viernes, 29 de mayo de 2015

ELECCIONES CON HIMEN RECONSTRUIDO

Los resultados de las elecciones del domingo, que confirmaron la anunciada irrupción en el escenario institucional, con mayor o menor fortuna, de los denominados hasta el hartazgo “partidos emergentes”, y la consiguiente incorporación de los mismos, como miembros de pleno derecho, a la otrora tan denostada casta, han propiciado una semana apabullante de artículos, crónicas y comentarios tanto en los medios como en las redes sociales. Y lo que te rondaré, morena. La proliferación, enemiga tantas veces de la calidad, nos ha deparado,  junto a algunos ejemplos de ecuanimidad, buen juicio y calidad literaria, otros muchos en los que el sectarismo, el resentimiento o las ansias, cuando no directamente el odio sarraceno o  las bilis verdes de sus autores, los hacía del todo prescindibles. A mayor abundamiento cuando bastantes de éstos, y no es casualidad, estaban trufados de ominosos y sañudos atentados a la ortografía y a la sintaxis. Dado que no soy politólogo, profesión que de un tiempo a esta parte parece haber adquirido gran predicamento en ciertos círculos, no me considero capacitado para hacer un análisis del asunto con un mínimo de rigor científico. Así que no lo haré y eso que nos ahorramos todos.

Lo anterior no me supone impedimento para decir que, articulísticamente hablando, voy a echar muchísimo de menos a Fernando Manzano, a la sazón, aún, presidente de la Asamblea y por tal, aún, primo de su chófer. Sus intervenciones, varias veces glosadas por mí en otros tantos artículos, eran siempre una apuesta segura por la hilaridad y el recochineo. He de confesar que en más de una ocasión, siendo yo presa de la angustia porque se me echaba el tiempo encima y el artículo estaba aún fundido en lo más negro de mis circunvalaciones cerebrales, una de sus prodigiosas intervenciones públicas venía en mi auxilio para, haciendo alarde de mágica y forzada generosidad, ‘traspolar’ mi zozobra en alivio. Baste decir que era escuchar o leer sus descacharres oratorios para que mi cacumen, como por ensalmo, se desatascara y empezara a funcionar de tal guisa, que las palabras y las humoradas fluyeran con una agilidad pasmosa. A pesar de la terrible y previsible pérdida de esta tabla salvadora para mis ideas náufragas, conociendo la peculiar idiosincrasia del personaje, siempre dispuesto a hacer alarde de su incapacidad para la facundia, albergo esperanzas de que, aun en su papel de peón opositor, me dé alguna oportunidad en la próxima legislatura de reverdecer alegrías pasadas. Tiempo al tiempo, pues, y castañas en Adviento.

Y puestos a confesar intimidades, padre Gálvez, me acuso de que me ha producido un especial y hondo regocijo el descalabro de la aventura culebrera iniciada por Manuel Sosa, esa especie de Tania Sánchez en feo, asentado durante 14 años en el machito consistorial bajo el amparo y vulnerando los estatutos de IU, formación a la que traicionó de forma ignominiosa con la excusa de no representar a la “izquierda transformadora”. En realidad, se rebeló contra su nave nodriza cuando supo que no iría en las listas electorales y, perdido el pulso, se integró en un pastiche de nombre “Badajoz en común”, que bajo su liderazgo ha conseguido la friolera de 1.289 votos, que, al cambio, deben de ser como las 30 monedas de Judas, moneda más, sufragio menos. Todo un éxito. Pues eso, que siga arrollando así en futuros comicios y que con su pan se lo coma.

