En alguna ocasión me he referido
aquí a mis años de facultad. Un tiempo en España, ese, ciertamente turbio,
sucio de toda suciedad, en el que Franco, en prolongada y patética agonía, se
apagaba matando, y la calle podía transformarse en una jungla por la que
campaban a sus anchas energúmenos fascistas, (valga el pleonasmo), fueran estos
policías o no, Guerrilleros de Cristo Rey o no, falangistas o no, con total
impunidad. Tengo grabada en la memoria una imagen, no sé si me repito
contándola, que podría definir lo que estoy diciendo: Alrededor de las 11 de la
noche, en un bar de la plaza de la Ópera en Madrid, un amigo y yo terminando
las últimas cervezas del día. Oímos gritos fuera y salimos. Por la Cuesta de
Santo Domingo o por Campomanes, no estoy seguro, bajaba un hombre, con una
gabardina beige al brazo, corriendo a todo correr. Detrás de él venían otros dos, uno de ellos
pistola en mano, que le conminaban a que se detuviera. El perseguido, mientras
el pistolero no dejaba de apuntarle, lo sorteaba utilizando como escudo los
coches aparcados en batería. Pero cometió la torpeza de entrar en el cine que
ocupaba unos de los laterales de la plaza. El perseguidor, ya libre de
obstáculos, efectuó entonces dos disparos. Con el primero la puerta de cristal que
daba entrada a la sala se deshizo sobre sí misma. El segundo debió de alcanzar
el objetivo que buscaba porque, al instante, apareció un coche largo y gris de
la policía, de los ahora llamados familiares (tiene guasa la cosa, ¿no?), con
sirena y pirulo centelleante, que aparcó frente al cine. De él se bajaron dos
paisanos que, ayudados por los dos que perseguían al desdichado, lo
introdujeron inerte por el portón trasero del vehículo. Y se fueron como
vinieron, echando leches sonoras y refulgentes. Yo seguí todo el espectáculo,
atónito y atemorizado, escondido tras un buzón de correos que estaba
estratégicamente situado en una esquina y me servía de parapeto. Al día
siguiente, volví al escenario de la movida, y comprobé que el espacio de
cristal que ocupaba la puerta del cine había sido sustituido por un tablero de
conglomerado. La escena de la noche anterior, por tanto, no la había soñado ni
era producto de un exceso en la ingesta cervecera. Durante una semana, no sin grave
detrimento para mi mermada economía, compré todos los periódicos que vendían en
los quioscos de Madrid. No encontré ni una línea sobre el particular... En fin,
han transcurrido demasiados años desde aquello y aún me inquieta el no saber
qué demonios pasó allí: Quién, quiénes, por qué y, sobre todo, si el desenlace
fue tan trágico como yo lo percibí desde mi acojono.
Sin querer igualar la situación
anterior con la vista en televisión, protagonizada por los centenares de
mozalbetes desquiciados que impidieron a Felipe González y a Juan Luis Cebrián
intervenir en la Facultad de Derecho de la UAM, sí he de decir que, viéndola,
me vino a la boca el mismo sabor amargo de aquel tiempo. Como si hubiera
retrocedido más de 40 años en la historia de España. Calvo ya como estoy,
herniado y con 64 a cuestas, me coge viejo el asunto. Y, además, perplejo y
desconcertado, con la sensación de que todo el camino que tantos recorrimos no
existe para aquellos que, por edad, no lo recorrieron. Y, lo que es peor, ni
les interesa saber lo que costó recorrerlo. Y, a mayor abundamiento, si
acaso
llegan a barruntar el coste que supuso, lo desprecian olímpicamente. Porque me
da la impresión de que ellos creen tener a la verdad, absoluta y revolucionaria,
cogida por sus miserias. Y ante eso, la historia que no se adapte a su visión
dogmática, es pura filfa. Historias de abueletes.
No puedo afirmar que el vergonzoso
escrache fuera urdido por Podemos, como aseguran algunos. Propiciado, sin duda.
Allí se repitieron, casi de forma literal,
eslóganes y consignas que Pablo Iglesias ha dicho en diversos púlpitos
e, incluso, en sede parlamentaria. Si no tramó la asonada, al menos la inspiró.
Para después bendecirla al considerarla “un síntoma de salud democrática”. Sin
duda la idea que tiene este individuo de democracia saludable es, como poco,
sui géneris, por no decir que de un cinismo mayúsculo, porque lo que yo vi en
televisión fue un repugnante ejercicio de violencia fascista, en lo que el
fascismo tiene de intolerante, totalitario, antidemocrático y liberticida. A no
ser que a la democracia a la que aludía el líder sinuoso fuera a la democracia
orgánica franquista, o al centralismo democrático comunista o, acaso, a la por
él idolatrada democracia bolivariana. Si es así, no tengo más remedio que darle
la razón. Y temblar pensando en la que nos espera si un personaje de este jaez
llega algún día a tener, siquiera, un ápice de poder.
1 comentario:
El fascismo es exactamente lo que protagonizaron esos autodenominados antisistema.excelente artículo
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