Cuando declina la tarde,
mi nieta busca la luna
mirando al cielo, expectante,
mientras sale de mi mano
de paseo por el parque.
Al encontrarla entre estrellas
se le ilumina el semblante
y la señala, riendo,
aunque esté en cuarto menguante,
aunque sea casi el silencio
de una línea, de un
instante.
Y se alegra al descubrirla
en el cielo,
rutilante.
No sé que vendrá a sus ojos,
qué pensará cuando mira
un misterio tan lejano,
una ausencia tan distante.
Mi nieta mira la luna
mientras yo la miro a ella
cuando mira,
y al ver sus ojos brillantes
descubriendo ese prodigio
de la luz que le aturrulla
desde el cielo,
siento y sé que estoy viviendo
todos mis sueños de antes.
Es lo que tiene mi nieta
cuando se le pone cara
de astrónoma principiante.
Y lo que tiene la luna,
aunque apenas sea un suspiro
cuando está en cuarto menguante.
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