También tengo que expresar mi sorpresa por las declaraciones de Guillermo Fernández Vara después de su victoria. Escuchar sus palabras, plenas de unos encomiables anhelos de consenso, diálogo y sincronía, me produjo la falsa impresión de encontrarme ante un recién llegado a estas lides, alguien nuevo que llega inmaculado y sin contaminar. Teniendo en cuenta que este señor ha formado parte, como Director General o Consejero, de los gobiernos de Rodríguez Ibarra desde el año 1995 hasta el año 2007 y, por tanto, ha sido responsable por acción o por omisión, como cómplice o como consentidor, de los acosos y los atropellos a la libertad de disidentes, discrepantes o heterodoxos que el gran sátrapa perpetró bajo el amparo de sus mayorías absolutas, ese  discurso casi beatífico no me cuadra. Porque tampoco recuerdo habérselo oído en sus cuatro años de Presidente, también con mayoría absoluta. No dudo de su sinceridad pero bien es verdad que, visto lo visto, hasta ahora había solapado atinadamente estas ansias dialogantes y fraternas. A no ser que como Saulo camino de Damasco, él, pegado el batacazo desde el caballo de la mayoría absoluta, haya visto o le haya sido revelado, quizás por el mismo taumaturgo que le indujo a presentar la moción de censura, que a la fuerza ahorcan y que hay que cambiar los modos y adaptarlos a una nueva situación donde no caben ni la prepotencia ni el despotismo… Y borrón y cuenta nueva, que siendo el mismo que fui, poco importa lo que fuera si ahora no soy lo que fui.


No sé por qué extraña asociación de ideas, al punto he recordado la noticia reciente que nos informaba de que la inefable Leticia Sabater se había sometido a una operación quirúrgica para reconstruirse el himen. Dizque por volver a ser virgen, como si a estas alturas de la película cupiera alguna posibilidad física o metafísica de que lo pudiera ser. Evidentemente, su nueva flor, artificial y uterina, le ha durado lo que una lata de cerveza  Duff a Homer Simpson, apenas un suspiro. O sea que, mejorando lo presente y sin hacer comparanzas, me reitero en lo ya dicho: Tiempo al tiempo y castañas en Adviento.

sábado, 23 de mayo de 2015

¡CAMPAÑA Y SE ACABÓ!

La verdad es que estoy mentalmente agotado. Han sido meses eternos, densos  de matraca machacona e inmisericorde que, en alianza con el peso de mis años, han formado una pinza cuasi letal. Afortunadamente la naturaleza, sabia cuando compensa, ha ido reforzando con la edad mis defensas contra la vorágine palabrera, de modo que mi costra de escepticismo y de iconoclasia, reforzada y alertada ante la agresión, ha logrado contrarrestar la virulencia del ataque, evitando, así, un fatal desenlace. Otros no han tenido tanta suerte y los ves por los pasillos, por las aceras, con andar inseguro y tambaleante de zombis sonámbulos, enfrascados en un balbuceo de siglas y eslóganes electorales, en un sonsonete de sintonías cargantes o de cancioncillas empalagosas, con sus ojos extraviados bajo una mirada perdida y nubla, ausentes de sí mismos y de su entorno en un deplorable estado que oscila entre la picnolepsia y la catatonia, y a los que, desdichados, solo una contundente actuación del padre Fortea, liberándolos de los malignos espíritus por los que han sido poseídos, logrará hacerles volver a la normalidad.

