sábado, 8 de septiembre de 2018

LAS SERPIENTES DE VERANO Y MI CULEBRÓN


Mi amigo JuanMa Cardoso nos hablaba esta semana en su artículo de las ‘serpientes de verano’, ya saben, esas noticias o informaciones triviales, extravagantes o poco fundamentadas que, recurrentes, zigzaguean por periódicos, televisiones, radios y redes en días estivales y que sirven para llenar los vacíos informativos teóricamente connaturales al periodo vacacional. Agosto, obviamente, es el mes por excelencia para que florezcan e insistan en darnos la tabarra y dejarnos asombrados ante lo estrafalario, insólito o absurdo de su enjundia. Aunque la explicación me parece muy cogida por los pelos, parece que el término proviene del monstruo del lago Ness, al que todos los meses de agosto hacían aparecer para que los medios tuvieran algo de qué hablar.


Nunca me ha gustado recurrir a los tópicos y no voy a hacerlo ahora echando mano de ese apotegma manido de que “España es diferente”. En primer lugar porque me repatean  sus orígenes y su eufemismo capcioso; y en segundo porque no puedo asegurar si en otros países ha ocurrido lo que aquí en este verano que llega a su fin, en el que los medios de comunicación no han tenido necesidad alguna de rebuscar noticias estrafalarias para llenar huecos. Nada de monstruos marinos, ni descubrimiento de vida en los anillos de Saturno, ni investigaciones revolucionarias del Instituto Tecnológico de Massachusetts,  quia, con las idas, venidas, declaraciones y ocurrencias de nuestros políticos, y el gobierno nacional encabezando la marcha barrigazo va, barrigazo viene, han tenido más que de sobra para llenar espacios y tiempos informativos. En fin, algún beneficio habría que sacar de tanta ineptitud.

(Fuente: The Objective)
Lo que sí puedo asegurar, porque lo he constatado una y otra vez en mis mañanas jubilares, es que a los programas matinales de televisión de nuestras cadenas privadas las serpientes de verano se les quedan cortas, y habría que hablar de serpientes cuatro estaciones, como las pizzas. Porque agarran una noticia, les da igual que sea trágica o frívola, trascendente o trivial, verano o invierno, y los debates sobre la misma les pueden durar semanas repitiendo, durante una hora o ainda mais, un día tras otro dale que te pego, entrevistas, reportajes, opiniones, desvaríos y anuncios sin mesura y sin el menor rubor. Todo les vale para llenar espacios con su matraca, desde “el estafador del amor” a la exhumación de la momia de Franco; desde “la viuda negra de Alicante” a los enfrentamientos vecinales en La Llagosta, pasando por la española secuestrada por una secta peruana o la pertinaz vesania catalanista. Y, para más inri, sin importarles que los ¿debates? entre tertulianos sabelotodo se conviertan, con harta frecuencia, en un guirigay indescifrable, un cacareo estridente en el que unos y otras tratan de hacerse oír por encima de los demás sin que se pueda escuchar a ninguno. Una muestra palmaria, sin duda, del nivel de exigencia de ciertos programas y de sus conductores, así como del respeto que los responsables de estas cadenas tienen a su audiencia. Un mojón, vaya.

(Fuente: Mejor Consejo)
Pues yo no sé si por un absurdo proceso de mimetismo con estas serpientes veraniegas o prêt-à-porter, o como manifestación orgánica de mis consecuentes enervamientos por su causa, o simplemente porque sí, el pasado domingo me salió en la espalda un herpes zóster, o lo que es lo mismo dicho en lenguaje coloquial, un culebrón, sabandija maldita que me ha hecho pasar unos días que no se los deseo a casi nadie. Según me explicó la doctora María Jesús Segura Masa, que me atendió impecablemente en el CUAP, el estropicio está producido por el virus de la varicela, que debí padecer en mi niñez y que, una vez superada la enfermedad, permanece alojado en nuestro sistema nervioso en estado latente. Por causas que no pueden determinarse con exactitud, (estrés, debilitamiento del sistema inmunitario...), el bicho se despierta, se encarama en un nervio y te monta un doloroso estropicio con acompañamiento de lesiones pruriginosas. No deja de ser una paradoja, un crudelísimo sarcasmo que a una edad en que vas perdiendo capacidad auditiva, la memoria te flaquea con más frecuencia, las piernas empiezan a hacerse notar o el chorro urinario ha apaciguado su júbilo, o sea, a una edad en que, digamos, se adormecen paulatinamente ciertas facultades, lo que se te despierte lozano y fresco entre tus entresijos sea un virus ‘variceloso’ y prosaico, dormido desde tu niñez, (más o menos 60 años), que viene a hacerte la pascua de forma sañuda. Solo me resta decir que cuando en poemas y artículos he evocado mi niñez y expresado mi anhelo de volver a sentirla entre mis manos viva y palpitante, no me refería a esto. Pero, ¡qué sabrán los putos virus de metáforas, primo! 
(Fuente: Diario HOY)

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