La verdad es que estoy mentalmente agotado. Han sido meses eternos, densos de matraca machacona e inmisericorde que, en
alianza con el peso de mis años, han formado una pinza cuasi letal.
Afortunadamente la naturaleza, sabia cuando compensa, ha ido reforzando con la
edad mis defensas contra la vorágine palabrera, de modo que mi costra de
escepticismo y de iconoclasia, reforzada y alertada ante la agresión, ha
logrado contrarrestar la virulencia del ataque, evitando, así, un fatal
desenlace. Otros no han tenido tanta suerte y los ves por los pasillos, por las
aceras, con andar inseguro y tambaleante de zombis sonámbulos, enfrascados en
un balbuceo de siglas y eslóganes electorales, en un sonsonete de sintonías
cargantes o de cancioncillas empalagosas, con sus ojos extraviados bajo una
mirada perdida y nubla, ausentes de sí mismos y de su entorno en un deplorable
estado que oscila entre la picnolepsia y la catatonia, y a los que,
desdichados, solo una contundente actuación del padre Fortea, liberándolos de los
malignos espíritus por los que han sido poseídos, logrará hacerles volver a la
normalidad.
Y es que todo lo que se refiere
al llamado ‘proceso electoral’ está dirigido a menoscabar la capacidad de
resistencia del votante. Desde que se conoce o se barrunta la fecha de la cita,
normalmente cuatro o cinco meses antes, ya se moviliza el ejército de íncubos,
súcubos y demás demonios menores para organizar el acoso y la posesión mental
de las víctimas. Y se inicia el procedimiento, envolvente y de una contumacia
recalcitrante, para ir menoscabando defensas, molificando cabezas y alelando
neuronas. De tal modo que cuando llega la fecha oficial del inicio de la
llamada ‘campaña electoral’, las cabezas andan ya muy malamente, saturadas por
una precampaña cada vez más agresiva. El hecho definitivo de ver la estampa
tantas veces grotesca de los pretendientes, con el cubo de engrudo y el cepillo
pringoso, pegando carteles de su imagen risueña chorreante de viscosidad
pegajosa, activa un chip en alguna parte de mi cuerpo que hace que mi alma
salga de su almario, trastabille, y la oiga rebotar en mis pies con un sonido
sordo. Es un momento de debilidad que me hace exclamar un “¡Ay, Dios mío, la
que se nos viene encima!” quejumbroso y temblón, pero del que no tengo más remedio
que sobreponerme para que el tembleque no llegue a mutar en una resignación
fatalista que sea el principio del fin. Pero, ay infelice, “si no quieres
brevas, toma higos, Genoveva”. Porque ese acto de reminiscencias “cocoveístas”
es el inicio de dos semanas torturantes en las que hay que estar siempre alerta
para no dejarte llevar y caer en el abatimiento. Porque ese es el estado de
postración que el Maligno, hidra de doce cabezas unidas en su disparidad,
aprovecha para abducir entendederas y
llevarte al huerto de cualquiera de ellas, de manera que el domingo,
privado de voluntad y de presencia de ánimo, vayas, sumiso y dominado por un
estado anómalo de confusión, a hozar como un autómata en el barrizal de unas
promesas que no sabes ni quién las hizo. Por lo que puedes salir de allí
ignorando si a quien has votado es a quien querías votar o era el que estaba al
lado en la misa televisiva concelebrada. La saturación de fanfarria, de frases
hechas, de mítines, de declaraciones, de promesas, de “¡pues anda que tú!”, de
falacias y de descalificaciones es lo que tiene, que te embota hasta desconocer
si acaso tengas que arrepentirte de lo que has hecho con tu voto. O de lo que
no has hecho.
La guinda sádica de este pastel
espeso y pastoso la pone tal día como hoy, pomposamente denominado “Jornada de
reflexión”, que ya es para ir a mear y no echar gota. Digo, ¿qué vamos a poder
reflexionar, señores nuestros, si durante meses os habéis dedicado, con saña
inaudita, a masacrar nuestra capacidad
de discernimiento? ¿Si nos habéis llevado del pasmo a la incredulidad sin
darnos un respiro, atiborrándonos de sermones y de consignas hasta dejarnos
modorros? ¿Si la “Jornada de reflexión” debería llevar aparejada una baja
médica-remunerada-obligatoria de siete días para que la gente diera en sí y en
sus circunstancias? Yo me adelanté a la jugada y ayer ya empecé a reflexionar.
Y lo primero que pensé decir, en versión libre, a los responsables de este
acoso institucionalizado, es lo que le dice don Alonso, el médico de Amanece que no es poco, a Tirso, el tabernero, que le está metiendo un rollo de no te
menees sobre el amor y sus desdichas: Me cago en todas tus muelas, Tirso. Me
cago en todas tus muelas una a una. La tabarra que me estás dando, Virgen
Santísima. Pero, ¿yo que te he hecho a ti, vamos a ver?. Hoy ya, tal vez, después de un sueño
reparador y un amanecer dichoso y libre de telediarios clónicos y discursos
vociferantes, apartadas de mí la ira y la angustia, voy a cumplir con la
normativa electoral y a reflexionar como Dios manda. Primero, cerveceando en
casa de mi amigo Manuel, en el Deportivo de la calle Santo Domingo y, después,
dándome un homenaje gastronómico con mi Tomás Martín Tamayo, que es una manera
muy gratificante de sumergirte en la reflexión más profunda. Y el domingo,
tempranito, a votar a la Plaza de la Soledad. Eso sí, con mi detente y mi
estampita de Fray Leopoldo de Alpandeire, reliquia incluida, colgados del cuello. Por aquello de que “no sea que vaya a ser que…”
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