domingo, 29 de diciembre de 2019

NAVIDAD Y NAVIDADES


Cuando mis hijos eran pequeños celebrábamos las Navidades tratando de que la alegría y la magia que su madre y yo podíamos aportarles fueran parejas a sus ilusiones y sus esperanzas. Y espero que, cuando llegue el momento, las recuerden con la misma apacible emoción que recuerdo yo las mías. Y su madre las suyas. Ahora que ya son mayores, las seguimos celebrando porque nuestro agnosticismo comunitario no supone ningún impedimento para hacerlo. A mí, particularmente, eso de celebrar el «solsticio de invierno» me parece una extravagancia relamida, una pedantería exhibicionista de lo  más cursi. De la misma manera que, a pesar de mi republicanismo confeso, me parece una idiotez soberana llamar al rey de España ciudadano Borbón. En fin, allá cada cual con sus complejos, sus ínfulas o sus dogmatismos sectarios. Yo, por mi parte, hasta que el pueblo español no decida otra cosa y aunque no me guste, llamaré rey a quien lo es según nuestras leyes. Y felicitaré en estas fechas con un Feliz Navidad a quien me pete. Y eso no me impide seguir pasando olímpicamente de la fe católica y de la Monarquía. Lo otro, creo que es apenas un postureo de quienes toman el rábano por las hojas y queriendo huir de un dogma para ellos estigmatizante y carca, se tiran de barriga a otro, más laicamente puro, sí, pero igual de pamplinoso y extravagante que aquél del que abominan. Pues eso, tengamos la fiesta en paz y que cada quien crea lo que mejor le parezca, sin interferencias aleccionadoras de inquisidores que se sienten con derecho al desprecio de las creencias de otros que, por otra parte, no hacen daño alguno a nadie y pertenecen a la esfera más personal de cada cual.

Estos días leí en un periódico digital un titular sugerente: Si odias la Navidad, tienes un talento psicológico que no conoces. Lo primero que pensé es que a mí no me merecería la pena tener un talento psicológico si para tenerlo tuviera que odiar, o sea, tener «antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea». ¿Qué mal puede deseársele a la Navidad?  Después la cosa no iba de odio a la Navidad, sino del uso estratégico de las fortalezas personales, de sentirnos más auténticos y otras mandangas por el estilo. Bueno está. Y en otro digital, para no perder comba ni ‘actualidad’, pude leer la verdadera historia de Jesús, que según dice su autor, apoyado en el rigor científico (¿?), no nació en Belén ni el 24 de diciembre, ni en un pesebre; no fue perseguido por Herodes; no se supo de él hasta que tuvo 30 años y se casó con María Magdalena, que era gnóstica. Y qué quieren que les diga, a mí todo esto me importa un bledo. Y su contrario, también. Lo cual, que ni odio la Navidad ni la dejo de odiar. Porque comer o cenar en familia, hacernos regarlos, tomar unas cervezas con los amigos, desear felicidad a quienes quiero, acordarme de mis muertos y llorar sus ausencias o zamparme unas cigalitas cuando se tercia, lo hago todo el año.

No obstante, hay cosas de estas fechas que me gustan especialmente, a saber: los terroríficos cuentos de Navidad de mi amigo JuanMa Cardoso; la felicitación navideña de su alter ego Bartolín; estar con mi nieta; que mi hijo Jaime y su pareja vengan desde Barcelona a pasar unos días con nosotros; las felicitaciones manuscritas con tarjeta de Navidad o sin ella; estar con mi nieta; el exceso de dulzainas; escuchar el villancico de Pepe Nieto en la película Amantes; estar con mi nieta y ver películas que siendo niño veía por estas fechas como, por ejemplo, La gran familia, que vi hace unos días en 13TV. ¿Quieren creer que, ensimismado como estaba mientras lo hacía, mi infancia salió del almario y me encontré con ella entre las manos? Me recordó que cuando la vi por primera vez, yo quería ser Críspulo (Pedro Mari Sánchez), el ‘petardero preponderante’. Entre lágrimas tuve que confesarle que ahora mi ídolo era Pepe Isbert, el abuelo. No le pareció mal y, así, seguimos ambos viendo la peli tan panchos, cada cual con su rol asumido.       

Pero como no hay miel sin hiel ni rosas sin espinas y aunque la Navidad no sea directamente culpable de ellas, hay otras que no soporto, cuales son: la avalancha insufrible de cursiladas que invaden redes sociales y televisiones con la palabra «entrañables» machaconamente presente; la invasión torturante de anuncios televisivos de perfumes en francés, inglés o arameo que me destrozan los nervios; el alcalde de Vigo y sus luces; el afán seráfico de unos y otras de que vayamos por las calles como aprendices de ángeles deseando paz y felicidad hasta a las farolas; el discurso del rey; los comentarios al discurso del rey; el discurso de fin de año, impostado y vacuo, del presidente autonómico de turno; los comentarios al mismo;  las aglomeraciones; el abuso de los precios; el gordo de Navidad; los reportajes televisivos a los ganadores del gordo de Navidad, y los petardos y la leche que mamaron todos los petarderos menos Críspulo. En cualquier caso, por resumir y a pesar de muchos, les deseo a todos los que anden por aquí una feliz Navidad y que el año 2020 sea como cada cual quiera que sea, si es que esto es posible. Pero por desear que no quede. Y a quien le pique, que se rasque. ¿vale, primo?

domingo, 15 de diciembre de 2019

DEL ABSURDO AL VÓMITO


¿Se imaginan a Quim Torra hablando con cordura?; ¿a Belén Esteban leyendo su discurso de entrada en la Real Academia Española de la Lengua?; ¿a Tomás Martín Tamayo firmando un artículo hagiográfico sobre Ibarra o Monago?; ¿a Pablo Iglesias disertando en latín sobre la obra de Kant en la cátedra de Filosofía de la Universidad de Königsberg?; ¿a Rajoy, en directo, ilustrándonos sobre literatura contemporánea comparada?; ¿a Miguel Iceta sin hacer el tonto?; ¿a Puigdemont cantando bulerías?;  ¿a Vara pudiéndose abrochar el primer botón de sus camisas?; ¿a Pedro Sánchez diciendo la verdad?... Son situaciones que por absurdas, por surrealistas, el solo hecho de imaginarlas no deja de producirnos, como mucho, hilaridad. Si subimos un escalón, pasaríamos de la sorpresa al asombro y de la risa a la indignación si nos encontráramos con que Ortega Smith fuera coordinador nacional de las casas de acogida para mujeres maltratadas, un pederasta convicto embajador de Unicef, un nazi presidente de  la Amical de Mauthausen o Abascal director del Centro de menores de Primera Acogida de Hortaleza. 

