El viernes 21 de febrero fui a mi médica de cabecera,
Isabel, porque andaban mis enjundias ventrales declaradas en rebeldía y dándome
el coñazo. Me atendió perfectamente, como siempre, y por lo síntomas que le
expliqué y la exploración que me hizo, expidió Orden Clínica de Radiología, con
“prioridad preferente”, para que me realizaran una ecografía de abdomen
completo a fin de encontrar pistas para el diagnóstico de los males de mis
entresijos. Pasé, en mi centro de salud de la Zona Centro, en Badajoz, por el
preceptivo mostrador para pedir cita, y allí me indicaron que la vía
informática estaba colapsada debido al atasco que soporta ese Servicio, de modo
que me llamarían por teléfono para comunicarme día y hora de la prueba. A mí nadie
me llamó. En su defecto, el día 7 de marzo recibí una carta del Centro de
Especialidades que, imaginé, era sustitutiva de la llamada no realizada. Quedé
estupefacto al comprobar que, aunque efectivamente me comunicaban día y hora
para acudir a mi destino radiológico, muy a mi pesar me resultaría imposible
cumplir con tales deberes exploratorios dado que la fecha del emplazamiento era
el 5 de marzo, o sea, dos días antes de la recepción de la misiva.
Después de realizar, en un intento por salir del imposible
cronológico en el que me había visto inmerso, 67 llamadas infructuosas al
teléfono que me facilitaron, a la sexagésimo octava una voz femenina me
comunicó que para conseguir una nueva cita debía comenzar el proceso desde el
principio. Fui incapaz de comprender los beneficios que para los problemas de
salud del ciudadano tiene el hecho, contrario al más mínimo espíritu lógico, de
reiniciar el trámite desde su origen y no desde el momento en el que su itinerario
quedó interrumpido. Pero, en fin, como meterme en esas elucubraciones son ganas
de pedir sensibilidad a las piedras, acaté sus órdenes sin más y emprendí nuevo camino protocolario que se desarrolló,
respecto al anterior, con una simetría digna del “día de la marmota”: cita con
mi médica, papela para la ecografía con “prioridad preferente”, paso por el
mostrador del centro de salud y, una vez allí, indicación de que me llamarían por
teléfono para darme razón de mis cuitas, porque la vía informática, debido al
colapso... y patatín y patatán. Esta sinrazón burocrática, exponente del más
turbio y absurdo neorrealismo kafkiano, la cumplí, paso a paso, el día 12 de
marzo, miércoles. El sábado 15, sin llamadas, recibí otra carta del Centro de Especialidades
con el día y la hora de la nueva cita. Y si la anterior, no sé si por alguna
suerte de sortilegio maléfico o por un retardo calculado, la recibí dos días
tarde, ésta, quizás por no pillarse los dedos o, acaso, por curarse en salud (valga el sarcasmo) la he
recibido con tiempo suficiente, exactamente 317 días antes, pues debo
presentarme, previo ayuno de seis horas, el día 26 de enero de 2015, a las
13:45 horas. Ya ven, o calvos o siete pelucas. La sinonimia de paciente y
enfermo adquiere, en casos como éste, plena razón de su naturaleza. Para añadir
sufrimiento a la angustia de la espera, el último punto de las instrucciones me
conmina a “no orinar antes de la exploración”, pero no me dice desde cuándo
debo hacerlo. Por si las moscas, ya llevo doce horas aguantando y estoy a pique
de reventar. De aquí a nada tendré que aliviarme sin más remedio aunque me temo
que, dado lo esperpéntico del caso, cuando intente hacerlo no voy a echar ni
gota.
Esta anécdota personal, que elevo sin dudarlo a la
condición de categoría, demuestra no sólo un desastroso funcionamiento de la
organización sanitaria extremeña, cada vez más constreñida en su presupuesto, sino
también una insensibilidad desvergonzada hacia el enfermo y, a mayor
abundamiento, un desprecio a la solvencia de los profesionales médicos, y más en
concreto de los médicos de familia, actores forzados y, a la vez, víctimas
inocentes de las decisiones disparatadas de políticos zopencos y, tantas veces,
cabezas de turco de las iras mal dirigidas de sus pacientes que arremeten de
forma injusta contra el más cercano. Tener a un enfermo esperando casi un año no
ya a que comience su proceso de curación, sino a saber de qué coño tiene que
curarse e, incluso, a conocer si tiene posibilidad de hacerlo, debería estar
tipificado como delito en el Código Penal. Y si, por el camino, el paciente acabara
en difunto, habría que calificarlo como
“homicidio por negligencia”. Pero hombre, con todas las ocurrencias deslumbrantes
que tiene este gobierno nuestro, descubriendo a diario nuevas vías para
conseguir titulares tan impactantes como efímeros, ¿cómo no inventa algo para
que la gente no se muera mientras espera saber de lo que no tenía que haberse
muerto?
En su anterior cometido como portavoz de su grupo
parlamentario en la asamblea extremeña, el actual máximo responsable de la cosa
sanitaria de aquí, el consejero Carrón, pontificó sobre los recortes en la
enseñanza pública de forma muy ilustrativa, limitando sus consecuencias al número
de tizas de que dispondría cada aula: “Si antes tenían dos, ahora tendrán sólo
una”, o algo así dijo. Y se quedó tan
pancho. Lo que entonces no pasó de ser una soberana memez ahora puede adquirir
tintes dramáticos para la ciudadanía doliente porque, siguiendo esa lógica pedestre
de Perogrullo, los graves problemas de la sanidad pública extremeña podrían
parecerle, al esclarecido mandamás, una simple cuestión de aspirinas.
2 comentarios:
Déjate de excusas y vas allí ese día y con ropa limpia y el carnet en la boca
Amigo Jaime, es una verguenza. Yo a los 56, aquí me tienes cuidando mis entretelas como oro en paño -subescaleras, 1 hora de rooning dias alternos,paseos, alimentación discreta,...- para tratar de retrasar mi entrada en la boca del lobo sanitaria...jejej..
Que no nos pase nada y lo que nos queda.
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