¡Ay, primo!, que ahora sí que ya ando en un
sinvivir de no te menees ni bailes. Que
han salido a la palestra un cardenal-arzobispo y unos cantantes faranduleros
que me han puesto las tripas al sereno y, según tengo yo la próstata, que no
sabe a qué carta quedarse si a la del cáncer o a la de la obsolescencia viejuna,
hay veces que voy a mear y no echo gota. Y ni ella ni yo sabemos si es por una
cosa o por la otra. Puestos a ser optimistas (por una vez y con el permiso de José Saramago y de mí mismo) quiero
creer que no es por ninguna de las dos. Lo que ella piense, si es que las
próstatas piensan, no sé qué será y jamás podré saberlo, porque entre ambos hay
una dificultad intrínseca para la comunicación verbal; pero yo le digo, por lo
que pueda pasar y por si acaso se entera, que no se desespere ni tire por la
calle de en medio facilona. Que lo mío no va a ser más que un empacho de estupefacción.
Y que el hecho en sí de mi ocasional imposibilidad miccional nada tiene que ver
con ella, ni con su agotamiento por la edad, ni por la certeza de que anide en
su interior algún grumo maligno. Que lo de ir a mear y no echar gota no pasa de
ser una metáfora, un recurso estilístico de escritor deslenguado. Y que (ella
lo sabe mejor que yo) cuando voy a lo que voy, lo suelo hacer sin problemas. Entre
otras cosas, porque la Estrella Galicia
es un diurético infalible que añade gloria bendita al desahogo.
Y es que, por si no tuviéramos bastante con el
confinamiento; las fases polimorfas y asimétricas de la desescalada; las
contradicciones normativas del proceso con el que intentan llevarnos a esa
horterada altisonante de la “nueva normalidad”; la languidez meliflua de Illa; la ronquera mística de Simón y la prepotencia esdrújula de Sánchez, ahora han venido a formar
parte de la charanga para, con sus majaderías paranoicas, poner a tan agrio
pastel la guinda peripatética, unos espontáneos de postín y a cual más
ocurrente: Por un lado, el cardenal-arzobispo de Valencia y otrora prefecto de
la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Antonio Cañizares Llovera; y, por otro,
dos cantantes antivacunas: Luis Miguel
González Bosé, de nombre artístico ‘Miguel
Bosé’; y Enrique
Ortiz de Landázuri Izarduy, alias ‘Enrique
Bunbury’. Y su acción conjunta y monomaníaca,
ignoro si coordinada, ha logrado hacer una pinza que ríete tú de la que hubo en
la batalla de Guadalete. Pinza que, en lo que a mi próstata se refiere, ha sido
demoledora en su comportamiento, (dicho sea esto último en el sentido más
poético y metafórico que pueda decirse).
Monseñor Cañizares, o como quiera que sea su
tratamiento protocolario cardenalicio-arzobispal, en la homilía de la misa oficiada
por él el pasado jueves día 11, en el que la Iglesia Católica, Apostólica y
Romana celebraba el Corpus Christi, aleccionó a sus oyentes con la siguiente
mamarrachada, dogmática y falsa de toda falsedad: «El
demonio existe en plena pandemia, intentando llevar a cabo investigaciones para
vacunas y para curaciones. Nos encontramos con la dolorosísima noticia de
que una de las vacunas se fabrica a base de células de fetos abortados. Primero
se le mata con el aborto y después se le manipula. Tenemos una desgracia más,
obra del diablo». Este anciano purpurado no se
queda corto en sus burradas y en su ignorancia, e iguala, para arrimar el ascua
a su sardina, células de fetos recién abortados con “líneas celulares de cultivo”, que es lo que utilizan los
investigadores. Aunque albergo la sospecha de que monseñor, aprovechando un
ruido interior de campanas desafinadas, está arremetiendo subliminalmente
contra los abortos provocados, al tiempo que, de espolique, da hisopazos
bíblicos a un diablo cojuelo que sólo está en la imaginación de su credo
evangélico, cerril y ultramontano. Y, digo yo, estos carcamales mitrados, ¿no
se jubilan nunca?
En cuanto a los músicos, leyendo lo que uno piensa, Bosé, y lo que
el otro, Bunbury, comparte de lo que otros piensan por él, he recordado aquella
campaña, mucho más rudimentaria y pedestre pero, sin duda, impregnada de la
misma obsesión conspirativa, que inundó con pintadas de lamentable ortografía los muros de la Vía de la Plata, con frases
como «Si te sumba el oido te escuchan con
laser la Nasa», o, «La Nasa desde el satelite sigue a las
personas y puede tortura». Bien es verdad que la de estos dos portentos
actuales, ya adaptada a los tiempos que
corren, cambia muros y pintadas por redes sociales y ordenadores y a la Nasa
por Bill Gates. Pero su nivel de
chaladura y analfabetismo prehomínido es el mismo.
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