domingo, 23 de febrero de 2020

MANIQUÍES PARLANCHINES


         A medida que han ido pasando los días desde que Pedro Sánchez Pérez-Castejón nombró su «gobierno progresista de coalición» (manda nísperos, compadre) me ha ido asaltando la sensación, sin duda angustiosa, de que la mayoría de sus integrantes, con un par o tres de excepciones que igual lo son porque no han cogido onda, más que gobernar lo que hacen es exhibirse, digo que más que a la gobernanza bien parece que se dedicaran mayormente al escaparatismo. Como si al verlos en televisión pontificando perogrulladas, estuviera contemplando los escaparates de ‘¡Ya es primavera en El Corte Inglés!’, pero con maniquíes parlanchines. Y me descompone pensar que con los excepcionales secundarios que ha tenido desde siempre el cine español e incluso, en ocasiones, la política española, hayan venido a confluir en esta aciaga ocasión individuos de una solemnidad ridícula e impostada, cuando no de una antipatía, una soberbia y una capacidad para la falacia que me incitan al rechazo más absoluto. Aunque no me cabe duda de que hay quien los adora. Una actitud o una entrega que yo, por encima de cualquier otra consideración, respeto sin compartir. Si bien es verdad que, en lo que a más de un amigo y a mí se refiere, en cantidad de ocasiones no ha sido así a la viceversa y hemos sido condenados a las tinieblas exteriores por mor de una crítica adversa o una ausencia de pleitesía a algún conducator extremeño de baratillo. Pero bueno, me importan un bledo el sectarismo y la necedad de quienes se comportan como zopencos ya que, como diría Juncal, «paso de abejarucos». Y, ainda mais, incluso en algunos momentos hasta pueden llegar a darme lástima cuando los veo chapotear en el estiércol de sus berrinches. Escarbando en este asunto del desprecio dogmático de los necios, recuerdo ahora un poema que escribí in illo tempore, titulado «Para todos ellos». Decía así:  «Disfruto la alegría / de saber que no siento, / que nunca escribí nada, / que mi nombre es tan sólo / olvido para el viento, / que no existe mi vida, / que no viven mis versos, / que he llegado a la gloria / miserable y gozosa / de estar entre sus muertos. // Disfruto la alegría / de todo su desprecio. // Galopo cada tarde / a lomos del silencio / viendo pasar los bueyes / con su carga de estiércol». Y espero que me perdonen la autocita, pero es que me venía al pelo que no tengo.

Pero a lo que iba antes de perderme en recuerdos poéticos, que es la actuación peripatética de este gobierno en el que todos y cada uno, por mucho pecho que saquen y mucha palabrería que exhiban, son unos peleles del gran urdidor emboscado en La Moncloa, del mercenario oscuro que tiene a Pedro Sánchez como marioneta de su ambición, del Gepetto siniestro que anda, a su antojo e interés, transformando en muñecos animados a los políticos españoles que caen bajo su influjo: Iván Redondo Bacaicoa. Vasco de San Sebastián, empezó a trabajar con Pedro Sánchez, o empezó a trabajarse a Pedro Sánchez, como prefieran, en la preparación de las Primarias del PSOE de 2017, que éste ganó. Y fue el arquitecto ideológico de la moción de censura a Mariano Rajoy que le hizo Presidente del Gobierno y a él director del Gabinete de Presidencia con estatus de Secretario de Estado. Tras las segundas elecciones de 2019, el gobierno dejó de estar en funciones en enero de 2020 y se constituyó el actual «gobierno progresista de coalición» en el que Iván, con un Sánchez aún más exultantemente obnubilado y más inerme ante su codicia, ha aumentado su poder sumando oficialmente a las funciones de su cargo la ‘asesoría en política nacional e internacional’; la ‘planificación y el seguimiento de la actividad gubernamental’; la jefatura de un ‘Comité de Dirección’ de nueva creación normativa y en el que se integra la ‘Secretaría de Estado de Comunicación’ y, por fin, la dirección de un órgano de nueva creación, la ‘Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo’, que ya es para ir a mear y no echar gota.