Y es que todo lo que se refiere al llamado ‘proceso electoral’ está dirigido a menoscabar la capacidad de resistencia del votante. Desde que se conoce o se barrunta la fecha de la cita, normalmente cuatro o cinco meses antes, ya se moviliza el ejército de íncubos, súcubos y demás demonios menores para organizar el acoso y la posesión mental de las víctimas. Y se inicia el procedimiento, envolvente y de una contumacia recalcitrante, para ir menoscabando defensas, molificando cabezas y alelando neuronas. De tal modo que cuando llega la fecha oficial del inicio de la llamada ‘campaña electoral’, las cabezas andan ya muy malamente, saturadas por una precampaña cada vez más agresiva. El hecho definitivo de ver la estampa tantas veces grotesca de los pretendientes, con el cubo de engrudo y el cepillo pringoso, pegando carteles de su imagen risueña chorreante de viscosidad pegajosa, activa un chip en alguna parte de mi cuerpo que hace que mi alma salga de su almario, trastabille, y la oiga rebotar en mis pies con un sonido sordo. Es un momento de debilidad que me hace exclamar un “¡Ay, Dios mío, la que se nos viene encima!” quejumbroso y temblón, pero del que no tengo más remedio que sobreponerme para que el tembleque no llegue a mutar en una resignación fatalista que sea el principio del fin. Pero, ay infelice, “si no quieres brevas, toma higos, Genoveva”. Porque ese acto de reminiscencias “cocoveístas” es el inicio de dos semanas torturantes en las que hay que estar siempre alerta para no dejarte llevar y caer en el abatimiento. Porque ese es el estado de postración que el Maligno, hidra de doce cabezas unidas en su disparidad, aprovecha para abducir entendederas y  llevarte al huerto de cualquiera de ellas, de manera que el domingo, privado de voluntad y de presencia de ánimo, vayas, sumiso y dominado por un estado anómalo de confusión, a hozar como un autómata en el barrizal de unas promesas que no sabes ni quién las hizo. Por lo que puedes salir de allí ignorando si a quien has votado es a quien querías votar o era el que estaba al lado en la misa televisiva concelebrada. La saturación de fanfarria, de frases hechas, de mítines, de declaraciones, de promesas, de “¡pues anda que tú!”, de falacias y de descalificaciones es lo que tiene, que te embota hasta desconocer si acaso tengas que arrepentirte de lo que has hecho con tu voto. O de lo que no has hecho.


La guinda sádica de este pastel espeso y pastoso la pone tal día como hoy, pomposamente denominado “Jornada de reflexión”, que ya es para ir a mear y no echar gota. Digo, ¿qué vamos a poder reflexionar, señores nuestros, si durante meses os habéis dedicado, con saña inaudita,  a masacrar nuestra capacidad de discernimiento? ¿Si nos habéis llevado del pasmo a la incredulidad sin darnos un respiro, atiborrándonos de sermones y de consignas hasta dejarnos modorros? ¿Si la “Jornada de reflexión” debería llevar aparejada una baja médica-remunerada-obligatoria de siete días para que la gente diera en sí y en sus circunstancias? Yo me adelanté a la jugada y ayer ya empecé a reflexionar. Y lo primero que pensé decir, en versión libre, a los responsables de este acoso institucionalizado, es lo que le dice don Alonso, el médico de Amanece que no es poco, a Tirso, el tabernero, que le está metiendo un rollo de no te menees sobre el amor y sus desdichas: Me cago en todas tus muelas, Tirso. Me cago en todas tus muelas una a una. La tabarra que me estás dando, Virgen Santísima. Pero, ¿yo que te he hecho a ti, vamos a ver?.  Hoy ya, tal vez, después de un sueño reparador y un amanecer dichoso y libre de telediarios clónicos y discursos vociferantes, apartadas de mí la ira y la angustia, voy a cumplir con la normativa electoral y a reflexionar como Dios manda. Primero, cerveceando en casa de mi amigo Manuel, en el Deportivo de la calle Santo Domingo y, después, dándome un homenaje gastronómico con mi Tomás Martín Tamayo, que es una manera muy gratificante de sumergirte en la reflexión más profunda. Y el domingo, tempranito, a votar a la Plaza de la Soledad. Eso sí, con mi detente y mi estampita de Fray Leopoldo de Alpandeire, reliquia incluida, colgados del cuello. Por aquello de que “no sea que vaya a ser que…”

