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(Fuente: Diario HOY) |
En el mes de marzo del año 2010, estas páginas
acogieron el artículo
«Mi amigo Manuel», escrito por el que suscribe
ut supra (permítanme este oxímoron con
su punto macarrónico) con casi 10 años menos. Como el tiempo pasa para todos,
excepto para los franquistas y sus sucedáneos actuales, mi amigo
Manuel también tiene casi 10 años más
que entonces. Y este pasado jueves se ha jubilado tras regentar el
«Bar Deportivo del Jamón» desde el año
1981. En la puerta del local, desde hace días, hay un cartel
ad hoc en el que puede leerse, «SE
TRASPASA POR JUBILACIÓN». Desde el primer instante en que lo vi, pensé lo que
sigo pensando ahora: Cuando llegue ese trance y teniendo en cuenta que para mí y
para muchos parroquianos asiduos este bar es este bar porque Manuel es Manuel,
con él jubilado, ¿a dónde irán traspasados los momentos vividos alrededor de su
barra? ¿Se quedarán flotando en el aire, ocultos detrás de la cafetera, entre
botellas y vasos, esperando despertar cuando una voz conocida los motive? ¿Será
entonces la ocasión de una algarabía silenciosa que solo viva en ellos y en su
mundo intangible, o acaso habrá un mágico chinchín de vasos y botellas bailando
entre recuerdos con
Angelito y
Leoni dirigiendo el cotarro? ¿Y a quién
ladrará
Duna...?
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(Fuente: Diario HOY) |
En aquel articulo de 2010,
hablaba del «sentido trágico de la vida» que, sin previo aviso le acometía y le
hacía «aplicar economía en las palabras y andar,
detrás de la barra, con la mirada baja y el paso cansino atendiendo a los
parroquianos que allí acudimos en romería, no sé si con el deseo íntimo de que
nos fuéramos todos a hacer muchas puñetas y le dejáramos en paz con sus cuitas».
Y en esas seguimos, claro. Y mientras duraba el arrechucho emocional, la invasión
interior de melancolía casi romántica e
impredecible que le embargaba, allí aguantaba «con la filosofía de su
esperanza, ajeno a perífrasis y circunloquios», y ocupándose de aquella jarca
contradictoria y variopinta de romeros. A saber: «El sinapismo madridista, el
hombre que conversa consigo mismo, Moisés
reencarnado en pelmazo recalcitrante, un inspector de Educación virtuoso del
palillo escarbamuelas, sindicalistas salvadores de sí mismos, jugadores de
fútbol sala, abogados varios, salvapatrias añejos, maestros ciruela y no, algún
juez cataplasma, el chino vecino, el vecino no chino, el emigrante risueño de
Malí, el cubano, la del sombrero, la otra del sombrero, la peña del fondo, el
jubilado revientabuches de máquina, Angelito el de Universitas y, en fin,
poetas cascarrabias y chinches como el que suscribe». En el transcurso de estos
casi 10 años algunos ya no están, ya sea porque, como mi Angelito, se fueron
para siempre, o porque han cambiado de aires o de costumbres.
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(Fuente: Mi santa) |
En fin Manuel, amigo mío, ahora que te jubilas
yo sé, como tú sabes también, que perderé un rincón de Badajoz, ese rincón que
me ha dado cobijo en tu casa, la mía, durante tantos años. Confesionario a
veces, a veces escenario de risas y canciones y, en muchas ocasiones, reducto
de un silencio compartido y cómplice. Ahora que, como yo hace 2 años, pasas a
ser un «puto jubilao» (qué puñetas es eso de las clases pasivas, ese eufemismo absurdo y humillante con el que
los burócratas nos tildan como si solo sirviéramos ya para vegetar por la vida
esperando a la parca), digo que ahora me invade un sentimiento extraño, una
tristeza alegre que lucha en mi interior contra mi egoísmo. Son las
contradicciones que la dicotomía esquizoide de ser un cliente/amigo genera en
mis adentros. El cliente que hay en mí, siempre a lo suyo por definición, no
quiere que te jubiles, quiere que sigas en ese bar que ha sido refugio, sala de
conciertos (¡ah! el Stabat Mater de Pergolesi), galería de Arte, comedor
social, Ateneo de tertulianos y lugar de encuentros (y desencuentros),
esperando a que, caprichosamente, acuda a él. Pero el amigo que soy y que es
quien vence en esta disyuntiva emocional, lo que quiere es que te jubiles (como
has hecho) y pases a ser dueño de tus días, de tu tiempo. Y que, una vez que te
acostumbres a ser libre de horarios y te hayas sacudido para siempre el polvo
de la rutina de tantos años de barra y sacrificio, disfrutes de la vida, del
hecho de no saber en qué día de la semana vives, ni puñetera falta que te hace;
de bajar de su pedestal a los domingos que, por otra parte, perderán esa murria
vespertina antipatiquísima y pegajosa; de remolonear amaneceres y regodearte en
ellos desde la cama; de levantarte, desayunar, y volver a acostarte porque te
sale de los nísperos; de dejar para mañana o pasado lo que puedas hacer hoy... Son
pequeñas victorias que endulzan nuestras vidas para nada pasivas. Se acabó para
siempre el «¡a espachá, sebo!» Y el que venga detrás que arree, mira tú.
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(Fuente: Mi santa) |
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