sábado, 26 de abril de 2014

ETERNO ABRIL... Y ELECCIONES

Escribir, escribir, ¿vaciarme? en un artículo, en un poema (dónde andará mi poesía en otro tiempo imprescindible para seguir viviendo, en qué manos anidará ahora, huérfana quizás, desorientada, ausente, buscando el reencuentro con un autor tan despistado ya, tan distante, tan lejano de aquella ilusión que le dio vida), abrir mi corazón, buscar en la soledad equívoca de las palabras aquéllas que sirvan para que, por la magia de la escritura, comuniquen lo que quiero decir aunque, vaya mi lamento añadido, tan sólo interesen a mi desvarío, a mis urgencias, a mi necesidad egoísta de escapar, hacia atrás, diciendo. Y encontrarme entonces con el desasosiego, hijo adrede, torpeza consentida, de no saber o, lo que es peor, con el convencimiento de la inutilidad de andar tratando de enmascarar mis dudas en las palabras y en su capacidad de ser distintas. Excusas, al fin, para seguir manteniendo el engaño. Para utilizarlas en mi torpe e incompetente afán de convencerme de que, a veces, lo que creemos que es todo, es poco o menos.

De este párrafo anterior, insoportable y egocéntrico, no me siento del todo responsable. Y no son ganas de quitarme el mochuelo de encima. Lo digo porque la verdad es que la culpa no es sólo mía, sino más bien de mis fantasmas, de esos que me vienen (siendo ellos yo mismo o mi reflejo o, acaso, esa sombra imprecisa de los años) a desquiciarme cuando la luz de abril me vence. Y, con ella, con esa luz esquiva y caprichosa que aturrulla los ojos y hace que el horizonte sea pasado, el tiempo se convierta en un maremágnum de idas, venidas, recuerdos y ausencias que soy incapaz de dominar.

Me explico. Venía para casa con una idea clara del artículo que iba a escribir: Elecciones europeas, movimientos de sus candidatos, pintoresquismo de unos, oportunismo de otros y el cuento de la lechera de los demás, instalados en el sillón de alto respaldo, que nos ofrecen para la nueva legislatura arreglar lo que no arreglaron ayer ni, presumo, arreglarán mañana porque, a qué engañarnos,  todo es cuestión de ir, venir, perorar y transcender entre sonsonetes de corta y pega. 63 páginas del BOE para 41 candidaturas, que ya son ganas, muchas de ellas verdaderamente desconcertantes y peculiares. Algunas por su cabezas de lista donde relucen, en una clasificación rápida, no excluyente y en la que la ósmosis es funcional, tertulianos ubicuos, despechados roncos, cuentistas avispados o jueces mártires de sí mismos. Y otras por su denominación, ora estrambótica, ora hilarante, de las que hay dos que, aun inmerso en la vorágine del pasmo, me han llamado especialmente la atención. Una, la número 22, que encabeza Willy Enrique Meyer Pleite, un tipo que, por las veces que lo he escuchado o leído, me parece sensato, honrado y que, puestos ya en la generosidad, parece que se cree lo que dice. Pero si sale elegido va a tener un problema muy gordo cuando tenga que contestar, si algún colega novato le pregunta, por qué candidatura lo ha sido y no tenga más remedio que contestar que por  “Izquierda Unida, Iniciativa per Catalunya Verds, Esquerra Unida i Alternativa, Anova-Irmandade Nacionalista, Espazo Ecosocialista Galego, Batzarre-Asamblea de Izquierdas, Federación de los Verdes, Opció Verda-Els Verds, Gira Madrid-Los Verdes, Construyendo la Izquierda-Alternativa Socialista, Ezkerreko Ekimena-Etorkizuna Iratzarri: La Izquierda Plural”. ¡Virgen Santa! Para cuando quiera acabar la retahíla plurilingüe su bisoño interlocutor se habrá ido a acostar con un mareo de mil demonios y, para dormir sin pesadillas, no tendrá más remedio que darle duro a la Luminaleta. Y, por si no quieres brevas toma higos Genoveva, a este batiburrillo de “singlas” (que diría el tito Solón) en el BOE le siguen dos páginas donde se indica, como si no tuviera ya bastantes, la denominación que en cada Comunidad Autónoma tiene la candidatura en cuestión. Vaya a ser que los electores se despisten, digo yo,  y tanto esfuerzo integrador no sirva de nada y acaben, unos y otros, como el gallo de Morón. La número 28 tampoco tiene desperdicio: “Por la República, por la Ruptura con la Unión Europea (RRUE)”. Agárrame esa mosca por el rabo, porque éstos se presentan para formar parte de un organismo del que abominan. Las criaturas quieren entrar sólo para poder salir. Algo así como casarte y divorciarte en la misma ceremonia. Según dicen en su página web, “Europa es el problema, la República la solución”, un eslogan al que, por más que lo intento, no soy capaz de encontrarle la más mínima lógica. En suma, un verdadero disparate metafísico. O sea, si te duelen las muelas, llama a un fontanero. Más o menos.