Pues, qué quieren que les diga, yo estoy convencido de que España no está en manos de un presidente ambicioso, que sí que lo es, sino de un presidente panoli, de un monigote del pimpampum en manos de un mercader sin ideología política, listo y maquiavélico, al que España no le importa una higa y que alimenta su propia ambición aprovechándose de la ambición ciega y enfermiza de su víctima. Su afán de anonimato no es discreción, ni timidez y mucho menos, decoro: Es supervivencia. Que el otro esté para que yo siga estando. Que la marioneta permanezca en el escenario para que yo pueda seguir entre bambalinas manejando los hilos e impostando la voz, y mientras ella se lleva los tomatazos de un público hastiado, yo me paso por taquilla a recoger los billetes. Pues eso, «‘pa’ habernos ‘matao’», primo.

            
           

domingo, 16 de febrero de 2020

DESAGRADECIDOS COPETUDOS


A lo largo de mi vida me he encontrado, me imagino que igual que la mayor parte de los humanos, con personas de todo tipo: generosas, rácanas, simpáticas, antipáticas, gorronas, espléndidas, zánganas, trabajadoras, alegres o tristes... Pues eso, de todo tipo. En general las he tratado, según mi leal saber y entender, en justa correspondencia a su actitud conmigo, esto es, con desprecio o estima según correspondiera. Aunque bien es verdad, lo confieso, que por diversas circunstancias y haciendo de tripas corazón, en ocasiones he condescendido salvando a alguien del desdén que, sin duda, se merecía. Mayormente para evitar daños colaterales a terceras personas, inocentes y queridas, que podrían sentirse afectadas si yo tomara el camino de la calle de en medio y mandara, a quien se tratare, a hacer muchas y buenas.

En cualquier caso  hay un espécimen, entre los infinitos que alberga la diversidad de formas de ser de cada cual, que me saca especialmente de mis goznes: Son esos individuos que cuando accedes a lo que te solicitan, o sea, cuando les haces un favor, son incapaces de agradecértelo, por más que uno (yo) se conforme con un agradecimiento tan escueto como una palmadita, el esbozo de una sonrisa o una Estrella Galicia fresquita y gratis. Si el favor solicitado y conseguido no es puntual y se mantiene en el tiempo, algunos, no contentos con su silencio, conforme van pasando los días instalados en la rutina palanca rompen a hablar y, para mayor escarnio y recochineo,  lo hacen para cambiar las condiciones de la misma según su propia conveniencia, con frecuencia a última hora y como hecho consumado que te obligan a aceptar por narices. Pero como siempre hay quien, incluso en situaciones incomprensiblemente absurdas, es capaz de rizar el rizo de la ‘vicecontra’, para rematar la faena están los desahogados que,  finos como un coral, se dan arte y maña para hacer que sientas que eres tú quien debe agradecerles la benevolencia de haberte dejado que les hicieras un favor. La repanocha, vaya. No sólo son desagradecidos, sino también copetudos. O si quieren, sustituyo copetudos por altaneros, vanidosos, altivos, soberbios, arrogantes, vanos, engreídos, fatuos, hinchados... y un largo etcétera que les ahorro para no ser cansino o estomagante.

