viernes, 28 de marzo de 2014

LA DIGNIDAD Y LOS INDIGNOS

Hay fines de semana, como el pasado, en el que coinciden acontecimientos que parecen puestos de acuerdo para darnos una imagen metafórica del país. La muerte de Adolfo Suárez, con toda la carga de hipocresía, falsedades y sentimientos de culpa mal disimulados de unos y otros, y la Marcha de la Dignidad, con un final sangriento que sirvió, además de para constatar la inutilidad de los responsables policiales, para desvirtuar a base de violencia lo legítimo de sus reivindicaciones, son ejemplo de lo que digo. Con el añadido de que ambos sucesos han llevado aparejada la actuación estelar de ciertos personajes, alguno demostrando su capacidad para el cinismo, algún otro haciendo alarde de la idiotez que derrocha cada vez que abre la boca. He tenido tiempo para pasar, sin solución de continuidad, de la tristeza a la indignación y de ésta al pasmo.


Debo confesar que me sorprendí emocionándome al conocer la noticia de la muerte de Adolfo Suárez, por más que fuera esperada. Quizás porque se abrigó en mi interior con la capa de neblina melancólica que siempre acompaña a la nostalgia; quizás porque sentía que con él se iba, de forma definitiva e irrecuperable, la ilusión esperanzada que, a pesar de su dureza, viví en aquellos años de la transición; o quizás simplemente porque moría un político al que, aun en la distancia ideológica, siempre me unió un sentimiento de gratitud por lo que hizo y de solidaridad por lo que le hicieron. Por lo que hizo poniendo su ambición política y personal, que no era poca, al servicio de España y de los españoles, cuando los que vinieron detrás hicieron exactamente lo contrario, que fue poner el país al servicio de sus ambiciones, por sectarias y egoístas que éstas fueran. Y por lo que le hicieron, al ser víctima no sólo de una oposición camandulera y con un afán de revancha enfermizo, sino también de unos compañeros de gobierno primero, y de partido después, más camanduleros y mezquinos aún que aquellos. Incluso el rey, al que le demostró una lealtad sin límites y que apareció en las exequias con cara de circunstancias, le dio la espalda de forma injusta e impropia de la majestad que se le supone. No sé si, por cruel que pueda parecer, la vida le fue benévola sumiéndolo en el limbo de unos tiempos nebulosos que le hicieron olvidar tanto dolor sufrido a nivel personal, y le ahorraron asistir al espectáculo del abandono y la ingratitud de una clase política cicatera y sectaria como la que padecemos y que ahora, en su muerte, pretende lavar su mala conciencia con honores póstumos y medallas tardías. El paripé viperino de Alfonso Guerra en el velatorio y en las declaraciones a diversos medios, alabando con un desparpajo repugnante al que entonces escupía, es el paradigma del cinismo y de la torpe capacidad de fingimiento de muchos de los que pululaban por allí.



La Marcha de la Dignidad, que empezó bien -si obviamos lo cursi y pretencioso de su nombre- acabó de la peor de las maneras posibles. De entrada con su manifiesto final, a cargo de ese actor más segundón que secundario de nombre artístico Willy Toledo, que nos obsequió con la gracia de irse a vivir a Cuba y que de buenas a primeras, sin tiempo a parapetarnos, aparece por aquí dando la tabarra. Me lo he leído enterito y me ha parecido una sucesión inconexa de consignas y tópicos, expresados en un cansino y desesperante lenguaje no sexista carente del más mínimo rigor deductivo. Y lo lamento porque, junto a verdaderos disparates, hay reivindicaciones (desahucios, paro juvenil, recortes, pensiones...) con las que, genéricamente, podría estar de acuerdo. Pero el batiburrillo doctrinal resultante es infumable. Lo peor, no obstante, vino después con la irrupción de un numeroso grupo de bestias que, aliados con la incomprensible actitud de los mandos policiales, pudieron causar una tragedia irreparable. Porque los tipos iban a la caza del policía. Todavía se espera que alguno de los muchos colectivos convocantes de la marcha, tan exquisitos y atentos a los casos de violencia policial excesiva, condenen la de estos energúmenos furibundos porque, si no lo hacen, habrá que deducir que la dignidad de la que hablan a boca llena y dicen representar vale tanto como su fuste democrático, cero zapatero.