Todo eso iba yo pensando confiado y camino de casa cuando vino este abril que se clavó en mis ojos hace tiempo para anidar en ellos; este abril siempre el mismo, remolón, diferente, que tiene la virtud de enternecerme para hacerme sufrir, de reclamar mis lágrimas en un dolor confuso, como un amor primero y permanente que tiene en el fracaso la razón de su dicha. Este mes que, a su antojo, hace del sol, esquivo y traicionero, un enorme inventario de silencios cuajados de palabras y de encuentros que nunca más serán, pero que viven. De la misma manera que, en nuestro corazón, viven las pérdidas.

viernes, 11 de abril de 2014

¡UY, LO QUE ME HA DICHO!

He recordado estos días una mañana de hace muchos, muchos años, en que siendo un mozalbete estaba disfrutando con unos amigos de una jornada primaveral de las de entonces, cuando la primavera era primavera y no verano adelantado. Asábamos sardinas, bebíamos cerveza, tonteábamos con zangolotinas “ad hoc” y, con la imprudencia que proporciona la insensatez, nos creíamos más listos que nadie. Todavía no era yo presa de la entomofobia que, en su versión abifóbica, empezó a martirizarme hasta el pánico ya en la madurez, de modo que no me preocupaban demasiado los insectos voladores que me rondaban ni, por tanto, tomaba ninguna precaución ante sus posibles ataques. En ese estado de indefensión frívola me encontraba cuando, al coger de la fuente una de la sardinas recién asadas, no me percaté de que albergaba en su interior el peligro en forma de avispa tamaño XXL, tipo El alimento de los dioses que, sin duda cabreada por haberla incordiado en su almuerzo, salió de las tripas del pez y arremetió contra mí con inaudita saña. Por fortuna no dirigió su furia contra mis labios (de haberlo hecho hubieran quedado convertidos en un remedo benigno de los de Carmen de Mairena), sino contra mi brazo izquierdo. No queriendo soltar la sardina, grande y jugosa, tardé en reaccionar. Esos momentos de indecisión producto de mi ansia le bastaron a la muy bicha para morderme al tiempo que me clavaba, con un sadismo casi humano y por dos veces, su aguijón. Ahí ya sí, espoleado por el dolor solté la presa y, entre ayes lastimeros, lancé un manotazo contra la monstruo que, a pesar de mi interés, logró esquivar. La elementa salió de najas aunque, en su huida, aún tuvo tiempo de arrearle otro picotazo a Federico, que no destacaba precisamente por su hiperestesia. Y en ésas estábamos, quejándonos los dos en arameo, cuando el individuo se acerca y me espeta en un convencido tono de reproche: “¡Y no te quejes tanto, que a mí me duele más que a ti!”. Antes de que me diera tiempo a contestar a tamaña tontería, me noqueó con otro disparate aún mayor: “Porque yo soy mucho más sensible que tú”.

Esta forma de aplicar la ley del embudo, de sacar a relucir una sensibilidad escondida con menosprecio de la ajena, es lo que ha ocurrido días atrás con Ada Colau y Alfonso Rojo. Participaban ambos en un debate televisivo, una especie de “Sálvame” con ínfulas, cuando el periodista tuvo la mala ocurrencia de anatemizar a la líder de la PAH llamándola “gordita”. Ella puso cara de “¡uy, lo que me ha dicho!” y ahí se lio la gorda. El hombre fue obligado a pedir disculpas a la mujer y sancionado con una expulsión temporal del foro. Y yo no dejé de sorprenderme de que una luchadora como ella, curtida en mil batallas, capaz de llamar asesinos a banqueros y políticos en sede parlamentaria, de alentar escraches en los que se insulta sin mesura a los acosados y de manifestarse sin rubor junto a proetarras, tenga también un corazoncito coquetuelo que, en lo tocante a michelines, salga a relucir ante cualquier insinuación sobre sus redondeces. Cuando, a mayor abundamiento y a fuer de ser sincero, yo también la percibí más entradita en carnes que la última vez que la vi. A lo mejor será porque, según dicen algunos, la tele te ensancha. Y el cocido también, digo yo.

