«La duda es uno
de los nombres de la inteligencia», dijo Jorge
Luis Borges. Pues, a pesar de que lo dudo mucho, yo debo de ser
inteligentísimo. Digo por el caso de la candidata a la alcaldía de Ávila por
Podemos, María del Pilar Baeza Maeso,
que me tiene inmerso en un tenguerengue ético de aquí te espero. Porque
mientras más lo pienso, más dudo. Y, sin solución de continuidad, a medida que
más dudo, más vueltas le doy.
Para quienes no
estén al tanto del asunto, esquemáticamente lo explico: En el año 1985, María
del Pilar era novia de Manuel García Gutiérrez “Lolo” y exnovia de Manuel López.
Un día ella reveló a Lolo que su ex la había violado a punta de pistola y que
se encontraba embarazada de dos meses. Tras abortar en Portugal, para lavar la
ofensa su novio y ella urdieron un plan con el que, dicen, pretendían dar un
escarmiento, un susto al presunto violador. Para llevarlo a cabo, ella le facilitó
una escopeta de cartuchos que cogió de la armería de sus padres y que éste
escondió en su coche. Después de una noche de copas, volviendo a casa, ambos,
novio y ex, discutieron. Lolo sacó la escopeta, y disparó contra Manuel dos cartuchazos.
Tras eso, recargó el arma y volvió a dispararle otros dos. El último, para rematarle,
en la cabeza. Con la ayuda de un amigo que los acompañaba, arrojaron el cadáver
a un pozo y lo cubrieron con escombros y tablas. Así lo contaron ellos en la
revista Interviú, un par de días antes de entregarse. Y, sin embargo, no hay
constancia alguna (ni siquiera denuncia) de que hubiera existido tal violación.
Antes al contrario, la sentencia definitiva y las pesquisas policiales redundan
en la teoría de que el asunto no fue sino una infidelidad consentida de María
del Pilar con su ex, y un ataque furioso de celos del novio engañado que acabó
con el asesinato premeditado de aquél a instancias de ella. Y la violación -¿y
el embarazo y el aborto?- sólo una historia inventada para tratar de justificar
lo injustificable. Ella, como cómplice
de dicho asesinato, fue así condenada a 30 años de reclusión que comenzó a
cumplir en la cárcel de Brieva, en Ávila, y de la que, ignoro el porqué, salió
en libertad apenas 7 años después, estableciéndose en Ávila, ciudad en la que
se gana la vida dirigiendo un gimnasio de su propiedad.
(Interviú) |
Ahora, al haber
sido elegida en primarias como cabeza de lista de la candidatura que Podemos
presenta al Ayuntamiento de Ávila, y ante la posibilidad, no sé si remota, de
que, tras las elecciones de mayo, pueda llegar a ser alcaldesa de dicha ciudad,
esta macabra historia de hace más de 30 años vuelve a estar de actualidad,
jaleada por políticos interesados y medios de comunicación especialistas en el
regodeo morboso o ideológicamente contrarios a Podemos. Y lo que se pone en
cuestión no es que esta señora pueda o no presentarse a las elecciones, porque
puede hacerlo con toda legitimidad al haber pagado ya (y permítaseme el tópico)
la ‘deuda contraída con la sociedad’, sino si ‘debe’ presentarse; si es
conveniente que lo haga; si procede que una persona condenada en su día por
asesinato, a pesar de estar ya plenamente reinsertada y rehabilitada, ocupe un
cargo público. Y ojalá que el asunto fuera de la simpleza con la que lo ha
definido su protagonista, achacando el acoso que está sufriendo a su condición
de mujer, coletilla ésta majadera y torpe que hemos visto utilizar ya
demasiadas veces cuando de escurrir el bulto se trataba, sea por la cochambre
de un máster o la ordinariez homófoba de un exabrupto. Porque yo creo que lo
que se está poniendo en juego con esta polémica es la calidad y la fortaleza de
nuestra democracia. Nada más y nada menos. Que al dudar de que así sea y de que
pueda ser así, digo, la limpieza democrática y ética de su derecho a intentar
ser alcaldesa, estamos poniendo por encima de las leyes que rigen nuestro
Estado de Derecho las normas etéreas de un supuesto código colectivo que,
posiblemente, no haya surgido más que de nuestros prejuicios. Y andemos confundiendo
moralina con moral y condenando de por vida a la convicta a las tinieblas
exteriores.
En cualquier
caso, si yo viviera en Ávila y me encontrara en esta tesitura, jamás la votaría.
No por ser ella la mujer que es, sino porque jamás votaré a Podemos. Por la
misma razón que jamás votaré a Vox. Porque en ambos casos creo que sería
colaborar en el destartalamiento del edificio democrático que, con todas las
goteras que queramos, hemos ido construyendo durante los últimos 40 años. De la
misma manera que deseo que María del Pilar no se rinda y acabe presentándose a
las elecciones, porque eso, dicho sea
más por disciplina teórica que por otra cosa, fortalecería nuestro imaginario
democrático. O al menos el mío, primo. Quizá.
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