sábado, 17 de diciembre de 2016

HONORES DESHONROSOS

No voy a entrar a hacer juicios de valor sobre la necesidad o no de la Ley de Memoria Histórica. Desde el año 2007 en que fue promulgada, se han emitido sobre ella tantas y tantas opiniones a favor y en contra, -ora considerándola necesaria, e incluso escasa, para tratar de zanjar la injusticia cometida contra los vencidos en la guerra civil; ora denostándola como un desvarío del suricato leonés que volvería a abrir heridas ya restañadas y a desenterrar viejos fantasmas cainitas-,  que no creo que la mía aportara nada que no se haya dicho ya. Lo que sí tengo claro es que las buenas intenciones que esta ley declara en su ‘exposición de motivos’, no se han visto cumplidas en la mayoría de los casos en que se ha recurrido a ella: “En definitiva, la presente Ley quiere contribuir a cerrar heridas todavía abiertas en los españoles y a dar satisfacción a los ciudadanos que sufrieron, directamente o en la persona de sus familiares, las consecuencias de la tragedia de la Guerra Civil o de la represión de la Dictadura... profundizando de este modo en el espíritu del reencuentro y de la concordia de la Transición...”, proclama en su preámbulo.

Visto lo visto, y en buen número de ocasiones en las que la aplicación de dicha ley ha sido objeto de actualidad informativa, se evidencia que estos encomiables deseos no solo no se produjeron, sino que sucedió todo lo contrario de lo que presuntamente pretendían conseguir. Y esto ha sido así porque estoy convencido, (quizá sea una contundente osadía por mi parte, pero es lo que hay), de que el legislador se equivocó equiparando, a lo largo de todo su articulado, dos realidades tan distintas, aunque una de ellas sea consecuencia de la otra, como son la guerra civil y la dictadura franquista. Reconocer y declarar “el carácter radicalmente injusto de todas las condenas, sanciones y cualesquiera formas de violencia personal producidas por razones políticas, ideológicas o de creencia religiosa, durante la Guerra Civil, así como las sufridas por las mismas causas durante la Dictadura”, es no saber de qué estás hablando o, peor, saberlo pero legislar pensando en tu abuelo, o en tus votos, o en tu inopia. O, como me temo, en todo a la vez. En fin, creo que esta ley hubiera sido mucho más efectiva y, sobre todo, más balsámica y más justa, si es que de ello se trataba, centrándola exclusivamente en el reconocimiento, compensación y ayuda a las víctimas de la dictadura. Y haber tenido la valentía, para cerrar el círculo expiatorio, de promulgar otra para las víctimas, todas, de la guerra civil. Pero conociendo al personaje simplón y superficial, esto es como pedir peras a un olmo tan seco, tan estéril, que ni la primavera sería capaz de operar en él aquel hermoso milagro machadiano.


(Fuente: Diario HOY)
Y todo lo anterior, a cuento del embrollo de Guadiana del Caudillo, su alcalde del PP, Antonio Pozo Pitel, y el secretario general del PP de Badajoz y diputado en la Asamblea de Extremadura, Juan Antonio Morales Álvarez. Ambos premiados en una cena organizada por la Fundación Nacional Francisco Franco, a la que, según leo, asistieron, y en la que les fue entregado a cada uno ‘Diploma de Caballero de Honor’ por su "labor destacada en la defensa de la verdad histórica y de la memoria del Caudillo y su gran obra". La verdad es que hay cosas que yo no entiendo. No entiendo que, con LMH o sin ella, pueda seguir existiendo en la España de hoy una fundación como esta, cuyos estatutos “enumeran como objetivo prioritario la difusión de la memoria y obra de Francisco Franco”. No entiendo que los galardonados aceptaran el galardón deshonroso que les habían concedido y, menos aún, que tuvieran la desfachatez de ir a recogerlo. No entiendo, quizá sí, las disculpas increíbles del señor Morales calificando de error la aceptación voluntaria, consciente y presencial de la supuesta dignidad que recibía de quien la recibía. No entiendo la torpeza del PP, bajo la égida del ‘y tú más’, de sacar a la palestra, con calzador, a Castro y a Maduro, que no tienen vela alguna en este entierro. No entiendo que, con el daño que han hecho a su partido, dando argumentos incontestables a sus adversarios políticos para tildarlo de “refugio de franquistas y ultras”, no se haya actuado contra ellos de manera fulminante. No entiendo que se recurra una sentencia que, en cumplimiento de la LMH, obliga eliminar “del Caudillo” del topónimo de marras. No entiendo ese afán de mantener ese colgajo caudillista ahí, enarbolando, al más puro estilo ‘puigdemontista’, el resultado de una consulta popular que conculca una ley vigente en nuestro ordenamiento jurídico... En fin, tras esta letanía llego a la conclusión de que, acaso, mi problema sea que jamás lograré entender este estrecho juego político de vuelo corto que algunos estilan. Aunque por otra parte, primo, qué quieres que te diga, ni puñetera falta que me hace. 

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