sábado, 25 de abril de 2015

CAJA DE RESISTENCIA

Una caja de resistencia, en el ámbito laboral, son los fondos recaudados y administrados por las organizaciones sindicales o los comités obreros con los cuales compensar a aquellos trabajadores que están en huelga o que han sido sancionados por el ejercicio de su libertad. Una forma solidaria de garantizar la subsistencia de los huelguistas y defender la continuación de la protesta. En el universo poético de Juan Leyva, esta Caja de resistencia, premio Ciudad de Badajoz 2014, viene a ofrecernos, en una sucesión de imágenes mezcla de realidad y de quimera, los mecanismos de defensa poéticos, imaginarios o reales que, a veces con ironía, otras con desgarro, él le arranca a la vida para escapar de ella y de todo lo que supone, en tantas ocasiones, de rutina, de alienación, de extrañamiento, de rueda de noria, de agujero negro que todo lo engulle: el amor, los sueños, los proyectos, las ilusiones... El libro es casi la declaración de un hombre que camina por el mundo con esas tres heridas hernandianas y universales que son la de la vida, la del amor y la de la muerte. Y trata de curarlas, o al menos de asumirlas, desde dentro de ellas mismas para, en cualquier caso, evitar la rendición ante lo inexorable de su presencia, ayudado, a menudo, por esa extraña melancolía que nos proporciona el escepticismo.

Dividido en tres partes, 50 años sin éxitos, Gastos de mantenimiento y Derramas, está formado por 61 poemas, muchos de ellos en prosa, que a veces son un dardo, un fogonazo: Tengo un perro invisible / que salta sobre mí cuando abro la puerta. / Algún día la soledad / me va a morder de verdad. Y otras son un largo travelling en el que, a la manera del Tim Burton más inspirado, las imágenes, pasadas por el filtro introspectivo del autor, adquieren un matiz mágico, ficticio pero posible en un mundo donde la metáfora vive a sus anchas. Muestra de lo que digo podría ser el poema Domingo primavera en ZGZ,  en donde el protagonista, el poeta, sentado en la terraza de un bar tomando agua mineral y aceitunas rellenas de algo misterioso, observa la llegada de otros clientes mientras le habla a su bicicleta. Y nos dice: Había una gran jaula que contenía pájaros indescifrables. Hablaban de sus cosas y de repente se organizaba un gran alboroto, una discusión violenta. /  Estaban presos, pagando alguna causa con la justicia,
mientras las familias tomaban cañas y patatas fritas. / De vez en cuando planeaba algún pájaro del exterior para tener un vis a vis. / Hacía de enlace entre los presos alados y sus familiares. / Preguntaban por cómo iban sus procesos, si habían admitido el recurso a trámite. /  El pájaro del exterior les pasaba una miga de pan con una lima dentro.

El libro, compacto y abierto, unitario y diverso, a veces discurre con la violencia de un torrente y otras es un río plácido y sosegado, y en él lo cotidiano se hace absoluto y la rutina es descubrimiento, pasando lo anecdótico a convertirse en fundamental por obra y gracia de una mirada poética profunda que maneja el bisturí con la pericia de un cirujano de emociones, hasta hacer que un simple corte de pelo se transforme en toda una declaración de inquietudes, de desasosiego, de hallazgos: La joven peluquera apoyaba su vientre en el reposabrazos, muy cerca de mi codo. Sus manos olían a humedad y a alga marina. Me hablaba de lo que se le habla a un cliente enfermo de normalidad. Yo intentaba evitar mirarme en el espejo, no me gustan los espejos, ni lo que ocultan. Le pregunté cuántas cabezas tocaba al día; si puede leerlas a través de las yemas de los dedos; qué hacen con todos esos pelos que barren ¿es cierto que los venden a las fábricas de muñecas?... / ... Estuve a punto de llamarte, pero... / ... No te llamé, en su lugar me corté el pelo.