Pues yo he llegado aún más arriba en esta escala, o más abajo, según se mire, y lo he hecho hasta la náusea irreprimible sin necesidad de imaginar nada, sólo viendo cómo una persona tan despreciable como Arnaldo Otegui, un criminal convicto como él, terrorista satisfecho de serlo, es paseado como un «hombre de paz», un colaborador generoso y sacrificado que ayudó a «acabar con la violencia terrorista de ETA». La vesania interesada de los dirigentes políticos que lo ha propiciado, no ha hecho sino escenificar una ceremonia de humillación a las víctimas del terrorismo etarra vergonzosa y repugnante. Pero si solo el ver la cara de cretino del elemento y la chulería cutre que desprenden sus palabras y su altivez me pone las tripas de vuelta y media, me produce aún más basca ver a los bambarrias del PSOE, con pose de solemnidad y gesto trascendente, con el bálano del verraco en la mano oficiando la infame ceremonia de presentarse como mamporreros de un criminal contumaz que no se arrepiente del daño irrestañable causado, y que aún tiene la desfachatez de ir de víctima siendo verdugo. Una muestra dolorosa de la escala de valores y la ética de estos fariseos solemnes.  Ni un frasco de Primperan sería capaz de controlar mi vómito a la vista de este circo infame y repugnante.

De los sacristanes de esta infamia, digo de Podemos, me espero todo, pues sólo con recordar la trayectoria zigzagueante que han seguido desde los albores de su gestación, tengo más que suficiente. Nunca creí en ellos y nunca me fie de su líder, Pablo Iglesias, que huele a impostura y a estalinismo hasta en fotografía. Y además me parece un cursi redomado. Y un trepa de aquí te espero. ¿Y los monaguillos de IU? Pues qué quieren que les diga, ya no son nada. Porque el destrozo que ha llevado a cabo Garzón con ella no consigo entenderlo si no es achacándolo a la codicia enfermiza de este panoli flojón e inseguro, presa fácil a la que el predecible futuro vicepresidente del gobierno ha hipnotizado hasta la alienación babeante. Integrada en Podemos por un plato de lentejas, desnaturalizada e incorpórea, ha acabado como el macho de la mantis tras la cópula que, cumplida ya su función reproductora, es devorado por la hembra que lo engulle empezando por la cabeza. Y acéptese la metáfora mejorando lo presente. O no.

En cualquier caso, quienes abrazan y arropan a un criminal se convierten en cómplices de sus crímenes. A mayor abundamiento si el delincuente no se arrepiente de sus desmanes. Y cada cual puede abrazar a quien mejor le parezca, hasta ahí podíamos llegar. Hay algunos que, incluso, se abrazan a las farolas con frenesí de enamorado. Pero lo que no puede pretender esta caterva de inconsistentes es que, después de hacerlo con el etarra Otegi, no haya quien piense que el PSOE, Bildu, Podemos e IU, forman parte del mismo camión de estiércol. Y que huelen, todos y cada uno, al estigma fétido que les imprime ser benévolos y comprensivos con el horror de la sangre inocente derramada. Y esta es la misma lógica que estos falsarios, que se abrazan a la hez terrorista, utilizan desde la atalaya de una autoridad moral inexistente para acusar de corruptos a los dirigentes de otros partidos que, dicen, amparan a sus correligionarios pillados con las manos en la masa, cuando ellos andan ya agusanados y apestosos tratando de blanquear el rojo de la sangre de las víctimas. Y a nosotros solo nos quedará el derecho al pataleo y al asco.

sábado, 7 de diciembre de 2019

ADIÓS A UNIVERSITAS


El pasado domingo recibí una llamada telefónica de mi amigo José María Casado en la que me informaba del traspaso de la Librería Universitas a Casa del Libro. Me explicó en ella cómo se había desarrollado el proceso, cómo se sentía, las razones personales y profesionales que le habían llevado a negociar la oferta y la reunión con sus empleados para comunicarles que él y Universitas se iban pero ellos seguirían con los nuevos dueños. También me dijo que me llamaba para que no me enterara de la noticia leyéndola en la prensa o en las redes. Una deferencia que agradecí y que, como le dije, a él le libró de recibir, por mi parte, un capón virtual con repiqueteo. En la conversación que mantuvimos hizo especial hincapié en su satisfacción por la continuidad del personal, el regusto que le producía que una empresa tan importante como Casa del Libro hubiera elegido a la suya para su implantación en Badajoz, y la íntima tranquilidad que le suponía el hecho de que el espacio que Universitas dejaba libre siguiera ocupado por libros.  Cuando colgué el teléfono, y antes de hacer frente a la avalancha de recuerdos que se me vino encima, lo primero que pensé fue en la reacción que hubiera podido tener mi amigo Angelito ante esta situación. Seguro que, de entrada, habría resoplado de medio lado y después, bajo el lema de «esto es lo que hay», me imagino que esperaría a verlas venir para, según se desarrollara el día a día, tratar de ir adaptándose a las novedades tirando de retranca y sabiduría profesional.

Después de que él muriera tardé cerca de dos meses en volver a entrar en la librería. Tenía miedo de mi reacción al no encontrarlo allí, a escenificar la ausencia y ponerme a llorar sin medida o dar media vuelta para no volver más. No tuve en cuenta, torpe de mí, que allí estaban Julia, Juanjo, Diana, Julio, Mirian y Jose, que además de ser muy buenos profesionales tienen una calidad humana fuera de serie. Sin necesidad de aspavientos, con tan solo una mirada, una sonrisa, un beso, un apretón de manos, un silencio cómplice, me sentí reconfortado. Y yo no sé todavía si fui capaz de corresponderles y apaciguar su pena haciendo que la sintieran hermana de la mía.

Siempre que ha venido a cuento, o no, he declarado que me considero, entre otras muchas cosas, hijo poético de Jesús Delgado Valhondo. Y que Universitas es mi casa editorial. Huérfano como escritor y como hijo putativo me quedé el 23 de julio  de 1993. Y el próximo 12 de diciembre, cuando esa casa sea otra distinta surgida en la misma ubicación que la mía, mis libros, mis poemas, quizá sigan allí. Pero ya no dormirán en sus rincones y en sus silencios ni mi poesía ni mis sueños. Seré, definitivamente, un mena literario autóctono, anacrónico. A pesar del desahucio emocional me consuela saber que en ella, renombrada, seguirán trabajando sus inquilinos de antes: Julia, Juanjo, Diana, Julio, Mirian y Jose. Y con ellos allí me sentiré de nuevo como en casa. Seré, así, un okupa-cliente ocasional, aunque tan solo vaya a saludarlos y a saber si están bien.

El ir cumpliendo años lo que tiene es que, si aguantas, lo haces para vivir cada vez más solo. Lo cual que, en unos pocos días, se me han ido a la historia y al recuerdo dos refugios pacenses en los que me sentía a salvo. Ha sido un fogonazo repetido, un doble parpadeo de huidas y derrumbe. Un rincón y una casa que ya no son los mismos aunque sigan estando. Mi rincón en un bar y mi casa dormida entre quimeras. Cerveza y libros, evasión o presencia de la duda para el cuerpo y el alma. Amparo en el silencio de uno mismo. Y el corazón latiendo acompañado del sentir de personas que viven en las páginas o de los parroquianos que beben silenciosos y sueñan a lo suyo.  Y ahora yo, en Badajoz, ¿dónde me escondo?, ¿qué refugio me queda?, ¿donde encuentro el silencio, la magia y la cerveza que, fuera de mí mismo y de mi hogar, me den sosiego?  