Como dijo León Felipe, “yo no sé muchas cosas, es verdad, digo tan sólo lo que he visto”. Y es que más de una vez me ha tocado lidiar con uno de estos perdonavidas cargante, de modo que no hablo a humo de pajas. Los desenlaces de tales encuentros, por abrumadora mayoría fueron, debido sin duda a mi carácter poco flexible y gruñón,  tajantemente ásperos. Aunque hubo alguno en el que, estando un buen y antiguo amigo de por medio, domeñé mi genio y dejé al bellaco sin la lección que su estupidez y su impertinencia merecían. Como cuando por mediación del amigo antes citado sin nombrar, me comprometí a dar clases particulares, de bóbilis, al hijo de un compañero de trabajo suyo.  El alumno era un mozalbete tímido, educado y listo. Y el padre, incomprensiblemente, un zopenco entrometido. Más de una vez y más de dos entró en la habitación en la que el muchacho y yo tratábamos de hacer un comentario de texto con sus análisis morfológicos y sintácticos correspondientes, para interrumpirnos con idioteces, sacar a su hijo de la concentración, a mí de mis casillas y ponernos a ambos de muy mala leche. Transigí y aguanté mecha no sólo ya por mi amigo, sino por el chaval que era también víctima sin posibilidad de huida de la estupidez paterna. En fin, él aprobó la asignatura, que era de lo que se trataba, y yo, después de felicitarle haciéndole ver que el mérito era suyo y sólo suyo, salí pitando antes de que su padre, que ya venía por el pasillo llamándome, me abordara para meter la pata y joder la marrana, algo en lo  que era especialista. Así que, satisfecho con el resultado, disfruté yéndome con un portazo en sus narices que debió de tambalear los cimientos del edificio. Y aún disfruté más cuando, a los pocos días, mi circunstancial alumno me llamó por teléfono para, entre risas, darme cumplida cuenta del monumental e histérico cabreo que se había cogido su padre por mi destemplada salida de la casa. Lo cual que, misión cumplida por partida doble. O tal vez triple.

Repasando mis recuerdos para escribir este artículo he constatado que he vivido demasiadas situaciones como la anterior, aunque en alguna de ellas, por otra parte paradigmática, la víctima haya sido un amigo y yo solo testigo atribulado e impotente. Y lamento no poder entrar en más detalles ni explayarme en según qué caso, porque el aparato este en el que escribo acaba de avisarme de que estoy llegando al límite del espacio concedido. La tiranía del “puto folio”, que diría Umbral. Pero no importa, porque también dice el refrán que “hay más días que longanizas”, que ahora utilizo en su precavido sentido original y en el distorsionado por el tiempo. Pues eso, que más ‘alante’ hay más,  a ver si me quieres comprender, primo.   

domingo, 9 de febrero de 2020

PRELUDIO DE ABRIL

       
Llevo días viviendo arrebatos de una melancolía que me invade sin saber, sin venir a cuento de la vida. El asalto no respeta situaciones y es a veces tan incongruente, tan inesperado y aleatorio, que incluso me descoloca cuando ando embelesado disfrutando de la sonrisa tierna de mi nieta, o del amor callado de mi santa mientras ella, a mi lado, se acomoda en la tarde y yo la observo quedo, emboscado detrás de mi silencio como un furtivo cazador prendado de la presencia cierta de sus ojos. Conozco el panorama del asunto, que ya son muchos años de saberme (o tal vez de creer que me conozco) y, sin embargo, sigue desconcertándome esta brusca irrupción de un sentimiento amargamente dulce que no logro encauzar. Y en cada nuevo embate me desconcierta más porque me encuentra más desprevenido. Acaso sean los años que, pacientes, han abierto rendijas en mis sueños por las que se han colado otros espantos de un rendido ‘no sé’, de los que desconozco si sólo son producto de mí mismo y, por sentirlos míos sin ser consciente de ello, entorpecen mi alerta.  O quizá sean ausencias que, sin saber siquiera si perviven o han muerto, eternamente duermen en el refugio absorto de mis ojos y a veces se despiertan y zarandean mis lágrimas para beber cariño y compañía, aunque éstas tengan el salobre sabor de mi tristeza.
     

