A final del pasado mes de agosto, concretamente el viernes 21, conocedor como es de los apuros que, por mor de las contradicciones de mi carácter dual, paso desde siempre para cumplir con los plazos de entrega de mis artículos, mi amigo Masito, alias “Tomás Martín Tamayo”, me envió de salvavidas una noticia que podría ayudar a liberarme de mis angustiosas urgencias. En esa ocasión no hubo lugar a utilizarla pues, mal que bien, cumplí con el plazo, no diré que holgadamente, pero cumplí. Y a la siguiente semana, anterior a la actual, también llegué a tiempo. Por los pelos, todo hay que decirlo, pero llegué. Y como el que guarda, halla, y en ésta (escribo estas líneas el jueves 24 a la 21:40 horas) el cumplimiento del deber presenta un cariz más peliagudo, no sólo por fecha y hora sino también por la escasa lucidez de mi cacumen, que anda más bien espeso y despistado, echo mano de esa ayuda con la esperanza de poder resolver la papeleta semanal. En situaciones como ésta todo vale. Y yo, parafraseando al fraile que cargaba con la prójima casquivana camino del convento, también digo (si se me permite la osadía) que «todo es bueno para mi artículo».
La noticia recibida, que mi amigo creyó actual, fue publicada en El Periódico el día 30 de octubre de 2017. A pesar de los casi 3 años transcurridos, no me resisto a compartirla. Acostumbrados como estamos a viajar en el tiempo desde el pasado mes de marzo, yendo desde una «nueva normalidad» a una «segunda ola» que, sin solución de continuidad, nos retrotrae a fases ya pasadas de «desescalada» que, en realidad, nos encaraman de nuevo al «inicio confinado» en busca del pico de una curva que lleva camino de ser el Tourmalet, digo, que después de estas idas y venidas por el mundo fantástico de H. G. Wells, ¿qué son 3 años más o menos cuando el tiempo ha venido a ser, desde el «estado de alarma», apenas una realidad cambiante e hipotética?
El titular de esta noticia rescatadora era, sin suda, atronador, impactante: EL PEDO DE UN HIPOPÓTAMO DEJA TRES HOSPITALIZADOS / Tres ancianos que visitaban el Parque de Cabárceno, en Cantabria, tuvieron que ser atendidos. Y decía así, textualmente: Ninguno de ellos hubiera imaginado acabar ingresado a causa de las ventosidades de un hipopótamo. Pero así fue. Tres ancianos palentinos que viajaban con el IMSERSO y visitaban el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, en Cantabria, se vieron sorprendidos a causa de la tóxicidad (sic) de los gases que soltó de repente uno de los hipopótamos del centro, y tuvieron que ser ingresados de inmediato.
Cuando el grupo de viajeros estaba visitando las
instalaciones del parque, muy cerca del recinto de los hipopótamos, uno de
estos animales soltó un enorme pedo que provocó que varias personas
cayeran al suelo, al parecer a causa de esos gases. Varias unidades del
servicio de emergencias se desplazaron hasta el lugar de los hechos y
trasladaron a tres de los visitantes, que no conseguían ser
reanimados. Dos de ellos fueron dados de alta poco después,
pero uno de los ancianos se encuentra aún ingresado en el Hospital
Marqués de Valdecilla de Santander, donde evoluciona favorablemente.
Un testigo de los hechos explica que todo ocurrió
muy rápido: "En principio, pensamos que había sido una especie
de bomba, hasta que nos dimos cuenta de que había sido el hipopótamo. Nunca
había visto nada igual", afirmó.
El cuidador del animal, Toni García, reconoció
que el hipopótamo en cuestión estaba sufriendo de
flatulencia y problemas estomacales en las últimas semanas.
También aseguró que el parque prohíbe siempre a los
visitantes dar de comer a los animales. "Ellos tienen su dieta y no
pueden comer otra cosa. Nunca nos hacen caso y luego pasan cosas desagradables
como ésta", se quejó García.
Recuperado del pasmo y de la risa que me produjo su lectura, recordé un artículo que, sin tener noticia de esta noticia, publiqué en diciembre de 2017. Mi fuente de inspiración fueron las declaraciones del melindroso catalanista, Josep Rull, sobre la flatulencia que le producía la comida que le daban en la cárcel, que incluso llegaba a llagar sus delicadas encías. En fin, desdichas de currutaco. El artículo lo titulé La peña del bufo, y en él daba cuenta de la formada por un grupo de pedorros irredentos y cercanos a mí que, en las clases vespertinas de aquel bachillerato de a saber qué año, sentados estratégicamente en la clase de no sé qué profesor pero, sin duda, víctima de la modorra en la siesta de los meses primaverales, se dedicaban a dar rienda suelta a sus flatulencias. Con cierta y anárquica periodicidad pero allí mismo, y a mano alzada, los integrantes de la peña elegían presidente al que, según su leal saber y entender, había sido el más convincentemente estruendoso.
Si algunos de aquellos
leyeran estas líneas, sería cuestión de que organizaran un viaje hasta
Cabárceno y nombraran al hipopótamo pedorro «Presidente Honorario y Vitalicio
de la Peña del Bufo». Y si acaso el pobre animal ha sido víctima de sus propios
gases y ya pasó a mejor vida, pues que en vez de vitalicio lo nombren perpetuo,
como perpetuo es el difunto primer secretario de la Real Academia de
Extremadura de las Artes y las Letras. ¡Lo perpetua que es la eternidad, primo!
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