domingo, 20 de septiembre de 2020

VISITA A MI CENTRO DE SALUD

 


Ayer, viernes, tenía cita a las 09:04 horas en mi Centro de Salud, para cumplir con una doble prescripción médica de analizar mi sangre. Ha sido éste mío un Centro viajero, que se ubicaba, cuando yo empecé a visitarlo, en la calle Donoso Cortés, para trasladarse después a las traseras del antiguo Hospital Provincial y, al cabo, terminar en la Ronda del Pilar, que es donde está actualmente, en tenguerengue por sus problemas de deterioro físico y, quizá, estructural. Y lo que te rondaré, morena, porque nuestras fuerzas vivas, o no tanto, no acaban de ponerse de acuerdo en su destino definitivo. Se habló de la vuelta al antiguo Hospital Provincial, del edificio de Correos, de la Residencia Universitaria Juan XXIII, del Hospital Perpetuo Socorro o de la Oficina de Respuesta Personalizada, un ente del que ignoro a qué personas pueda dar respuestas, sobre qué y desde dónde... Pero el caso es que este asunto ya va para 2 años y en esas seguimos, con grietas y en precario, porque Consejería de Sanidad, Ayuntamiento y Diputación Provincial de Badajoz no se ponen de acuerdo en el enclave idóneo. Y, para colmo de males y por si fuéramos pocos, parió la abuela Covid, con lo que se suprimió la presencialidad de pacientes y, ante el imposible de extracciones de sangre telefónicas, quienes debamos pasar por el trance analítico tenemos que hacerlo en un cocherón oscuro que sería la envidia del diabólico Doctor Pat o del Profesor Tenebro. Aledaño al consultorio y, sin duda y por aquello de ajustarse al presupuesto, amueblado con saldos del Centro Reto, su sala de espera es un trozo de  acera de la Ronda del Pilar. Una sala diáfana, ventilada, con superficie variable que aumenta o disminuye a fin de adaptarse al número de usuarios y también, por supuesto, a la distancia de seguridad que debemos mantener entre nosotros. Toda una cucada, ¿a que sí, Vergeles? En fin, como comprobarán, a nuestros próceres, ¡bendita sea la leche que mamaron!, no se les escapa una y están pendientes de nuestras necesidades sanitarias de manera exquisita. Y, además, ahorrándonos dinero.

 

           


          En cualquier caso y no obstante lo anterior, cada vez que he tenido que opinar, aquí y en otros foros, de la Sanidad Pública en Extremadura, sólo he podido decir que he recibido una atención de primera de todos y cada uno de sus profesionales. Antes y después del Covid, in situ o por teléfono. Y hablo de profesionales, o sea, de médicos, enfermeros, celadores, funcionarios y afeitadora de la zona a operar... Y de mi Centro de Salud, de Consultas Externas, del Servicio de Cirugía Mayor Ambulatoria, del Centro de Especialidades, de Urgencias... Leo en las redes, y en cartas a la directora en estas páginas, más de una crítica a la tardanza en la atención telefónica de este o aquel Centro de Salud cuando llamamos a él. Y no siempre queda claro en ellas, o yo no soy capaz de verlo, a quién va dirigida la crítica de esa tardanza o de esa pesadez. No sé si estaré equivocado pero mi experiencia me dice que ese problema no es consecuencia de que, de un día para otro, los funcionarios que las atendían hayan pasado de la diligencia a la desidia. Posiblemente el problema está en que antes debían atender 20 o 30 llamadas en su jornada laboral y ahora, suprimidas las consultas presenciales, deban atender 200 o 300. Y quien debería remediar el atiborre, no ha ampliado líneas telefónicas ni contratado al personal necesario para hacer frente a una avalancha más que previsible. Quiero decir que si quienes dirigen el sistema son incapaces de prevenir su saturación en determinadas circunstancias, excepcionales o no, el sistema colapsa. Y quienes forman parte de él de manera activa (médicos, enfermeros, celadores, funcionarios, afeitadora de la zona a operar...) son igual de víctimas que los usuarios del mismo. Y, me imagino, que con un grado de frustración al menos similar a la de ellos. Porque de las carencias de un sistema, y si es sanitario, más, todos somos víctimas. Todos, menos aquellos, culpables e inútiles que, dirigiendo el cotarro, son incapaces de hacerlo eficaz.  

 

           


        Ayer, mientras esperaba en la calle para entrar a que me pincharan en el brazo, vi cómo una anciana menuda, frágil, que ya había pasado por el trance, comenzó a marearse al ver cómo la sangre resbalaba por su brazo y goteaba dejando un rastro rojo en la acera. Fue atendida de inmediato y, al entrar yo, salía ya recuperada.  Y vi cómo pasaban niños camino de un colegio cercano que esquivaban pisar las gotas rojas. Y también vi (y, a pesar de mi sordera, escuché) la desesperación y la angustia que había en el ambiente. Y sentí el agobio que en el interior de ese apaño siniestro, se respiraba. Y en la acera, a 10 o 12 personas, esperando. Pero, a pesar de ausencias, iban adelantados en las citas. Así, cuando me fui de allí, eran las 09:03 de una mañana gris que amenazaba lluvia. Si lloviera -pensé mientras huía- el agua limpiará la sangre de la anciana.

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