Llevo unos días canturreando, a golpes de
melancolía, una zamba de Atahualpa Yupanqui,
La arribeña, que me asaltó de sopetón una mañana mientras repasaba la
lista de la compra. La oí por primera vez, hace ya demasiados años, en un disco
de vinilo en el que Mercedes Sosa
cantaba a Yupanqui. Los sentimientos se mezclan cuando anda la nostalgia, lazarillo
leal de los recuerdos, deambulando por los entresijos de mi ayer de siempre. Y el
culpable no doloso de verme así, entregado a lo que soy por lo que fui, prisionero
inocente de mí mismo, es mi amigo JuanMa
Cardoso, que me metió en la petición de sacar a la luz, en una red social,
10 películas que tuvieran un valor sentimental en mi vida. Yo acepté el envite
por ser él quien es, amigo de una amistad cierta y sin alardes, aunque nunca me
gustó meterme en esas ruedas diarias porque, lo quieras o no, además de la
obligación del compromiso, que ya me da por ahí, siempre suele haber algún damnificado
ocurrente que asoma la nariz para olisquear donde o como no debería hacerlo. La
introspección cinéfila, que comencé por las primeras películas que vi en mi
niñez, no sé por qué extraña asociación de ideas o sentimientos me llevó hasta esta
zamba, que apareció entre mis recuerdos como un fogonazo.
10 películas, 10 días. Con mi edad y viendo
películas desde los 5/6 años, elegir sólo 10 se presentaba complicado. Hice una
primera lista que duplicaba la oferta con creces, y después vino la criba, dolorosa
y sin duda injusta, a la que me obligaba la invitación cardosiana. De modo que
las numeré, más o menos, por año de producción, y fui publicando sus carteles
hasta ayer mismo, empezando por El gran gorila, del año 1949, y
cerrando con Ojos negros de 1987. Y empecé por la que empecé porque estaba
convencido de que fue mi estreno como espectador cinematográfico. Pero he leído
en este cacharro en el que escribo que esta película se estrenó en España en el
año 1969, en el que yo tendría 16/17 años, y estaba harto de colarme en el
gallinero del López de Ayala y de ir al Cinema España o Royalty para ver películas
con ‘calificación moral’ de 3R, o sea,
para «mayores con reparos»; e incluso de 4, «gravemente peligrosa». De modo que
una de dos, o mi neurona está mucho más destartalada de lo que creo, o el que
la tiene destartalada del todo es el que ha escrito eso. Me inclino por esto
último porque, en el último trimestre de 1969, estaba yo en Madrid asistiendo a
clases en la Academia Martínez Pita, (¿calle Postas?), para recuperar el examen específico del Preu,
que había suspendido, y frecuentaba el cine Cartagena con el DNI falsificado de
aquella manera con el fin de añadirle el año que me faltaba para los 18. Hasta
que descubrieron el fraude de mi chapuza y no acabé malamente porque eché a
correr que me las pelaba hasta casa de mi abuela, que vivía en el número 103 de
dicha calle y me había acogido en su casa hasta febrero de 1970, en que aprobé
el puñetero examen aquí, en Badajoz. Lo cual que, al final, tengo que agradecer
a mi amigo JuanMa su alevoso asalto porque, ya ven, me ha despertado recuerdos enlazados
al cine y a su música, o sea, a mi vida. Y, también, a otra música intrusa que,
aprovechando el hueco emocional, se coló de rondón en mis silencios.
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