Escribo este artículo inmerso en el posoperatorio de
la hernioplastia a la que fui sometido, el pasado día 5, en el Servicio de
Cirugía Mayor Ambulatoria del Hospital Perpetuo Socorro. Y qué quieren que les
diga, ya estoy hasta los nísperos de que cada vez que toso o estornudo bien sea
por el«fumeque, bien por mi alergia a
la exuberancia empachosa de pólenes y esporas, sienta un escozor lacerante y
terco en mi zona inguinal izquierda, escenario de la intervención quirúrgica,
que en ocasiones está a un tris de sacarme de mis cabales o de que mi presencia
de ánimo salte por los aires. Y dado que no tengo el cinismo enfermizo que
exhibe la mayoría de nuestra clase política, no piensen que traigo a colación esta
incómoda vivencia médica como muestra de una abnegación y un sacrificio
estajanovista encomiables, porque no hay tal. Lo hago simplemente para que la
tengan en cuenta si esta cita sabatina resulta hoy más acre o despendolada de
lo necesario. Aunque bien es verdad que si saliera un tanto furibunda, los
dolores de la hernia domeñada poco tendrían que ver con mi cabreo porque, comparados
con el tiempo esperpéntico que llevamos de Gobierno en funciones, son cagadas
de mosca al lado de las mojonadas con las que nos han obsequiado Sánchez y los suyos y, al rebufo, sus
contrarios, sus enemigos, sus monaguillos, sus turiferarios... Y, por supuesto,
su Jefe de Gabinete que, agazapado en las oscuridades monclovitas, es quien dirige el cotarro escatológico de la inanidad
presidencial.
Este verano ha sido, sin duda, el paradigma más
evidente de la incapacidad de nuestros políticos de campanillas (o de
cencerros, según se mire) para salir de una situación de provisionalidad con un
presidente en funciones que, transmutado en un trasunto de Niceto Alcalá Zamora («quien me la hace, me la paga»), ha humillado
sin escrúpulos al líder de Podemos que, de manera indigna, ha recibido
desplantes y desprecios con una docilidad vergonzosa, arrastrándose hasta el
extremo de proponer una «coalición de prueba», algo así como un contrato
temporal en prácticas que podría hacerse indefinido. Lo cual, un gobierno con
ministros becarios en tenguerengue pendientes de que el jefe de departamento
los apruebe. Y del otro lado, un PP (al
que cada día le salen más mangantes) que pretende llevar a buen puerto la
aberración aritmética que supone hacer suma de la división; un Cs zigzagueante y
veleidoso incapaz de definir si debe estar en posición genuflexa o decúbito prono,
supino o lateral. Y, por fin, un Vox que sigue su camino marcha atrás, prietas
la filas, por el Imperio hacia dios. Y todos ellos, claro, los unos y los
otros, haciendo una cosa y su contraria al tiempo que recalcan que todo este
trajín de tahúres que se traen, toda esta sinrazón megalómana y sucia que
exhiben, es un sacrificio necesario que aceptan «por el bien de España». Y un
jamón con chorreras también. Y los comparsas de este sainete trágico, digo, PNV,
EH Bildu, GBai, el partido cántabro del
histrión de las anchoas y otros especímenes de igual o similar calaña, a lo
suyo, o sea, aprovechándose de las ansias desmedidas de entronización del
iluminado Sánchez y sacándole hasta la hijuela y el tuétano de los huesos. Me
los imagino alborozados diciendo lo que decía aquella tunanta a la que, en un
supermercado, sorprendieron llevándose de extranjis un queso oculto en un
tambor de detergente: «¡Olé mi chocho que me ha ‘tocao’ un queso!». Y mientras, el egregio en funciones justificando
esta claudicación desvergonzada por su búsqueda altruista del «bienestar de la
gente de este país». Pues hala, otro jamón con chorreras para ti, con dos
huevos duros de propina, bonito de cara.
En fin, por si no lo tuviera suficientemente
claro, el espectáculo que estos políticos nos han dado desde el mes de abril
para acá no ha hecho más que reafirmarme en mi convicción de que, desde la
Transición hasta ahora, nuestra clase política no ha hecho otra cosa que
retroceder en cuanto a cultura, formación, convicciones y honradez personal e
ideológica de sus capitostes se refiere. Comparar a Felipe González y Alfonso
Guerra con Pedro Sánchez y Carmen Calvo; a Santiago Carrillo con Pablo
Iglesias o el Garzón; a Manuel Fraga
con Casado o a Adolfo Suárez con Albert
Rivera ( no incluyo a Blas Piñar ni a Abascal porque
estoy hablando de aparentes demócratas ) es un ejercicio deprimente. Aquellos sí
que pusieron a «España y el bienestar de la gente de este país» por encima de
sus ambiciones personales. Y por eso fue posible el milagro. Con la panda de
chisgarabís zopencos y arribistas que intenta mangonearnos ahora y que, por
encima de cualquier otra consideración, piensa de entrada en su propio interés
y en su bicoca, estoy seguro de que aún andaríamos transicionando. ¡Anda que no, primo!
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