domingo, 28 de junio de 2020

SETIEMBRE SERÁ OTRO DÍA


Es éste el último artículo de mi curso articulista 2019-2020. Un curso, sin duda, distinto a todos los que he vivido:  Apenas empezadas las vacaciones, el 4 de julio, abuelicé por primera vez. Y el primer artículo que escribí para la apertura de este nuevo curso que ahora acaba, lo titulé Volver a la ternura, que me publicaron en estas páginas el sábado, día 7 de setiembre. En él hablaba de las primeras sensaciones del hecho de ser abuelo. Y pensaba abrir el nuevo curso con otro desahogo de abuelo, tratando de hacerles llegar la evolución de mi ternura chocha y entregada. Pero me temo que no me van a dejar. Porque la vida que vivimos está sujeta a las intromisiones de quienes pueden amargárnosla sin remedio y ante los que estamos absolutamente indefensos. Por fortuna vivimos en sociedad. O acaso por desgracia, porque las riendas que  guían la nuestra están en manos de quienes, con frecuencia, no son más que un manojo de incompetentes que, a pesar de que te miren a los ojos, (según dice que hace nuestro frailón de oficio para dar, así, muestra de su tranquilidad moral y, posiblemente, buscando nuestro convencimiento de su bonhomía y su altruismo), muchas veces lo hacen solo con la intención de saber dónde tienen que meter el dedo para dejarte tuerto y jodido de por vida. Y no estoy hablando de cinismo, que también, estoy hablando de incapacidad, de la dictadura democrática de los mediocres electos, que es muchísimo peor.

           
Cuando empecé a escribir este artículo de despedida y al tiempo que me apalancaba una Estrella Galicia bien fresquita, pensaba hablar de lo escrito y publicado en HOY a lo largo de estos últimos 10 meses. Digo, de recapitular las inquietudes y los sentimientos compartidos aquí cada sábado durante casi un año de mi vida. Pero no me han dejado. Porque ha habido tres noticias (joé con la puñetera actualidad informativa) que han trastocado mis deseos. La primera, en la que no quiero extenderme porque se me sube al gaznate el asco de la náusea, es el follón que se trae Pablo Iglesias con la Fiscalía Anticorrupción chivata, el juez del caso Villarejo, la tarjeta estampada de su móvil y sus cloacas particulares y apestosas, que ya veremos cómo acaba. La segunda, la paliza que vi en televisión, propinada por un bestia a su novia en el coche y que fue grabada por una vecina del lugar que, sin duda, la salvó de la muerte en ese momento porque esta buena samaritana llamó a la policía y el hombre fue detenido... Para ser puesto en libertad poco después, ¿por el juez de guardia?,  con una orden de alejamiento que estos energúmenos se pasan por el forro de sus nísperos porque saben que es absolutamente ineficaz. Y mientras, la ministra de Igualdad, Irene María Montero Gil, arrastrando su feminismo inútil de escaparate, en vez de intentar cambiar una ley que permite tamaña aberración. Si eso, por pura aritmética electoral, no fuera posible, al menos debería intentar que se dotara a la que hay para que esa orden de alejamiento no fuera el papel mojado con la sangre de las víctimas que es en la actualidad. En definitiva, para proteger a estas mujeres agredidas de la reincidencia, tantas veces mortal, de sus agresores. Hay veces que pienso que a esta gentuza, bocazas y encumbrada, no le interesa acabar con esta lacra, y lo único que quiere es poder seguir aprovechándose de ella para seguir en la bicoca. ¡Si seré yo mal pensado, primo!