(Fuente: El Periódico Extremadura)
En fin, hay una película de Mario Monicelli que en España llamaron de manera idiota e incomprensible Habitación para cuatro, pero cuyo título original es Amici miei (Mis amigos/Amigos míos) que es una locura divertidísima en la que 4 amigos, ya talluditos, se juntaban de manera improvisada para irse, decían, de gitanada. Y se ponían al mundo por montera haciendo las gamberradas más estrafalarias en las que no respetaban ni a los vivos, ni a los muertos, ni a la familia, ni a la iglesia, ni a cristo bendito que apareciera. Pues en la conversación telefónica del domingo, mi amigo Chema Casado sacó a relucir aquellos años de maricastaña en los que él y yo nos íbamos de gitanadas que empezaban al mediodía y acababan bien entrada la tarde y, en ocasiones, la noche. También me dijo que ahora que está más sueltito podríamos recuperarlas. Pues eso, que estoy esperando que cualquier día me llame o se presente en mi casa y salgamos por ahí a reencontrarnos con un porrón de años más. Y lo que tenga que ser, pues que sea. Qué quieres que te diga, primo.







                 



sábado, 30 de noviembre de 2019

EL GAÑÁN MATASIETE


En el mes de mayo de 2012, tras la primera de las dos elecciones legislativas (6 de mayo/17 de junio) que se llevaron a cabo en Grecia por la mismas razones que estas dos últimas nuestras (28 de abril/10 de noviembre),  publiqué aquí un artículo titulado Parecidos razonables, referido a las semejanzas políticas de Grecia y España y en el que, entre otras cosas, decía: «... la desazón se transforma en escalofrío con los 21 escaños conseguidos por Amanecer Dorado, un partido ultranacionalista y nazi... cuyo líder, Nikos Mijaloliakos, es un energúmeno xenófobo con ademanes de perro rabioso, según afortunada imagen de Tomás Martín Tamayo en su artículo del miércoles... Por suerte no tenemos, hasta ahora, un partido aquí comparable a este engendro. Las heridas de la dictadura franquista todavía sangran y a las alimañas gamadas las hemos arrinconado en grupúsculos marginales. Pero, por si acaso, habrá que estar atentos, con ojo de chícharo».

Y unos meses después, en febrero de 2013, en El nido del cuco, volvía a la carga: «El decorado de crisis económica, recortes salvajes, paro galopante, desencanto político, casos significativos de corrupción y ausencia de futuro, es caldo de cultivo para que las ratas, maestras en aprovecharse de las fragilidades estructurales y de las grietas, se cuelen en el edificio. Y eso ya son palabras mayores porque, al menor descuido, pueden convertirse en plaga. En Grecia ya han dado la cara con el nombre de Amanecer Dorado. Aquí todavía no han asomado los bigotes, pero ya se las oye corretear por el sótano».

             
           
Lo que tenía que ocurrir ocurrió y en España ya campan por sus respetos, por muy irrespetuosos con los demás que estos sean, y pasean su dogmatismo atávico y sus neurosis por ayuntamientos y parlamentos. El último ejemplo de su intransigencia y su chulería la ha dado Ortega Smith, salvapatrias siniestro que ostenta la portavocía  de su caterva en el ayuntamiento de Madrid, además de ser diputado electo. Fue el pasado lunes, en el acto de homenaje que el Ayuntamiento de Madrid tributaba a las mujeres víctimas de la violencia machista, coincidente con el ‘Día Internacional para la eliminación de la Violencia contra la Mujer’ promovido por la ONU. Los votos en contra del gañán y sus correligionarios habían impedido que viera la luz, por primera vez desde 2004, una declaración institucional de repulsa a tan sangrante lacra social. Pero no contento con eso, el interfecto subió al estrado a soltar su arenga obsesivamente negacionista y a humillar a las mujeres allí presentes. La mayoría de ellas, viéndolas venir y conociendo cómo se las gastan estos fanáticos con el tema de la violencia contra las mujeres, abandonaron el auditorio entre pataleos y gritos de ¡vergüenza! Pero Nadia Otmani (22 años en silla de ruedas por los tres disparos que le propinó el marido de su hermana cuando ella intentaba protegerla) no se movió. Ubicada junto al asiento del bravucón, cuando él, después de soltar en el estrado su inmundicia, se sentó a su lado, le cantó las verdades del barquero. Acobardado y dando muestras de su miseria moral, fue incapaz de mirarla a la cara mientras solicitaba ayuda para que la hicieran callar. Al día siguiente, aparentemente repuesto de su acojono, se presentó ante los medios repeinado y arrogante, con la mirada clara y lejos y la frente levantada, como víctima de una encerrona urdida por la extrema izquierda y una periodista de la Sexta... personificados en la imagen (que a él debió de parecerle aterradora) de una mujer indignada, ella sí víctima de la violencia machista, postrada en silla de ruedas. Lo cual, una actuación sin duda bochornosa, una anécdota transmutada en categoría que nos desvela la catadura indecente de este anonadado matasiete de guardarropía.

Tengo mis barruntos, pero me gustaría saber con certeza de dónde le viene a esta patulea retroactiva una misoginia selectiva tan pertinaz, tan maníaca, tan patológicamente obsesiva. ¿Complejos de inferioridad o de Edipo mal gestionados? ¿Temor transformado en odio? ¿Malas experiencias infantiles con madres o hermanas? ¿Conflictos o celos de pareja? ¿Deberíamos hablar de ginefobia o de machismo puro y duro? No lo sé, pero está claro que lo que quiera que sea ha tomado carta de naturaleza política e invadido su programa y sus actuaciones públicas en las que, unos y otras, no pierden ocasión de esparcir espumarajos vitriólicos en lo que a las mujeres víctimas de violencia machista se refiere, y de sembrar dudas sobre lo que esa violencia significa.

En fin, para terminar vuelvo al inicio de este artículo y a la comparativa entre Grecia y España que hacía. Las huestes de Amanecer Dorado consiguieron estar en el Consejo de los Helenos en las dos elecciones de 2012 a las que aludía y en las celebradas en 2015. En las de julio de este año consiguió 0 escaños.  De modo que a los griegos les ha costado 7 años librarse de estos mostrencos. Vox entró en nuestro Congreso de los Diputados este año y, si todo va como tiene que ir, tendremos elecciones en 2023. De modo que si homologamos, en el peor de los casos esta gentuza saldría de najas en 2027. Yo igual ya no estaré aquí, pero España y muchos de los que quiero, sí. Y con eso me conformo, primo.


sábado, 23 de noviembre de 2019

EL SECUESTRO DE SAN PANCRACIO



         
Como saben quienes me leen o, sin hacerlo, me conocen, vuelvo a decir que el 17 de octubre de 2017 me jubilé después de trabajar, mayormente y de segundas, en la Universidad de Extremadura. Cuando reingresé en el año 2001 me encontré con algunos funcionarios y docentes a los que ya había tratado en mi anterior época, pero a la mayoría los veía, conscientemente, por primera vez. Y de algunos que ya conocía, a fuer de sincero, tengo que decir que me pesaba haberlo hecho. Para compensar este desagrado, en la Sección de Gestión Económica del Gasto (a la que fui destinado de entrada y de salida porque estando en ella me jubilé al cabo de 18 años) me encontré con muy buena gente que me recibió con generosidad. Sobre todo Martín, que fue mi lazarillo en los inicios enseñándome con paciencia franciscana todos los secretos y los intríngulis de un trabajo del que yo no tenía ni puñetera idea. Gracias a él empecé a ver la luz y en poco tiempo ya era prácticamente autónomo.