Y, ya puestos en tocinos, lo más gordo es lo que ha ocurrido después en las redes sociales, donde la injuriada ha sido ungida y ha dejado de ser “una mujer” para pasar a ser “la mujer”, símbolo de todos los valores de la lucha contra los abusos de una sociedad machista, virgen pagana que encarna la esencia más rolliza del espíritu de la progresía. Tal así, salvando todas las distancias, como la Bocca di rosa de Fabrizio De Andrè. Sirvan de muestra de lo que digo estas líneas publicadas por Clara Valverde, que no tienen desperdicio y abrirán los ojos a más de uno: “Cuando los hombres, como hicieron el sábado con Ada Colau, despolitizan nuestro trabajo político, cuando nos humillan, es un maltrato y entra en la categoría de abuso de género. Si ante las palabras de ese tertuliano o de cualquier otro hombre sobre tu cuerpo (sic), compañera, has perdido un segundo de tu bienestar mental dudando o justificándote, les has regalado tu poder. Te quieren controlar, quieren controlar tu cabeza y tu rebeldía. Quieren que utilices tu energía mental, no en pensar en estrategias de desmontar las injusticias y los privilegios, sino en pensar en si tienes demasiados pelos en las piernas o en la cara o que tienes curvas donde ellos no quieren que las tengas. Quieren que te mires con sus ojos, con sus opiniones, que lleves un tertuliano dentro de tu cabeza y que le escuches”. Tremendo, tremendo. Como ven, el plan del ejército de tertulianos machistas es verdaderamente maquiavélico. No dan puntada sin hilo los tíos perversos. Pero lo que realmente ha logrado sumirme en un mar proceloso de incertidumbres, es el hecho de haberme dado cuenta de la carga de ideología contrarrevolucionaria y fascista que pueden albergar en sus entrañas palabras tan aparentemente inofensivas como “gordita”. Entonces, ¿cuál debe ser mi reacción, a partir de ahora, si alguien me dice “calvito”? Me barrunto que esta duda angustiosa va a tenerme en un insomne sin vivir del que no sé cómo voy a poder zafarme. 


domingo, 6 de abril de 2014

LOS NUESTROS Y LOS OTROS

Hace unos días, un activo y liberado sindicalista me preguntó si iba a ir a la manifestación del pasado jueves 3 de abril. Lo hizo en un tono más inquisitorio que interrogante, con la prepotencia de autoridad moral de la que algunos se creen investidos, oropel por el que, además, cobran un sueldo que les pagamos los que cada día salimos a trabajar mientras ellos, posiblemente, duermen. Estuve prudente (lo siento) y no lo mandé al carajo, que es lo que se merecía más que por la pegunta por las formas de perdonavidas con que la hizo. Sólo le contesté que yo me manifiesto mucho más que él, porque lo hago cada sábado en estas páginas expresando libremente mi opinión: “¿Qué sentido tiene entonces que yo salga a la calle para apoyar la tuya, sin duda más interesada y fingida que la mía?”, acabé. Y se acabó. La conversación, digo, porque el mozuelo salió escopeteado, calamocheando, mientras esbozaba una media sonrisa despectiva e insuficiente para disimular su cabreo. Cantinflas echó mano en muchas de sus películas del refranero mexicano, verdadero vademecum de sabiduría y retranca, para poner en su sitio a petimetres de todo tipo: “Mírenlo, ya porque nació en pesebre, presume de Niño Dios”, le soltó a un prepotente chulito pagado de sí mismo. Y lo clavó. Al espécimen que nos ocupa, este refrán también le viene de perilla.

