sábado, 23 de noviembre de 2013

Y ADEMÁS, EL OTOÑO

Quizás sea el otoño, su luz que, como un suspiro frágil, se acurruca en los párpados y adormece los días en un eterno trémolo. O la noche que prematuramente invade las horas que no le pertenecen. O la mezcla imposible de insomnio con hastío. Quizás la culpa sea de este mes de noviembre, abril de otoño, que guarda entre sus pliegues esa tristeza lenta de tarde de domingo prolongada. O ese adagio que resuena constante en mi cabeza y tarareo en silencio, acompasándolo a los latidos de un corazón que a veces siento ajeno y lejanísimo. O el dolor impreciso de todas las ausencias que se vienen de golpe y nublan la nostalgia. Aunque, aquí confieso, acaso todo lo anterior sólo haya sido un subterfugio, un introito poético de articulista torpe para sumar caracteres con espacio y descargar angustias metafóricas, y nada de aquello tenga que ver de manera directa con esta crisis lasa que padezco y sean, tan solo y tanto, circunstancias que agraven el estado abúlico y desanimado que sufro de un poco tiempo acá. Porque la verdad es que desde hace un par de días empiezo a barruntar, gracias a las sabias palabras del sicólogo que se esconde detrás de los espejos y me sorprende mientras me lavo los dientes o miro de soslayo, la causa principal de tanta zozobra. Me dijo el tal con mi voz y con mis ojos: “Yo creo, mi buen amigo, que lo que usted padece es un empacho de mamarrachadas. La realidad del país, que a veces vive de manera enfermiza y con demasiada vehemencia, lo está llevando de asombro en asombro y, como le ocurría a su llorado Jesús Delgado Valhondo, ya no encuentra un sitio donde ponerlos, porque el corazón se le ha quedado pequeño para esta sucesión vertiginosa de sorpresas. Y entonces el estupor, desbordado ya, se enquista y le abotarga las tripas. De ahí las náuseas y esa sensación desagradable de hartazgo. Sosiéguese viajando. Zumbe para Lisboa y termine ese libro de poesía que tiene abandonado. Si no, como poco, se le acabará cayendo el alma a los pies”.

Saliendo de la consulta de este Doctor Cataplasma y yo, hice enumeración de las agresiones que en estos días hubieran podido afectar a mi quebradizo estado de ánimo. Y lo primero que se me vino a la cabeza fue la mitra del Arzobispo de Granada y su recalcitrante afán de desempolvar el Concilio de Trento. No contento con editar en español un libro, Cásate y sé sumisa, cuyo título ya produce sarpullidos a cualquier persona con un mínimo de sentido común, ante las críticas recibidas por lo que de incitación a la violencia y al despotismo domésticos tuviera, se encocora y desbarra con una frase que lo manda, directamente, a la oscuridad carpetovetónica, valga el pleonasmo: “Lo que genera violencia de género es el divorcio y el aborto”. ¡Madre del Amor Hermoso!, qué ocasión ha perdido este lenguaraz mitrado de ingresar en la Orden de la Cartuja, bajo severo voto de silencio.

Y, hablando de libros, otra monserga urticante está resultando el bombardeo de memorias autobiográficas de políticos de distinto pelaje: Guerra, Anguita, Felipe González, Solbes, Aznar... Todos divinos de la muerte, con la autocrítica arrinconada en el desván y sin abuelas. Si pasas cerca de una estantería donde estén todos estos ladrillos juntos, se te queda en la ropa un pestazo a incienso que no se te quita ni blasfemando en arameo. Vaya empalago. Y si no querías brevas, toma higos, Genoveva: la semana que viene se pone a la venta “El dilema, 600 días de vértigo”, del ínclito suricato leonés. La cosa promete, porque este nuevo Mister Chance para decir tonterías y banalidades se las pinta solo. En este único sentido, ZP nunca defrauda.

El desfile de la hez más repugnante saliendo de las cárceles entre capuchas y chapelas, es otra puñetera gota malaya que no deja de atormentarme. Y el convencimiento, cada vez más profundo, de la actitud farisaica y falaz del gobierno incumpliendo todas las promesas hechas, al tiempo que miente con un descaro y una falsa comprensión hacia las víctimas que provocan náuseas, es un asco insoportable que se añade al estupor y a la rabia. Se empezó legalizando a Bildu y, después, las traiciones han venido rodadas: la suelta del moribundo vitalicio Bolinaga, la pasividad para evitar la infamia de López Guerra con la doctrina Parot, la excarcelación a granel de etarras y, por último, el apoyo del PP, por omisión, a subsidiar a esta panda de asesinos liberados con una paga mensual. Y tienen el descaro de decir que están con las víctimas. Pues sí que lo están, pero parece que para apuñalarlas por la espalda y rociar sus heridas con sal. Y a saber qué nuevas ruindades nos quedarán por ver.

Y el desiderátum de esta serie esperpéntica es la conjunción de dos fuerzas, a cual más maléfica, como son las de los ministros Ruiz Gallardón y Fernández Díaz. El primero, con una Ley de Tasas Judiciales abusiva y discriminatoria, que impide el acceso a la justicia a quienes más necesitan de su ayuda gratuita. El otro, con una Ley de Seguridad Ciudadana que criminaliza sin piedad, por vía administrativa, cualquier manifestación pública de protesta que no se contenga dentro de unos límites fijados de manera tan estricta que las harían inoperantes, y donde los caprichos de la autoridad toman carta de naturaleza difícilmente
apelable. Por si fuera poco, ahora preparan estos dos una Ley de Huelga que pretende que, las que se hagan, no produzcan ningún tipo de contratiempo ni molestia a los ciudadanos. O sea, una ley para que las huelgas sean huelgas fantasmas. De seguir por estos derroteros lo mismo le va a ocurrir a España, que se proclama constitucionalmente un “Estado social y democrático de Derecho” pero, en la realidad, lo acabará siendo con una democracia y un derecho que no pasarán de ser puro ectoplasma. 

