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(Fuente: El País) |
He visto a trozos el debate en el Congreso sobre la moción de
censura a Mariano Rajoy, las intervenciones de unos y otros, el mundo etéreo y
distante en el que se mueven, la distancia que los separa de la calle. Y he
llegado a la conclusión, ya conocida, de que si España sigue siendo,
existiendo, sobreviviendo, solo es o será por el empuje de los españoles que
cada día hacen posible el milagro de la continuidad con su trabajo, su rutina,
sus vidas aparentemente oscuras, sus miserias luminosas, la pereza de su
silencio. Salvo honrosas excepciones, si es que las hubiere, la calidad humana
e intelectual de quienes rigen nuestros destinos en ese palacio escalonado de
la Carrera de San Jerónimo es deplorable. Y no digamos nada de su altura
parlamentaria, plana y pedestre hasta la avaricia. Este jueves, viendo el
espectáculo, por momentos grotesco, desarrollado en el Congreso de los
Diputados, he confirmado una impresión que mucho tendrían que cambiar las cosas
para que se desarraigara de mi cacumen, encastrada como está en él a fuerza de
experiencia y años de observación, cual es que la mayoría de la caterva de
políticos que desde 1982 han pasado por él, no deja de ser, elección tras
elección, más que una aglomeración informe de bisoños, un innúmero de camuesos
que votan y legislan desde la irreflexión de un borreguismo modorro y
entregado. Eso sí, con la solemnidad y la altanería impostadas de quienes se
creen lo que no son y la imprudencia de la que adolecen los ignorantes.
A la hora de escribir estas líneas, está a punto de
producirse la votación que, tras el
empecinamiento de Mariano Rajoy en no dimitir, dará el gobierno de España al
líder del PSOE, Pedro Sánchez. Además de los votos de su grupo, cuenta con los
de Unidos Podemos, ERC, PdeCat, PNV, Compromìs, EH Bildu y Nueva Canarias. Un
‘revuelto de la casa’ en el que los huevos, de gallinas criadas en jaula, los
pone el PSOE, y en el que no hay gambas ni jamón, solo verduras de invernadero,
algunas de ellas pasadas de fecha y medio pochas. Yo no me comería algo así,
pero nuestros padres de la patria, según hemos visto, tienen tragaderas para
zamparse este batiburrillo incomible sin pestañear y felicitando al chef. Lo
malo es que la cuenta de su almuerzo, propina generosa incluida, la pagaremos
nosotros, o sea, los españoles que unos llaman ciudadanos y otros gente. Lo de
siempre, vaya.
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(Fuente: El Correo) |
A partir de ahora, y sin conocer los compromisos que Pedro
Sánchez haya adquirido con los partidos que lo han alzado a la presidencia, no
me atrevo a aventurar lo que va a ocurrir, ni si el gobierno va a ser monocolor
o variopinto. De lo que sí estoy convencido, a la vista de su trayectoria
histórica oportunista, cicatera y turbia, es de que los nacionalistas, que
nunca dieron puntada sin hilo, habrán sacado una buena tajada de la ocasión que
la indigencia parlamentaria de Sánchez les ha puesto en bandeja. Ya lo dijo en
su momento, con el lenguaje abstruso y baboso que solía emplear, ese tipo
infame y siniestro que fue y seguirá siendo Arzalluz, refiriéndose al beneficio
político que recibía su partido de los crímenes de ETA: «Unos sacuden el árbol, pero sin romperlo,
para que caigan las nueces. Y otros las recogen para repartirlas». Pues eso. Si
hace unos días el PNV, como genuino representante histórico de la ‘derechona’
más chupacirios, miserable y, ‘malgrè lui’, carpetovetónica, tasó sus 5 votos
favorables a los PGE en más de 400 millones de euros, qué no habrá exigido
ahora para derrocar al presidente que acababa de apuntalar. Dizque lo han hecho por ética. Pero de qué
ética hablan estos fariseos desahogados, ¿de la de Vellido Dolfos? Pues aviado
va Pedro Sánchez si en algún momento les da la espalda a estos mercaderes
ventajistas, porque guardan en su manga el venablo dorado de don Sancho, que en
cualquier momento puede atravesarle las espaldas y dejarlo tieso. Políticamente
hablando, digo. Y si la lanzada ‘peneuvista’ falla, siempre estarán al acecho
otros nacionalistas, rufianes o no, para rematar al moribundo. Políticamente
hablando, digo.
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(Fuente: Diario HOY) |
En fin, dado que las
circunstancias de gobernabilidad de esta España de nuestros pecados se han
enmarañado con un revuelto de siglas difícil de concordar, y no hay situación,
por descabellada que sea, que no se pueda imaginar, me atrevo a compartir la
que me parece más estrambótica y alucinante: ¿Qué ocurriría si, enarbolando la
bandera de salvar a España y a los españoles de un ‘gobierno Frankenstein’ que
nos hundiría a todos en la miseria, el PP, henchido de altruismo patrio, votara en contra de sus PGE en el
Senado? ¡Sería chica la avería, primo!
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