           
Pasado un tiempo, poco, unos compañeros y yo adquirimos el hábito gozoso de bajar a la cafetería a trasegar unas cañas. Sin necesidad de cita, a determinada hora nos encontrábamos en el rincón de la barra de la cafetería rectoral y tertuliábamos. No faltaban en nuestras conversaciones cotilleos o críticas sobre parte de la jarca universitaria más cercana, ora docente, ora no docente. A veces los destinatarios de nuestros dardos estaban peligrosamente cerca de nosotros con lo que, para evitarnos malos rollos, (y no sé si, en algunos casos, fue peor el remedio que la enfermedad) nos referíamos a ellos con sobrenombres ideados por otros y que adoptábamos, o con los que salían de nuestro propio magín. Como yo estoy jubilado y libre de la incomodidad que podría suponerme la propincuidad diaria, enumeraré algunos de ellos. Sin acritud, por supuesto, y solo a título informativo: Jorge Javier, la ‘múa’, la ‘bigotona’, Shrek, el guarro Céspedes, Epi, Herman Munster, el morrocate, Mazinger Z, Calimero, Skippy, Stan Laurel, la correcaminos, Fernandel, Chucky, Lina Morgan, el ‘pasmao’, la sarasa pelusona, Betty Boop, Di María, Mini Yo, Trump, el sacristán, la vieja del visillo, el reportero intrépido, el Rasputín calamocheante, la mea poquito... Y algunos más que por olvido o compasión no relaciono.


           
En ese rincón que en el momento de jubilarme mis amigos, generosos donde los haya, bautizaron como Rincón del poeta, hemos pasado muy buenos momentos, organizado alguna que otra zapatiesta y vivido situaciones de todo tipo. Pero creo que la mayor gamberrada fue la perpetrada contra una pequeña estatua de san Pancracio que lucía en lo alto de un mueble detrás de la barra y pegado al rincón. Le fuimos cogiendo tal tirria galopante que acabamos tirándole altramuces, aceitunas  o servilletas arrugadas y diciéndole de todo cuando no había testigos. Hasta que un día tuvimos, como  el Romano Patroni de Ojos negros, una idea geniale: Secuestrarlo. Porque, ¿qué necesidad teníamos nosotros de aguantar en nuestro relajo a un carapalo como ese tan antipático, tan gafe y tan feo? Y ahí empezó a fraguarse uno de los hitos más gloriosos ocurrido al amparo de ese rincón mágico. Tras varias reuniones del comando operacional, decidimos la estrategia a seguir. Debíamos realizar la tropelía un día en que el bar estuviera vacío a la hora a la que nosotros solíamos ir, tener previstas la vigilancia de la puerta delantera, la vía de escape, la ocultación del secuestrado y, sobre todo, el modo operativo y la infraestructura necesaria para llevarla a cabo, que no era moco de pavo. Así que una vez decidida la acción, escondí en un hueco de la barra una bolsa de plástico opaca, y el encargado de bajar de su altura al odiado santo  perejilero llevó durante varios días una caña de pescar telescópica, sin sedal, oculta entre sus ropas. El día en el que se nos presentó la ocasión propicia, el uno se fue a vigilar la entrada.  El otro sacó su caña de pescar y, con maestría fulgurante, metió su punta por el aura metálica de la imagen para conseguir, con un golpe de muñeca preciso, que llegara a nuestras manos  en una tirolina  impecable. Y yo la introduje en la bolsa de plástico y salí pitando a mi coche para esconderla. La acción revolucionaria duró menos de un minuto. Fue un prodigio de exactitud milimétrica.
Después de pasados unos meses en los que nadie, de dentro o de fuera del mostrador, pareció echar de menos al cenizo, lo devolvimos a su lugar de origen con la ayuda de un infiltrado con talla suficiente para llegar a esas alturas. Y aquí paz y después gloria.

          En fin, cierto es que el asunto tuvo muy poca repercusión mediática, pero a ver quién nos quita lo bien que lo pasemos y el cachondeo que nos trajimos a costa del santo malaje. Que al fin y al cabo es de lo que se trataba, primo.


domingo, 17 de noviembre de 2019

EL REINADO DE WITIZA



          «Difícil y complicado se presentaba el reinado de Witiza...», o algo así se decía en un libro de lecturas históricas de mi infancia. Una imagen que mi memoria recuperó instantáneamente desde que, en la noche del pasado domingo, se conoció el resultado de unas elecciones dizque convocadas para salir del punto muerto en el que el gobierno en funciones tenía embarrancado al país y que, sin embargo, deparaban un desenlace que hacía aún más ‘difícil y complicada’ la investidura. Lo único que podíamos afirmar con seguridad de dichas elecciones eran sus números, o sea, la subida del PP, la ascensión de Vox, el castañazo de Ciudadanos, el bajón de Podemos y la bajada del PSOE. Y la constatación del timo legal que supone la vigente ley electoral española que permite que agrupaciones como ERC, con 869.934 votos y el 03,61% del censo electoral nacional  consiga 13 escaños, mientras que Ciudadanos con 1.637.540 y el 6,79%, solo 10. En Alemania, salvo escasas excepciones en favor de determinadas minorías étnicas, se exige un mínimo del 5% del Censo Nacional para obtener representación parlamentaria. De haberse aplicado aquí esta barrera, el Parlamento se hubiera visto libre de los diputados de ERC, JxCat-Junts, EAJ-PNV y EH Bildu, entre otros. O sea, la limpia de morralla parlamentaria habría sido espectacular, incluso sublime. Pero en España no hay límite y así nos va, con un Congreso de los Diputados salpicado de tartufos devotos de la ley del embudo, con un espíritu democrático bajo mínimos y dando la tabarra a base de bien con sus desvaríos y su idiocia separatista irreversible. A eso lo llamo yo tener el enemigo en casa a mesa puesta y con derecho a cama.

           
(El barómetro del hechicero)
         La noche del domingo, pues, «los purititos números» (que diría Cantinflas) ofrecían una situación algo más complicada que la que ya había para salir del atolladero de la provisionalidad del gobierno. De modo que con las nuevas elecciones Sánchez había hecho ‘un pan como unas hostias’. Pero es que cuando las convocó, Tezanos, su augur de baratillo, pronosticaba una subida del PSOE y de Podemos tal que, unidos, podrían alcanzar la mayoría absoluta. Y yo creo que esa fue la espoleta de la bomba electoral que le ha estallado en las narices al currutaco. Una bomba potenciada, por otra parte, con las empachosas dosis de vanidad, megalomanía y ansia mórbida de poder que él añadió al artefacto y de la que nos ha dado suficientes muestras desde que estrenó el colchón de La Moncloa. Como también creo que el preacuerdo que presentaron al día siguiente (Salakadula chalchikomula bidibibadibu bu)  y alcanzado, según ellos, en una noche intensa de negociaciones y renuncias mutuas por el bien de ‘este país y de su gente’, estaba enjaretado desde antes de empezar la campaña electoral. Entre otras razones porque me es imposible tragar que una analfabeta funcional como Adriana Lastra consiga en una noche la cuadratura del círculo ‘podemista’.