           
Y la guinda del pastel que desbarató mis intenciones de articulista, por cercanía y porque sí, ha sido «una serie de catastróficas desdichas» que han hecho posible el rebrote de la puta pandemia habido en Navalmoral de la Mata. La literatura del absurdo introducida en nuestra vida gracias a la incompetencia de la Delegada del Gobierno en Extremadura y del vicepresidente segundo de la Junta de Extremadura, Vergeles, ignoro si bajo la égida paternalista y cursi del frailón que la preside. A ver si me aclaro: Se decide el traslado, que se realiza el 24 de mayo cuando aún estaban prohibidos los viajes interprovinciales, de un inmigrante desde Almería hasta Navalmoral, realizado por la Fundación Cepaim con las bendiciones de la Secretaría de Estado de Migraciones. Al llegar a Navalmoral, se le hace un PCR que da positivo. Y, a pesar de su situación de aislamiento, contagia a unos pocos colegas más. Pero el individuo huye de la acogida y anda por ahí, en paradero desconocido, soltando yesca virulenta y con una orden de busca y captura que trata de impedir que siga jodiendo la marrana. Y, digo yo: ¿Por qué no se le hizo la prueba antes de salir y, viendo que estaba contagiado, no se le aisló y trató en Almería? Otrosí digo: ¿No se establecieron medidas de vigilancia para impedir una posible fuga? ¿Acaso se paseaba por las calles de Navalmoral a su libre albedrío? Otrosí digo: ¿El hecho de venir en patera, ser un príncipe belga o un turista alemán, exime a estos privilegiados de cumplir las normas impuestas por el estado de alarma, de obligado cumplimiento para la ciudadanía? Y si esto es así, ¿cuáles son, en cada caso, las razones para dicha exención? Y, termino: ¿Además de ser unos incompetentes cum laude, nuestros políticos se creen tan listos que nos toman a todos por idiotas? Pues no lo sé. Pero me temo que, de seguir así, sometidos a los dislates de semejante pandilla de desnortados ampulosos, vamos a tener pandemia hasta que a las ranas, o a mí, nos salga  pelo.


             En fin, si todo va como tiene que ir, (y, visto lo visto, pueden aplicar a esta frase todas las posibilidades que ofrece su inconcreción), volveré por aquí el sábado 5 de setiembre próximo. Hasta entonces, les deseo a todos que pasen un verano sin sobresaltos. Y a mi primo, también.

domingo, 21 de junio de 2020

UN CARDENAL, DOS ANTIVACUNAS Y MI PRÓSTATA.

¡Ay, primo!, que ahora sí que ya ando en un sinvivir  de no te menees ni bailes. Que han salido a la palestra un cardenal-arzobispo y unos cantantes faranduleros que me han puesto las tripas al sereno y, según tengo yo la próstata, que no sabe a qué carta quedarse si a la del cáncer o a la de la obsolescencia viejuna, hay veces que voy a mear y no echo gota. Y ni ella ni yo sabemos si es por una cosa o por la otra. Puestos a ser optimistas (por una vez y con el permiso de José Saramago y de mí mismo) quiero creer que no es por ninguna de las dos. Lo que ella piense, si es que las próstatas piensan, no sé qué será y jamás podré saberlo, porque entre ambos hay una dificultad intrínseca para la comunicación verbal; pero yo le digo, por lo que pueda pasar y por si acaso se entera, que no se desespere ni tire por la calle de en medio facilona. Que lo mío no va a ser más que un empacho de estupefacción. Y que el hecho en sí de mi ocasional imposibilidad miccional nada tiene que ver con ella, ni con su agotamiento por la edad, ni por la certeza de que anide en su interior algún grumo maligno. Que lo de ir a mear y no echar gota no pasa de ser una metáfora, un recurso estilístico de escritor deslenguado. Y que (ella lo sabe mejor que yo) cuando voy a lo que voy, lo suelo hacer sin problemas. Entre otras cosas, porque la Estrella Galicia es un diurético infalible que añade gloria bendita al desahogo.  

Y es que, por si no tuviéramos bastante con el confinamiento; las fases polimorfas y asimétricas de la desescalada; las contradicciones normativas del proceso con el que intentan llevarnos a esa horterada altisonante de la “nueva normalidad”;  la languidez meliflua de Illa; la ronquera mística de Simón y la prepotencia esdrújula de Sánchez, ahora han venido a formar parte de la charanga para, con sus majaderías paranoicas, poner a tan agrio pastel la guinda peripatética, unos espontáneos de postín y a cual más ocurrente: Por un lado, el cardenal-arzobispo de Valencia y otrora prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Antonio Cañizares Llovera; y, por otro, dos cantantes antivacunas: Luis Miguel González Bosé, de nombre artístico ‘Miguel Bosé’; y Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy, alias ‘Enrique Bunbury’. Y su acción conjunta y monomaníaca, ignoro si coordinada, ha logrado hacer una pinza que ríete tú de la que hubo en la batalla de Guadalete. Pinza que, en lo que a mi próstata se refiere, ha sido demoledora en su comportamiento, (dicho sea esto último en el sentido más poético y metafórico que pueda decirse).