No debo sino dar las gracias al Ayuntamiento de Badajoz por convocar año tras año estos premios, excelentemente valorados en el panorama literario castellano-escribiente, que en su modalidad de poesía cumplirán 34 ediciones este 2015, y que nos dan la oportunidad de disfrutar de libros como el que nos ocupa. Y, si se me permite, recomendar a quienes lo lean que paseen por él con calma, sin dejarse apabullar por su fuerza a veces descontrolada; que no quieran engullirlo como si de un plato de comida rápida se tratara, que se pierdan sin prisas por sus vericuetos y recodos para paladearlo como se merece y, así, escuchar las quejas de un cenicero inútil, arder de amor en la hoguera de San Juan, abrasarse en Las Fallas, sentir la elocuencia silenciosa de las miradas, comprender la tristeza de un decimal, aplaudir a una Ruth Beitia paradigmática, pasarle chuletas a los estudiantes de la universidad del amor, saber que las revoluciones no son para el verano, y terminar sobrecogidos con el soliloquio dirigido a un hermano muerto que, de ser suyo, es nuestro también. Al fin, amar, vivir, sufrir, morir al ritmo del corazón que late entre sus páginas, que palpita en sus versos. Y, ya saben, si quieren descargar soledades, vayan a la peluquería. O, mejor, aprendan a jugar con un perro invisible nacido del recuerdo o del silencio. Es remedio infalible contra el abatimiento y la cordura.

viernes, 24 de abril de 2015

UNIVERSIDAD(ES) Y CONTROL DEL GASTO

El pasado mes de enero, el Tribunal de Cuentas, siguiendo la recomendación dada por las Cortes Generales en noviembre de 2009, hizo público el informe de fiscalización de las Universidades Públicas correspondiente al ejercicio de 2012. O sea, tres años para empezar y dos más para publicar un tocho aburridísimo de casi 250  páginas, que se van a las 1.100 con los anexos. Teniendo en cuenta que el anterior informe se centró en el ejercicio de 2003, han tenido que pasar nueve años para que ente fiscalizador tan peculiar volviera sobre el tema. El próximo, si cumplen las proposiciones emanadas de aquella reunión de la Comisión Mixta de relaciones con el Tribunal de Cuentas que instaban a que se realizaran cada cinco años, debería girar sobre el ejercicio de 2017, a publicar en 2020. Eso se llama estar al pie del cañón. Al igual, alguno de sus integrantes acaba quebrado por el esfuerzo.

Si hubiera que resumir en una palabra el mamotreto, serviría ‘demoledor’. Y la conclusión a la que se llega después de leerlo, incluso a saltos, es que las UU.PP.  son un reducto de impunidad, falta de transparencia, ilegalidades, trampas contables, corporativismo, descontrol del gasto y caos financiero impropio de organismos financiados con dinero público y, por tanto, con los impuestos que pagamos. Un conjunto anárquico formado por entes autónomos que, eso sí, parecen actuar de acuerdo a la hora de inventar pillerías y vías de escape a los antojos de su libre albedrío, de su “viva la virgen” institucionalizado. Como muestra de las muchas irregularidades detectadas, podrían valer algunos ejemplos. A saber: La proliferación de ‘entidades instrumentales dependientes’, hasta 574, cuya creación no siempre ha respondido a nuevas necesidades que deban atenderse o a la racionalización de la gestión, sino que responden, en ocasiones, a la deliberada huida de los controles internos o del control presupuestario y de gestión y lograr moverse, así, en un campo de actuación menos reglado en el que poder incrementar el margen de discrecionalidad de las decisiones que afectan a la gestión del personal, contratación y ejecución de inversiones y prestación de servicios públicos; o el sistema de control del horario fijado para el PDI, consistente tan sólo en un mero control de firmas o similar para la docencia, que impide un exacto cumplimiento de la normativa aplicable con carácter general en la administración; o la inexistencia de un servicio de inspección de personal docente, órgano de supervisión y de disciplina académica cuya constitución es preceptiva según previene el RD 898/1985; o la existencia de una carga docente  media inferior en muchos casos y ramas a los 24 créditos anuales, lo que pone de manifiesto un sobredimensionamiento del profesorado en relación con el número de alumnos existentes en esas ramas; o, por terminar la tabarra, el que a pesar de que las funciones docente e investigadora son asignadas al PDI sin distinción alguna entre ellas,  las retribuciones del personal correspondientes a su labor investigadora son imputadas al capítulo 6 (inversiones reales), no recogiéndose por tanto en el capítulo 1 (gastos de personal), lo que desnaturaliza la información que debe ofrecer la liquidación del presupuesto, permitiendo a la vez la dispersión de unos gastos que tienen la misma naturaleza y puedan sustraerse al conocimiento de la respectiva Comunidad Autónoma a la hora de fijar los límites pertinentes. El informe no hace referencia, quizás por falta de datos, al resto de gastos imputados a investigación que lo sean así ‘stricto sensu’, y, por tanto,  no aplicados, como debería ser, a otras actividades y conceptos más livianos como comidas, viajes, hoteles y retoces varios de los esforzados eruditos. O, rizando el rizo, al pago de las nóminas de funcionarios interinos metidos de rondón por la gatera, dedicados sólo a tareas administrativas que nada tienen que ver con la investigación científica. En fin, no cuesta imaginar que en las 250 páginas de que consta el informe, que demasiado teórico y etéreo adolece de rotundidad y de conocimiento de la realidad, caben muchas más tropelías que las que aquí he transcrito. Sirvan estas, al menos, como simple y exiguo botón de muestra del desahogo que se gastan algunos.


