Pensaba escribir este artículo sobre una anécdota
de la que he sido protagonista involuntario esta semana. Y es que iba yo camino
de la peluquería donde me rapan las cuatro guedejas que aún conservo, cuando me
crucé con un conocido no sé si socialista pero, en cualquier caso, militante
del PSOE que, antes de que pudiera despacharle con un ‘adiós’ de cortesía sin
más, se interpuso en mi camino y, señalándome con el dedo índice de su mano derecha
me espetó luciendo una sonrisa crispada y bobalicona: «¡Coño, Jaime, no sabía yo que fueras tan
españolista. Pareces de Vox». Deduje, evidentemente, que el tipo se estaba
refiriendo a mi artículo del sábado pasado y, más que nada para evitar tener que
saludarlo en lo sucesivo, le contesté más o menos: «Pues yo, sin embargo, desde
el momento en que te conocí ya barrunté que tú te acuestas tonto y te levantas
idiota un día tras otro. Y ahora me lo has confirmado». Y seguí mi camino.
La anécdota no es baladí porque, con matices, la
he sufrido o, más bien, gozado en bastantes ocasiones. Y he asistido a otras
muchas en las que me tocó interpretar el papel de testigo. Y siempre de por
medio políticos o sindicalistas que, con un sentido alienado de pertenencia al
clan, no entienden la relación con los demás si no es abriendo trincheras de
por medio o, lo que es peor, levantando murallas que separen a los “nuestros”
de los “otros”. Vaya, que hay gente muy dada a, según soplen los vientos,
considerarte de los suyos o de los contrarios como si no hubiera más
posibilidades que esas, como si no existiera la opción de no ser ni de unos ni
de otros. En su mentalidad obtusa y dogmática no cabe la independencia de
criterio. Es más, no cabe ni la posibilidad de criterio sin orejeras. Me
resulta imposible entender que la integración en un grupo de pertenencia
elegido libremente, como puede ser un partido político o un sindicato, lleve
tantas veces aparejado el hecho de considerar despreciables, no sólo a los que
pertenezcan a otro de ideología contraria o distinta sino, incluso, a los que
no pertenecemos a ninguno.
En fin, que sobre esa patética situación pensaba
escribir este artículo. Y en ello estaba cuando llegó mi nieta. Y, ahí, todas
las miserias simplonas y torpes se fueron al carajo. Cuando me vio y yo vi la
luz de su sonrisa, cuando llegué a ella canturreando la melodía que sé que
identifica como nuestra, cuando al acercarme puso su mano en mi cara mientras,
escupiendo el chupete, me dedicaba una pedorreta de antología, la vida recuperó
su ternura y su razón de ser alegre y deseada. Y otra vez me envolvió en ese su
amor que, de primitivo y nuevo, ni siquiera sabe que lo es. Aunque lo ejerza,
inocente, hasta hacer que mi corazón recupere el latido de otros sueños, de un
tiempo que se fue pero sus ojos y su mirada dulce, ignorantes, depositan templado
entre mis manos como un regalo absorto y retroactivo que inunda mi futuro de
una nostalgia alegre, de una esperanza limpia y confiada. Me hace ser lo que
fui y no sabe quién soy. Y esa es la magia ingenua que me hace seguir siendo,
que aparca mis ausencias y que hace que me olvide de todos mis temores.
Sentarla en mis rodillas agarrada a mis manos como
si fueran riendas de un caballo inconcreto es vivir un ensueño, recuperar
momentos imprecisos y míos que no sé cuáles son, pero sé que son dulces porque
así me lo dice mi corazón que vuelve a ser el de antes, aquel de amaneceres
entusiastas en que la vida era algo que había que descubrir a cada paso. Y es
que mi nieta tiene la claridad del alba en su mirada. Y su sonrisa es un oasis que
alivia la sed de mis tristezas, el dolor de los pasos, la sinrazón del tiempo y
de las pérdidas. Pues fue que, nada más llegar hoy a casa, me centré en
sentirla y solo en eso. Y ahí me olvidé
de pines parentales, de encuentros vergonzosos en aviones, de reformas
abstrusas del Código Penal, del silencio ominoso de lacayos y próceres
mindundis y de la vida impostada que quieren que vivamos estos «‘maracanases’ que
vienen del pueblo / a elogiar divisas ya desmerecidas / y a hacernos promesas
que nunca cumplieron». Pues eso, yo a chochear con mi nieta y a ellos que les
vayan dando por la idiotez de sus embustes, primo.
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