viernes, 25 de junio de 2021

PALÍNDROMOS

 IX.

Por momentos la noche se transforma

en una larga tarde prolongada

que, acaso, no quisiera

empezar a ser noche, y se resiste

a dejarse invadir por el silencio.

Y el cielo, para ella, es el refugio

de un sinfín de preguntas que titilan

indescifrables, torpes,

resignadas a no tener jamás

respuesta alguna.

Flores de luz marchita

descolocadas, híbridas,

que ignoran lo que son

mientras intuyen

lo que no serán nunca.

 

Por momentos la tarde se transforma

en aquello que nunca supo ser.

Y anda perdida en pálpitos ausentes

que la descorazonan,

hundiéndose en silencios

que nunca fueron suyos.

 

Es entonces cuando se acerca, asustadiza,

y me mira a los ojos y me implora,

llorosa, compungida,

que la ayude a que vuelva a ser lo que fue siempre.

Me pregunta, angustiada, por qué el silencio es pérdida,

por qué la luz es otra,

por qué la oscuridad es tan oscura,

por qué el tiempo es cruel.

Y yo soy incapaz de responderle.

Tan sólo sé llorar mientras la escucho.

Y ella me mira, absorta en mi ceguera,

desolada,

ausente de sí misma,

sin entender lo absurdo de sus ojos.

 

Súbitamente calla, y huye a esconderse

triste entre mis manos,

tímida, precavida:

Me abandona, callada, para dejarme ser

sin su presencia.

 

La siento respirar entre mis dedos.

 

Y me acobardo.

 

Y no le digo nada.

 

Y, sin embargo,

escucho cómo sus lágrimas,

que son las mismas mías,

recorren, dulcemente, la soledad de siempre,

lo imposible del aire de mis sueños,

las pérdidas de mí.