Es en el epígrafe de los planes de incentivos a la jubilación cuando la Universidad de Extremadura adquiere el protagonismo que merece. Establecidos sólo para el PDI sin cobertura legal de ningún tipo, garantiza a sus beneficiarios, hasta los 70 años, la retribución última e íntegra que percibieran estando en activo. La diferencia entre la pensión máxima a que tuvieran derecho y dicho sueldo, correría a cargo de la universidad correspondiente. Excepto aquí, en esta Extremadura peculiar y cortijera, en donde la Junta, a través de su Consejería de Educación,  se hace cómplice del desatino discriminatorio y alegal aportando, vía presupuestos, las cantidades necesarias año tras año. Esta es la jubilación dorada que, con descaro de cacique, se preparó Ibarra antes de
apartarse, sin irse, de la política activa. Duró dos años el descaro, hasta que él pudo acogerse al chollo. Consejos éticos vendo, pero para mí no tengo. Ni falta que me hacen, dirá para sí. Siguiendo en el ámbito doméstico, es digno de atención el dato de que sea el Servicio de Control Interno de la UEX el que más reparos puso en el ejercicio a los expedientes de gasto, 1.652 en total. O sea, por hacernos una idea, 22 veces más que la Complutense. Acaso todo un alarde de celo profesional, pensarán unos. O una forma mezquina de justificar su trabajo despreciando el ajeno, dirán otros. O, tal vez intuirán los de más allá, una vía de escape para compensar los trágalas en los que aquel mismo celo, selectivamente inflexible con los iguales, en ocasiones deba volverse sumiso, vía jerárquica, y tenga que coger el camino de ese agujero en el que el sol ni alumbra ni calienta. Son los renuncios que deben asumir las gallinas cuando se creen capaces de controlar a los zorros que pueden engullirlas. Mejorando lo presente, por supuesto.

sábado, 11 de abril de 2015

LA REALIDAD TRASTORNADA

La verdad es que no tenía intención de volver a escribir sobre el tema hasta el mes de mayo, en que la proximidad de las elecciones seguro que nos hará vivir actuaciones y comportamientos dignos de admiración. Y no quería hacerlo no sólo para no provocar cansancio o hartazgo entre quienes tienen la bondad de leer mis artículos, sino también para no embotar el cada vez más exiguo número de neuronas que me sobreviven y esta enervación mental hiciera que el asunto pasara de ocasional a monotemático, con la consiguiente debacle neurovegetativa. Pero es que el individuo no me da tregua ni me concede respiro al ir como va, obcecado en su loca carrera de despropósitos en busca de la estolidez irreversible, de ocurrencia en ocurrencia y de patochada en patochada a velocidad tan vertiginosa que, apenas he salido del pasmo de una cuando, sin dar tiempo a que me recupere, ya me encuentro con la violenta sacudida de la siguiente. De modo que no he podido sustraerme, aun a riesgo de parecer cansino, de glosar la evolución del desvarío tras la última bobada luminosa con la que nos ha obsequiado el interfecto.

Fue a principios del año pasado cuando empecé a captar en él pequeños detalles, algún gesto, leves cambios en el estar y en el hablar, en fin, un conjunto de avisos casi inconcretos, nada definitivos, que aislados  y esporádicos no serían motivo de especial preocupación pero que juntos y, lo que es peor, recurrentes y cada vez más acentuados, eran signos evidentes de que la cosa no pintaba bien. Su pose día a día más mayestática, el mentón más erguido, la entonación más untuosa y el énfasis más esdrújulo fueron alertándome. Pero lo que me convenció de que mis temores no eran infundados fue una agudización imparable del narcisismo en su discurso que corría pareja a todo lo anterior, y de la que el sermón de fin de año puede ser muestra arquetípica. Hubo un punto de inflexión en el proceso que nos ha traído a donde estamos, que yo sitúo en el momento en que los medios destaparon el asunto de sus viajes a Canarias, y sus consecuencias públicas: la rueda de prensa que ofreció y el pleno de la Asamblea que convocó para explicarse. Comparecencias ambas que fueron más un sonrojante y prolongado ejercicio de autobombo que otra cosa. De este brete, ayudado por la torpeza política de unos y el arrebato idólatra de otros, salió sin duda reforzado. Si no políticamente, que quizá sí, al menos en su exagerada y enfermiza autoestima. Y a partir de ahí, como si del desarrollo de una erupción volcánica se tratara, hemos pasado de la fase efusiva, fraguada a lo largo de más de un año, a la fase explosiva en que nos encontramos, con una emisión apabullante y reciente de piroclastos político-propagandísticos a cuál más epatante.