A mayor abundamiento, había una comisión internacional que supervisaba la actuación policial, como si España fuera Cuba o Venezuela y, quizás, los mandos sacaron sus complejos de inferioridad al retortero a costa de los policías que, mientras, se jugaban la vida frente a la jauría. Y es que a algunos de los mandamases, con estas visitas, les entra la tiritera y se bloquean mientras se van por la pata abajo, como cuando en los Maristas aparecía el hermano visitador. Si a esto añadimos que la nueva ley de seguridad ciudadana está en la cuerda floja, ¿no habrán buscado sus mentores argumentos contundentes a favor de la misma a costa del desamparo de los miembros de la UIP? Quizás. Y para colmo de despropósitos, la actuación del juez García del juzgado de instrucción número 10 de Madrid que, con 67 policías heridos, pone en libertad a los detenidos porque no le consta que las criaturitas “tuvieran intención de causar daños físicos”. En fin, demasiados tufos como para que este asunto huela bien.

sábado, 22 de marzo de 2014

CITA PREFERENTE CON EL SES

El viernes 21 de febrero fui a mi médica de cabecera, Isabel, porque andaban mis enjundias ventrales declaradas en rebeldía y dándome el coñazo. Me atendió perfectamente, como siempre, y por lo síntomas que le expliqué y la exploración que me hizo, expidió Orden Clínica de Radiología, con “prioridad preferente”, para que me realizaran una ecografía de abdomen completo a fin de encontrar pistas para el diagnóstico de los males de mis entresijos. Pasé, en mi centro de salud de la Zona Centro, en Badajoz, por el preceptivo mostrador para pedir cita, y allí me indicaron que la vía informática estaba colapsada debido al atasco que soporta ese Servicio, de modo que me llamarían por teléfono para comunicarme día y hora de la prueba. A mí nadie me llamó. En su defecto, el día 7 de marzo recibí una carta del Centro de Especialidades que, imaginé, era sustitutiva de la llamada no realizada. Quedé estupefacto al comprobar que, aunque efectivamente me comunicaban día y hora para acudir a mi destino radiológico, muy a mi pesar me resultaría imposible cumplir con tales deberes exploratorios dado que la fecha del emplazamiento era el 5 de marzo, o sea, dos días antes de la recepción de la misiva.


Después de realizar, en un intento por salir del imposible cronológico en el que me había visto inmerso, 67 llamadas infructuosas al teléfono que me facilitaron, a la sexagésimo octava una voz femenina me comunicó que para conseguir una nueva cita debía comenzar el proceso desde el principio. Fui incapaz de comprender los beneficios que para los problemas de salud del ciudadano tiene el hecho, contrario al más mínimo espíritu lógico, de reiniciar el trámite desde su origen y no desde el momento en el que su itinerario quedó interrumpido. Pero, en fin, como meterme en esas elucubraciones son ganas de pedir sensibilidad a las piedras, acaté sus órdenes sin más y emprendí  nuevo camino protocolario que se desarrolló, respecto al anterior, con una simetría digna del “día de la marmota”: cita con mi médica, papela para la ecografía con “prioridad preferente”, paso por el mostrador del centro de salud y, una vez allí, indicación de que me llamarían por teléfono para darme razón de mis cuitas, porque la vía informática, debido al colapso... y patatín y patatán. Esta sinrazón burocrática, exponente del más turbio y absurdo neorrealismo kafkiano, la cumplí, paso a paso, el día 12 de marzo, miércoles. El sábado 15, sin llamadas,  recibí otra carta del Centro de Especialidades con el día y la hora de la nueva cita. Y si la anterior, no sé si por alguna suerte de sortilegio maléfico o por un retardo calculado, la recibí dos días tarde, ésta, quizás por no pillarse los dedos o, acaso,  por curarse en salud (valga el sarcasmo) la he recibido con tiempo suficiente, exactamente 317 días antes, pues debo presentarme, previo ayuno de seis horas, el día 26 de enero de 2015, a las 13:45 horas. Ya ven, o calvos o siete pelucas. La sinonimia de paciente y enfermo adquiere, en casos como éste, plena razón de su naturaleza. Para añadir sufrimiento a la angustia de la espera, el último punto de las instrucciones me conmina a “no orinar antes de la exploración”, pero no me dice desde cuándo debo hacerlo. Por si las moscas, ya llevo doce horas aguantando y estoy a pique de reventar. De aquí a nada tendré que aliviarme sin más remedio aunque me temo que, dado lo esperpéntico del caso, cuando intente hacerlo no voy a echar ni gota.

