Es éste el último artículo de mi curso articulista
2019-2020. Un curso, sin duda, distinto a todos los que he vivido: Apenas empezadas las vacaciones, el 4 de
julio, abuelicé por primera vez. Y el
primer artículo que escribí para la apertura de este nuevo curso que ahora
acaba, lo titulé Volver a la ternura,
que me publicaron en estas páginas el sábado, día 7 de setiembre. En él hablaba
de las primeras sensaciones del hecho de ser abuelo. Y pensaba abrir el nuevo
curso con otro desahogo de abuelo, tratando de hacerles llegar la evolución de
mi ternura chocha y entregada. Pero me temo que no me van a dejar. Porque la
vida que vivimos está sujeta a las intromisiones de quienes pueden amargárnosla
sin remedio y ante los que estamos absolutamente indefensos. Por fortuna vivimos en sociedad. O acaso por desgracia, porque las riendas que guían la nuestra están en manos de quienes,
con frecuencia, no son más que un manojo de incompetentes que, a pesar de que
te miren a los ojos, (según dice que hace nuestro frailón de oficio para dar, así, muestra de su tranquilidad moral y,
posiblemente, buscando nuestro convencimiento de su bonhomía y su altruismo), muchas
veces lo hacen solo con la intención de saber dónde tienen que meter el dedo
para dejarte tuerto y jodido de por vida. Y no estoy hablando de cinismo, que
también, estoy hablando de incapacidad, de la dictadura democrática de los
mediocres electos, que es muchísimo peor.
Cuando empecé a escribir
este artículo de despedida y al tiempo que me apalancaba una Estrella Galicia
bien fresquita, pensaba hablar de lo escrito y publicado en HOY a lo largo de
estos últimos 10 meses. Digo, de recapitular las inquietudes y los sentimientos
compartidos aquí cada sábado durante casi un año de mi vida. Pero no me han
dejado. Porque ha habido tres noticias (joé con la puñetera actualidad
informativa) que han trastocado mis deseos. La primera, en la que no quiero
extenderme porque se me sube al gaznate el asco de la náusea, es el follón que
se trae
Pablo Iglesias con la
Fiscalía Anticorrupción chivata, el juez del caso
Villarejo, la tarjeta estampada de su móvil y sus cloacas
particulares y apestosas, que ya veremos cómo acaba. La segunda,
la paliza que vi en televisión, propinada por un bestia a su novia en el coche y que fue grabada
por una vecina del lugar que, sin duda, la salvó de la muerte en ese momento
porque esta buena samaritana llamó a la policía y el hombre fue detenido...
Para ser puesto en libertad poco después, ¿por el juez de guardia?,
con una orden de alejamiento que estos
energúmenos se pasan por el forro de sus nísperos porque saben que es absolutamente
ineficaz. Y mientras, la ministra de Igualdad,
Irene María Montero Gil, arrastrando su feminismo inútil de escaparate,
en vez de intentar cambiar una ley que permite tamaña aberración. Si eso, por
pura aritmética electoral, no fuera posible, al menos debería intentar que se
dotara a la que hay para que esa orden de alejamiento no fuera el papel mojado
con la sangre de las víctimas que es en la actualidad. En definitiva, para proteger
a estas mujeres agredidas de la reincidencia, tantas veces mortal, de sus
agresores. Hay veces que pienso que a esta gentuza, bocazas y encumbrada, no le
interesa acabar con esta lacra, y lo único que quiere es poder seguir
aprovechándose de ella para seguir en la bicoca. ¡Si seré yo mal pensado, primo!
Y la guinda del pastel que
desbarató mis intenciones de articulista, por cercanía y porque sí, ha sido «una
serie de catastróficas desdichas» que han hecho posible el rebrote de la puta
pandemia habido en Navalmoral de la Mata. La literatura del absurdo introducida
en nuestra vida gracias a la incompetencia de la Delegada del Gobierno en
Extremadura y del vicepresidente segundo de la Junta de Extremadura,
Vergeles, ignoro si bajo la égida
paternalista y cursi del
frailón que
la preside. A ver si me aclaro: Se decide el traslado, que se realiza el 24 de
mayo cuando aún estaban prohibidos los viajes interprovinciales, de un
inmigrante desde Almería hasta Navalmoral, realizado por la Fundación Cepaim
con las bendiciones de la Secretaría de Estado de Migraciones. Al llegar a
Navalmoral, se le hace un PCR que da positivo. Y, a pesar de su situación de
aislamiento, contagia a unos pocos colegas más. Pero el individuo huye de la
acogida y anda por ahí, en paradero desconocido, soltando yesca virulenta y con
una orden de busca y captura que trata de impedir que siga jodiendo la marrana.
Y, digo yo: ¿Por qué no se le hizo la prueba antes de salir y, viendo que
estaba contagiado, no se le aisló y trató en Almería? Otrosí digo: ¿No se
establecieron medidas de vigilancia para impedir una posible fuga? ¿Acaso se
paseaba por las calles de Navalmoral a su libre albedrío? Otrosí digo: ¿El
hecho de venir en patera, ser un príncipe belga o un turista alemán, exime a
estos privilegiados de cumplir las normas impuestas por el estado de alarma, de
obligado cumplimiento para la ciudadanía? Y si esto es así, ¿cuáles son, en
cada caso, las razones para dicha exención? Y, termino: ¿Además de ser unos
incompetentes
cum laude, nuestros
políticos se creen tan listos que nos toman a todos por idiotas? Pues no lo sé.
Pero me temo que, de seguir así, sometidos a los dislates de semejante pandilla
de desnortados ampulosos, vamos a tener pandemia hasta que a las ranas, o a mí,
nos salga
pelo.
En fin, si todo va como tiene que ir, (y,
visto lo visto, pueden aplicar a esta frase todas las posibilidades que ofrece
su inconcreción), volveré por aquí el sábado 5 de setiembre próximo. Hasta
entonces, les deseo a todos que pasen un verano sin sobresaltos. Y a mi primo,
también.
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