Lo de la salida del Reino Unido de
la Unión Europea me tiene hecho un lío. Me cuesta mucho aclararme y saber qué
coño es lo que está pasando. Pero es que me temo que allí, en el núcleo de su
origen, bajo la sombra altiva y ampulosa del Big Ben, tampoco se
aclaran, y no saben cómo resolver el engorro sin dejar pelos en la gatera de
Europa. A la hora de escribir estas líneas se acaba de votar en el Parlamento
británico la propuesta de un nuevo referéndum, que ha sido rechazada. En dos votaciones anteriores, días pasados,
no se aprobó ni la opción de una salida sin acuerdo con la UE ni, por segunda
vez, su contraria, la salida con el acuerdo firmado en su momento. O sea que,
tras cuatro votaciones de los muy honorables parlamentarios, la situación está
como quedó el pasado 25 de noviembre, cuando los 27 dieron el visto bueno a lo
consensuado. Excepto que el tiempo corre y el día 29 de este mes de marzo, en
principio, tendría que haber salida, con acuerdo o sin él. Si es sin él, se
hará a las bravas, algo que a la Unión Europea le vendrá mal pero al Reino
Unido mucho peor. Porque eso podría paralizar fronteras, vuelos, uso de los
puertos, transporte por carretera, comercio... Un desastre mayúsculo. En
cualquier caso, nada nuevo en la historia de las relaciones de Europa con
Inglaterra, primero, y el Reino Unido, después.
El gran León Felipe la
desenmascaró, en su poema La insignia,
con estos versos magistrales: «Abajo quedas tú, Inglaterra, / vieja raposa
avarienta, / que tienes parada la Historia de Occidente hace más de tres
siglos / y encadenado a Don Quijote. / Cuando acabe tu vida / y vengas
ante la Historia grande / donde te aguardo yo, / ¿qué vas a decir? /
¿Qué astucia nueva vas a inventar entonces para engañar a Dios?... /¡Vieja
raposa avarienta: / has escondido, / soterrado en tu corral, / la
llave milagrosa que abre la puerta diamantina de la Historia... / No sabes
nada. / No entiendes nada y te metes en todas las casas / a cerrar
ventanas / y a cegar la luz de las estrellas!... / Vieja raposa avarienta, /
eres un gran mercader. / Sabes llevar muy bien / las cuentas de la cocina». Y
eso es, metáfora más, metáfora menos, lo que está ocurriendo ahora. Si al final
los británicos, de tanto marear la perdiz la matan por agotamiento y se quedan
en sus islas aislados por tierra, mar y aire, además de por la historia, pues
ellos se lo habrán buscado, por mirarse su ombligo aristocrático y (siguiendo,
esta vez en paráfrasis, con León Felipe), «haber amontonado su rapiña detrás de
la puerta, y sus hijos, ahora, no pueden abrirla para que entren los primeros
rayos de la aurora nueva del mundo».
Si esto llegara a suceder y dado que el Támesis pasa por Londres y
no por Valladolid, se podía aprovechar esta coyuntura y, en vista de que lo
inglés no pertenecería ya a la UE, hacer una limpia de nuestro idioma y
sumergir en lo más profundo del canal de La Mancha todas las palabras parásitas
en esa lengua que lo han invadido encaramadas a la grupa del papanatismo de
unos, los complejos de inferioridad de otros y la petulancia paleta de los
restantes. Desterrar sin contemplaciones todos estos barbarismos inútiles y
chirriantes, eliminándolos para siempre de nuestro lenguaje tanto hablado como
escrito. Dicho en román paladino,
mandar a hacer releches a palabros como influencer, on line,
like, followers, CEO, spoiler, prime time, reality, running, celebrity,
crowdfunding, fashion, cool, feeling, single, marketing, trending topic... y tantos
otros igual de asquerosos. No hay periódico que no deslice en sus
titulares una o varias de estas palabrotas gorronas que infestan nuestro idioma
y, para más inri, la mayoría de las veces, sin entrecomillar siquiera. Ni hay
día que en radio o televisión no las escuchemos salidas de los labios de algún
cateto idiota que se pavonea de estar a la última. Y mientras, quien esto
suscribe, de berrenchín en berrenchín por culpa de tanto panoli. ¿Modernidad?
Sí. Y un jamón con chorreras, también. Gilipollez supina y me quedo corto.
Debería estar prohibido por ley. Y habría que crear un cuerpo
policial especializado que persiguiera estos asaltos al idioma. Una especie de
UCO lingüística que llevara ante los tribunales a quienes en medios de
comunicación, escritos o audiovisuales, utilicen anglicismos no tolerados por
la RAE. Y a los culpables, sancionarles con la multa correspondiente y, en caso
de reincidencia, con la inhabilitación por el tiempo que la ley dictase. Una
especie de carnet por puntos. ¿Te quedas sin ellos por escribir o decir influencer siete veces en un artículo,
además de CEO, trending topic y followers?
Pues, hala, inhabilitado seis meses. Con la obligación de realizar, con
aprovechamiento, un curso de lengua española bajo los auspicios de la RAE. Y
seguro que, así, a más de uno se le quitaban las tonterías políglotas de la
cabeza. Pero en un verbo, primo.
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