentario:
Extraordinario, como es habitual.
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