Esta semana, dos informes previos
del Poder Judicial han desmantelado sendos anteproyectos de Ley, estrellas
refulgentes de esta segunda mitad de legislatura marianista: el de la Ley para
la Protección de la Seguridad Ciudadana del ministro Fernández, y el de la Ley
del Aborto del ministro Gallardón. Con respecto al primero, se pone de
manifiesto la inconstitucionalidad de muchos de sus artículos más contestados y
peliagudos, mientras que para el segundo se pide directamente su retirada. Dado
que, una vez que se eleven a definitivos, estos informes no tienen carácter
vinculante y, conociendo el talante intransigente de los dos perlas a quienes
se enmienda la plana, me temo que tan expertas opiniones quedarán en agua de
borrajas. O, más propiamente, en agua
bendita de borrajas. Ya he dicho en alguna ocasión que esta pareja de
chupacirios, uno ególatra furibundo, el otro converso cuarentón, forman un
bloque dogmático con unos tics autoritarios tan asumidos, tan somatizados que,
de no ponerles freno, nos acabarán retrotrayendo a los confines de la edad
oscura, si no a zambullirnos de lleno en ella. La verdad es que ninguno de los
dos desentonaría en un gobierno presidido por Carlos Arias.
Jorge Fernández comenzó su carrera
política en el año 1978, cuando contaba 28 años. Y desde entonces, este
inspector de Trabajo no ha parado: Delegado de Trabajo en Barcelona, gobernador
civil de Asturias y de Barcelona, concejal en el Ayuntamiento de esta última,
diputado del Parlamento catalán y del Congreso, senador, secretario de Estado
para las Administraciones Públicas, de Educación y de Relaciones con las
Cortes, vicepresidente tercero del Congreso y, por fin, Ministro del Interior
desde diciembre de 2011. 36 años, pues, chupando rueda. En 1979 ya se le vieron
maneras cuando, en su etapa de delegado de Trabajo en Barcelona y con la excusa
de que no se habían convocado oposiciones y nada se lo impedía, colocó bajo su égida
a dos hermanas, un hermano, tres cuñadas, su propia esposa y una prima de ésta.
Se decía por entonces que él y sus parientes llenaban una planta entera del
edificio que ocupaba la citada delegación en Vía Layetana. Y no es para menos.
Pero esto fue antes de su
conversión, que se inició el año 1991, estando de viaje oficial en Estados
Unidos invitado por el Departamento de Estado. Ocurrió un fin de semana que los
llevaron a Las Vegas de turistas: “Allí, por medio de un gran amigo que sin
duda fue un instrumento de la providencia de Dios, Él salió manifiestamente a
mi encuentro”, nos dice el propio converso en una entrevista. No nos aclara si
la manifestación de este encuentro se materializó en forma corpórea o fue sólo
un soplo espiritual, lo que sí sabemos es que el proceso culminó seis años
después en que, según nos cuenta, el Señor le dijo, dando testimonio, ya ven,
de a qué alturas llega la inmersión lingüística: “Hasta aquí hemos llegado. O
caixa o faixa”. Y ese ultimátum divino fue lo que le hizo cruzar
definitivamente la línea que lo separaba del redil. A partir de ahí, presa del
frenesí del converso, su biografía catecúmena adquiere proporciones siderales: supernumerario
del Opus, miembro de la Orden Constatiniana de San Jorge, rosario, misa, comunión,
lectura espiritual y oración diarias... Y un autor de referencia, Vittorio
Messori, converso como él, “con quien me unen tantas cosas. El
providencialismo, por ejemplo. Messori analiza los acontecimientos teniendo en
cuenta que Dios es el Señor de la Historia, del Tiempo, de la Cronología”, nos
confiesa. Pues me parece muy bien. Quiero decir que a mí me da igual que cada
cual crea en lo que quiera creer, mucho más en temas tan particulares, tan
íntimos, como son las creencias religiosas. Pero, siendo ministro del Interior,
subordinar la actividad política a esas creencias no sólo me parece ilógico,
sino altamente peligroso. Y él así lo hace cuando comparte su íntima convicción
de que “Dios está muy presente en el Congreso. Las Cortes son el órgano legislativo
del estado, y Dios, el gran legislador del universo... Vivo la política como un
magnífico campo para el apostolado y la santificación, como el lugar donde Dios
quiere que esté”. Y termina desbocado del todo afirmando que “en la vida las
cosas no suceden porque sí, o gracias a los amigos, o por lo listo que uno sea.
Todo esto son causas segundas, mediaciones humanas que responden a los
designios de Dios”. Pues eso, ya sabemos por qué se ahogaron los inmigrantes en
la playa del Tarajal.
Aplicar estos postulados de
providencialismo iluminista a la política de Orden Público puede dar lugar a situaciones
chocantes. Me imagino a la policía antidisturbios dotada, como complemento de
sus medios disuasorios, de un hisopo lleno de agua bendita por si un acaso los
alborotadores estuvieran posesos y así compaginar exorcismo y vergajazos. O,
aún mejor, llenar el tanque de la manguera con ella y repartirla a granel. O
introducir en la nueva ley sanciones administrativas para agnósticos y ateos. O
dictar orden de detención contra el mismísimo Belcebú. No es demasiado
descabellado lo que fabulo porque El Pato, como denominaban al ministro sus
adversarios políticos, ha concedido esta misma semana la medalla de oro al
mérito policial a Nuestra Señora María Santísima del Amor. Parece que esta
figura mariana cumple los artículos 4 y 5 de la ley franquista que rige su
concesión. Como coja carrerilla capaz es de nombrar comisario perpetuo al
apóstol Santiago e, invocación mediante, mandarlo a lomos de su corcel blanco a
arreglar los problemas migratorios de Ceuta y Melilla. ¡Estaría de Dios!
No hay comentarios:
Publicar un comentario