         En uno de estos raptos en los que mi silencio, sonoro y porfiado en su labor de zapa, destartaló mis ansias ayer apenas, por escapar airoso de su asedio canturreé hacia adentro una música triste, emocionante que, ya salvado el trance, no era capaz de identificar. Tenía que ser Chopin, pero ni puñetera idea de si era un nocturno, un preludio, o un estudio... Con el tarareo garganta adentro fui acotando al intruso acompañante y, en la luz de un chispazo, intuí que era un preludio. Y acerté. Y, al poco, lo encontré: Preludio nº 4 en mi menor, Op. 28. Llegar hasta Vainica doble y su canción El tigre del Guadarrama, fue coser y cantarla con un regodeo sádico. Una victoria pírrica porque intempestivamente, ajeno al calendario, vino abril y se coló en mi almario a suplicar su cuota ensimismada de emoción «como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada». Y me desvencijó el horizonte opaco de mis ansias. Y al cabo, a su capricho, como un niño travieso cansado de jugar con la nostalgia, se durmió entre los brazos de la tarde de siempre, madre sensible y calma de su sueño y mis penas.

       Ya avisé, en más de una ocasión, que abril es mucho más que un mes. Que es una forma de sentir la vida, de amarla y ser consciente del milagro que amanecer supone, una emoción ubicua, una locura plácida. Y, también, qué demonios, un dolor inconsútil  que descompone y reconstruye el alma, que te arrastra sin compasión ni duelo por el dolor más nítido para, después, llevarte hasta la cima de todo el imposible que creías. Los años me enseñaron a no enfrentarme a sus caprichos. Cuando amanece abril en mis adentros, aun en febrero o mayo (mayormente en noviembre) lo dejo que sea libre entre mis huesos, que recorra mis tripas, descanse en el trastorno de mis pérdidas, se aletargue en los flecos de mi melancolía y salga de viaje como vino, de improviso, de una manera bronca y repentina. Nunca me dice adiós. Si acaso, con retranca, un ‘hasta siempre’ para que no me olvide que vendrá cuando quiera.

         Es un ciclo sin normas el que vivo con estas excursiones abrileñas. Y no me importa nada porque su entrometido asalto consigue, con frecuencia, dar sustancia y razón a mis asombros mientras les busco un hueco y consigo ubicarlos. Como si fuera fácil almacenar carencias, encuadernar los sueños, hacer un inventario de silencios. Se alía, al pronto, la tarde con la quietud que late en el aire angustiado de  corazones lentos que se fueron y en el aire resuenan como tambores huérfanos mientras el mío, forzado espectador de la nostalgia, rodeado de añoranzas se acomoda a ese ritmo pausado, cadencioso, que acuna sus latidos en mi pecho. Ensimismado y dócil en el intento de mi retorno a ellos, distingo sus sonidos, sus risas, sus lamentos, identifico voces y, si me empeño un poco y aporto algunos gramos de locura, soy capaz de sentir en mis mejillas las tímidas caricias de sus manos. Pero ellos no lo saben. Nunca podrán saberlo. Y el preludio de marras, sin que Chopin se entere, ha cambiado de nombre en este hechizo que la tarde ha poblado de presencias.


domingo, 2 de febrero de 2020

ZURRANDO LA BADANA EN AGROEXPO


Viendo las imágenes de la zurra que, a las puertas de Feval, en Don Benito, se propinó por parte de la Policía a los agricultores que protestaban por su ruina y que la subida del SMI vendría a agravar, me acordé de la letra de las Sevillanas de la Reina, que manda narices la cosa, ya saben, «cartas iban y venían desde Londres a Madrid» y,  parafraseándola, sobre la marcha cambié su letra y la adapté a las circunstancias, mientras la canturreaba para paliar mi desasosiego: «Zurras iban y venían desde Mérida a Feval». Esto una vez que me di cuenta del lugar en el que se producía ese tumulto porque, en principio, bien creí que los bataneados eran payeses ‘ansiosos de independencia y libertad fuera del Estado opresor’, y no agricultores extremeños protestando por la explotación a la que los tienen sometidos los intermediarios y las grandes superficies comerciales, con el beneplácito de los sucesivos gobiernos de España y de Extremadura. 