domingo, 17 de mayo de 2015

CUESTA ABAJO EN LA GANSADA

Al final me va a ganar la partida. Porque por más que lo intento soy incapaz de sustraerme al morbo de sus necedades y, por más que me propongo ignorarlo y apartarlo de mí, la atracción malsana que me producen sus estrafalarias salidas de pata de banco es superior a las advertencias de rechazo que mi sensibilidad y mi juicio me dictan. Incluso, a pesar de mi agnosticismo, antes de leer los periódicos, ya sea en papel o digitales, echo mano de un detente y de una estampa de Fray Leopoldo de Alpandeire, con reliquia incluida, rescatados de mi cajón de sastre, y efectúo un sortilegio casero y esperanzado repitiendo hasta tres veces “¡Atrás enemigo, que el Corazón de Jesús está conmigo!”. Pero ni por esas. Hocico como un cochino cebón en la idiotez de sus teatralidades ridículas y sonrojantes. Veo su nombre en la prensa, lo escucho en la radio o se me aparece en carne mortal en la televisión, y ahí me quedo pasmado yo, hipnotizado, estupefacto, presa del desasosiego, al ser  testigo de su carrera hilarante de una tontería a otra mayor, mientras se regodea, orondo, en sus patochadas. Parafraseando el tango de Gardel y LePera, me da la impresión de que el tipo va cuesta abajo en la gansada. Y no hay quien lo pare. Porque los que podrían hacerlo, o al menos intentarlo, lo jalean y lo aplauden como panolis. Si así actúan por convencimiento, ya sería preocupante por aquello de la pandemia de idiocia, pero si lo hacen mayormente por asegurar pesebre y prebendas, estaríamos en manos de gente de una catadura moral y de una honradez política muy poco recomendables. O con un cociente intelectual y una capacidad de discernimiento que harían Nobel al que asó la manteca. Lo cual, que Dios nos coja confesados porque no hay escapatoria posible.

Hay un programa en no sé qué cadena de televisión que se llama Vergüenza ajena, por el
que desfilan una serie de individuos e individuas a cual más gilipollas. Haciendo alarde de que lo son y, por lo que se ve, satisfechos de su condición de tales, se entretienen intentando imposibles y desafiando las leyes de la física, con lo que consiguen darse unos morrazos espectaculares y, en ocasiones, espeluznantes. Cada vez que lo veo, zapeando, casi de soslayo, asocio ideas y me angustio. Porque, salvando las distancias, la mecánica es la misma: Hacer patochadas para lograr la atención, aunque eso les suponga un descalabro. Incluso cuando lo estrafalario de la puesta en escena solape la intención final de la aventura y los espectadores, quizá poco perspicaces, o quizá no, se queden sólo con la cáscara del disparate. Con lo cual el cacharrazo es una pérdida de tiempo para el que lo ve, al que, siendo benévolo, tan sólo le suscita una conmiseración condescendiente, pero mucho más para su protagonista que, buscando admiración, lo único que consigue es el rechazo que produce la idiotez de un chirrichote que se cree bendecido por los dioses. Y el cachondeo del respetable.

Nos queda una semana de campaña electoral y, de seguir esta tendencia imparable camino del papanatismo más sublime, me temo que lo peor está por llegar. El fin de fiesta puede superar los límites de la imaginación más calenturienta, obcecado como está el pretendiente en superar, día a día, la penúltima bobada. Visto con perspectiva, la imagen del cheli fosforito trotando desemblantado por los campos extremeños entre alcornoques y encinas, resulta casi inofensiva comparada con la tralla de chorradas que ha venido después. La tragedia reside en el hecho de que por cada escalón que él sube en su esperpéntica escalera, la imagen de Extremadura lo baja camino del ridículo más bochornoso. Y a ver cuánto tiempo y esfuerzo nos cuesta, y cómo nos limpiamos luego las paletadas de mugre que se nos están viniendo encima sin comerlo ni beberlo. He llegado a pensar, (aunque conociendo la torpeza supina del director político de la campaña me cuesta trabajo creerlo), si toda esta estrafalaria mandanga propagandística no sea consecuencia de la simpleza intelectual de sus urdidores, sino producto de un plan maquiavélico y medido para que nos zampemos el pellejo y despreciemos la chicha, para que aventemos el trigo y nos quedemos con la paja, para deslumbrarnos con el artificio y la cohetería e impedirnos, así, ver con nitidez la realidad.