Monseñor Cañizares, o como quiera que sea su tratamiento protocolario cardenalicio-arzobispal, en la homilía de la misa oficiada por él el pasado jueves día 11, en el que la Iglesia Católica, Apostólica y Romana celebraba el Corpus Christi, aleccionó a sus oyentes con la siguiente mamarrachada, dogmática y falsa de toda falsedad: «El demonio existe en plena pandemia, intentando llevar a cabo investigaciones para vacunas y para curaciones. Nos encontramos con la dolorosísima noticia de que una de las vacunas se fabrica a base de células de fetos abortados. Primero se le mata con el aborto y después se le manipula. Tenemos una desgracia más, obra del diablo». Este anciano purpurado no se queda corto en sus burradas y en su ignorancia, e iguala, para arrimar el ascua a su sardina, células de fetos recién abortados con “líneas celulares de cultivo”, que es lo que utilizan los investigadores. Aunque albergo la sospecha de que monseñor, aprovechando un ruido interior de campanas desafinadas, está arremetiendo subliminalmente contra los abortos provocados, al tiempo que, de espolique, da hisopazos bíblicos a un diablo cojuelo que sólo está en la imaginación de su credo evangélico, cerril y ultramontano. Y, digo yo, estos carcamales mitrados, ¿no se jubilan nunca?

En cuanto a los músicos, leyendo lo que uno piensa, Bosé, y lo que el otro, Bunbury, comparte de lo que otros piensan por él, he recordado aquella campaña, mucho más rudimentaria y pedestre pero, sin duda, impregnada de la misma obsesión conspirativa, que inundó con pintadas de lamentable ortografía  los muros de la Vía de la Plata, con frases como «Si te sumba el oido te escuchan con laser  la Nasa», o, «La Nasa desde el satelite sigue a las personas y puede tortura». Bien es verdad que la de estos dos portentos actuales, ya adaptada a  los tiempos que corren, cambia muros y pintadas por redes sociales y ordenadores y a la Nasa por Bill Gates. Pero su nivel de chaladura y analfabetismo prehomínido es el mismo.

Y, mira tú que gracia, Engracia, que por culpa de estos tres camuesos ando yo tratando de convencer a mi próstata que, por otra parte, no está para farolillos ni mandangas, de que una frase metafórica no es más que eso, que no tiene capacidad alguna para que a ella le anden saliendo gránulos indebidos que no tienen razón de ser. Que se relaje. Que los asombros que me produzcan las paridas de este trío patético y estrambótico, a ella, ni fu ni fa. Y en esas ando, a ver si soy capaz de convencerla. No sea que vayamos a liarla, primo

sábado, 13 de junio de 2020

BARBARIE SOBRE BARBARIE


Hace más de dos años, escribí dos artículos que eran uno: Escuela feminista... y ... Y su decálogo. En ellos (o en él)  hablaba de la ocurrencia que, bajo el título Breve decálogo de ideas para una escuela feminista, firmaban al alimón en la revista TE del gremio de la enseñanza de CC.OO.,  Yera Moreno Sainz-Ezquerra, dizque ‘artista, investigadora y educadora’; y Melani Penna Tosso, profesora en el Departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Facultad de Educación de la Universidad Complutense de Madrid. Exponían en él cómo debería ser esa escuela, según la definición de feminismo propugnada por Gloria Jean Watkins, que al hablar de sexismo y de opresión señala, radicalmente, a esas estructuras sociales patriarcales que nos atraviesan a todas, a todos, a todes (sic), con las que hemos aprendido y en las que hemos sido socializadas. Y así, la escuela actual, al enseñarnos cómo entender el mundo y nuestra posición en él, lo hace bajo esos mismos parámetros sociales que legitima y reproduce y que, por tanto, son sexistas, racistas, clasistas, colonialistas y capacitistas (sic). En su decálogo, enumeraban 19 propuestas para lograr llegar a esa escuela libre de ‘-ismos’ aberrantes y conseguir la panacea iluminada del único y verdadero credo: El del feminismo de las que ambas son discípulas apostólicas. En mi artículo, entre otros, yo glosaba el 7º mandamiento de sus tablas mosaicas, que me resultaba el más doloroso por atávico, reaccionario, bárbaro y anticultural: El que insta a eliminar para el alumnado libros escritos por autores machistas o misóginos. Y entre los ejemplos que estas ignorantes nos ofrecen está el libro de Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Decía yo entonces: «Cuando leí ataque tan repulsivo a la libertad, me vinieron a la cabeza el ‘Nihil Obstat - Imprimatur’ de la censura eclesiástica franquista, el ‘Index Librorum Prohibitorum et Derogatorum’ inquisitorial, la quema de libros de nazis y fascistas, Fahrenhait 451... Porque el furor liberticida y demencial de todos estos y de ellas no será el mismo, (o sí), pero lo que plantean es igual de aterrador».