(Fuente: Ministerio de Agricultura)
Dentro del recinto, al que ya habían accedido para inaugurar la trigésimo segunda edición de Agroexpo, el ministro de Agricultura, Luis Planas Puchades, encorbatado; la delegada del gobierno en Extremadura y, desde el pasado 22 de enero, también jefa (en situación de Servicios Especiales) de la Unidad de Protección Civil, María Yolanda García Seco, y el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, que acudió con pantalones vaqueros, botas y una cazadora ‘plumífera’, sin duda un hábito que, en su inconsistencia acomodaticia, consideró acorde a las circunstancias campechanas de la feria que allí se celebraba. Un guiño de pasarela que de poco sirvió a los agricultores que estaban tratando de hacer patente su indignación.

            El ministro cubrió su expediente con un discurso inane sobre Agroexpo como un “gran escaparate que demuestra el gran valor de la actividad agraria extremeña en sus diferentes sectores productivos”.  Y en la puerta, ‘vete que te doy’. La delegada gubernamental y jefa de la Unidad de Protección Civil de la Delegación del Gobierno en Extremadura, (agárrame esa mosca por el rabo, Juan Palomo) según  lo que he podido leer no dijo nada, tal vez porque pensaba que los policías que había desplegado en Don Benito ya habían hablado por ella en el ‘vete que te doy’ que se desarrollaba a las puertas de Feval. Y el frailón de los vaqueros y el pluma nos obsequió con unas palabras, difíciles de creer, en las que apelaba «al diálogo como única vía para encontrar soluciones que permitan abordar los problemas del campo extremeño», mientras que a un buen número de sus posibles interlocutores les estaban zumbando por los morros en la función al aire libre del ‘vete  que te doy’ que él había, al menos, consentido. Curioso no deja de ser, creo, que a una feria agrícola no se deje entrar, porra en mano y zurrando la badana, a los agricultores que deberían ser sus protagonistas. Y aún más que este portento atribuya el aumento del paro agrícola que nos asola no a su ineficacia o desinterés y a la ineficacia o desinterés de su gobierno, sino a una subida del SMI todavía no aplicada. O sea, un caso de prognosis inaudita, un ‘ya pasó lo que todavía es imposible que haya pasado’.

           
A pesar de la contundencia (nunca mejor dicho) de las imágenes que nos ofrecieron los distintos canales de televisión, en las que se ve a los antidisturbios arreando con saña inmisericorde a los concentrados, la delegada del gobierno en Extremadura y jefa a la expectativa de la Unidad de Protección Civil de la Delegación del Gobierno en Extremadura, declaró tras el fregado que no había habido cargas policiales y que la actuación de la policía había sido “proporcionada”. El sentido de proporcionalidad de la señora delegada/jefa de unidad es, sin duda, bastante particular. No sé si seguirá aplicando este baremo sui géneris cuando tome posesión de la citada jefatura pero, en ese caso, qué quieren que les diga, yo preferiría que no me protegiera. A no ser que fuese de ella misma, claro.

           
En fin, como a perro flaco todo son pulgas, por si no tuvieran los agricultores bastante con su ruina y la zurra recibida de forma proporcional, pues habló un buey y dijo mu. Digo que salió a la palestra el secretario general de la UGT, José María Álvarez Suárez, o Josep Maria Álvarez Suárez, o Pepe Álvarez, para mugir tachando a los manifestantes aporreados de «derecha terrateniente, carca, que intenta mantener una situación en el campo de sumisión». Y este ceporro regresivo y asintáctico, ¿en qué siglo se cree que vivimos? ¿Piensa, si es que puede, que seguimos en la España de Galdós? ¿Qué coño sabe de los problemas del campo? ¿Habla sin haber visto las imágenes de la zurra, sin ver quiénes recibían los vergajazos?  ¿Su cacumen tripartito se quedó anclado en la carcunda de los señoritos a caballo otorgando a dedo, en las plazas de los pueblos extremeños, jornales de miseria? Yo no lo sé pero en cualquier caso, yendo el asunto de cabestros iluminados, pues eso, dónde irá el buey que no are. Y además hipocorístico y trífido, primo, que ya es ansia.