(Fuente: El Heraldo de Aragón)
Este barrunto lleva aparejada mi convicción de que la campaña electoral que se han marcado el uno y el otro, llena de desprecios e insultos mutuos, de burlas y humillaciones enconadas, ha sido la gran impostura, una pantomima de cara a la galería, una representación burlesca para ocultar la alevosía de un acuerdo vergonzoso que podría haberse cerrado en abril (con 10 escaños más entre ambas formaciones) y nos habría ahorrado esta nueva pasada por las urnas que ha servido, mayormente, para descalabrar a Ciudadanos (que ya veremos cómo sale de ésta), encumbrar a los carpetovetónicos recalcitrantes de Vox hasta el tercer puesto de la clasificación y dejar a estos dos filibusteros de secano con sus desvergüenzas al aire mientras se reparten sillones ministeriales como parte del botín. Y lo peor es que la movida no ha hecho más que empezar. Porque hasta ahora, que se sepa, el asunto no pasa de un documento tenguerengue que no es más que una enumeración de generalidades. Nada concreto, nada de Programa de Gobierno, nada de cómo, ni de quién, ni de qué, ni de por qué... Y para más inri, ahí está al acecho esa morralla parlamentaria de la que antes hablaba cuyos votos o abstención necesita este dúo atorrante para la investidura. Y en esa será un quid pro quo sangrante del que posiblemente no conoceremos detalles hasta que sea hecho consumado.

Pero bueno, volviendo al inicio, sabemos que Witiza murió el año 710 de muerte natural. Intentó sucederle su hijo Agila, que había reinado con él regni concordia, pero la nobleza visigoda se opuso y eligió a don Rodrigo como rey, con lo que se inició una guerra entre unos y otros por la sucesión. Los partidarios de Witiza-Agila, viendo que don Rodrigo les iba a dar la del galgo, buscaron la ayuda de los sarracenos que incordiaban ya a las puertas de Ceuta y estaban a ver qué caía. Después de que el conde don Julián les facilitara la entrada a la Península por Gibraltar, don Rodrigo, que andaba dando leña a los vascones, viajó hasta el sur para enfrentarse a los invasores vitizanos que venían con las del Beri, muriendo en la batalla de Guadalete. Y ahí, en el año 711, se acabó el estado visigodo en la Península Ibérica y comenzaron casi 8 siglos de invasión musulmana en nuestra historia. Y ahora, que cada cual, salvando las distancias, homologue a su gusto a aquellos protagonistas de la historia con los actuales, que yo ando justito de espacio articulístico y me van a reñir, primo.


domingo, 10 de noviembre de 2019

"INEFABLE DOMINGO DE NOVIEMBRE"



            «Inefable», del latín ineffabilis, ‘indecible’: 'Que no se puede expresar con palabras'. Así define el DRAE este adjetivo sugerente que además de indecible, que es su traducción literal del latín, tiene sinónimos como inexpresable, indescriptible o inenarrable. Hay otros diccionarios de sinónimos que se vienen arriba  y también lo consideran sinónimo de maravilloso, genial, sublime, único, divino, original..., algo que me parece un exceso y una manera de confundir la sinonimia con una analogía ciertamente forzada.


 
         Salvado este pequeño exordio digo que en el año 1982, Jesús Delgado Valhondo publicó, casi de manera simultánea, dos libros que eran uno: Inefable domingo de noviembre, en la Institución Cultural El Brocense de la Diputación de Cáceres, e Inefable noviembre, en Ediciones Bahía de Algeciras. En su libro Jesús Delgado Valhondo: Vida. Poética. Poesía (Fundación Jesús Delgado Valhondo. Colección Estudios, nº 1. Badajoz.2009), Antonio Salguero Carvajal nos explica la razones de la ‘duplicidad’ editorial:  «Este hecho insólito se debe a que meses antes [de la edición] el poeta, respondiendo a la petición urgente de Ángel Sánchez Pascual que vio la oportunidad de editarlo en ese momento [en la Institución Cultural El Brocense], le remite precipitadamente el original en borrador. Pero ante la paralización del proyecto en Cáceres, Sánchez Pascual lo envía al premio Bahía de Algeciras buscando otra oportunidad de publicación. Mientras se falla este certamen, se retoma el proyecto en Cáceres e ‘Inefable domingo de noviembre’ es editado, después de corregir Jesús Delgado Valhondo las pruebas de la primera redacción (de ahí que considerara esta edición la auténtica). A la vez, la colección Bahía le concede un accésit y, cuando conoce la edición del poemario, protesta ante la I. C. El Brocense. Valhondo para evitar una polémica, aprueba que fuera editado en Algeciras con una redacción sintetizada, que respetaba las correcciones del original en borrador, donde la denominación del libro es reducida, varios poemas cambian el título o son omitidos, tiene variantes y la expresión es más concisa».

(De allá para acá: Valhondo, Castelo, Poblador y yo)
Desde aquel 23 de julio de 1993, en que Jesús huyó camino de un silencio irreversible y nos dejó tan huérfanos de luz, noviembre y él viven unidos en el alma de mis recuerdos. Tan es así y tan fuerte es la constancia de su ausencia que llegado ese mes, el día primero, año tras año, libero de estrecheces de biblioteca y estanterías a este libro inefable del que hablaba, lo llevo a mi mesilla y siento que comienza a despertar de nuevo mientras lo leo y yo escucho a Jesús hablándome en sus lágrimas. Una noche tras otra siento el dolor sereno de su voz en sus versos. Y el libro, y el rumor de sus páginas, y el hálito pequeño de las hojas que paso y mi mirada quieta recorriendo las sombras del techo y de la vida, apaciguan la pena de la pérdida, restañan las heridas del tiempo y de la huida. Pero no me consuelan, que el consuelo no sirve contra lo irremediable. Y sin embargo hay veces que entre sueños, con la luz apagada y el resplandor callado de una indecisa luna llamando a mi ventana, acuden en mi ayuda todos los que se fueron: mis padres, mi melliza, Angelito, CasteloLeoni... uno tras otro y todos los muertos de mi vida. Y hacemos una timba de sueños e imposibles entre risas y lágrimas navegando en mil mares de presencias e intentos. La vida es un absurdo que se repite o sueña y vive en el acaso absurdo de ella misma. Y resucita ausentes en la doblez de un tiempo que no pasa y permanece quieto en nuestras manos, como un barro silente con el que modelar lo inalcanzable. Y vivimos sus trampas, sabiendo que lo son, con la ilusión de niños en la noche de Reyes, porque nos interesa sublimar la distancia y olvidar el olvido.
(Angelito) 