Esta anécdota personal, que elevo sin dudarlo a la condición de categoría, demuestra no sólo un desastroso funcionamiento de la organización sanitaria extremeña, cada vez más constreñida en su presupuesto, sino también una insensibilidad desvergonzada hacia el enfermo y, a mayor abundamiento, un desprecio a la solvencia de los profesionales médicos, y más en concreto de los médicos de familia, actores forzados y, a la vez, víctimas inocentes de las decisiones disparatadas de políticos zopencos y, tantas veces, cabezas de turco de las iras mal dirigidas de sus pacientes que arremeten de forma injusta contra el más cercano. Tener a un enfermo esperando casi un año no ya a que comience su proceso de curación, sino a saber de qué coño tiene que curarse e, incluso, a conocer si tiene posibilidad de hacerlo, debería estar tipificado como delito en el Código Penal. Y si, por el camino, el paciente acabara en difunto,  habría que calificarlo como “homicidio por negligencia”. Pero hombre, con todas las ocurrencias deslumbrantes que tiene este gobierno nuestro, descubriendo a diario nuevas vías para conseguir titulares tan impactantes como efímeros, ¿cómo no inventa algo para que la gente no se muera mientras espera saber de lo que no tenía que haberse muerto?


En su anterior cometido como portavoz de su grupo parlamentario en la asamblea extremeña, el actual máximo responsable de la cosa sanitaria de aquí, el consejero Carrón, pontificó sobre los recortes en la enseñanza pública de forma muy ilustrativa, limitando sus consecuencias al número de tizas de que dispondría cada aula: “Si antes tenían dos, ahora tendrán sólo una”,  o algo así dijo. Y se quedó tan pancho. Lo que entonces no pasó de ser una soberana memez ahora puede adquirir tintes dramáticos para la ciudadanía doliente porque, siguiendo esa lógica pedestre de Perogrullo, los graves problemas de la sanidad pública extremeña podrían parecerle, al esclarecido mandamás, una simple cuestión de aspirinas. 

sábado, 15 de marzo de 2014

DEL HORROR Y LAS MISERIAS

A pesar de los diez años transcurridos, el horror sigue ahí. Como un recuerdo pegajoso y gris, como una tupida tela de araña que rodea el corazón y hace revivir la angustia. José María Fernández, profesor titular de literatura española, ahora jubilado, de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, burgalés, magnífico articulista, Quijote contra la dictadura lingüística catalana y crítico incansable del nacionalismo mezquino y excluyente (valga el pleonasmo) que estilan los torpes políticos (valga un segundo pleonasmo) que gobiernan allí, con el que sigo relacionado vía Internet, me había invitado a participar en unas jornadas de literatura organizadas por su Departamento. Yo debía intervenir el día 10 de marzo, con una conferencia sobre poesía social en Extremadura, de manera que llegué el 9 a Tarragona con la intención de volverme el mismo día 10 en tren nocturno hasta Madrid para, en la estación de Atocha, embarcar en el Talgo la mañana del 11 y llegar a Badajoz ese día a la hora de comer. Pero, afortunadamente, a última hora decidí cambiar el billete,  y dormí el 10 en Tarragona, saliendo para Madrid a las ocho y algo de la mañana siguiente que lucía espléndida y soleada. La tragedia allí ya había explotado, pero todos en el tren lo ignorábamos.

