sábado, 9 de diciembre de 2017

LA PEÑA DEL BUFO

(Fuente: Vice)
En la clase de bachillerato de uno de mis hermanos, en un año que no puedo precisar, alguien tuvo la genial idea de crear la que vino a llamarse La Peña del Bufo. El mecanismo para acceder a ella era bien sencillo. A primera hora de la tarde y aprovechando la benevolencia, la sordera o la modorra de determinado profesor, los integrantes de la misma y los aspirantes a pertenecer a tan selecto círculo entablaban una justa de pedos. Se valoraba el estruendo, no la fetidez de los mismos, de manera que los expelidos por los postulantes que no fueran escuchados por todos los miembros del jurado elegido para la ocasión, estratégicamente repartidos por el aula para cubrir todo el campo de competición, no puntuaban. Por más que atormentaran las pituitarias de sus compañeros más cercanos. Cada cierto tiempo, e ignoro siguiendo qué criterio, se elegía presidente de la peña, honor que una vez tras otra recaía en la misma persona dado que, en tales ocasiones, largaba una ristra graneada de zambombazos imposible de superar. Y la verdad es que se lo curraba porque un día, quizá cansado de tanto exabrupto anal, compartió el secreto de su tronante contundencia con el grupo más cercano de pedorros diplomados. Acaso con la callada esperanza de que alguno de ellos siguiera sus pasos, ganara el sillón presidencial y él pasara a ser simple militante de base. El busilis del asunto, aunque sencillo, no deja de ser ocurrente. Consistía en que, poco antes de salir camino del colegio, con el estómago más que probablemente lleno de garbanzos o habichuelas, el muchacho se apretaba el cinturón al máximo que podían soportar él y sus tripas para, acto seguido, atiborrarse de castañas pilongas compradas en Las Antigüinas. Al llegar a su pupitre, ahíto por el atracón y congestionado tras la caminata, se aflojaba el cinturón. Y el estruendo ininterrumpido del desahogo liberaba energía suficiente como para proveer de luz durante un año a todos los fabricantes de zuecos de Alemania, como decía La Codorniz del pedo de un elefante.

(Fuente: okdiario)
En fin, ha venido a mi memoria esta historieta tras leer las delirantes declaraciones que, tras salir de la cárcel bajo fianza, han hecho los exconsejeros Jordi Turull y Josep Rull, sobre todo este último que, visto lo visto, tiene que ser un señorito más flojo que la paja de avena. Según dice este dengoso, las dos penalidades más destacables de su experiencia carcelaria, o al menos las que más destacan las fuentes que he consultado, han sido para él los ‘espeluznantes’ traslados entre juzgado y prisión y la comida de la cárcel. De los traslados se queja por  ir en una furgoneta sin cristales ‘en la que no paraba de marearse’ y, además,  esposado. Y que al llegar a la Audiencia le obligaron a quitarse las gafas y el anillo de bodas. O sea, que este pisaverde se queja de que lo traten como a cualquier preso, que es lo que era en ese momento aunque ahora esté de imaginaria. Pero, qué pensaba, ¿que quienes lo custodiaban eran mossos que adoptarían la actitud lacayuna habitual y lo iban a llevar de un sitio a otro en coche oficial, con Biodramina incluida? Y digo yo, ¿qué democracia puede defender un político que se asombra y protesta porque lo traten igual que a cualquier ciudadano en sus mismas circunstancias? ¿En qué grupo étnico se siente encuadrado para creerse superior y, por tanto, despreciar a las personas que dice representar? ¿De qué élite se considera miembro este lechuguino?

(Fuente: Antena3)
Y sus críticas a la comida no hacen sino dejar al descubierto sus melindres, su falta de enjundia, porque el tal nos ha salido más blandengue que la princesa del reino de Safi, a la que un guisante, colocado bajo los siete colchones sobre los que se acostó, le impidió dormir y llenó su delicado cuerpecito de moratones. Parece que a nuestro gazmoño atribulado la comida carcelaria le ha llenado la boca de llagas. Yo me pregunto qué encías tan delicadas debe de tener para que se ulceren comiendo paella, garbanzos con verduras, macarrones con panceta o fabada asturiana que, por poner un ejemplo, fueron los primeros platos del menú de sus cuatro últimos días en prisión. Por si fuera poco, confiesa quejumbroso que era muy flatulenta. Y a esa me agarro para hacerle una sugerencia: Dado que su situación procesal está pendiente de juicio y este puede acabar con un encarcelamiento de años, debería hacer de la necesidad virtud y aprovechar sus flatulencias meteóricas para, llegado el caso, fundar en su módulo una Peña del Bufo. Si llegara a ser presidente de la misma, su cargo tendría menos relevancia pública, sí, pero, sin duda, más dignidad y más limpieza democrática que el que aspira a ocupar tras las elecciones del 21D. Perquè hi ha pets i pets, primo.

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