Una de las ocurrencias con las que nos han sobresaltado, presentada como única y pionera en el mundo mundial de la comunicación política, es el slogan “Votes lo que votes. Escucha tu corazón”. Aparte de la singularidad sintáctica de colocar un punto y seguido donde debería ir una coma, la cosa rezuma una cursilería y un amaneramiento de telenovela cutre que tira para atrás. En su presentación ante los medios, el director de campaña, con atildadita informalidad indumentaria, insta a los ciudadanos a que votemos ‘desde el sentimiento, con el corazón’. Visto el panorama, quizá hubiera sido más acertado que nos instara a que lo hiciéramos con el culo. Aunque no hay que perder la esperanza de que así lo haga, que todavía queda una semana hasta el 23. Y eso sí que sería la releche, primo.

sábado, 9 de mayo de 2015

OREJANO

Según el diccionario de la RAE un orejano es, dicho de una res, aquella que no tiene marca en las orejas ni en otra parte del cuerpo, y que, añado yo, campa por sus respetos sin amo ni dueño. Y hay una hermosa canción con música de Los Olimareños y letra del uruguayo Serafín J. García, que yo conozco en la versión de Jorge Cafrune, llamada así, Orejano. Es la confesión de un hombre libre, que no cabestrea a los que mandan, al que nunca han visto lamber la coyunda y que cuando tiene que cantar verdades, las canta derecho, no más a lo macho. Y, por eso, en el pago le tienen idea.

Este pasado miércoles me acordé de ella leyendo en el HOY la entrevista, magnífica, de Antonio Chacón a Tomás Martín Tamayo. En ella, lo primero que se trasluce y, en cierto modo se contagia, es la pasión incontenible que pone en todo lo se implica de hoz y de coz. Y en lo que dice. Por utilizar el símil que él emplea, solo tiene el periodista que enseñarle el pico de la muleta y él se arranca como un toro bravo, sin hierro ni divisa que lo constriñan, soltando gañafones a todo lo que se menea. Habla como escribe y escribe como piensa. Y piensa en libertad, con criterio propio, peligrosa cualidad ésta en una sociedad como la nuestra en la que, salvando honrosas excepciones cercanas, la independencia de opinión es perseguida por tirios y troyanos. Unas veces, pocas, con indirectas sutiles, y otras, las más, con verdadera saña. La vehemencia y el ímpetu que caracterizan su forma de ser no son, sin embargo, impedimentos que nublen su claridad de ideas y la fortaleza de una escala de valores bien asentada en unos principios éticos sólidos. En fin, para que no piensen que yo soy su abuela, terminaré diciendo que para mí es un lujo y un orgullo tenerlo como amigo, y para Extremadura contar con él como narrador y como articulista, sin duda uno de los más grandes de la historia periodística extremeña.

