sábado, 24 de febrero de 2018

LIBERTAD DE OPINIÓN

(Fuente: Cadena SER)

Hace tiempo que el asunto venía apestando el ambiente con un tufo espeso y rancio, conocido y antiguo. Detalles, pequeñas advertencias, amagos que no presagiaban nada bueno, que apuntaban a un lento e inexorable retroceso, a una vuelta a la tutela, a la asunción de una minoría de edad falsa e impuesta. Un retorno al “miedo a la libertad”  que esta semana se ha hecho patente y lo que apenas era una sensación, casi el temor difuso a una aparición fantasmagórica cutre y fuera de lugar, se ha materializado con toda la fuerza de los hechos. En concreto de tres, que enumero según la  prioridad que me dicta mi leal saber y entender: 1º. El secuestro cautelar, por orden de la jueza Alejandra Pontana, de Collado Villalba, del libro “Fariña”, de Nacho Carretero, por supuesta vulneración del derecho al honor de José Alfredo Bea Gondar, exalcalde de El Grove, y por el que se pide un rescate de 500.000 euros. 2º. La retirada de la feria Arco de Madrid, a instancias del director de Ifema,  de la instalación “Presos políticos”,  de Santiago Sierra. 3ª. La condena a 3 años y medio de cárcel al rapero Valtònyc, por enaltecimiento del terrorismo, calumnias e injurias graves contra la Corona. Tres casos que abarcan infinidad de matices pero que tienen un hecho en común: la interesada y falsa equiparación por parte del poder entre disconformidad y censura para, así, emboscar en esta última la sombra oscura y alargada del acoso a la libertad de opinión y de expresión. No quiero entrar en un bucle ‘conspiranoico’, pero estoy convencido de que esta coincidencia temporal no es fruto de la casualidad, sino el resultado de un plan perfectamente urdido para constreñir libertades básicas y, al unísono, ir moldeando una sociedad cada vez más cobarde, más gazmoña, más aborregada y más intransigente.

(Fuente: Abc)
Esto de puertas para adentro, porque de puertas para afuera, ¿cualquiera de los tres supuestos nos acerca a Europa o nos aleja de ella? Si es que de acercarnos se trata, digo. ¿Nos acerca al patrón europeo secuestrar judicialmente un libro, ‘ainda mais, si lleva ya tres años publicado y va por su décima edición, dizque para salvaguardar el honor de un exalcalde condenado en firme tres veces por blanqueo de capitales procedentes del narcotráfico, prevaricación y malversación de caudales públicos? ¿Qué hay que secuestrar? ¿Los miles de ejemplares vendidos? Y, ¿qué honor hay que mantener a salvo, el de un convicto tricondenado? Otrosí digo:  ¿Nos acerca al patrón europeo censurar una instalación artística de la feria Arco de Madrid por tildar de ‘presos políticos’ a una caterva que incluye a los ultras del Rayo Vallecano, los matones de Alsasua, Junqueras, Jordis, Bódalo y no sé cuáles otros delincuentes?  ¿En qué siglo estamos viviendo en España, bajo qué escala oficial de valores democráticos? Señor director de Ifema, ¿qué puñetera cacicada liberticida es esta? ¿De dónde le vino la inspiración para que ahora mismo seamos el hazmerreír de Europa? Después de conseguir que nos adelanten los cangrejos, ¿ha pensado usted en dimitir y no seguir dañando la imagen de España con decisiones tan carpetovetónicas? Su actuación ha sido de una torpeza tan supina que incluso se equivoca cuando intenta justificarse, que ya son ganas de hozar en la necedad. Y para guinda, no creo que nos acerque al patrón europeo mantener una legislación que condena al que calumniare o injuriare al Rey o a cualquiera de sus ascendientes o descendientes, a la Reina consorte o al consorte de la Reina, al Regente o a algún miembro de la Regencia, o al Príncipe heredero de la Corona, en el ejercicio de sus funciones o con motivo u ocasión de éstas, con la pena de prisión de seis meses a dos años si la calumnia o injuria fueran graves, y con la de multa de seis a doce meses si no lo son.

(Fuente: Avui)
En fin, mi opinión es que esta semana ha sido nefasta para la imagen internacional de España porque pienso que secuestrar judicialmente libros, censurar obras de arte ‘molestas’ o encarcelar raperos lenguaraces, tengan estos o no ramalazos psicopáticos, son solo credenciales que atestiguan las carencias democráticas que seguimos padeciendo. Y me temo, como decía al principio, que la tendencia reaccionaria y el ansia censora, profesional o aficionada, van en aumento. Y para más recochineo, los fugados del procés, desde Bélgica o Suiza, frotándose las manos viendo cómo los pánfilos de aquí, con su torpeza y su carcunda, no hacen sino sembrar dudas que suman argumentos en su defensa. Y gratis total. Si serán ceporros, primo.

