domingo, 19 de enero de 2020

LA GENTE DE ESTE PAÍS


Me destartala los goznes neuronales oír a nuestros políticos hablar de la gente de este país. Entre otras razones porque, dependiendo de quien lo diga, este país puede ser una cosa, su contraria o una mixtura de ambas. Y su gente, para qué les cuento de un vocablo tan indefinido y tan polivalente que puede referirse tanto al lumpen más reaccionario, egoísta y tribal, como a los políticos que estos mismos votaron. O no. A ver, que yo sigo con mi matraca de consultar a las fuentes. El DRAE define el vocablo «gente»:  1. f. 'Pluralidad de personas'. / 2. f. 'Con respecto a quien manda, conjunto de quienes dependen de él'. / 3. f. 'Cada una de las clases que pueden distinguirse en la sociedad'. Y el vocablo «país», como:  1. m. 'Territorio constituido en Estado soberano'. / 2. m. 'Territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado'. Visto lo visto, cuando los políticos de esta España de nuestros dolores hablan con la boca llena de falsa progresía de la gente de este país, ¿de quién coño están hablando, de qué país, de qué gente? Porque según lo oigamos en boca de unos u otras, este país y su gente pueden ser otros o unas. Un lío, vaya.

Y todo es que el otro día asistí, televisivamente hablando, al discurso de la toma de posesión como ministra de Igualdad del Gobierno de España de Irene María Montero Gil, a la sazón pareja del vicepresidente segundo del gobierno de España, Pablo Manuel Iglesias Turrión. De acuerdo con lo declarado por éste en su momento, tendríamos que deducir que la nueva ministra goza de una situación política análoga a la que gozaba Ana Botella como alcaldesa de Madrid, "una mujer cuya única fuerza proviene de ser esposa de su marido y de los amigos de su marido", según dijo literalmente este portento dándonos, una vez más, cumplidas muestras de adolecer de un machismo más que cochambroso y, además, de arrastrar una indigencia oratoria tan palmaria como para que sus palabras pudieran sugerir una interesada y morbosa relación poligámica de la alcaldesa enchufada (nunca mejor dicho) con los amigos de su marido. Decía que seguí el discurso de la ministra Irene María hasta que, cansado de oír sinsorgas y frases hechas, apagué la tele y me consolé trasegando una Estrella Galicia bien fresquita. Durante el tiempo, demasiado, que estuve ejerciendo de ciudadano responsable escuchando sus monsergas me di cuenta de que, a pesar de hablar en español y de haber tomado posesión del Ministerio de Igualdad del Gobierno de España, cuando se refería a ella, a España, no dijo ni una vez su nombre. España era siempre, en su ampuloso vocabulario, este país. Y recordé que en los últimos años del franquismo y en los inicios de la Transición (en los que ella no era nada, ni siquiera proyecto) utilizábamos ese eufemismo tratando de huir de la dictadura, aunque sólo fuera dialécticamente y, sobre todo, de diferenciarnos de ellos. Pero a estas alturas de la historia y tras más de 40 años de democracia y de Estado de Derecho, seguir anclados en ese lenguaje me parece un anacronismo idiota y un sinsentido producto de espíritus pusilánimes además de cursis y anticuados. Cuando  a mayor abundamiento, y tal como está la situación política, decir este país es como no decir nada. Aunque, ahora que lo pienso, quizá de eso se trate y lo que se pretenda sea dar una imagen difusa y acomodaticia que sirva igual a tirios que a troyanos, que se quiera estar al caldo de un ministerio y a las presas de una ambición política indeclinable. Digo que el Gobierno de España no quiera mentar la soga en casa del ahorcado porque hablar de España ofenda a quienes mantienen a unos en colchones monclovitas reales o metafóricos, y a otros en sillones de respaldo alto de ministerios y vicepresidencias varias.

En cualquier caso, apenas recuperado tras el trasiego cervecero del sermón de la ministra cuando hete aquí que la neófita ya vuelve a ser de nuevo protagonista de la actualidad, ahora como responsable de un vodevil estrambótico relacionado con la recién nombrada directora general de Igualdad de Trato y Diversidad Étnico Racial, Alba González Sanz, que tras declarar que «sería un honor y un orgullo trabajar con Irene Montero», acto seguido renunció al cargo en aras de «una presencia visible de mujeres pertenecientes a colectivos racializados». Obviando el barbarismo diré en román paladino que ha renunciado por ser de raza blanca. Y yo añado de mi cosecha que además (y esto ya suena a recochineo) se llama Alba. Blanca y Alba, sin duda un doble estigma oprobioso que la imposibilita para gestionar todo lo relacionado con la Diversidad Étnico Racial. La sustituye Rita Gertrudis Bosaho Gori, de raza negra y origen ecuatoguineano. Y digo yo que si en vez de Rita Gertrudis se hubiera llamado Bruna ya habría sido la reoca, el summum de la visibilidad para los colectivos racializados de este país. Pues eso, para ir a mear y no echar gota. Y el diurético de ornato, primo.

      
           



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