Por arrimar el ascua a mi sardina, articulísticamente hablando, destacaré una par de preguntas con sus respuestas. 1. “¿Y quién es su Pepito Grillo, quién le susurra Memento mori? / No tengo ningún referente. Me quito las postillas yo mismo. No te puedes hacer idea de la cantidad de puertas que se me han cerrado a mí y a mi familia por ser Pepito Grillo...”. Y 2. “Quizás porque tiene fama de mosca cojonera... / ...Yo no quiero ir de ello pero lo que no he hecho nunca es morderme la lengua. Y decir lo que se piensa siempre produce incomodidad”. La entrevista ha sido profusamente difundida, comentada y elogiada en las redes, y me ha producido vómitos verdes ver cómo muchos de los que lo han hecho son los mismos que en los años más duros del talibanismo ibarrista, en los que el discrepante, el disidente, el crítico, el orejano libre como Tomás era ninguneado, perseguido y enviado a las tinieblas exteriores, actuaron como lacayos o sicarios de los
atropellos y desmanes perpetrados por el gran sátrapa. Que ellos fueron cómplices, por acción o por omisión, por cobardía o por convencimiento, de esas puertas cerradas y esas venganzas mezquinas de las que habla el entrevistado. Y ahora, como recién aterrizados del planeta Venus, aplauden y jalean esa libertad de pensamiento que ayer mismo perseguían y trataban de callar. No creo que sean tan incautos de pensar que, si tienen la virtud de formar gobierno en Extremadura, estos aplausos jesuíticos sirvan para condicionar sus críticas, porque 4 años de oposición no sirven ni para purgar sus tropelías y sus ataques liberticidas durante 30 años ni, mucho menos, para borrar y tratar de que olvidemos la pringue y la cochambre de su historia de querellas, ceses arbitrarios, 
desprecios y persecuciones contra quienes discrepaban o, tan sólo, no se prestaban a engrosar, como mandilones, la lista pública de pelotas y tiralevitas de quien se creía, imbuido de furor patrimonialista, dueño de un cortijo que no es sino de todos nosotros. Lo cual que oír a estos fariseos hablar de libertad, me produce el mismo estupor que me causaría ver a Fernando Manzano presentando un libro. La repanocha, vaya.


La entrevista también me despertó el recuerdo de un cuento que, más o menos, transcribo según el leal saber y entender de mi desconcertante memoria: Érase que se era un músico que era conocido en todo el reino por su virtuosismo como compositor, como cantante y como arpista. Tanta era su fama que, enterado el mismísimo rey, decidió contratarlo para que deleitara con su arte la boda de su hija. Así que mandó a sus emisarios en un lujoso carruaje para que lo llevaran a palacio.  El músico aceptó la invitación real pero declinó utilizar medio de transporte tan fastuoso, decidiendo acudir montado en su vieja mula. Para llegar a su destino debía atravesar un bosque, en donde fue asaltado por una banda de violentos ladrones que lo apalearon dejándolo malherido y llevándose con ellos su vieja mula, sus partituras y su arpa. Al poco, dieron en pasar por allí otros invitados a la boda real que, reconociendo al artista, lo auxiliaron. ‘¡Te han robado tu vieja mula, tus partituras y tu arpa!’, exclamaron. A lo que él les respondió: ‘Sí, pero no me han robado la música’.


Así de este cuento deben aprender unos y otros, tirios y troyanos, romanos y cartagineses, jacobinos y girondinos, que, aunque sea apaleado y despojado de su arpa y de su partitura, Tomás, como el viejo músico, seguirá cantando... las verdades del barquero. Mayormente.

sábado, 2 de mayo de 2015

LIBERTAD DE EXPRESIÓN

En tiempos de Maricastaña, cursando yo el “Preu” en el Instituto Zurbarán, ¡bendito sea su recuerdo!, teníamos un profesor de historia bastante peculiar. Acostumbrados a doña María Bourrelier, que nos ilustraba incluso sobre las cagadas de mosca en la cuadros de Velázquez, este señor, además de explicar más bien poco, nos cargaba de un día para otro con una cantidad de temas de estudio que a todos nos parecía excesiva. De modo que le organizamos una pequeña rebelión. Y una mañana, al llegar al aula, la encontró vacía. Nosotros estábamos en los soportales tratando de elegir al portavoz que sería el encargado de hacerle llegar nuestras reivindicaciones. En esas andábamos, insuflados de ardor contestatario, cuando apareció en la puerta. Sin nadie elegido para ser nuestro vocero, de forma atropellada y caótica le expusimos nuestras quejas. Ordenó silencio y, con voz pausada, nos dijo algo así: El alumno no habla con el profesor, fuera del aula, de los problemas surgidos dentro del aula. Entremos en clase. Y eso hicimos. Ocupamos nuestros asientos y, antes de que pudiéramos reaccionar, remató la faena: Debéis saber que el alumno en el aula está en silencio y sólo hablará si el profesor le ha concedido antes permiso para hacerlo. Y ese permiso les ha sido denegado a ustedes por este profesor. Pónganse a repasar los temas de hoy porque, de aquí a diez minutos, deberán hacerme una redacción sobre todos ellos. Como esperábamos, la escabechina que hizo fue de órdago. No se salvó ni el apuntador. Y en el campo de batalla, plagado de suspensos, quedaron masacradas nuestras ansias de protesta y rebeldía.