          He de confesar que mi idea, a la hora de empezar este artículo, era relacionar el «inefable domingo» de Valhondo con el que nos espera mañana, que no es moco de pavo, porque el título de su poemario viene que ni pintiparado para la ocasión. Pero lo que es, es lo que es, y me he ido mayormente por los cerros que el corazón me obligaba a explorar estando de por medio Jesús y el sufrimiento callado y discreto de mi amigo JuanMa Cardoso. No obstante, y para cumplir con el primer expediente de mi atolondrado cacumen (él, aun atolondrado, es el que manda) tendré que decir que tras una campaña electoral llena de frases huecas, absolutamente plana y nada ilusionante para los que no estamos ilusionados por decreto, fofa, cutre, repetitiva, cateta, inculta, irrisoria y fiel reflejo de la escasa estatura intelectual y la indigencia cultural de la mayoría de sus intervinientes, mañana (de todas, todas) será un ‘inefable domingo de noviembre’. Entendiendo ‘inefable’ en sus acepciones más académicas. Porque de ‘único’, ‘original’ o ‘sublime’, nada de nada. Y de ‘divino’, menos. A pesar de que algunos de nuestros capitostes políticos, cabezas de lista o no, tan ensoberbecidos ellos, tan prepotentes, tan torpes y sobrados de fatuidad, se sientan dioses del Olimpo y crean tener a Zeus cogido por los golondros. (Y valga el eufemismo pajarero, primo).

domingo, 3 de noviembre de 2019

PERIÓDICOS, AUTOCERVECERÍA Y UN COCIDO ACOSADOR




            Después de comprar el HOY cada mañana vuelvo a casa y, tras leerlo, tratar de resolver el jeroglífico y ver cómo andan Olafo el Terrible y su inseparable Chiripa, me dedico a repasar la ristra de periódicos digitales que tengo por costumbre. Abarco todo el espectro de los nacionales, creo, más que nada para comparar cómo una misma noticia o unos mismos datos pueden llevar, según quién los interprete, a conclusiones absolutamente contrarias. Y porque me divierte mucho ver los encajes de bolillos que unos y otros hacen para tratar de arrimar el ascua a su sardina ideológica que, por otra parte y salvo honrosas excepciones, apesta a podrida a través de la pantalla del ordenador. De todas formas, desde que el pasado 24 de setiembre se publicó en el BOE el Real Decreto 551/2019 de disolución del Congreso de los Diputados y del Senado, y de convocatoria de elecciones para el 10 de noviembre, el asunto se ha salido de madre, con lo que la diversión plácida que me producía el contraste político de medios y protagonistas se ha tornado, por mor de la avalancha sobrevenida de declaraciones, entrevistas, encuestas y sardinas podridas, en un empacho angustioso, repetitivo y estrambótico imposible de digerir. Porque nuestros próceres otra cosa no, pero pelmazos lo son hasta la extenuación. Y capaces de decir la mayor mamarrachada como quien está descubriendo la cuadratura del círculo, también.

Llegado a este punto y antes de que mi desquiciado cacumen entrara en un «corredor sin retorno» irreversible (como le ocurrió al desdichado periodista Johnny Barret en la película homónima de Samuel Fuller), desde mediados de octubre paso de puntillas por  noticias, entrevistas o reportajes que se refieran a la matraca electoralista. Lo que me da tiempo y ocasión de fijarme en informaciones que antes pasaban desapercibidas a mi escrutinio y que ahora, en general, leo para olvidarlas sobre la marcha porque suelen ser bobadas mayúsculas sobre el famoseo cutre que invade nuestras cadenas de televisión o consejos de lo más peregrinos sobre «cómo hacer, cómo lucir, cómo aprovechar, cómo lograr, cómo quedar bien...» y naderías similares. O, lo que es peor, sobre qué enfermedades pueden ocultar un callo en el meñique izquierdo, un grano en el lóbulo de la oreja o un repentino picor de nísperos. ¡Menuda insensatez, joé! Sin embargo, hay ocasiones, pocas, en las que me encuentro con joyas impagables como la de la «huérfana impostora» sobre la que escribí hace unas semanas. Y esta vez que nos ocupa no ha sido solo una, sino dos las que han venido a enriquecerme en el relajo.

La primera es la historia de un ciudadano estadounidense que, en 2011 y tras un
tratamiento con antibióticos, fue presa de una serie de síntomas raros como «pérdida de memoria, niebla mental, episodios de depresión, cambios de personalidad y comportamientos inusualmente agresivos». Los médicos, en la Babia yanqui, decidieron enviarlo a un psiquiatra que como es natural, ya saben, le recetó antidepresivos. De nada le sirvieron para paliar sus síntomas. Fue cuando la policía lo detuvo bajo la sospecha de que conducía ebrio cuando empezó a descubrirse el pastel. Al negarse a hacer el test de alcoholemia fue derivado a un hospital donde comprobaron que su nivel de alcohol en sangre era de 200 mg/dl (el máximo permitido es de 50), mientras él negaba repetidamente haber ingerido alcohol. Ante la sospecha más que fundada de que el enfermo padeciera el síndrome de la autocervecería, se le realizaron pruebas que detectaron la «presencia de Saccharomyces cerevisiae (levadura de cerveza) y S. boulardii en heces», lo que confirmaba el diagnóstico. Y es que nuestros intestinos, al digerir alimentos azucarados o que contengan almidón, producen una pequeña e inofensiva cantidad de alcohol. Pero si la tal Saccharomyces cerevisiae está presente en ellos, el sujeto se convierte en una cervecería andante, en una reencarnación de Gambrinus autoabastecido que es presa de unos colocones espontáneos que ni te cuento, primo.

La segunda tiene como protagonista involuntario a Richard Barreira, un vigués que, como hacía desde hace años, publicó en Instagram las fotografías del primer cocido gallego de la temporada hecho por su madre. Esto fue a mediodía de un domingo. Y en la tarde de ese mismo día recibió una comunicación de la citada red social en la que le decían que habían eliminado su publicación por «infringir sus normas comunitarias» que incluyen  «violencia gráfica; lenguaje que incita al acoso, violencia y acoso escolar (ellos escriben bullying); desnudos y actividad sexual». En medio de la estupefacción, lo que se me ocurre decir sobre el particular es demasiado escatológico y obsceno. De modo que como no soy Cristina Morales y provocar a melindres no es lo mío, lo obvio y echo mano de la respuesta del propio damnificado, Richard Barreira: «O la unidad censora de Instagram está gobernada por un o una vegana o es un problema mental o simplemente es que son gilipollas». Sí. Pero yo, para hacerlo mío, sustituyo en su alegato la conjunción disyuntiva «o», por la copulativa «y». Porque los mandamases de Instagram se merecen, como poco, esta cópula. Metafóricamente hablando of course, cousin.  




sábado, 26 de octubre de 2019

MI AMIGO MANUEL SE HA JUBILADO

(Fuente: Diario HOY)

En el mes de marzo del año 2010, estas páginas acogieron el artículo «Mi amigo Manuel», escrito por el que suscribe ut supra (permítanme este oxímoron con su punto macarrónico) con casi 10 años menos. Como el tiempo pasa para todos, excepto para los franquistas y sus sucedáneos actuales, mi amigo Manuel también tiene casi 10 años más que entonces. Y este pasado jueves se ha jubilado tras regentar el «Bar Deportivo del Jamón» desde el año 1981. En la puerta del local, desde hace días, hay un cartel ad hoc en el que puede leerse, «SE TRASPASA POR JUBILACIÓN». Desde el primer instante en que lo vi, pensé lo que sigo pensando ahora: Cuando llegue ese trance y teniendo en cuenta que para mí y para muchos parroquianos asiduos este bar es este bar porque Manuel es Manuel, con él jubilado, ¿a dónde irán traspasados los momentos vividos alrededor de su barra? ¿Se quedarán flotando en el aire, ocultos detrás de la cafetera, entre botellas y vasos, esperando despertar cuando una voz conocida los motive? ¿Será entonces la ocasión de una algarabía silenciosa que solo viva en ellos y en su mundo intangible, o acaso habrá un mágico chinchín de vasos y botellas bailando entre recuerdos con Angelito y Leoni dirigiendo el cotarro? ¿Y a quién ladrará Duna...?