           
Me he acordado de estos dos artículos porque, tras la actuación del policía de Mineápolis asesinando, de manera alevosa, a George Floyd, ciudadano negro, con un descaro repugnante y mirando a la cámara que graba su bestialidad con la expresión chulesca de quien mata a una rata de cloaca o, aún peor, de quien se estuviera  abrochando los cordones de sus zapatos; tras los disturbios habidos en distintas ciudades de Estados Unidos y de Europa por este asesinato tan ruin y, desgraciadamente, tan cotidiano, que ha removido conciencias no necesariamente por el hecho en sí sino, sin duda, porque ha sido exhibido en los medios y su difusión en ellos moviliza a conciencias dormidas o, tal vez, deseosas de reaccionar con la misma moneda; digo que, tras George Floyd, única víctima directa de tan terrible suceso, han sido víctimas colaterales los comercios saqueados por la turbamulta. Y, ya puestos a añadir barbarie a la barbarie, la cadena HBO optó, de entrada, por suprimir de su parrilla la película «Lo que el viento se llevó», O sea, optó por cometer la misma tropelía cultural que nuestras ínclitas feministas pretenden, en su catecismo ideológico, hacer con Pablo Neruda y su libro. HBO ha rectificado y, lo que hará, será emitirla con un aviso. Así, aseguran que «la película volverá con una discusión de su contexto histórico y una denuncia de esas mismas representaciones, pero se mostrará tal y como se creó originalmente, porque hacer lo contrario sería lo mismo que afirmar que estos prejuicios nunca existieron». En fin, Melani y Yera no nos explican las razones que les llevan a tildar de machista a Pablo Neruda y los poemas del citado libro. Y bien que me intriga el asunto. Pero lo que yo no entiendo es la nota explicativa de la cadena de televisión yanqui, que trata de contextualizar en el siglo XIX el racismo en los Estados Unidos hablando de ‘prejuicios que existieron’, para condenar un crimen racista, (y, repito, cotidiano), de hace tan sólo unos días. Menudo sofisma. Sobre todo cuando se leen noticias, de cuando se proporcionaban por etnias estos datos, tales como que “el coronavirus mata seis veces más a la población negra de EEUU que a la blanca”. Pues eso, seguro que también es culpa de «Lo que el viento se llevó» y de los prejuicios que había en el siglo XIX.

           
          En cualquier caso, resulta desalentador comprobar que, para combatir problemas que tienen mucho que ver con la falta de cultura, o sea, con la falta del «conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico», la solución que se encuentre sea, precisamente, la que impide adquirir dichos conocimientos. Pues eso,  censuremos libros, películas, obras de arte, periódicos y cadenas de televisión; y destrocemos estatuas, monumentos... todo aquello que vaya en contra de nuestras ideas o saque a la luz lo impresentable de nuestra historia. Y al ‘juicio crítico’ que le vayan dando. Que ya está bien de criticar, primo.


domingo, 7 de junio de 2020

RECUERDOS CINÉFILOS Y «LA ARRIBEÑA»