Yo, en aquel tiempo, tenía un teléfono móvil prehistórico que se apagaba cuando mejor le parecía y en los momentos más inoportunos, que sonó al poco de arrancar el tren. Era Martín, compañero (este sí) de la Uex. Él me dio una primera noticia, todavía confusa y mínima de la catástrofe. Me costó creerlo. Y me maldije por haber metido en la maleta, y no en la cartera de mano, el pequeño transistor que siempre me acompaña en mis viajes y que podría haberme mantenido informado. A trancas y barrancas conseguí comunicar con mi familia, que ignoraba mi cambio de planes y me suponía en medio de la sangre. Entretanto, al compás de una mañana que se tornaba cada vez más plomiza en nuestro interior a medida que íbamos conociendo más detalles del terrible suceso, el tren avanzaba indiferente. Paró en Zaragoza y de allí no pasó. El resto del viaje lo hicimos en autobús, inmersos en un silencio rotundo que nos unía sin conocernos. Poco podíamos imaginar que aquel desconsuelo unánime sería un espejismo que duraría apenas veinticuatro horas.

Porque la actuación que tuvo la clase política española a partir del día 12 de marzo, e incluso desde el principio, fue un repugnante amasijo de miserias al que no fueron ajenas las terminales mediáticas adscritas, correas de transmisión necesarias para emponzoñar el ambiente, alentando bulos y pontificando elucubraciones. Con la vista puesta en las elecciones que se celebrarían tres días después, éstos y aquéllos sólo se dedicaron a contar votos mientras los familiares contaban muertos. Muertos que lo eran doblemente al ser, primero, asesinados por los terroristas para, después, ser rematados por la acción despreciable y mezquina de políticos y voceros. Al final, las víctimas, que deberían estar unidas en lo que de único y neutro tiene el dolor de la pérdida, acabaron separadas, si no enfrentadas, por culpa de intereses que asumieron como propios cuando sólo eran cálculos espurios de una partida de inmorales. Jamás podré perdonarles, ni a los unos, ni a los otros, socialistas y populares, el daño que nos hicieron y la brecha que abrieron en una sociedad, la nuestra, que debía ser una contra los asesinos. Sé que personalizar este dislate, esta repugnante manipulación, tiene su cuota de injusticia. Pero esas son las servidumbres de liderar mezquindades, el castigo, siquiera ínfimo y personal, que debe aplicarse a los injustos. Por un lado a José María Aznar, encaramado en sus desvaríos egocéntricos, recalcitrante en sus obsesiones etarras, en su chaladura californiana; por el otro a Rubalcaba, moviéndose a sus anchas en la intriga y la manipulación, promoviendo asaltos intimidatorios y hablando de las mentiras de los otros olvidándose de las suyas. Y mientras tanto, al compás de sus vómitos y de su estrechez moral, las lágrimas del sufrimiento, que deberían ser sólo agua salada y transparente, se iban tornando de distinto color.


Han tenido que pasar diez años para que el sufrimiento adquiera sosegada razón de naturaleza y los muertos sólo tengan el color de la ausencia. Diez años ha costado reparar el daño que nos hicieron estos botarates. Tanto es así que lo más destacado de la informaciones publicadas sobre el reciente funeral oficiado en La Almudena no ha sido la sinrazón del daño de tanta muerte absurda, ni lo injusto del sufrimiento indiscriminado, ni la conmoción inasumible del dolor repentino, ni la angustia de todos los corazones que latíamos al compás del padecimiento de los que más lloraban, sino el hecho de que acudieran juntas las asociaciones de víctimas antes distantes. Diez largos años de lágrimas y de recuerdos para que la grieta que abrieron, al compás del destrozo de las bombas, empiece a cicatrizar. Ni Aznar ni Zapatero asistieron a él. Ni puta falta que hacía.