sábado, 17 de febrero de 2018

UNA HISTORIA SENCILLA


Le gustaba fatigarse hasta el agotamiento. Le parecía que el cansancio físico ayudaba a disipar el hastío, la angustia de vivir. Así que desde hacía ya unos meses no utilizaba el ascensor y dos, tres, hasta cuatro o cinco veces diarias o quizás más, quién sabe, y a toda la velocidad que sus piernas podían aguantar, subía las escaleras hasta el piso, un sétimo, donde se dejaba vivir. Con eso evitaba, además, el tener que saludar a algún vecino en el ascensor, soportar su mirada compasiva, adivinar sus disimulos. Al cerrar jadeante la puerta tras de sí, se daba de bruces con el desolador panorama que ofrecía lo que, en otros tiempos, había sido su hogar y ahora no era sino una tortura para su cansado corazón.

(Fuente: Oficio de escribir)
En su delirio le parecía estar encarnando el papel protagonista de una tragedia irreal, viviendo por detrás de un espejo en un sueño horrible del que despertaría al dormirse. Tantas veces había visto en la televisión situaciones similares a la de su pesadilla que albergaba la esperanza de que todo fuera producto de la alucinación, y de que la modorra le libraría de la congoja y disiparía sus obsesiones. Y por eso su afán era llegar al borde de la resistencia física para dejarse caer en el colchón y dormir y soñar en busca de la realidad de antes. Pero se sabía derrotado de antemano, consciente de que la farsa era sueño y el drama, realidad. Y entonces insomne, desesperado, recordaba paso a paso todas y cada una de las fases de su desgracia: El declive lento pero continuo de la empresa en la que llevaba media vida dejándose la vida; los ERE sucesivos; los pinchazos de intranquilidad en la boca del estómago; los meses sin cobrar; las asambleas que eran más cortejo fúnebre que posibilidad de arreglo; ese ansia irracional de creerse las mentiras; el cordón umbilical a la esperanza roto ante el despido inevitable; la miseria de indemnización con la que hubo de conformarse; el paro; el subsidio posterior; la renta básica; el vacío;  los cientos de currículos presentados inútilmente; los quilómetros recorridos en busca de la nada de fábrica en fábrica, de empresa en empresa y, poco a poco y sin descanso, el deterioro de la esperanza, la pérdida de la ilusión. Y sobrevolando todo, más dolorosa que el desasosiego o el desconcierto,  por encima de la sensación terrible de impotencia y de inutilidad, más desesperante aún que la derrota, andaba volandera la tristeza como una inundación irreparable. Una tristeza espesa, lacerante, terca, pelmaza, que se metió en la casa y en los huesos y que de tan dolorosa que era, tan definitiva, le impedía el desahogo puntual del llanto. Así era de cruel. Así de despiadada.

(Fuente: Notife)
Supo que no tenía escapatoria (lirismo amigo de un final irremediable y compartido en sueños) el día en el que recibió la notificación blanquísima, impoluta, escrita con la misma frialdad distante, exacta, judicial y cínica con la que se firman las sentencias de muerte, que le obligó a empaquetar silencios y abrazos, luces de amaneceres, sombras de figuritas de siempre en el salón, lomos de libros vistos tantas veces, la voz a ti debida, fotos de boda y nietos, de amigos y momentos, la colección de búhos, el poso de los años compartidos, el rastro de los besos de los niños, las miradas calladas, el nombre de esos ojos que siempre le miraban con cariño. Y la rendición. Conoció la fecha en la que vendrían a despojarlo del aire que había sido su vida y su sustento. Y los esperó. Desde la ventana vio llegar la comitiva fúnebre del desalojo y, en ese momento, se abrió la luz que parecía no existir, la luz con la que recuperó la ironía y el sentido del humor que habían acompañado su vida. Se encaramó en el alféizar de la ventana para dominarlos con la perspectiva del vencedor y, canturreando largo y tendido, inició un vuelo torpe de alondra moribunda. Su cabeza tropezó contra la barandilla de un balcón de la segunda planta (fue lo último que vio) desparramando sesos en una lluvia grisácea de presagios y sangre inocente. Después su cuerpo hizo una pirueta extraña invirtiendo la inercia y fue a caer con estrépito sordo en medio de la calle. Golpe seco y rotundo con pesadez de culpa. Ya sólo un guiñapo distorsionado abrazando la nada, los ojos semiabiertos, la boca besando el asfalto y el silencio asumiendo silencio irremediable. Hacía calor esa mañana y el sol, impertinente, molestaba a la comitiva judicial que venía a ejecutar el desahucio. Un canario cantaba no sé dónde y en el bar de la esquina alguien pidió otra ronda de cervezas. La vida y la distancia es lo que tienen.

sábado, 10 de febrero de 2018

LO QUE SEA, SONARÁ

(Fuente: Jordi Rosals)