Llevo unos días canturreando, a golpes de melancolía, una zamba de Atahualpa Yupanqui, La arribeña, que me asaltó de sopetón una mañana mientras repasaba la lista de la compra. La oí por primera vez, hace ya demasiados años, en un disco de vinilo en el que Mercedes Sosa cantaba a Yupanqui. Los sentimientos se mezclan cuando anda la nostalgia, lazarillo leal de los recuerdos, deambulando por los entresijos de mi ayer de siempre. Y el culpable no doloso de verme así, entregado a lo que soy por lo que fui, prisionero inocente de mí mismo, es mi amigo JuanMa Cardoso, que me metió en la petición de sacar a la luz, en una red social, 10 películas que tuvieran un valor sentimental en mi vida. Yo acepté el envite por ser él quien es, amigo de una amistad cierta y sin alardes, aunque nunca me gustó meterme en esas ruedas diarias porque, lo quieras o no, además de la obligación del compromiso, que ya me da por ahí, siempre suele haber algún damnificado ocurrente que asoma la nariz para olisquear donde o como no debería hacerlo. La introspección cinéfila, que comencé por las primeras películas que vi en mi niñez, no sé por qué extraña asociación de ideas o sentimientos me llevó hasta esta zamba, que apareció entre mis recuerdos como un fogonazo.

10 películas, 10 días. Con mi edad y viendo películas desde los 5/6 años, elegir sólo 10 se presentaba complicado. Hice una primera lista que duplicaba la oferta con creces, y después vino la criba, dolorosa y sin duda injusta, a la que me obligaba la invitación cardosiana. De modo que las numeré, más o menos, por año de producción, y fui publicando sus carteles hasta ayer mismo, empezando por El gran gorila, del año 1949, y cerrando con Ojos negros de 1987. Y empecé por la que empecé porque estaba convencido de que fue mi estreno como espectador cinematográfico. Pero he leído en este cacharro en el que escribo que esta película se estrenó en España en el año 1969, en el que yo tendría 16/17 años, y estaba harto de colarme en el gallinero del López de Ayala y de ir al Cinema España o Royalty para ver películas con ‘calificación moral’ de  3R, o sea, para «mayores con reparos»; e incluso de 4, «gravemente peligrosa». De modo que una de dos, o mi neurona está mucho más destartalada de lo que creo, o el que la tiene destartalada del todo es el que ha escrito eso. Me inclino por esto último porque, en el último trimestre de 1969, estaba yo en Madrid asistiendo a clases en la Academia Martínez Pita, (¿calle Postas?),  para recuperar el examen específico del Preu, que había suspendido, y frecuentaba el cine Cartagena con el DNI falsificado de aquella manera con el fin de añadirle el año que me faltaba para los 18. Hasta que descubrieron el fraude de mi chapuza y no acabé malamente porque eché a correr que me las pelaba hasta casa de mi abuela, que vivía en el número 103 de dicha calle y me había acogido en su casa hasta febrero de 1970, en que aprobé el puñetero examen aquí, en Badajoz. Lo cual que, al final, tengo que agradecer a mi amigo JuanMa su alevoso asalto porque, ya ven, me ha despertado recuerdos enlazados al cine y a su música, o sea, a mi vida. Y, también, a otra música intrusa que, aprovechando el hueco emocional, se coló de rondón en mis silencios.


Como dije, ayer llegué al final de mi elección con el número 10, esos Ojos negros que eran también predilección de mi hermana melliza, ausente ya y, sin embargo, cercana aquí, a mi lado, como siempre, bebiendo de mis lágrimas, dormida y acunada entre mis sueños. No obstante, perdura el resquemor de los que no cupieron en la lista: las lágrimas de Nexus-6 Roy; la sonrisa serena de Apollonia; la filosofía pedestre del tabernero Tirso; el «agua límpida milagrosa» de Fidencio Barrenillo; el sacrificio final del padre Damien Karras; el parto de Rosemary; la angustia de una niña que deambula entre muertos anunciados con un abrigo rojo; el baile de AlPacino en Perfume de mujer.  Y, ainda mais: el Badalamenti de Cousins; los tangos versionados por Hugo Díaz en Los falsificadores; el villancico distorsionado de  JoséNieto en Amantes; el Williams de Schindler; Nino Rota y sus padrinos; John Barry con Rachmaninov deambulando en algún lugar del tiempo; el Lluis Llach de Salvador; la CavalleriaRusticana en la escalinata de la Casa de la Ópera de Sicilia en Palermo... Y tanta música, y tantas escenas que abarcan, en mi caso, demasiados años de latidos surgidos en la sombra del encuentro con todo en uno mismo. Que es lo que viene a ser el cine cuando es el corazón el que se asoma al mundo de su asombro y de su magia. Siempre que la película no sea un bodrio, primo, como ocurre a menudo con la vida.