sábado, 8 de marzo de 2014

VIVIR DEL AIRE


Hay semanas en las que este artículo que les llega cada sábado se hace de rogar. Se pone pelmazo, camastrón, se esconde detrás de las noticias un día tras otro, se escabulle entre el maremágnum de tanta información y no quiere advenir. Quizás por hábitos poéticos necesito, para que se haga la luz, una chispa que pellizque el sentimiento o la razón, que estimule la ternura o la indignación o el asombro, y consiga que la pantalla del ordenador no se transforme en sudario neuronal en el que el latido del cursor no sea más que un parpadeo hipnótico que bloquea, insistente, la salida de cualquier idea. Y ese desasosiego de un folio en blanco que lo ocupa todo, que amarga los insomnios como una aparición, produce un malestar indefinido y desagradable que asalta de manera caprichosa y engurruña las tripas. En estas zozobras áridas andaba, sintiendo ya a mis espaldas, resoplando en mi occipucio, el aliento agobiante del tiempo que, inexorable, avanza y estrecha márgenes, y con la angustia de constatar que todo lo que tenía eran picoteos de aquí o allí, nada concreto que llevarme a las manos, cuando Tomás Martín Tamayo me habló del “respiracionismo” y de la “Barbie humana”. Mientras alucinaba ante sus explicaciones, ya bullía en mi interior la certeza de que este pasmoso asunto podía ser el que acabara con mi desasosiego y pusiera fin a mi esterilidad productiva. Y él, que me conoce, también lo supo. Es ya la segunda vez que por sí mismo o por intercesión de su “alter ego”, Perica, me soluciona la papeleta. Vaya desde aquí mi gratitud eterna para ambos, si entendemos por eterno el tiempo que, aunque yo sienta como tal, tan sólo durará hasta los albores de mi próximo atasco. “Articulísticamente” hablando.

Mientras buscaba en internet más datos sobre el fenómeno de la mujer-muñeca y los motivos que inspiraban
su absurdo comportamiento, me vino a la memoria una anécdota, de la que fui testigo, protagonizada por dos conocidas: la una gnóstica, meliflua y espiritual, físicamente menuda y reservada; la otra, una andaluza ceceante y corpulenta, vitalista y extrovertida. La conversación entre ambas derivó hasta llegar a los terrenos del sexo. La una explicaba que, siguiendo los principios de su filosofía introspectiva y dualista, no tenía ningún contacto físico con su pareja. Nada de coitos ni porquetas así. Cuando la apetencia llegaba, se tumbaban los dos desnudos encima de la cama y sin roce alguno, sólo con el poder de sus mentes, sobrevenía el orgasmo. No especificó si, en el caso de su pareja, el éxtasis era expulsivo o seco como las tormentas burguillanas. Esa extraña técnica coital que practicaban se llama, según nos ilustró su usuaria, “cópula metafísica”. La jaquetona, al oír aquella excentricidad, saltó como un resorte: “¡Pues no ‘zabeh’ lo que te pierdes!, porque yo me fumo un porro y me toca un hombre desde aquí hasta aquí –dijo mientras se señalaba el codo y el hombro- y me ‘zubo’ por la paredes”. Y ahí se acabó la conversación iniciática.


