(Fuente: Diario Público) |
He leído y oído estos días, más
veces de las que hubiera deseado y siempre por parte de aquellos que están de
acuerdo con ella, que la mayoría de quienes, en la calle, han protestado por la
sentencia del juicio de La Manada, no la han leído. Yo no lo sé. Pero
acogiéndome a ese mismo atrevimiento ignorante del que estos opinadores
gregarios hacen gala, me siento libre para decir, con su misma rotundidad, que
ellos tampoco lo han hecho. A pesar de defenderla con ahínco. Pero como yo sí,
(y muy a mi pesar), he leído los 371 folios de la misma, digo, los 134 de la
sentencia condenatoria y los 237 del voto particular absolutorio y singular del
magistrado Ricardo Javier González González, tengo que decir, salvando las apelaciones
legislativas en las que el documento abunda, que la sentencia me ha parecido
inaceptable, desconcertante, ridícula y cobarde. Y lo que digan aquellos
sabihondos del inicio me da igual. Me he tragado ese mamotreto infumable,
tortuoso y mortificante con la humildad de quien, lego en los intríngulis
legales, se acerca a él solo con la intención de aprender, de entender, y poder
sustentar una opinión medianamente fundamentada. Y he salido de su lectura con
una acrecentada desconfianza en la justicia de esta antigua España de nuestros
pecados y, ahora, también, de nuestro martirio y nuestra indefensión. Habrá
quien crea equivocada mi opinión, contraria a una sentencia que considero
injusta y pastelera. Me importa un bledo. A mayor abundamiento cuando sé que,
al decirlo, quienquiera que lo haga está cometiendo el error garrafal, muy
propio de quienes gustan de orejeras y dogmatismos, de confundir discrepancia
con yerro. Solo me queda decirles que eso de tener a dios cogido por los golondros
tiene los días contados. Es lo que tiene la calle, esa que fariseos de una y
otra acera política motejan de hordas descontroladas
o ensalzan como ‘la voz del pueblo’ según vengan los aires, según convenga a
sus intereses pringosos y espurios, tan ajenos a las calles y a quienes las
ocupamos y les damos razón de ser.
(Fuente: La Vanguardia) |
Le lectura de la descripción tan
minuciosa, detallada y precisa que el auto hace de lo que, según las
grabaciones realizadas por los implicados, sucedió en el aquelarre repugnante que
tuvo lugar en ese cuchitril maldito de la calle Paulino Caballero de Pamplona,
me supuso pasear horrorizado por un espanto del que aún trato de recuperarme. Y
que el cúmulo de atrocidades humillantes que se describen en él haya supuesto,
para el juez y la jueza firmantes de la condena, la calificación de abuso y no
de agresión sexual, incomprensible para mi lógica. El relato de los hechos
probados nos va dirigiendo a una conclusión que, al final, resulta distinta de
la que creíamos y nos dictaba la razón. Se habla de “sometimiento, pasividad y
sumisión” de la víctima, de la ausencia de signos que permitan valorar en ella “bienestar,
sosiego, comodidad, goce o disfrute”, de las veces que, sin consentimiento por
su parte, fue penetrada bucal, vaginal y analmente en una situación de ”prevalimiento
y abuso de la superioridad sobre la denunciante por parte de los procesados”,
“estando aquella sometida a la voluntad de estos”, utilizándola como un mero
objeto “con desprecio de su dignidad personal, para satisfacer sobre ella sus
instintos sexuales”. ¿Qué idea de violación tienen estos magistrados para
calificar los hechos de abuso sin violencia? Soy incapaz de entenderlo y de
estar de acuerdo con el fallo. Y, en consecuencia, de respetarlo.
(Fuente: Mujer Hoy) |
¿El voto particular del magistrado
discordante...? Si la sentencia no me merece respeto, este apéndice del juez
González me produce repugnancia. 237 folios de un pestiño trufado con
pinceladas exhibicionistas y, por momentos, pedantes, de sus conocimientos
jurídicos, que evidencia una búsqueda obsesiva de presuntas incoherencias o
contradicciones en las distintas declaraciones de la víctima y, sobre todo, una
singular visión de los hechos probados. En más de una ocasión apela a su
conciencia, lo que puede ser un arma de doble filo. Porque él sabrá, como yo lo
sé, que existe la llamada ‘conciencia errónea’, que el DRAE define como «conciencia que con ignorancia juzga lo
verdadero por falso, o viceversa, y tiene lo bueno por malo o al contrario».
Por ejemplo, ver un video en el que cinco humanoides machistas y babosos
fuerzan a una cría indefensa de 18 años y no observar en él «signo alguno de
violencia, fuerza o brusquedad ejercida por parte de los varones sobre la mujer
y sí de una desinhibición total y explícitos actos sexuales, en un ambiente de jolgorio y regocijo». En fin,
mucho me temo que este problema de visión desenfocada no podría arreglarlo un
oftalmólogo. Y si el CGPJ, que podría arreglarlo, no lo ve, pues p’habernos
matao, primo.
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