Eran otros tiempos, otras circunstancias, pero a pesar de todo lo llovido desde entonces y de todas las nieblas dictatoriales disipadas, hay gente que parece vivir aún en la edad oscura y esto de la libertad de expresión, sea crítica, informativa u opinante, no lo tiene muy claro. Y así, al sentirse aludidos o reflejados cuando otros la ejercen, en vez de reaccionar haciendo uso de esa misma libertad que les asiste, lo hacen pretendiendo cercenar la del prójimo, en un intento patético de querer matar moscas, sean estas cojoneras o no, a cañonazos. No se echan mano a la pistola como confesó que hacía aquel nazi energúmeno, (valga el pleonasmo), cuando oía la palabra cultura, pero sí tiran de demanda o de denuncia como pedorros incontinentes.

Aunque el último en dar el cante ha sido el actual ministro de Justicia, (retomando el debate iniciado por su anterior en el cargo, ese viscoso individuo de infausto recuerdo llamado Gallardón), al exponer,
dizque a nivel de reflexión personal, la posibilidad de sancionar a los periódicos que difundan información reservada, no es la clase política la única que detenta en exclusiva el sarpullido liberticida. La liebre de la intolerancia puede saltar de entre los pies de cualquier personaje o personajillo, sin distinción de clase, sexo, religión u oficio, aunque, por regla general y salvo determinados casos muy puntuales, todos ellos suelen compartir un grado de idiocia que rebasa la línea de lo aceptable y un extraño complejo de falsa superioridad que se retroalimenta de sus propias miserias morales. Bien sea un médico arrogante o una funcionaria “mea poquito”, un juez tan puntilloso como sus puñetas o una periodista marisabidilla, un don nadie con ínfulas o una actriz de tercera, cualquiera puede ser presa de la soberbia cegadora de creerse lo que no es, y considerarse paradigma de su profesión, confundiendo de esta forma la parte, ínfima y despreciable tantas veces, con el todo, y la crítica legítima a sus dislates con el ataque injusto. Y, obnubilados, acaso argüirán en su demanda de justicia, por seguir con los ejemplos anteriores, que la crítica hacia ellos es, en realidad, un ataque a la Medicina, a  la Administración, a la Justicia, al Periodismo, al Pueblo o al Teatro. Todas así, con mayúsculas, para equipararlas a la magnitud de sus delirios. En fin, personas verdaderamente grotescas y, si no fuera por la ruindad que albergan sus propósitos, dignas de la mayor lástima.

Por continuar teorizando, diré que cada cual es muy dueño de hacer el ridículo como mejor le parezca, o de echar gasolina a un fuego que, sin ella, no hubiera pasado de llamarada, incluso de enmascarar sus rencores y mezquindades envolviéndose en la capa que tenga más a mano, llámese ésta dignidad, patria, región o bandera. Pero al final acabará como el protagonista del cuento “El traje nuevo del emperador” que, víctima del engaño de Guido y Luigi Farabutto, desfiló desnudo por calles y pasillos creyéndose vestido con sus mejores galas. Sobre todo y a mayor abundamiento si, obcecado en la tarea disparatada de querer matar moscas, sean éstas cojoneras o no, a cañonazos, no tiene en cuenta que el rebufo del cañón puede dejarle chamuscado y con las vergüenzas al aire.