Los resultados de las
elecciones del domingo, que confirmaron la anunciada irrupción en el escenario
institucional, con mayor o menor fortuna, de los denominados hasta el hartazgo
“partidos emergentes”, y la consiguiente incorporación de los mismos, como miembros
de pleno derecho, a la otrora tan denostada casta, han propiciado una semana
apabullante de artículos, crónicas y comentarios tanto en los medios como en
las redes sociales. Y lo que te rondaré, morena. La proliferación, enemiga
tantas veces de la calidad, nos ha deparado,
junto a algunos ejemplos de ecuanimidad, buen juicio y calidad
literaria, otros muchos en los que el sectarismo, el resentimiento o las
ansias, cuando no directamente el odio sarraceno o las bilis verdes de sus autores, los hacía
del todo prescindibles. A mayor abundamiento cuando bastantes de éstos, y no es
casualidad, estaban trufados de ominosos y sañudos atentados a la ortografía y
a la sintaxis. Dado que no soy politólogo, profesión que de un tiempo a esta
parte parece haber adquirido gran predicamento en ciertos círculos, no me
considero capacitado para hacer un análisis del asunto con un mínimo de rigor
científico. Así que no lo haré y eso que nos ahorramos todos.
Lo anterior no me supone
impedimento para decir que, articulísticamente hablando, voy a echar muchísimo
de menos a Fernando Manzano, a la sazón, aún, presidente de la Asamblea y por
tal, aún, primo de su chófer. Sus intervenciones, varias veces glosadas por mí
en otros tantos artículos, eran siempre una apuesta segura por la hilaridad y
el recochineo. He de confesar que en más de una ocasión, siendo yo presa de la
angustia porque se me echaba el tiempo encima y el artículo estaba aún fundido
en lo más negro de mis circunvalaciones cerebrales, una de sus prodigiosas intervenciones
públicas venía en mi auxilio para, haciendo alarde de mágica y forzada
generosidad, ‘traspolar’ mi zozobra en alivio. Baste decir que era escuchar o
leer sus descacharres oratorios para que mi cacumen, como por ensalmo, se
desatascara y empezara a funcionar de tal guisa, que las palabras y las
humoradas fluyeran con una agilidad pasmosa. A pesar de la terrible y
previsible pérdida de esta tabla salvadora para mis ideas náufragas, conociendo
la peculiar idiosincrasia del personaje, siempre dispuesto a hacer alarde de su
incapacidad para la facundia, albergo esperanzas de que, aun en su papel de
peón opositor, me dé alguna oportunidad en la próxima legislatura de reverdecer
alegrías pasadas. Tiempo al tiempo, pues, y castañas en Adviento.
Y puestos a confesar
intimidades, padre Gálvez, me acuso de que me ha producido un especial y hondo
regocijo el descalabro de la aventura culebrera iniciada por Manuel Sosa, esa
especie de Tania Sánchez en feo, asentado durante 14 años en el machito
consistorial bajo el amparo y vulnerando los estatutos de IU, formación a la
que traicionó de forma ignominiosa con la excusa de no representar a la
“izquierda transformadora”. En realidad, se rebeló contra su nave nodriza
cuando supo que no iría en las listas electorales y, perdido el pulso, se
integró en un pastiche de nombre “Badajoz en común”, que bajo su liderazgo ha
conseguido la friolera de 1.289 votos, que, al cambio, deben de ser como las 30
monedas de Judas, moneda más, sufragio menos. Todo un éxito. Pues eso, que siga
arrollando así en futuros comicios y que con su pan se lo coma.
También tengo que expresar mi
sorpresa por las declaraciones de Guillermo Fernández Vara después de su
victoria. Escuchar sus palabras, plenas de unos encomiables anhelos de consenso,
diálogo y sincronía, me produjo la falsa impresión de encontrarme ante un
recién llegado a estas lides, alguien nuevo que llega inmaculado y sin
contaminar. Teniendo en cuenta que este señor ha formado parte, como Director
General o Consejero, de los gobiernos de Rodríguez Ibarra desde el año 1995
hasta el año 2007 y, por tanto, ha sido responsable por acción o por omisión,
como cómplice o como consentidor, de los acosos y los atropellos a la libertad
de disidentes, discrepantes o heterodoxos que el gran sátrapa perpetró bajo el
amparo de sus mayorías absolutas, ese
discurso casi beatífico no me cuadra. Porque tampoco recuerdo habérselo
oído en sus cuatro años de Presidente, también con mayoría absoluta. No dudo de
su sinceridad pero bien es verdad que, visto lo visto, hasta ahora había
solapado atinadamente estas ansias dialogantes y fraternas. A no ser que como
Saulo camino de Damasco, él, pegado el batacazo desde el caballo de la mayoría
absoluta, haya visto o le haya sido revelado, quizás por el mismo taumaturgo
que le indujo a presentar la moción de censura, que a la fuerza ahorcan y que
hay que cambiar los modos y adaptarlos a una nueva situación donde no caben ni
la prepotencia ni el despotismo… Y borrón y cuenta nueva, que siendo el mismo
que fui, poco importa lo que fuera si ahora no soy lo que fui.
No sé por qué extraña
asociación de ideas, al punto he recordado la noticia reciente que nos
informaba de que la inefable Leticia Sabater se había sometido a una operación
quirúrgica para reconstruirse el himen. Dizque por volver
a ser virgen, como si a estas alturas de la película cupiera alguna posibilidad
física o metafísica de que lo pudiera ser. Evidentemente, su nueva flor,
artificial y uterina, le ha durado lo que una lata de cerveza Duff a Homer Simpson, apenas un suspiro. O
sea que, mejorando lo presente y sin hacer comparanzas, me reitero en lo ya
dicho: Tiempo al tiempo y castañas en Adviento.
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