           
(Fuente: Diario HOY)
En aquel articulo de 2010, hablaba del «sentido trágico de la vida» que, sin previo aviso le acometía y le hacía «
aplicar economía en las palabras y andar, detrás de la barra, con la mirada baja y el paso cansino atendiendo a los parroquianos que allí acudimos en romería, no sé si con el deseo íntimo de que nos fuéramos todos a hacer muchas puñetas y le dejáramos en paz con sus cuitas». Y en esas seguimos, claro. Y mientras duraba el arrechucho emocional, la invasión interior de  melancolía casi romántica e impredecible que le embargaba, allí aguantaba «con la filosofía de su esperanza, ajeno a perífrasis y circunloquios», y ocupándose de aquella jarca contradictoria y variopinta de romeros. A saber: «El sinapismo madridista, el hombre que conversa consigo mismo, Moisés reencarnado en pelmazo recalcitrante, un inspector de Educación virtuoso del palillo escarbamuelas, sindicalistas salvadores de sí mismos, jugadores de fútbol sala, abogados varios, salvapatrias añejos, maestros ciruela y no, algún juez cataplasma, el chino vecino, el vecino no chino, el emigrante risueño de Malí, el cubano, la del sombrero, la otra del sombrero, la peña del fondo, el jubilado revientabuches de máquina, Angelito el de Universitas y, en fin, poetas cascarrabias y chinches como el que suscribe». En el transcurso de estos casi 10 años algunos ya no están, ya sea porque, como mi Angelito, se fueron para siempre, o porque han cambiado de aires o de costumbres.

             
(Fuente: Mi santa)
En fin Manuel, amigo mío, ahora que te jubilas yo sé, como tú sabes también, que perderé un rincón de Badajoz, ese rincón que me ha dado cobijo en tu casa, la mía, durante tantos años. Confesionario a veces, a veces escenario de risas y canciones y, en muchas ocasiones, reducto de un silencio compartido y cómplice. Ahora que, como yo hace 2 años, pasas a ser un «puto jubilao» (qué puñetas es eso de las clases pasivas, ese eufemismo absurdo y humillante con el que los burócratas nos tildan como si solo sirviéramos ya para vegetar por la vida esperando a la parca), digo que ahora me invade un sentimiento extraño, una tristeza alegre que lucha en mi interior contra mi egoísmo. Son las contradicciones que la dicotomía esquizoide de ser un cliente/amigo genera en mis adentros. El cliente que hay en mí, siempre a lo suyo por definición, no quiere que te jubiles, quiere que sigas en ese bar que ha sido refugio, sala de conciertos (¡ah! el Stabat Mater de Pergolesi), galería de Arte, comedor social, Ateneo de tertulianos y lugar de encuentros (y desencuentros), esperando a que, caprichosamente, acuda a él. Pero el amigo que soy y que es quien vence en esta disyuntiva emocional, lo que quiere es que te jubiles (como has hecho) y pases a ser dueño de tus días, de tu tiempo. Y que, una vez que te acostumbres a ser libre de horarios y te hayas sacudido para siempre el polvo de la rutina de tantos años de barra y sacrificio, disfrutes de la vida, del hecho de no saber en qué día de la semana vives, ni puñetera falta que te hace; de bajar de su pedestal a los domingos que, por otra parte, perderán esa murria vespertina antipatiquísima y pegajosa; de remolonear amaneceres y regodearte en ellos desde la cama; de levantarte, desayunar, y volver a acostarte porque te sale de los nísperos; de dejar para mañana o pasado lo que puedas hacer hoy... Son pequeñas victorias que endulzan nuestras vidas para nada pasivas. Se acabó para siempre el «¡a espachá, sebo!» Y el que venga detrás que arree, mira tú.
(Fuente: Mi santa)


domingo, 20 de octubre de 2019

UNANIMIDADES Y CHALANEOS JURÍDICOS




En una de las canciones más casposa, tópica y carpetovetónica de su repertorio, que ya es ansia, Manolo Escobar nos decía que él era un hombre del campo que no sabía ni entendía de letras. Como si agricultores y ganaderos fueran unos ceporros analfabetos que sólo sirvieran para arar, aventar paja y arrear y ordeñar vacas, cabras u ovejas. A esa me agarro, como diría Cantinflas, (sin buscar similitudes absurdas con la idiotez anterior) para reconocer que yo, de ser algo, soy un hombre de letras (perdón por la petulancia y por haber aprovechado un recurso facilón y torpe para iniciar mi artículo) que ni entiendo ni sé de leyes. Digo que, afortunadamente, no he leído la sentencia del juicio contra el abad mitrado Junqueras y compinches (para qué, si no tengo ni idea ni tiempo que perder), ni me hace falta para decir lo que tengo que decir sobre ella.

Para empezar (haciendo una digresión) digo que no entiendo por qué los medios de comunicación españoles no catalanes y los políticos españoles de distinto pelaje y condición no catalanes o sí, (no entro en que unos u otros sean catalanistas) hablan del procés o, lo que es peor, del prusés, que ni siquiera tiene traducción a nuestro idioma porque es, y agárrame esa mosca por el rabo, como se pronuncia el citado barbarismo. Esta estupidez lingüística, ¿es producto de esa otra estupidez de lo «políticamente correcto»?  ¿De la economía de las palabras? Y una fu del catafú. Mayormente, de una rendición anticipada y de un complejo de inferioridad y un entreguismo consecuencias de una ausencia de convicciones y un exceso de prurito abstruso. ¿Por qué no el «proceso contra el intento de secesión del gobierno catalán» y, mayormente aún, contra los métodos antidemocráticos y violentos de conseguir semejante quimera ilegal?  Ya se cataloguen los delitos como sedición o rebelión  que para este caso, y a mí como transeúnte, me la trae al fresco.

