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Esther (Isabelle Fuhrman) |
En el año 2009, se estrenó la película de Jaume Collet-Serra titulada La huérfana. En ella nos contaba la
historia del matrimonio Coleman, Kate (Vera Farmiga) y John (Peter Sarsgaard), que tras la pérdida
del bebé que esperaban ven cómo sus vidas y su relación, tampoco excesivamente
estables, se destartalan. Tratando de estabilizar esta situación anímica y de
pareja en tenguerengue, acuden a un orfanato con la intención de adoptar a un
niño. Y es entonces cuando la cámara nos descubre a una niña, Esther (Isabelle Fuhrman), que, de espaldas, observa desde una ventana a
la pareja que llega entre la nieve y que, aunque ellos todavía no lo saben, han
sido elegidos por ella para que la adopten, porque desde su atalaya ya ha
descubierto la debilidad de unas presas fáciles de dominar. Y es que «algo malo
pasa con Esther».
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(Barbora) |
Para la película, Collet-Serra se
inspiró en un caso real, aún más escabroso y terrorífico que la propia cinta,
ocurrido en Kurim, un pueblo de la República Checa. En él nació
Barbora Skrlová, una niña aquejada de
hipopituitarismo, enfermedad de la glándula
pituitaria que impide que ésta segregue o lo haga suficientemente una o varias
de las 8 hormonas que controla. Dependiendo de cual o cuales sean las
afectadas, los síntomas de la enfermedad pueden consistir en un crecimiento
lento, estatura baja y ausencia o aparición tardía de madurez sexual, que era
el caso de Barbora. La niña, quizá debido a los problemas psicológicos que
también padecía, dio muestras de una inusitada crueldad desde la infancia.
Llegada su adolescencia, sus padres, incapaces o hartos, la ingresaron contra
su voluntad en un sanatorio psiquiátrico para adultos del que, no sabemos cómo,
salió al cabo de unos años, ya mujer,
pero con la apariencia de una niña de no más de 13 años. Gracias a ese disfraz
que la naturaleza le había proporcionado y, sin duda, de una capacidad de
convicción que para sí quisieran nuestros políticos, engatusó a dos hermanas
divorciadas y algo mochales, Klara y Katherine Mauerová, que
creyeron sus historias de niña maltratada y la acogieron en su casa, donde
vivían también sus dos hijos. A 200 quilómetros del pueblo más cercano, allí
vio la ocasión de manejar el cotarro a su antojo y sin interferencias. Y tanto.
Porque convenció a las atolondradas hermanas para ingresar en una secta
religiosa llamada Movimiento Grial, cuyo líder, a través de mensajes de texto,
instaba al incesto, el canibalismo y otras lindezas de similar pelaje. Y así
fue que construyeron dos celdas donde encerraron a los niños desnudos, a los
que torturaban sin piedad hasta llegar a arrancarles trozos de piel para
comérselos. Denunciadas por una vecina cotilla, la policía desmanteló el cruel
tinglado y la ‘niña’, aprovechando el fragor de la intervención, se escabulló.
Apareció en Noruega, donde a pesar de haber engordado y de cortarse el pelo
para aparentar ser un niño llamado Adam, fue detenida como autora
intelectual del desatino caníbal y encarcelada. Puesta en libertad en 2011 por
buen comportamiento, desapareció del mapa y no ha vuelto a haber noticias de
ella. Por ahora...
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(Natalia y su nueva familia) |
Y
viene este largo exordio a cuenta de la noticia aparecida estos días en la
prensa en la que un matrimonio estadounidense de Indiana,
Kristine y
Michael,
hoy divorciados y pendientes de un juicio por abandono infantil, parecía
revivir en el año 2010 el argumento de la película de marras: La adopción de
una niña,
Natalia, que no es tal niña, sino una mujer perversa, con
apariencia infantil, que habría pretendido asesinarlos. Según ha declarado la
madre adoptiva, descubrió el pastel al ver que la chiquilla tenía vello púbico
y comprobar que menstruaba, algo incompatible con una niña de 6 años. Si la
ficción de la película se quedaba corta con la realidad que la inspiró, parece
que ahora la realidad de la noticia iguala a la ficción de la película. Casi la
calca, diría yo. O no, pues la noticia ha sufrido otra vuelta de tuerca que
deja corta la, por otra parte, acertada frase de
Oscar Wilde: «
La vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la
vida». Porque parece que la niña adoptada sí es una niña de 6 a 8 años, y no
una mujer de 22 como su madre adoptiva ha pretendido hacer creer. Una niña que
sufre displasia espondiloepifisaria
congénita, una enfermedad que puede manifestarse con «pubertad precoz, aparición de menstruaciones
regladas en edades muy tempranas, alrededor o antes de los siete años,
junto con un gran desarrollo y maduración sexual, tanto en los genitales
externos como internos, y con caracteres secundarios muy acusados como la
hipertrofia mamaria. Además de una densidad ósea adelantada a su edad». Afortunadamente,
al menos hasta el año pasado 2018, Natalia, alejada de histerias maternas, vivía
feliz con una nueva familia de acogida. O sea que la realidad de la noticia no
era tal, sino la ficción de la mente incontrolada de una madre adoptiva que, a
saber por qué oscuros motivos, la adoptó por vía de urgencia en Florida, mintió
sobre los intentos de asesinato que le atribuía y, se ignora con qué artimañas,
consiguió que cambiaran la edad de la niña de 6 a 22 años. Para acabar yéndose
a vivir a Canadá con su familia, dejando a la pequeña abandonada en Indiana y
salvada por una familia que se compadeció de ella. Seguro que, para orquestar
semejante maldad, la tal Kristine ha seguido el guión de la mentada película. No
estaría mal que Collet-Serra, por alusiones, hiciera otra, como si dijéramos
una nueva versión de La huérfana a la viceversa, donde ésta fuera la víctima
de la psicopatía de una madre adoptiva perversa y despiadada, que es la realidad
de la historia verdadera.
En fin, el arte es opinable y la
realidad, si verdadera, irreversible. Tan es así que mientras escribo estas
últimas líneas me entero de que han encontrado el cadáver del recién nacido
arrojado esta semana por su padre al río Besós. Y, de pronto, rendido e
impotente, siento que las palabras dejan de suponer cualquier consuelo y me han
entrado unas enormes ganas de llorar.
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