La anécdota no es baladí porque, con matices, la he sufrido o, más bien, gozado en bastantes ocasiones, y he asistido a otras muchas en las que me tocó interpretar el papel de testigo. Y siempre de por medio políticos o sindicalistas que, con un sentido alienado de pertenencia al clan, no entienden la relación con los demás si no es abriendo trincheras de por medio o, lo que es peor, levantando murallas que separen a los “nuestros” de los “otros”. Y es que hay gente muy dada a, según soplen los vientos, considerarte de los suyos o de los contrarios como si no hubiera más posibilidades que esas, como si no existiera la opción de no ser ni de unos ni de otros. En su mentalidad obtusa y dogmática no cabe la independencia de criterio. Es más, no cabe ni la posibilidad de criterio. Y con una frivolidad irritante te etiquetan de acuerdo a que tus manifestaciones, a la luz de su corto y esclerótico entender, sean favorables o no al grupo al que pertenecen. En fin, yo entiendo que esa seguridad que nos proporciona el estar incorporados a un grupo es atávica, casi irracional, y prácticamente inevitable por lo que a la familia se refiere, más que nada porque en este caso no hay posibilidad de elección. Uno no puede dejar de ser miembro de una familia según sus apetencias, por más que pueda renegar de ella. Lo que no entiendo es que la integración en un grupo de pertenencia elegido libremente, como puede ser una partido político o un sindicato, lleve tanta veces aparejado el hecho de considerar despreciables, no sólo a los que pertenezcan a otro de ideología contraria sino, incluso, a los que no pertenecen a ninguno.

Durante los años del régimen ibarrista y en lo que al mundo de la cultura se refiere, el ninguneo a los que osaban ejercer algún tipo de crítica a las actuaciones políticas emanadas del politburó o, simplemente, no se prestaban a la lisonja o el apoyo incondicional, se ejercía de manera sañuda e implacable. O eras de su cuadra o no existías. La actuación más sangrante que conocí y seguí de cerca fue la llevada a cabo contra Manuel Pecellín que, por descolgarse de un manifiesto de apoyo a Ibarra en el que fue incluido en contra de su voluntad repetidas veces expresada, fue fulminado de manera inmisericorde del Servicio de Publicaciones de la Diputación y de la Revista de Estudios Extremeños por los esbirros del conducator. Y en el colmo de la aberración, un tomo de su Bibliografía Extremeña a punto de ser publicado en la Editora Regional, fue también arrojado a las tinieblas exteriores. No sólo el autor, también su obra era víctima de la furia sectaria de estos demócratas de pacotilla. Años ciertamente oscuros en lo que sólo faltaba que, de madrugada, sonara el timbre de tu puerta y no fuera el lechero.


Haciendo honor a la verdad y para compensar la balanza me siento obligado a decir que, desde que comencé a colaborar con la concejalía de cultura del Ayuntamiento de Badajoz, primero con Celdrán y Consuelo Píriz, ahora con Fragoso y Paloma Morcillo, no ha habido la más mínima ingerencia en mi labor, ni insinuaciones, ni reproches (mucho menos represalias) por las críticas u opiniones que hubiera podido emitir y sintieran contrarias a las políticas de su partido. Y lo afirmo sin ningún tipo de empacho. Lo que no me atrevo a afirmar es que esta manera de proceder no sea “rara avis” dentro de su estructura regional, porque me viene ahora a la memoria la querella que el Sr. Manzano, presidente de la Asamblea y, por tal, primo de su chófer, interpuso contra la autora de unas letrillas irónicas sobre esa doble relación laboral-consanguínea. Habría que saber, siguiendo con los refranes, si éste es el garbanzo negro presente en todo puchero o, por desgracia, aquéllos las golondrinas que no hacen verano.

sábado, 5 de abril de 2014

LOS NUESTROS Y LOS OTROS (con pirula bicolor)

Hace unos días, un activo y liberado sindicalista me preguntó si iba a ir a la manifestación del pasado jueves 3 de abril. Lo hizo en un tono más inquisitorio que interrogante, con la prepotencia de autoridad moral de la que algunos se creen investidos, oropel por el que, además, cobran un sueldo que les pagamos los que cada día salimos a trabajar mientras ellos, posiblemente, duermen. Estuve prudente (lo siento) y no lo mandé al carajo, que es lo que se merecía más que por la pregunta por las formas de perdonavidas con que la hizo. Sólo le contesté que yo me manifiesto mucho más que él, porque lo hago cada sábado en estas páginas expresando libremente mi opinión: "¿Qué sentido tiene entonces que yo salga a la calle para apoyar la tuya, sin duda más interesada y fingida que la mía?", acabé. Y se acabó. La conversación, digo, porque el mozuelo salió escopeteado, calamocheando, mientras esbozaba una media sonrisa despectiva e insuficiente para disimular su cabreo. Cantinflas echó mano en muchas de sus películas del refranero mexicano, verdadero vademecum de sabiduría y  retranca, para poner en su sitio a petimetres de todo tipo: “Mírenlo, ya porque nació en pesebre, presume de Niño Dios”, le soltó a un prepotente chulito pagado de sí mismo. Y lo clavó. Al espécimen que nos ocupa, este refrán también le viene de perilla.