Dada mi inveterada tendencia al ensimismamiento y a la ausencia, he de confesar que nunca he sentido demasiado clara la línea que separa sueño y realidad. Quizá porque siempre he tenido una más que aceptable capacidad para aislarme del mundo exterior, quedarme en él sin estar y dejar que siguiera su camino mientras yo soñaba despierto o vivía dormido dentro de una realidad mucho más gratificante que la suya. Recuerdo unos primeros y vagos episodios de confusión de lindes que se remontan a mi infancia, y soy consciente de que a medida que he ido cumpliendo años, esa frontera interior que marca los límites entre ambos mundos se ha hecho, poco a poco, más sutil, menos nítida, como si la vida me fuera preparando a la sensación del tránsito, armando un escenario amable y conocido a lo que habrá de ser. O como si yo hubiera ido acomodando esa aduana virtual  a mi propia conveniencia o a mis propios avances. Sea por una razón u otra, (algo que francamente me importa un bledo), lo que sí es verdad es que, a pesar de que no sea este un acto que dependa de mi voluntad, cada vez pajareo mejor por esos cielos inciertos en los que realidad y quimera se confunden. Y aunque el asunto no deje de ser producto de un proceso de estricta sinapsis neuronal, pura química, eso no me impide albergar la esperanza de que también haya situaciones especiales en las que las neuronas se salten los cánones de lo políticamente correcto, y nos regalen momentos en los que la utopía y la magia campen a sus anchas por los entresijos de nuestro cacumen sin que tengamos que acordarnos de don Hipólito. Sobre todo ahora que he descubierto las bondades de la siesta del burro o del canónigo, esa que comienza alrededor del mediodía y que te prepara al cuerpo para la cerveza y el aperitivo. He adquirido tal virtuosismo en esos instantes de duermevela que ya incluso soy capaz de interactuar con el mundo real, entablando diálogos con la televisión o canturreando melodías de anuncios. A veces me doy perfecta cuenta de lo que sucede, y disfruto a base de bien sintiéndome estar y no al mismo tiempo. Otras no me entero de nada, pero mis cronistas me lo cuentan.

(Fuente: El Mundo)
Como no hay miel sin hiel ni rosa sin espinas, donde la puerca tuerce el rabo es en el momento en el que se agrega a este paisaje idílico, como me ocurrió a mí la semana pasada, un ejército salvaje de virus gripales de distintas cepas, que me inundaron el cuerpo de escalofríos y tiritonas, hicieron de mis huesos fosfatina, destartalaron mis neuronas y lograron que donde antes hubo diversión, ahora solo hallemos pesadilla y angustia, pasando de un duermevela amable a un delirio terrorífico que deja ‘El gabinete del doctor Caligari’ en juego de niños. Si a la maldad vírica se añaden las circunstancias medioambientales que nos rodean desde hace tanto tiempo ya, con el procés, los Carnavales, Puigdemont, Operación Triunfo, los Carnavales, Torrent, la madre Juana, Artadi, el padre Andrés, los Carnavales y Junqueras dando por saco de manera  inmisericorde y agravando el proceso patológico, no sé ni cómo sigo en pie y escribiendo ahora estas líneas. Porque en los 4 o 5 días en que la enfermedad ha alcanzado las cotas de ataque más preocupantes, he tenido varios episodios de modorra morbosa delirante que porque mis espaldas ya aguantan los embates sin que la hipocondría me anule, porque si no, digo, si me coge este arrebato alucinante con 20 años menos, caigo como un ciquitraque. Para que luego digan los curas que no hay que relativizar. Pues si no relativizo en estas, adiós muy buenas.

(Fuente: Tom+Lorenzo)
Imagínense: Las 11 y 05 de la noche. Yo en mi cama, febril, sudoroso, viéndome desde un plano cenital, jugando a ‘El palé’. Unos minutos de juego contra el ‘capturador de niños’ de Chitty Chitty Bang Bang que, en realidad, es Carles Puigdemont. Acabo de comprar la calle Alcalá y, al tiempo que estoy sentado a la mesa de juego, voy andando por ella, en el cartón, tratando de ubicar las casas y hoteles que correspondan. Me desoriento. No sé si seguir por la acera en la que estoy o pararme y llamar al sereno. De pronto veo un portal que se ilumina, me dirijo a él y compruebo que su número es el 2.311. Me oigo decir: “Joé, los números son iguales a los de mi despertador”. Y es entonces cuando me doy cuenta de que he estado todo el tiempo con los ojos abiertos creyendo que soñaba. O soñando. Desaparecen juego y jugadores y me quedo mirando la hora en mi mesilla: 23:12 ya. Me doy la vuelta y veo que mi santa duerme plácidamente. Suficiente para mí. Así que cierro los ojos y consigo dormirme mientras pienso: “Lo que sea, sonará”. Y aquí seguimos, primo.
(Fuente: Tesoros del Ayer)