Lo de Valeria Lukyanova, el portento ucraniano, es otra cosa. Ella se rige por los principios de la inedia, también llamada “respiracionismo” o “inspiracionismo”, según vaya o venga. Fundamentalmente se trata de vivir sin comer ni beber, alimentándote sólo de energía microcósmica o “prana”, o sea,  del aire y de la luz del sol. Tal como lo intentan, sin tanta prosopopeya, más de un millón de hogares en esta España viento en popa de ahora mismo. La cosa viene de antiguo, desde el ayuno de 40 días con sus noches de Jesús, pasando por San Nicolás de Flüe (s.XV), Garzón de su época pues fue juez y político que, casado, con diez hijos e iluminado como él, dizque tras una visión mística, huyó a los montes, se hizo eremita y durante 19 años sólo se alimentó de hostias consagradas; el mismo y único alimento que, cuentan, ingirió durante 40 la estigmatizada Teresa Neumann, hasta su muerte en el año 1962. Más actuales son Prahlad Jani, un gurú y yoghi indio de 83 años, que asegura haber vivido los últimos 72 a la luna de Valencia, y una charlatana de Australia, Ellen Green “Jasmuheen”, autora de más de 30 libros sobre el tema con títulos como Vivir de la luz o El alimento de los dioses (¡pobre H.G.Wells!) que, con motivo de un reportaje realizado en su casa sobre su régimen de abstinencia, uno de los periodistas le descubrió una nevera bien rellena de viandas nada espirituales.


La “Barbie humana”, autodenominada “Diosa Amatue”, va mucho más allá. Este espécimen de lo grotesco, que dice ser enemiga de la cirugía estética, con una cintura de 49 centímetros lograda a base de ejercicio y “cardio” diarios, autora de 100 canciones y viajera astral, asegura, entre otros muchos dislates,  proceder del planeta Venus (“no recuerdo qué pasó antes, porque es muy difícil restaurar los recuerdos sobre encarnaciones pasadas en otros planetas”), estar en contacto con seres transdimensionales desde los 12 años, tener como amigos a mayas y alienígenas con los que se enfrasca en largas peroratas utilizando el lenguaje de la luz, y ser un vampiro emocional que hará semidioses a quienes la sigan. Además, pontifica: “No me importa cuántas cosas malas se digan de mí, pronto seré una estrella pop y una famosa maestra sobre experiencias extracorporales”. Habrá que estar atentos a los derroteros de su currículo, porque este engendro parafísico capaz es de acabar como cabeza de lista al Ayuntamiento de Madrid. O, en su defecto,  presentando Sálvame, que tampoco es moco de pavo.

sábado, 1 de marzo de 2014

LA VIRGEN CONDECORADA


Esta semana, dos informes previos del Poder Judicial han desmantelado sendos anteproyectos de Ley, estrellas refulgentes de esta segunda mitad de legislatura marianista: el de la Ley para la Protección de la Seguridad Ciudadana del ministro Fernández, y el de la Ley del Aborto del ministro Gallardón. Con respecto al primero, se pone de manifiesto la inconstitucionalidad de muchos de sus artículos más contestados y peliagudos, mientras que para el segundo se pide directamente su retirada. Dado que, una vez que se eleven a definitivos, estos informes no tienen carácter vinculante y, conociendo el talante intransigente de los dos perlas a quienes se enmienda la plana, me temo que tan expertas opiniones quedarán en agua de borrajas. O, más propiamente,  en agua bendita de borrajas. Ya he dicho en alguna ocasión que esta pareja de chupacirios, uno ególatra furibundo, el otro converso cuarentón, forman un bloque dogmático con unos tics autoritarios tan asumidos, tan somatizados que, de no ponerles freno, nos acabarán retrotrayendo a los confines de la edad oscura, si no a zambullirnos de lleno en ella. La verdad es que ninguno de los dos desentonaría en un gobierno presidido por Carlos Arias.