La anécdota no es baladí, porque, con matices, la he sufrido o, más bien, gozado en bastantes ocasiones, y he asistido a otras muchas en las que me tocó interpretar el papel de testigo. Y siempre de por medio políticos o sindicalistas que, con un sentido alienado de pertenencia al clan, no entienden la relación con los demás si no es abriendo trincheras de por medio o, lo que es peor, levantando murallas que separen a los “nuestros” de los “otros”. Y es que hay gente muy dada a, según soplen los vientos, considerarte de los suyos o de los contrarios como si no hubiera más posibilidades que esas, como si no existiera la opción de no ser ni de unos ni de otros. En su mentalidad obtusa y dogmática no cabe la independencia de criterio. Es más, no cabe ni la posibilidad de criterio. Y con una frivolidad irritante te etiquetan de acuerdo a que tus manifestaciones, a la luz de su corto y esclerótico entender, sean favorables o no al grupo al que pertenecen. En fin, yo entiendo que esa seguridad que nos proporciona el estar incorporado a un grupo es atávica, casi irracional, y prácticamente inevitable por lo que a la familia se refiere, más que nada porque en este caso no hay posibilidad de elección. Uno no puede dejar de ser miembro de una familia según sus apetencias, por más que pueda renegar de ella. Lo que no entiendo es que la integración en un grupo de pertenencia elegido libremente, como puede ser un partido político o un sindicato, lleve tantas veces aparejado el hecho de considerar despreciables, no sólo a los que pertenezcan a otro de ideología contraria sino, incluso, a los que no pertenecen a ninguno.

Durante los años de régimen ibarrista y en lo que al mundo de la cultura se refiere, el ninguneo a los que osaban ejercer algún tipo de crítica a las actuaciones políticas emanadas del politburó o, simplemente, no se prestaban a la lisonja o el apoyo incondicional, se ejercía de manera sañuda e implacable. O eras de su cuadra o no existías. La actuación más sangrante que conocí y seguí de cerca fue la llevada a cabo contra Manuel Pecellín que, por descolgarse de un manifiesto de apoyo a Ibarra en el que fue incluido en contra de su voluntad repetidas veces expresada, fue fulminado de manera inmisericorde del Servicio de Publicaciones de la Diputación y de la Revista de Estudios Extremeños por los esbirros del conducator. Y en el colmo de la aberración, un tomo de su Bibliografía Extremeña a punto de ser publicado en la Editora Regional, fue también arrojado a las tinieblas exteriores. No sólo el autor, también su obra era víctima de la furia sectaria de estos demócratas de pacotilla. Años ciertamente oscuros en los que sólo faltaba que, de madrugada, sonara el timbre de tu casa y no fuera el lechero.


Haciendo honor a la verdad y para compensar la balanza me siento obligado a decir que, desde que comencé a colaborar con la concejalía de cultura del Ayuntamiento de Badajoz, primero con Celdrán y Consuelo Píriz, ahora con Fragoso y Paloma Morcillo, no ha habido la más mínima ingerencia en mi labor, ni insinuaciones, ni reproches (muchos menos represalias) por las críticas u opiniones que hubiera podido emitir y sintieran contrarias a las políticas de su partido. Y lo afirmo sin ningún tipo de empacho. Lo que no me atrevo a afirmar es que esta manera de proceder no sea “rara avis” dentro de su estructura regional, porque me viene ahora a la memoria la querella que el Sr. Manzano, presidente de la Asamblea y, por tal, primo de su chófer, interpuso contra la autora de unas letrillas irónicas sobre esa doble relación laboral-consanguínea. Habría que saber, siguiendo con los refranes, si éste es el garbanzo negro presente en todo puchero o, por desgracia, aquéllos las golondrinas que no hacen verano.