El primer petardazo fue la presentación de la campaña electoral, sustanciada en el Libro Blanco-Limited Edition, todo un manual del más pedestre culto a la personalidad, y en el video adyacente donde vemos a nuestro protagonista, vestido de cheli fosforito cual Abebe Bikila de baratillo, corretear por la campiña extremeña como encarnación metafórica del sacrificio gratificante y altruista que guía los pasos trotones del líder; después vino esa horterada mugrienta de los 2sures, su alucinante decálogo y su corto de dibujos cutres protagonizado por Curro Acho de Camas y Paco Quillo de Zafra, estereotipos de la memez más antipática; le siguió el Informe-Auditoría sobre el Cumplimiento del Programa Electoral en donde el Gobierno de Extremadura, “ejerciendo la responsabilidad de autoevaluarse ante sí mismo”, o sea, al estilo Juan Palomo,  nos informa de que no sólo ha cumplido o está en proceso de cumplir el 81,77% de su programa, sino también, (chúpate esa, cara de fresa), el 70 y el 47% de los del PSOE e IU, respectivamente; acto seguido asistimos al espectáculo bochornoso y grotesco de la demanda por acoso presentada contra las dos mujeres que, en solicitud de una vivienda social digna, acampan en la urbanización donde vive y para las que pide una orden de alejamiento de un quilómetro y, sin solución de continuidad, a la denuncia contra los policías que le guardan las espaldas, convencido de que, entre ellos, conspiran una o más ‘ovejas negras’ infiltradas que, con intenciones aviesas, chivatean a las acampadas su agenda institucional para que le incordien en su labor redentora. Lo último, por ahora, ha sido el innominado Rap del presidente Monago, una herejía sintáctica además de una afrenta literaria, en el que se han embutido al estilo ‘me la cargué’ frases entresacadas del corpus doctrinal monaguiano, y en donde se recuerdan “las ideas que marcan cada día la acción del Gobierno del presidente Monago: diálogo, confianza, responsabilidad, trabajo, sacrificio, inteligencia y humildad”. De aurora boreal y sin abuela, vaya. Lo que me aterra es que sólo estamos a principios de abril, y mi caletre, superado y rendido ante tanta embestida a la cordura, no alcanza a adivinar qué nuevas y variopintas sinsorgas nos esperan de aquí al 23 de mayo.

He leído que una persona que padece trastorno delirante megalomaníaco se ve como alguien único, grandioso, insustituible, omnipotente, encontrándose tan ajena a la realidad objetiva que su visión deformada de ésta y de sí la considera la única posible y cierta, de modo que la incapacidad de autocrítica y la inflexibilidad para aceptar cualquier otro tipo de verdad son cualidades muy marcadas en su carácter. La eventual circunstancia de que, encerrada como está en un mundo quimérico, sus cercanos, ya sea por conveniencia, ya por veneración, no le ayuden a enfrentarse con la realidad, supone una dificultad añadida a su restablecimiento, de tal guisa que puede suponerle traspasar una línea de ‘no retorno’ y que su estado de confusión mute en irreversible. Yo de estos estados ilusorios nada sé, por lo que soy incapaz de asegurar que éste sea el caso. Sólo me queda invocar a don Hipólito y, si no aparece, pues que sea lo que Dios quiera.
Si no querías leche, toma rap.