domingo, 10 de noviembre de 2013

NO CORRÁIS, QUE ES PEOR

En una de sus películas más memorables, Su excelencia el embajador, el genial Cantinflas interpreta al canciller Lopitos, funcionario de la escala más básica en la embajada de la república de Los Cocos en Pepeslavia. Ante la negativa de su embajador, supersticioso inflexible tipo Antonio Gala, a sentarse a una mesa de trece comensales, acaba siendo invitado, a pesar de las reticencias del consejero diplomático, un caballerete antipático y cursi,  a una cena de gala que aquél ofrece a importantes autoridades del país anfitrión. Durante el transcurso de la misma se suceden en Los Cocos hasta tres golpes de estado, que acarrean otros tantos ceses fulminantes y nombramientos de nuevo embajador entre los comensales, en  una escena delirante de discursos, cuadros descolgados, telegramas y efímeras revanchas. El último en triunfar en esta rápida sucesión de asonadas, gracias al apoyo recibido del Cuerpo de Veladores y del Sindicato de Barrenderos, que logra mantenerse en el poder, al menos durante el tiempo que dura la cinta, es el doctor Belendre, a la sazón padrino de nuestro protagonista, al que de inmediato nombra, como era de esperar, embajador extraordinario y plenipotenciario de la república de Los Cocos en Pepeslavia. Más o menos lo que, en cuestión de designaciones y sinecuras, se viene haciendo en España desde tiempos de Felipe González, cambiando favores, relaciones, servicios prestados y silencios por destinos golosos.

Antes de esta escena desopilante, y es a lo que voy,  hay otra ciertamente chusca y ridícula en la que se ve a los capitostes de la sede diplomática y del gobierno pepeslavo,
en una sala contigua al comedor, departiendo cordialmente al tiempo que alardean y ofrecen condecoraciones y medallas que son pura filfa, mientras, mal que bien, tratan de guardar las formas que la grandeza de sus cargos merece. Todo hasta que el mayordomo abre las puertas del comedor y anuncia que la cena está servida. ¡Ay, amigo!, ahí se acabó la dignidad del cargo y el rigor del protocolo y vino la desbandada histérica, los atropellos de unos a otros y el abrirse paso a codazos camino del condumio.

Esta secuencia esperpéntica, aunque encaja perfectamente en el desmesurado tono general de la película, siempre me había parecido exagerada por caricaturesca. Hasta que pude verla el pasado jueves día 31, corregida y aumentada, en la descontrolada estampida que sus señorías protagonizaron en el Congreso de los Diputados, tan ansiosos por irse de puente que ni esperaron siquiera a que el presidente diera cuenta del resultado de la votación. Si aquélla me produjo hilaridad, ésta  me revolvió las tripas de tristeza y de una indignación no exenta de desprecio. Y una inmensa vergüenza ajena por la imagen frívola de estos padres de la patria enrolados en una avalancha compulsiva y patética al más puro estilo de los ñus del Masai Mara.
¿Qué pensaríamos si esta actitud convulsa la hubieran adoptado médicos y enfermeras de un hospital, o funcionarios de cualquier organismo público, o empleados no docentes saliendo de la Universidad? ¿Cuántas interpelaciones parlamentarias hubieran sido presentadas por estos velocistas improvisados pidiendo cuentas a los responsables de esos organismos? ¿Cuántas dimisiones solicitadas? Las excusas dadas por alguno de estos sprinters para justificar su escapismo son de una puerilidad y un desahogo asombrosos, y nos demuestran que tienen el sentido de la autocrítica perdido por algún oscuro recoveco de sus tafanarios, cuando no, o además, más cara que Falete con paperas. Las ganas irrefrenables de dormir en sus casas o el deseo de estar con sus hijos y su familia que esgrimieron, son argumentos de mal chiste si tenemos en cuenta que estos servidores públicos, sacrificados ellos con un sueldo medio al mes de casi 6.500 euros netos, sólo tienen que ir a su puesto de trabajo, si van, de martes a jueves. Si a esto añadimos dos meses de vacaciones en verano, mes y medio en Navidad (desde mediados de diciembre a fin de enero), la Semana Santa y, este 2013, 11 días por San Isidro y 12 más por el 1º de mayo, cuando acabe el año habrán tenido que ir, si han ido, 78 días al Congreso. Los senadores se sacrifican aún más yendo, si van, 49 días. Y muchos de estos camastrones lo más que hacen por su país es, cuando hay votación, actuar como majorettes aborregadas, limitándose a levantar el dedito cuando lo indica quien dirige este desfile modorro.


Lo malo, es que esta actuación impresentable viene a encarnar el paradigma de lo que es, en general, nuestra clase política. Y aunque bien es verdad que, día a día, estos paniaguados nos vienen dando muestras de su incultura y de su torpeza, de su alejamiento progresivo del ciudadano, del desdén arrogante con que tratan a sus votantes, de su convencimiento de pertenecer a una casta superior en comunicación directa con la Historia y de que el pelo de la dehesa que acumulan no se les quita ni con podaderas, este último disparate migratorio ha sido la referencia más llamativa, la más trompetera que nos ha brindado su espesa carrera de despropósitos. Y lo peor, es que se fueron a sus casas, con billetes de tren o avión de bóbilis, pensando que habían actuado dentro de la más absoluta normalidad porque “todos tenemos derecho a descansar”. Aunque algunos se cansen sólo con sestear y levantar el dedito.