Año
bisiesto, año siniestro; Año bisiesto, ni aquello, ni esto; Cuando bisiesto el año
es, las hojas del olivo se vuelven del revés; Año bisiesto, ni casa, ni viña, ni
huerto, ni puerto... Son apenas
cuatro ejemplos del refranero español que ilustran la creencia popular sobre lo
cenizo que puede llegar a ser un año bisiesto. Quizá esta superstición tenga su
origen en el hecho de que cuando en el año 46 a.C. se decidió, para compensar
el desfase de casi 6 horas anuales con el año solar, añadir al calendario
juliano un día cada cuatro años, se eligió el mes de febrero para hacerlo,
concretamente su día 24, que se duplicaba. El primero se conocía como el ante diem sextum kalendas martias, y el añadido como ante diem bi-sextum
kalendas martias, del que deriva nuestro término bisiesto. El
problema es que en el mes de febrero los romanos celebraban la Parentalia,
durante la cual se recordaba a los difuntos, se cancelaban actividades lúdicas
y se cerraban los templos, con lo que el carácter lóbrego del bisiesto tomó cuerpo
en el imaginario colectivo y se mantiene hasta el día de hoy. En el año 1582 se
comenzó a implantar el calendario actual, llamado gregoriano porque fue el papa Gregorio
XIII quien promulgó su uso en la bula Inter
Gravissimas. Para compensar el desfase de 10 días que el calendario juliano
arrastraba desde el año 325 (Primer Concilio de Nicea), al jueves-juliano 4 de
octubre de 1582, le sucedió el viernes-gregoriano 15 de octubre de 1582. O sea,
diez días birlados al respetable de bóbilis, bóbilis. Y en vez de repetir el 24
de febrero en año bisiesto, se añadió el 29 a ese mismo mes. Y aquí paz y
después Gloria in excelsis Deo. Amén.
No sé si fue un consuelo fácil a mis zozobras, pero de algo sirvió
porque huyendo de invenciones populares traté de entrar en razón buscando vías
de escape. Y lo primero que me llamó la atención de este aquelarre político
estupefaciente es que el apoyo imprescindible que parece que ha recibido Sánchez con la
abstención de ERC, sitúa a esta formación en una situación difícil de
compaginar y me imagino, si obviamos el fanatismo y la obcecación, aún más
difícil de entender por sus votantes: Por una parte apoyando la investidura del
susodicho y, por otra, formando parte de un gobierno que se opone a dicha
investidura. ¿Cómo se puede compaginar esa esquizofrenia política en lo
cotidiano? ¿Absteniéndose en Madrid y oponiéndose en Cataluña? ¿Haciendo el
vicepresidente Aragonés oposición al
Presidente Torra en los Consejos de
Gobierno o como coño se llamen allí? Pues no lo sé, pero estoy deseando ver cómo
explican esta sinrazón. Si es que pueden. Otrosí digo: Vista la trayectoria zigzagueante
del postulante, pontificando, de un día para otro, una cosa y su contraria con
la misma jeta impasible y la misma contundencia cínica, ¿pueden tener confianza
en su fuste por muchos acuerdos que hayan firmado? ¿No temen que, en cualquier
momento que a él le convenga, todo lo firmado lo convierta en papel mojado y se
queden, estalinistas y rufianes, compuestos y sin novio? ¿Ignoran estos
camándulas ingenuos o ansiosos que quien hizo un cesto hace ciento?
Pero bueno, volviendo al folklore popular diré que en años
bisiestos ocurrieron, efectivamente, muchas desgracias a lo largo de la
historia, pero también muchos acontecimientos felices que no se resaltan para
seguir asegurando la matraca malasombra de la tradición. Sin ir más lejos, en
año bisiesto nació mi hija mayor, Andrea. Y ese acontecimiento felicísimo, qué
quieren que les diga, a mí me nubla las tragedias que pudieran albergar todos
los demás. Entre otras cosas porque aquellas son irreparables y la alegría de
disfrutar de la presencia de mi hija la vivo a diario. Y, a mayor abundamiento,
a un nivel más íntimo y, si me permiten, más egocéntrico, yo también nací en
bisiesto. Y no es que sea la alegría de la huerta, pero de gafe o de tétrico, nada
de nada, primo.
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