«Inefable», del latín ineffabilis, ‘indecible’: 'Que no se
puede expresar con palabras'. Así define el DRAE este adjetivo sugerente que
además de indecible, que es su
traducción literal del latín, tiene sinónimos como inexpresable, indescriptible
o inenarrable. Hay otros diccionarios
de sinónimos que se vienen arriba y
también lo consideran sinónimo de maravilloso,
genial, sublime, único, divino, original..., algo que me parece un exceso y una manera de confundir
la sinonimia con una analogía ciertamente forzada.
(De allá para acá: Valhondo, Castelo, Poblador y yo) |
Desde aquel 23 de julio de 1993, en que Jesús huyó
camino de un silencio irreversible y nos dejó tan huérfanos de luz, noviembre y
él viven unidos en el alma de mis recuerdos. Tan es así y tan fuerte es la
constancia de su ausencia que llegado ese mes, el día primero, año tras año, libero
de estrecheces de biblioteca y estanterías a este libro inefable del que
hablaba, lo llevo a mi mesilla y siento que comienza a despertar de nuevo
mientras lo leo y yo escucho a Jesús hablándome en sus lágrimas. Una noche tras
otra siento el dolor sereno de su voz en sus versos. Y el libro, y el rumor de
sus páginas, y el hálito pequeño de las hojas que paso y mi mirada quieta
recorriendo las sombras del techo y de la vida, apaciguan la pena de la pérdida,
restañan las heridas del tiempo y de la huida. Pero no me consuelan, que el
consuelo no sirve contra lo irremediable. Y sin embargo hay veces que entre
sueños, con la luz apagada y el resplandor callado de una indecisa luna llamando
a mi ventana, acuden en mi ayuda todos los que se fueron: mis padres, mi
melliza, Angelito, Castelo, Leoni... uno tras otro y todos los
muertos de mi vida. Y hacemos una timba de sueños e imposibles entre risas y lágrimas
navegando en mil mares de presencias e intentos. La vida es un absurdo que se
repite o sueña y vive en el acaso absurdo de ella misma. Y resucita ausentes en
la doblez de un tiempo que no pasa y permanece quieto en nuestras manos, como un
barro silente con el que modelar lo inalcanzable. Y vivimos sus trampas,
sabiendo que lo son, con la ilusión de niños en la noche de Reyes, porque nos
interesa sublimar la distancia y olvidar el olvido.
(Angelito) |
He de confesar que mi idea, a la hora de empezar este artículo, era relacionar el «inefable domingo» de Valhondo con el que nos espera mañana, que no es moco de pavo, porque el título de su poemario viene que ni pintiparado para la ocasión. Pero lo que es, es lo que es, y me he ido mayormente por los cerros que el corazón me obligaba a explorar estando de por medio Jesús y el sufrimiento callado y discreto de mi amigo JuanMa Cardoso. No obstante, y para cumplir con el primer expediente de mi atolondrado cacumen (él, aun atolondrado, es el que manda) tendré que decir que tras una campaña electoral llena de frases huecas, absolutamente plana y nada ilusionante para los que no estamos ilusionados por decreto, fofa, cutre, repetitiva, cateta, inculta, irrisoria y fiel reflejo de la escasa estatura intelectual y la indigencia cultural de la mayoría de sus intervinientes, mañana (de todas, todas) será un ‘inefable domingo de noviembre’. Entendiendo ‘inefable’ en sus acepciones más académicas. Porque de ‘único’, ‘original’ o ‘sublime’, nada de nada. Y de ‘divino’, menos. A pesar de que algunos de nuestros capitostes políticos, cabezas de lista o no, tan ensoberbecidos ellos, tan prepotentes, tan torpes y sobrados de fatuidad, se sientan dioses del Olimpo y crean tener a Zeus cogido por los golondros. (Y valga el eufemismo pajarero, primo).
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