¿Por qué cuatro meses para alcanzar la unanimidad del Tribunal? ¿Por  qué ese afán del presidente del mismo por alcanzarla a toda costa? ¿Para exhibir ante los vándalos una imagen sin fisuras de la Justicia que ya sabemos nosotros, los acusados y los propios jueces que es falsa? ¿Tiene alguna justificación jurídica ese empecinamiento en la uniformidad o es, más bien, un peaje impuesto o «sugerido» al mismo por no sé quién o qué para lograr no sé qué y favorecer a no sé quién o qué? ¿Uniformidad por «razón de Estado»...?  Siento que, en ocasiones como la presente, volvemos a los turbios años del TOP en los que todas las sentencias del mismo contra los antifranquistas, «revolucionarios a las órdenes del Contubernio de Munich y de la confabulación judeo-masónica y el comunismo internacionales», eran unánimes. En el régimen de la momia «preitinerante» los magistrados, generalmente siguiendo sus propias convicciones, eran miembros de un rebaño privilegiado siempre dispuesto a acatar sin fisuras y todos a una las órdenes del pastor borreguero, condición sine qua non, por otra parte, para avanzar o mantenerse en sus poltronas, en sus togas y en sus puñeteras puñetas. Me imagino que alguno de ellos, esclavo de su estatus privilegiado y de su escaso amor propio, traicionaría su opinión jurídica e incluso su ideología para seguir siendo lo que era aun a costa de ser quien no era. Si en el año 2019 este ciudadano transeúnte siente que, con ligeros matices, la historia vuelve a ser la misma, el asunto no puede ser más descorazonador. Porque está claro que en el caso que nos ocupa hay quienes han sacrificado su valoración de los hechos escudándose en una  «razón de Estado» que ha resultado ser más una «razón de pie de banco» incomprensible. Porque sin esta uniformidad monolítica metida a machamartillo, el veredicto hubiera sido el mismo y las penas (o las alegrías) impuestas a los «condenaditos», también. Pero con dos votos particulares discrepantes que, al menos, nos harían menos increíble esa «ensoñación» de la independencia judicial y, para más inri, aumentaban las condenas. Con lo que a su relajo por la sentencia los «condenaditos»  habrían podido añadir, como si no tuviéramos ya suficientes, unas buenas dosis de recochineo y pedorretas. Pues eso: «Para puta y en chancletas, es mejor estarse quieta».

Otrosí digo: En la sentencia del juicio contra los integrantes de «La manada» de Pamplona uno de los jueces del tribunal, del que me ahorro los calificativos que se me vienen en tropel a la boca y a las manos, solicitaba la absolución de los violadores porque, según su opinión (y vuelvo a silenciar los calificativos que me produce la misma) la víctima había disfrutado de la violación múltiple sufrida por vía vaginal, anal y bucal. Si el presidente o la presidenta del Tribunal se hubiera empeñado en obtener una sentencia unánime sin votos particulares como el emitido por ese juez tan peculiarmente distorsionado y el sujeto se hubiera llevado el gato al agua, esos violadores chulos, esos machistas repugnantemente postineros, estarían descojonados de la risa quizá planeando una nueva fechoría y bebiendo manzanilla de Sanlúcar, mientras nosotros andaríamos alucinados y yendo a mear para no echar gota. Unánimemente y con una uniformidad sin discrepancias, claro, que de eso se trata. ¡Qué poca lacha, primo!

sábado, 12 de octubre de 2019

ASTENIAS OTOÑALES



Escribo este artículo cuando el día empieza a ser crepúsculo, cuando la tarde ya pardea y la luz se retira para ser otra luz  y otro silencio. Y ahora sería el momento en el que la soledad debiera acompañarme para hacerme saber quién habita mis huesos, si hay alguien más ahí que no conozco;  para que alguien me dijera para qué coño sirve la angustiosa alegría de todas las palabras en las que vierto el sueño semanal de mis artículos; si hay algo que compense ese desasosiego de la entrega que sea bastante más que el hecho de cumplir un compromiso con quienes me invitaron a que ahora yo esté aquí, ocupando el espacio de esta página que acoge mis dislates semana tras semana y el hueco de tu tiempo mientras lees. Y con el añadido de no saber, a veces, si mi envío ha llegado a buen puerto o está, descontrolado, a la deriva por el inaccesible mar de la informática. El sol de este momento anda así, sin metáforas, entre los cerros sabiéndose impotente para vencer el paso del tiempo de los días.  Él me ofrece, sumiso, sus últimos suspiros con la entrega obligada de un moribundo que sabe que mañana, aunque yo no lo vea, volverá a ser de nuevo. Acaso siendo otro, porque otra será su luz y otra su ausencia. Y se inmola en ese adiós rojizo para seguir viviendo en la quietud de ser, mientras la tierra, esclava de la huida, girará en el silencio de la noche otoñal.  

Según cuentan los sabios del asunto, la astenia que puede llevar aparejada el cambio de estación suele afectar en los inicios de la primavera y del otoño, y no por igual a todos los mortales, porque la mayoría ni se cosca. Pero hay quien en otoño, incluso en éste que, climatológicamente, ha entrado en nuestras vidas vestido con las ropas del verano, se pone murrio al ser presa, DRAE dixit, de una «especie  de tristeza y cargazón de cabeza que hace andar cabizbajo y melancólico a quien la padece». Y según los expertos (Mare de Deu dels Desamparats, ¡cuántos sabios y expertos de cualquier cosa o de todas hay en el mundo virtual!)  la disminución de las horas de luz es factor fundamental para este problema. Cuando, como en mi caso, el abatimiento es doble porque debo añadir al otoño estacional «el otoño de mi edad», la cosa se complica. ya que es la luz interior la que también declina. Y, aún más, en un sujeto que ha tenido en su vida una enfermiza inclinación absurda, incomprensible, a la melancolía. Y si esa luz mortecina en sus adentros, a pesar  de penumbras y silencios, ha sido iluminada de soslayo por el contraste de un sentido del humor que sigue estando vivo en el escepticismo y se acrecienta según pasan los años, para qué les cuento. Para qué les cuento si a veces lloro mientras río. O a la viceversa, que siendo igual no es lo mismo.


En fin, para ponerles en la situación de este galimatías diré que el primer párrafo de este artículo lo escribí, salvo algún añadido posterior, a mediados de la semana pasada. Y ahí lo dejé, dormido en el ordenador, esperando que fuera a rescatarlo y darle la extensión que merecía para salir impreso. Cuando volví a leerlo, ayer apenas, pensé que debí escribirlo en un ataque combinado de melancolía, astenias otoñales, ironías privadas y escepticismo. Ignorando que una de mis cuitas, la de «que alguien me dijera para qué coño sirve la angustiosa alegría de todas las palabras en las que vierto el sueño semanal de mis artículos», iba a tener respuesta inigualable. Porque el sábado pasado a mediodía, estando en la «Venta Los Cotos», se me acercó un matrimonio, acaso de mi edad. Él me preguntó: «¿Es usted Buiza, el que escribe los artículos los sábados en HOY?». Al decirle que sí, su mujer, menuda, encantadora, se adelantó y, emocionada, me dijo tras darme las gracias por ellos: «Me encanta cómo escribe. Y me siento identificada con usted por su sentido del humor. Con el artículo de hoy me ha hecho llorar». Humor y lágrimas, ya ven qué sintonía más perfecta. Estaba agradecida sin saber el agradecimiento hacia ella que sentía yo en ese momento. Me quedé algo aturdido. Él, quizá dándose cuenta de mi desconcierto, terció: «Es que mi mujer no ve bien. Y yo, cada sábado, le leo en voz alta sus artículos porque disfruta mucho con ellos». Si no fuera por mi recalcitrante agnosticismo pensaría que ellos, Guillermo y Simi, eran dos ángeles enviados por Frank Capra para echarme una mano, dilucidar mis dudas o amansar mis angustias . Pero la realidad es muchísimo mejor. Porque fue algo tan sencillo y, al tiempo, tan difícil, como tener la suerte de encontrarme con dos personas generosas, buenas, que me resucitaron.

Por eso, cada semana, cuando Guillermo lea y Simi escuche, deberán saber que al escribir mi artículo lo hice pensando en ellos además de en mí mismo. Que por nada del mundo querría defraudarles. Y si sienten que alguna vez les decepciono, me lo digan.