Quizás sea el otoño, su luz que,
como un suspiro frágil, se acurruca en los párpados y adormece los días en un
eterno trémolo. O la noche que prematuramente invade las horas que no le
pertenecen. O la mezcla imposible de insomnio con desgana. Quizás la culpa sea
de ese aire opaco que guarda entre sus pliegues una tristeza lenta de tarde de
domingo prolongada. O ese adagio que resuena constante en mi cabeza y tarareo
en silencio, acompasándolo a los latidos de un corazón que a veces siento ajeno
y lejanísimo. O el dolor impreciso de todas las ausencias que se vienen de
golpe y nublan la nostalgia. Aunque, ‘mea culpa’, acaso todo lo anterior sólo
haya sido un subterfugio, un introito poético de articulista torpe para sumar
caracteres con espacio y descargar angustias metafóricas, y nada de aquello
tenga que ver de manera directa con esta crisis lasa que padezco y sean, tan
solo y tanto, circunstancias que agraven el estado abúlico y desanimado que
sufro de un poco tiempo acá. Porque la verdad es que desde hace un par de días
empiezo a barruntar, gracias a las sabias palabras del sicólogo que se esconde
detrás de los espejos y me sorprende mientras me lavo los dientes o miro de
soslayo, la causa principal de tanta zozobra. Me dijo el tal con mi voz y mis
ojos: “Yo creo, mi buen amigo, que lo que usted padece es un empacho de
mamarrachadas. La realidad del país, que a veces vive de manera enfermiza y con
demasiada vehemencia, lo está llevando de asombro en asombro y, como le ocurría
a su llorado Jesús Delgado Valhondo, ya no encuentra un sitio donde ponerlos,
porque el corazón se le ha quedado pequeño para esta sucesión vertiginosa de
sorpresas. Y entonces el estupor, desbordado ya, se enquista y le abotarga las
tripas. De ahí las náuseas y esa sensación desagradable de hartazgo. Incluso el
episodio diarreico y febril que cursó días atrás, pudo ser producido por una
somatización del hastío que le produce
una actualidad cansina y repetitiva, sin intervención vírica alguna. Sosiéguese,
vuelva sus ansias hacia el interior y termine esos dos libros de poesía que
tiene descuidados. Si no, como poco, se le acabará cayendo el alma a los pies.
¿Ha llegado a pensar que la hernia inguinal que le incordia no sea tal, sino su
propia alma que ya cogió el camino del desplome?”
En esas me entró la tos y,
aprovechando que él también tosía, quise escapar de aquel absurdo soliloquio
dialogado. Pero adivinó mis intenciones, me detuvo apenas con un gesto
reflejado en mis ojos y siguió con su perorata: “Al verle en el espejo, mi
mustio amigo, he recordado ahora el caso de un paciente con sintomatología
similar a la suya, si bien en un estadio más avanzado, al que el alma se le
acabó escurriendo por entre los dedos de los pies. El desdichado apareció en la
entrada de este espejo equívoco con la cara desencajada y la mirada perdida,
vacío de sentimientos y de lágrimas. Y le diré, para que quede usted tranquilo
y su hipocondría no le juegue malas pasadas, que conseguimos su recuperación.
Aunque no crea que fue fácil. Atrapar un alma volandera entraña muchísimas
dificultades. Porque las almas, una vez que se ven emancipadas del cuerpo que
las contiene, adquieren un libre albedrío y un desparpajo que para qué le
cuento. Di con ella en un parque, revoloteando sobre un grupo de niños
desbordantes de risas que miraban la luz de la mañana. Y conseguí, no sin
grandes esfuerzos, introducirla en el fanal hermético que heredé de mi padre
para estas ocasiones. El proceso de su
reimplantación fue trabajoso y razonablemente satisfactorio, dada la problemática que entraña este tipo de reinjerto mayormente derivada de la complejidad de las
medidas antirrechazo, que pueden provocar efectos secundarios indeseados por otra
parte poco alarmantes: algún episodio de melancolía sobrevenida, un
ensimismamiento repentino, pequeñas confusiones en los sueños, un deje de
tristeza en la mirada cuando el otoño sienta sus reales… Y, ocasionalmente,
cierto desasosiego mediado el mes de abril”.
No era consciente del tiempo
transcurrido. No sabía si habían pasado horas o minutos estando como estaba
absorto en el delirio. Así, miré el reloj (era tardísimo) y, aprovechando que
dejó de mirarme por la misma razón que yo lo hacía, le dije en un susurro: “Es
que tengo que irme”. Y antes de que pudiera responder, apagué la luz. Y me fui. Él, supongo, allí se quedaría, rumiando
oscuridades por detrás del azogue y de mí mismo. Al tiempo de entrar en la
cocina camino del café para mi santa, me palpé la ingle. Y mi alma seguía ahí,
quizá algo inquieta en una ubicación poco apropiada para albergar almarios.
Pensé: “De este lunes no pasa. Insistiré en el SES para que recompongan este
entresijo mío cuanto antes. Vayamos a
tenerla, me desalme, y ande yo por mis sueños vacío de sentimientos y de
lágrimas".
1 comentario:
No encuentro las palabras precisas para manifestar mi admiración por el particular e inimitable estilo de tus artículos sin que parezcan adulación. Por lo tanto, solo diré que los disfruto en el silencio de mi sufrido portátil, mientras se me dibuja, como por arte de magia, una sonrisa progresiva que explota con una respiración contenida cuando llega el punto y final. Yo también he vivido secretamente una relación estrecha con mi espejito, basada en soliloquios dialogados muy similares a los que tú describes, y vivo para contarlo. Mucha suerte con el SES, que esos dos poemarios no duerman el sueño de los inéditos.
Un saludo de Maribel.
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