A medida que han ido pasando los días desde que Pedro Sánchez Pérez-Castejón nombró su «gobierno progresista de coalición» (manda nísperos, compadre) me ha ido asaltando la sensación, sin duda angustiosa, de que la mayoría de sus integrantes, con un par o tres de excepciones que igual lo son porque no han cogido onda, más que gobernar lo que hacen es exhibirse, digo que más que a la gobernanza bien parece que se dedicaran mayormente al escaparatismo. Como si al verlos en televisión pontificando perogrulladas, estuviera contemplando los escaparates de ‘¡Ya es primavera en El Corte Inglés!’, pero con maniquíes parlanchines. Y me descompone pensar que con los excepcionales secundarios que ha tenido desde siempre el cine español e incluso, en ocasiones, la política española, hayan venido a confluir en esta aciaga ocasión individuos de una solemnidad ridícula e impostada, cuando no de una antipatía, una soberbia y una capacidad para la falacia que me incitan al rechazo más absoluto. Aunque no me cabe duda de que hay quien los adora. Una actitud o una entrega que yo, por encima de cualquier otra consideración, respeto sin compartir. Si bien es verdad que, en lo que a más de un amigo y a mí se refiere, en cantidad de ocasiones no ha sido así a la viceversa y hemos sido condenados a las tinieblas exteriores por mor de una crítica adversa o una ausencia de pleitesía a algún conducator extremeño de baratillo. Pero bueno, me importan un bledo el sectarismo y la necedad de quienes se comportan como zopencos ya que, como diría Juncal, «paso de abejarucos». Y, ainda mais, incluso en algunos momentos hasta pueden llegar a darme lástima cuando los veo chapotear en el estiércol de sus berrinches. Escarbando en este asunto del desprecio dogmático de los necios, recuerdo ahora un poema que escribí in illo tempore, titulado «Para todos ellos». Decía así: «Disfruto la alegría / de saber que no siento, / que nunca escribí nada, / que mi nombre es tan sólo / olvido para el viento, / que no existe mi vida, / que no viven mis versos, / que he llegado a la gloria / miserable y gozosa / de estar entre sus muertos. // Disfruto la alegría / de todo su desprecio. // Galopo cada tarde / a lomos del silencio / viendo pasar los bueyes / con su carga de estiércol». Y espero que me perdonen la autocita, pero es que me venía al pelo que no tengo.
Pero a lo que iba
antes de perderme en recuerdos poéticos, que es la actuación peripatética de
este gobierno en el que todos y cada uno, por mucho pecho que saquen y mucha
palabrería que exhiban, son unos peleles del gran urdidor emboscado en La
Moncloa, del mercenario oscuro que tiene a Pedro Sánchez como marioneta de su ambición,
del Gepetto siniestro que anda, a su
antojo e interés, transformando en muñecos animados a los políticos españoles
que caen bajo su influjo: Iván Redondo
Bacaicoa. Vasco de San Sebastián, empezó a trabajar con Pedro Sánchez, o
empezó a trabajarse a Pedro Sánchez, como prefieran, en la preparación de las
Primarias del PSOE de 2017, que éste ganó. Y fue el arquitecto ideológico de la
moción de censura a Mariano Rajoy que le hizo Presidente del Gobierno y a él director
del Gabinete de Presidencia con estatus de Secretario de Estado. Tras las segundas
elecciones de 2019, el gobierno dejó de estar en funciones en enero de 2020 y
se constituyó el actual «gobierno progresista de coalición» en el que Iván, con
un Sánchez aún más exultantemente obnubilado y más inerme ante su codicia, ha
aumentado su poder sumando oficialmente a las funciones de su cargo la ‘asesoría
en política nacional e internacional’; la ‘planificación y el seguimiento de la
actividad gubernamental’; la jefatura de un ‘Comité de Dirección’ de nueva
creación normativa y en el que se integra la ‘Secretaría de Estado de
Comunicación’ y, por fin, la dirección de un órgano de nueva creación, la
‘Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País a Largo Plazo’, que ya es
para ir a mear y no echar gota.
Pues, qué quieren
que les diga, yo estoy convencido de que España no está en manos de un
presidente ambicioso, que sí que lo es, sino de un presidente panoli, de un monigote
del pimpampum en manos de un mercader sin ideología política, listo y
maquiavélico, al que España no le importa una higa y que alimenta su propia
ambición aprovechándose de la ambición ciega y enfermiza de su víctima. Su afán
de anonimato no es discreción, ni timidez y mucho menos, decoro: Es
supervivencia. Que el otro esté para que yo siga estando. Que la marioneta permanezca
en el escenario para que yo pueda seguir entre bambalinas manejando los hilos e
impostando la voz, y mientras ella se lleva los tomatazos de un público
hastiado, yo me paso por taquilla a recoger los billetes. Pues eso, «‘pa’
habernos ‘matao’», primo.
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