Mañana se clausurará, con un
concierto de la Banda Municipal de Música, la trigésima séptima Feria del Libro
de Badajoz. Dentro de las actividades que se celebran a su amparo, el pasado
domingo se entregaron los premios del vigesimosegundo Concurso Infantil y
Juvenil de Poesía y Narración. No recuerdo si estoy en el jurado desde su
inicio, pero lo que sí sé es que esta es, año tras año, una de las actividades
más gratificantes con las he podido encontrarme en mi, digamos y perdonad la
presunción, vida literaria.
Vivir la posibilidad anual que se
me ofrece de poder acercarme a las emociones
desbordantes, ingenuas, desinhibidas, de escritores que, salvo algunas
excepciones, están entre los 8 y los 13 años de edad, es un lujo con el que
disfruto como si fuera uno de ellos. Y lograr lo que logran, digo, que un tipo
como yo, cercano a ser ya un carcamal, recupere el olor cercano de una
inocencia enterrada por las arrugas de los años, es un milagro que solo los que
son abuelos tienen la posibilidad de llegar a disfrutar. Dado que, ‘consanguíneamente’
hablando, yo no lo soy, cuando me enfrento a los cientos de poemas y
narraciones que mandan cada año estos autores, me siento un poco el abuelo de
todos y cada uno de ellos. Y, sin conocerlos, me los imagino escribiendo,
volcando su imaginación y sus sentimientos en historias y poemas que recibo
como un “agua límpida milagrosa” y rejuvenecedora. Ya sé que, a primera vista,
puede resultar contradictorio que esta experiencia anual me haga sentir, al
mismo tiempo, nieto y abuelo, joven y adulto, pero esa es la magia que tiene la
literatura hecha por niños, que te contagia de fantasía hasta hacer que lo
absurdo resulte normal y lo normal, aburrido e ilógico. Y así, en una pirueta
existencial que solo en ese mundo de fábula que ellos construyen se puede
realizar, me siento abuelo de mí mismo al tiempo que de ellos.
Como no hay miel sin hiel, donde la
puerca tuerce el rabo y descabala mis sueños es en el momento de tener que
decidir a los “elegidos para la gloria”, porque los elegiría a todos por el
mero hecho de su esfuerzo fresco y sin complejos. Y, según los casos, por su locura virgen, o su mirada limpia y sin dobleces, o su valentía
al compartir las penas de un primer desamor o las alegrías de un primer
enamoramiento, o su imaginación desentrañando enigmas, o sus incertidumbres
ante el paso de la infancia a la pubertad o de esta a la adolescencia... De
modo que siempre me queda el remordimiento y la angustia de pensar si por no
elegir este poema o aquella narración he impedido que alguno de ellos siga por
el camino de la escritura. Aunque este desasosiego impreciso, se compensa con
su contrario, esto es, con la alegría de imaginar que el hecho de elegir esta o
aquella obra haya servido para incentivar la continuidad de su autor en su aventura
creativa. Y a esto me ayuda el haber visto la evolución física y literaria de
más de un concursante que, año tras año, ha sido premiado. Y la esperanza de que
eso le haya servido para seguir en la brecha. Sería emocionante poder dedicar un
espacio en alguna próxima Feria del Libro para homenajear a todos los miles de
participantes que, a lo largo de 22 años, han presentado sus creaciones a este
concurso. Tratar de reunir a los ganadores de ambas categorías, saber si siguen
escribiendo y, en el caso de que lo hagan, si el premio les sirvió de acicate
para hacerlo. Y, si se terciara, presentar posibles obras publicadas.
(© Javier R.) |
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