Jorge Fernández comenzó su carrera política en el año 1978, cuando contaba 28 años. Y desde entonces, este inspector de Trabajo no ha parado: Delegado de Trabajo en Barcelona, gobernador civil de Asturias y de Barcelona, concejal en el Ayuntamiento de esta última, diputado del Parlamento catalán y del Congreso, senador, secretario de Estado para las Administraciones Públicas, de Educación y de Relaciones con las Cortes, vicepresidente tercero del Congreso y, por fin, Ministro del Interior desde diciembre de 2011. 36 años, pues, chupando rueda. En 1979 ya se le vieron maneras cuando, en su etapa de delegado de Trabajo en Barcelona y con la excusa de que no se habían convocado oposiciones y nada se lo impedía, colocó bajo su égida a dos hermanas, un hermano, tres cuñadas, su propia esposa y una prima de ésta. Se decía por entonces que él y sus parientes llenaban una planta entera del edificio que ocupaba la citada delegación en Vía Layetana. Y no es para menos.

Pero esto fue antes de su conversión, que se inició el año 1991, estando de viaje oficial en Estados Unidos invitado por el Departamento de Estado. Ocurrió un fin de semana que los llevaron a Las Vegas de turistas: “Allí, por medio de un gran amigo que sin duda fue un instrumento de la providencia de Dios, Él salió manifiestamente a mi encuentro”, nos dice el propio converso en una entrevista. No nos aclara si la manifestación de este encuentro se materializó en forma corpórea o fue sólo un soplo espiritual, lo que sí sabemos es que el proceso culminó seis años después en que, según nos cuenta, el Señor le dijo, dando testimonio, ya ven, de a qué alturas llega la inmersión lingüística: “Hasta aquí hemos llegado. O caixa o faixa”. Y ese ultimátum divino fue lo que le hizo cruzar definitivamente la línea que lo separaba del redil. A partir de ahí, presa del frenesí del converso, su biografía catecúmena adquiere proporciones siderales: supernumerario del Opus, miembro de la Orden Constatiniana de San Jorge, rosario, misa, comunión, lectura espiritual y oración diarias... Y un autor de referencia, Vittorio Messori, converso como él, “con quien me unen tantas cosas. El providencialismo, por ejemplo. Messori analiza los acontecimientos teniendo en cuenta que Dios es el Señor de la Historia, del Tiempo, de la Cronología”, nos confiesa. Pues me parece muy bien. Quiero decir que a mí me da igual que cada cual crea en lo que quiera creer, mucho más en temas tan particulares, tan íntimos, como son las creencias religiosas. Pero, siendo ministro del Interior, subordinar la actividad política a esas creencias no sólo me parece ilógico, sino altamente peligroso. Y él así lo hace cuando comparte su íntima convicción de que “Dios está muy presente en el Congreso. Las Cortes son el órgano legislativo del estado, y Dios, el gran legislador del universo... Vivo la política como un magnífico campo para el apostolado y la santificación, como el lugar donde Dios quiere que esté”. Y termina desbocado del todo afirmando que “en la vida las cosas no suceden porque sí, o gracias a los amigos, o por lo listo que uno sea. Todo esto son causas segundas, mediaciones humanas que responden a los designios de Dios”. Pues eso, ya sabemos por qué se ahogaron los inmigrantes en la playa del Tarajal.


Aplicar estos postulados de providencialismo iluminista a la política de Orden Público puede dar lugar a situaciones chocantes. Me imagino a la policía antidisturbios dotada, como complemento de sus medios disuasorios, de un hisopo lleno de agua bendita por si un acaso los alborotadores estuvieran posesos y así compaginar exorcismo y vergajazos. O, aún mejor, llenar el tanque de la manguera con ella y repartirla a granel. O introducir en la nueva ley sanciones administrativas para agnósticos y ateos. O dictar orden de detención contra el mismísimo Belcebú. No es demasiado descabellado lo que fabulo porque El Pato, como denominaban al ministro sus adversarios políticos, ha concedido esta misma semana la medalla de oro al mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor. Parece que esta figura mariana cumple los artículos 4 y 5 de la ley franquista que rige su concesión. Como coja carrerilla capaz es de nombrar comisario perpetuo al apóstol Santiago e, invocación mediante, mandarlo a lomos de su corcel blanco a arreglar los problemas migratorios de Ceuta y Melilla. ¡Estaría de Dios!