viernes, 3 de abril de 2015

ABRIL DE SIEMPRE

Hay años en los que Abril tempranea y no hace caso del calendario. Lo sé porque, desobediente y altivo,  se anticipa a su fecha  y, después, sigue estando. Perezoso, se apoltrona en mis sueños cuando aún los días  no le pertenecen y las noches son tan sólo oscuridad distinta.  Hay años, éste, cualquiera, todos, en los que  atosiga mi corazón e insiste en comenzar a herirme, incluso cuando nada es Abril, ni siquiera la luz, ni los silencios. Se refugia en mis manos  y yo,  conociendo este rito de  melancolía que me vence, que es más que yo, que sabe de la pérdida más que nadie, que me acobarda más que el sentimiento, soy incapaz de no oficiarlo. Me arrastra su ternura y  el dolor la alimenta y la hace fuerte. Y son sus días, entonces, mosaico en nebulosa de un ayer de ahora mismo, húmedo terciopelo azul, (azul como el sueño de la infancia), recuerdo de una voz temblada, temblorosa, dormida en una nana. Tintineo de colgantes con nombres y con fechas que acarician mi frente, dulce tañer de pequeñas campanas al ritmo de la luz de un sol de antes,  ausencias que son la ausencia, dolor que es el dolor de no saber si el tiempo es circular y viene a verte prendido de los pliegues de un pañuelito blanco musical y envolvente, de tres hojitas tiernas de un árbol siempre verde, de la música metálica que escapa de un llavero dorado y asombroso, talismán de una magia arcana y caprichosa que permanece viva.

‘No tengo escapatoria porque, en Abril, hay alguien que me espera’, (ya me avisó Valhondo cuando se despidió dieciséis veces), sin ajustarse a normas ni equinoccios, rompiendo calendarios, desafiando el paso de los años, presenciando un pasado eterno y por llegar. Y yo voy a su encuentro uncido a su llamada, acurrucado en el latido ausente de sus ecos, en el fulgor de unos ojos que se fueron a contemplar la nada de mis sueños, a iluminar remembranzas que duelen y me salvan de la vida, sintiendo la emoción de un niño que, excitado, saliera a descubrir un mundo nuevo dormido en su ilusión. Y ese camino largo, interminable, es apenas un suspiro que abarca los recuerdos de una vida, la levedad de un soplo de nostalgia, la sombra larga y tenue de una melancolía. Abril es el refugio de toda la tristeza que lleva enmascarada la alegría, un ‘alegro vivace’ trufado con las notas de un ‘adagio’, un sentimiento disparatado y frágil que me sorprende detrás de las esquinas de las horas, que se cuela por las rendijas del alma como una niebla espesa y cálida para embozar mi corazón y hacerme ayer. Es, casi sin que él sea consciente de lo que me hace sufrir, una manera de entender la vida y de vivir una muerte que son todas las muertes.

Abril es un suspiro largo, un estar continuado en la añoranza. Y el tiempo, siendo Abril, es una permanencia, retornar cada noche a la misma mañana de antes.  Porque los días se alargan, se enmascaran en una extraña rebeldía de luces,  se retuercen hasta empezar a ser los mismos que ya han sido, siendo otros. Y es un ir y volver continuo la vida, que se encuentra a sí misma en un recodo y no se reconoce si no es en ese atisbo de nostalgia que siempre tiene Abril en la mirada: Nostalgia de la casa que no está, del olor que se ha ido para no volver nunca, de las risas que fueron, del sol que atravesaba las rendijas de la siesta jugando con el polvo suspendido o de aquel pasillo largo con piano infinito. “Estos días azules, ese sol de la infancia”, escribía Antonio Machado, moribundo, en una libretilla que guardó en su gabán, improvisada mortaja al fin. Yo guardo ahora, junto a mi corazón, esos versos luminosos que vienen abrazados a un Abril eterno que pasa como un río por mis manos, y se lleva y me deja el ajustado hueco de la pérdida.

Andará mayo instalado en sus días y yo seguiré despertándome con Abril en los ojos. Y sé que será así hasta que un día, sin dar explicaciones, de la misma manera que  remolonea, se vaya. Quedándose para explicar la vida y el silencio. También sé que es inútil tratar de luchar contra sus caprichos. El está y no según quiere. Y yo, con protestas falsas, me recuesto en sus antojos. Quizás porque me acompaña. Quizás porque su desconsuelo tenga la punzante ternura de la vida. Quizás porque el otoño se equivoque y noviembre no sea más que un Abril tardío. Quizás porque sea un pálpito, una poesía callada, una bandada extraña de pájaros de sueño, una presencia ausente que mantiene sus manos en las mías, una sangre que corre paralela a mi pena, un estado de ánimo que embelesa, que oprime y que libera, contradictorio y firme, doloroso y amable. Quizás porque yo comenzara a morir la mañana terrible de un mes de Abril de siempre en el que el peso de los años se hizo brutal y lunes. Y arrastro, penitente a la fuerza, el cansancio agridulce de un dolor prolongado que abrilea y me sorprende cuando menos lo espero, cuando canto o respiro o me duermo o me canso, o, en días como hoy, tengo que despedirme de mi sangre.