domingo, 15 de marzo de 2020

EL CORONAVIRUS, MI FAMILIA Y MI AMIGO TOMÁS

Para hoy que escribo, viernes 13, mis dos hijas y mi yerno tenían previsto viajar hasta Olesa de Monserrat, en Barcelona, donde vive mi hijo pequeño. Mi nieta no tenía previsto nada, pero iría con ellos, claro. Pensaban estar 10 días allí. El viaje estaba programado desde hace más de un mes y a mí, sin que el coronavirus hubiera alcanzado en España la progresión geométrica y vertiginosa que ha alcanzado, el viaje en sí me tenía descompuesto. Más de 1000 quilómetros en coche son muchas horas de incertidumbre para un padre-abuelo como yo en el que, según pasan los años, el sentido trágico de la vida se va haciendo más angustiosamente manifiesto. Al final, esta mañana de viernes, a primera hora, decidieron suspenderlo. Y cada cual en su casa.

           
Me relajé, cogí el coche y me acerqué a un hipermercado con la idea de adquirir no papel higiénico, que es el paradigma de la histeria colectiva de esta historia trágica, sino la compra normal de agua, pan, algo de carne o pescado y, sobre todo, la provisión suficiente de Estrella Galicia, imprescindible para ingerir este mal trago que estamos pasando con una dosis suficiente de tan misericordioso lenitivo. Pero como no fui capaz de aparcar, decidí largarme. Y, de la que me iba, pasé junto al sombrajo donde se acumulan los carros de la compra, en el que apenas quedaban cinco. Corriendo hacia ellos venía un grupo de 8 o 10 personas, con la moneda en la mano, para hacerse con alguno de ellos. No había para todos, con lo que el conflicto estaba cantado. Y yo no tuve la sangre fría ni el morbo suficiente para  quedarme allí, refugiado en mi coche, a ver cómo acababa el asunto. Con lo que seguí mi camino a casa.

           
En cualquier caso, buena parte de la situación catastrófica a la que se ha llegado en España es, sin duda, atribuible a la panda de políticos que nos gobiernan. Un ramillete de irresponsables cobardes, que no han hecho puñetero caso a las situaciones de otros países que tenían como precedentes ni, por ende, a las medidas que en ellos se habían tomado para combatir la expansión del virus. Unos con tal de no suspender el espectáculo mediático del 8M; otros con tal de mantener el de Vistalegre, con un boina verde imprudente y tosigoso como foco infectivo de correligionarios “voxianos”.  Y lo malo no es que ellos, unos y otros, se contagien y sufran. Lo malo es que hayan podido contagiar, hacer sufrir e, incluso, matar, como en mayor o menor medida habrán hecho, a personas que poco o nada tienen que ver con ellos. Víctimas inocentes bien de un gobierno empecinado en la inacción y la irresponsabilidad más aberrante, o bien de unos políticos a los que les importan más los votos que la vida y la salud de sus posibles votantes. Me resulta espeluznante la situación. Y soy incapaz de entender contradicciones como que se sigan permitiendo reuniones al aire libre de 1000 personas mientras se cierran bares, terrazas, museos y se suspenden las clases en todos los niveles de la enseñanza; se admita el teletrabajo para evitar la infección en las empresas o en la Administración y a los beneficiados, en vez de disfrutar del chollo desde su casa, se les deje ir a las playas, ordenador en ristre, a infectar bañistas; que cerradas escuelas, institutos  y universidades, no se cierren catedrales ni iglesias, ni se suspendan misas, bodas ni comuniones; que se hayan cancelado cientos de fiestas populares y haya ciudades en las que la Semana Santa siga adelante con sus procesiones porque dios, la virgen y cristo bendito no están contagiados... Digo que, a pesar de mi sarcasmo y mi escepticismo, o quizá precisamente por eso, soy incapaz de entender este galimatías de situaciones contradictorias.

Y, “afuera aparte”, para que quede constancia escrita de mi rendición, he de decir que cuando mi amigo y maestro, Tomás Martín Tamayo, me avisaba el mes pasado de que iba a pasar lo que a día de hoy está pasando, no le hice ni puñetero caso y atribuí su prognosis a un alarmismo pusilánime y exagerado. Pues tenía toda la razón. El desarrollo de los acontecimientos (con la ayuda de gobiernos y políticos, eso sí) se la ha dado. Mi madre me dijo en más de una ocasión, cuando me emperraba en lo que fuese y no me bajaba del burro: «Tú como siempre, Jaime: Mártir antes que confesor». Me hubiera gustado que viese que, por esta vez, no ha sido así. Pero bueno, en lo que a mí se refiere, estoy relativamente tranquilo. Mis hijas, mi yerno y mi nieta están donde  tienen que estar, cada cual en su casa, y han renunciado a un viaje, azaroso no sólo por los quilómetros que tenían que recorrer, sino por el hecho de tener que atravesar de suroeste a noreste un país cuajado de virus y de infestados.

            En fin, no quiero terminar este artículo sin dedicárselo, con el permiso de todos mis otros lectores,  a doña Pilar García de Pruneda Trevijano, que, en su carta a la directora del HOY de hoy, viernes 13, no veía procedente las referencias familiares o íntimas en mis artículos. Y dado que he sacado al retortero a mis hijos, mi nieta, mi madre, mi yerno y mi amigo y maestro Tomás Martín Tamayo, lo hago, más que nada, para que sea consciente de que ella y sus opiniones sobre lo que escribo, con el mayor respeto por supuesto, me la refanfinflan de manera palmaria.  Pues eso, primo

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