Hay semanas en las que este
artículo que les llega cada sábado se hace de rogar. Se pone pelmazo,
camastrón, se esconde detrás de las noticias un día tras otro, se escabulle
entre el maremágnum de tanta información y no quiere advenir. Quizás por hábitos
poéticos necesito, para que se haga la luz, una chispa que pellizque el
sentimiento o la razón, que estimule la ternura o la indignación o el asombro,
y consiga que la pantalla del ordenador no se transforme en sudario neuronal en
el que el latido del cursor no sea más que un parpadeo hipnótico que bloquea, insistente,
la salida de cualquier idea. Y ese desasosiego de un folio en blanco que lo
ocupa todo, que amarga los insomnios como una aparición, produce un malestar
indefinido y desagradable que asalta de manera caprichosa y engurruña las
tripas. En estas zozobras áridas andaba, sintiendo ya a mis espaldas,
resoplando en mi occipucio, el aliento agobiante del tiempo que, inexorable,
avanza y estrecha márgenes, y con la angustia de constatar que todo lo que tenía
eran picoteos de aquí o allí, nada concreto que llevarme a las manos, cuando
Tomás Martín Tamayo me habló del “respiracionismo” y de la “Barbie humana”.
Mientras alucinaba ante sus explicaciones, ya bullía en mi interior la certeza
de que este pasmoso asunto podía ser el que acabara con mi desasosiego y
pusiera fin a mi esterilidad productiva. Y él, que me conoce, también lo supo.
Es ya la segunda vez que por sí mismo o por intercesión de su “alter ego”,
Perica, me soluciona la papeleta. Vaya desde aquí mi gratitud eterna para
ambos, si entendemos por eterno el tiempo que, aunque yo sienta como tal, tan
sólo durará hasta los albores de mi próximo atasco. “Articulísticamente”
hablando.
Mientras buscaba en internet más
datos sobre el fenómeno de la mujer-muñeca y los motivos que inspiraban
su
absurdo comportamiento, me vino a la memoria una anécdota, de la que fui
testigo, protagonizada por dos conocidas: la una gnóstica, meliflua y
espiritual, físicamente menuda y reservada; la otra, una andaluza ceceante y
corpulenta, vitalista y extrovertida. La conversación entre ambas derivó hasta
llegar a los terrenos del sexo. La una explicaba que, siguiendo los principios de
su filosofía introspectiva y dualista, no tenía ningún contacto físico con su
pareja. Nada de coitos ni porquetas así. Cuando la apetencia llegaba, se
tumbaban los dos desnudos encima de la cama y sin roce alguno, sólo con el
poder de sus mentes, sobrevenía el orgasmo. No especificó si, en el caso de su
pareja, el éxtasis era expulsivo o seco como las tormentas burguillanas. Esa
extraña técnica coital que practicaban se llama, según nos ilustró su usuaria, “cópula
metafísica”. La jaquetona, al oír aquella excentricidad, saltó como un resorte:
“¡Pues no ‘zabeh’ lo que te pierdes!, porque yo me fumo un porro y me toca un
hombre desde aquí hasta aquí –dijo mientras se señalaba el codo y el hombro- y
me ‘zubo’ por la paredes”. Y ahí se acabó la conversación iniciática.
Lo de Valeria Lukyanova, el
portento ucraniano, es otra cosa. Ella se rige por los principios de la inedia,
también llamada “respiracionismo” o “inspiracionismo”, según vaya o venga.
Fundamentalmente se trata de vivir sin comer ni beber, alimentándote sólo de
energía microcósmica o “prana”, o sea, del aire y de la luz del sol. Tal como lo
intentan, sin tanta prosopopeya, más de un millón de hogares en esta España
viento en popa de ahora mismo. La cosa viene de antiguo, desde el ayuno de 40
días con sus noches de Jesús, pasando por San Nicolás de Flüe (s.XV), Garzón de
su época pues fue juez y político que, casado, con diez hijos e iluminado como
él, dizque tras una visión mística, huyó a los montes, se hizo eremita y
durante 19 años sólo se alimentó de hostias consagradas; el mismo y único
alimento que, cuentan, ingirió durante 40 la estigmatizada Teresa Neumann, hasta
su muerte en el año 1962. Más actuales son Prahlad Jani, un gurú y yoghi indio
de 83 años, que asegura haber vivido los últimos 72 a la luna de Valencia, y
una charlatana de Australia, Ellen Green “Jasmuheen”, autora de más de 30
libros sobre el tema con títulos como Vivir de la luz o El alimento de los
dioses (¡pobre H.G.Wells!) que, con motivo de un reportaje realizado en su
casa sobre su régimen de abstinencia, uno de los periodistas le descubrió una
nevera bien rellena de viandas nada espirituales.
La “Barbie humana”, autodenominada
“Diosa Amatue”, va mucho más allá. Este espécimen de lo grotesco, que dice ser
enemiga de la cirugía estética, con una cintura de 49 centímetros lograda a
base de ejercicio y “cardio” diarios, autora de 100 canciones y viajera astral,
asegura, entre otros muchos dislates, proceder del planeta Venus (“no recuerdo qué
pasó antes, porque es muy difícil restaurar los recuerdos sobre encarnaciones
pasadas en otros planetas”), estar en contacto con seres transdimensionales
desde los 12 años, tener como amigos a mayas y alienígenas con los que se
enfrasca en largas peroratas utilizando el lenguaje de la luz, y ser un vampiro
emocional que hará semidioses a quienes la sigan. Además, pontifica: “No me
importa cuántas cosas malas se digan de mí, pronto seré una estrella pop y una
famosa maestra sobre experiencias extracorporales”. Habrá que estar atentos a
los derroteros de su currículo, porque este engendro parafísico capaz es de
acabar como cabeza de lista al Ayuntamiento de Madrid. O, en su defecto, presentando Sálvame, que tampoco es moco de
pavo.
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