sábado, 12 de mayo de 2018

EL SÍNDROME DE OTONIEL


Otoniel
Según nos cuenta el Antiguo Testamento, desde la muerte de Josué hasta el nacimiento de Samuel los israelitas estuvieron regidos por Jueces/Libertadores, elegidos a la sazón por el propio Jehová. Su primera misión era liderarlos para poner fin a la esclavitud o las hostilidades a la que les sometían amalecitas, madianitas, amonitas, filisteos o cualquiera otro enemigo. De ahí el nombre de Libertadores. Una vez cumplida esta, aprovechaban para quedarse a gobernar e impartir justicia. De ahí el nombre de Jueces. Dado que la elección era producto de la voluntad divina y motivada por la desviación de la fe verdadera de la plebe, la sucesión de un mandato a otro no fue consecutiva, produciéndose lapsos en los que nadie dirigía el cotarro. Y esa era la ocasión que aprovechaban los israelitas para abandonar el redil ortodoxo y sustituirlo por el de uno o más de los dioses paganos que había por los contornos. Lo que les hacía acreedores de la ira divina y, así, castigados a sufrir esclavitud y saqueos. Esta situación duraba hasta que Dios se compadecía de su pueblo y elegía un nuevo Libertador. Y vuelta al principio. Este círculo vicioso de apostasía – castigo -  libertador/juez – desgobierno - apostasía, duró más de 300 años, desde Otoniel, que fue el primero, a Sansón, que fue el último. En cualquier caso, ungidos todos como estaban por el dedo del Sumo Hacedor, las decisiones que pudieran tomar y las sentencias que pudieran evacuar iban a misa, si se me perdona el anacronismo del chiste fácil. Y el propio chiste también, digo.

(Fuente: ABC.es)
Me ha sugerido este exordio bíblico la reacción condenatoria cuasi unánime y, en ocasiones, vitriólica, que produjeron las declaraciones del ministro de Justicia tras la sentencia de La Manada, y referidas al juez Ricardo Javier y su singular voto absolutorio. Porque fue hablar y ahí salieron a dar estopa paganos, gentiles, israelitas y filisteos, todos defendiendo al citado juez. Que si bien es verdad que, gafas aparte, el susodicho tiene un físico que sugiere el de un secundario de cine péplum, no por eso es la reencarnación del mismísimo Otoniel ni, como él, está en comunicación directa con las cortes celestiales a la hora de evacuar. Me ha causado estupor y, por qué no decirlo, desasosiego, ver cómo asociaciones de jueces y fiscales de distintos, ¿contrarios?, pelajes ideológicos, unidos por el fervor reverencial al sacrosanto corporativismo, han salido en su defensa ondeando, al tiempo que lo retorcían y desvirtuaban, el crismón constitucional de la separación de poderes y de la independencia judicial. Esta actitud gregaria, enarbolada como un dogma que anatematiza al discrepante, despreciándolo por iletrado,  me conduce a pensar que todos ellos se creen, con mayor o menor intensidad, heterónimos de cualquiera de aquellos jueces de fábula insuflados por la sabiduría omnisciente e ineluctable del Espíritu Santo. Pero la realidad estricta, al margen de togas, puñetas, ínfulas y medallones, es que unos y otros, jueces y fiscales, no son más ni menos que empleados públicos. Igual que el barrendero municipal que barre nuestras calles. Y de la misma manera que el alcalde puede opinar sobre el rendimiento de este o aquel barrendero, el ministro puede hacerlo sobre la idoneidad de este o aquel juez en este o aquel proceso judicial. Igual que cualquier ciudadano.

(Fuente: EFE)
Pero visto lo visto parece que los jueces, como nacidos de la pata del Cid, se sienten infalibles y consideran injerencia todo lo que sea dudar de su capacidad o de su acierto. Al tiempo, y en consecuencia, ordenan que los ciudadanos acatemos, esto es, que «tributemos homenaje de sumisión y respeto» a todas sus decisiones, por disparatadas que estas nos parezcan. Como si fueran productos de la divina revelación. Pero, ¿cómo pretenden estos salomones engreídos hacernos comulgar con ruedas de molino, si solo en el caso que nos ocupa los  mismos hechos han motivado 3 calificaciones distintas, que suponen 3 posibles fallos distintos? En fin, vuelvo a Perogrullo para repetir que, por mucho que algunos quieran hacérnoslo creer, jueces y fiscales no son criaturas celestiales, son empleados públicos, personas sujetas a contingencias comunes y, por tanto, influenciables, a la hora de dictar sentencia, por elementos tan variopintos, singulares e, incluso, tortuosos como su ideología y su manera de ver la vida, o por haber pasado una mala noche con dolor de muelas, les mortifique un callo o anden estreñidos y con la almorrana escocida. De modo que de acatamiento ciego a sus deposiciones, nada de nada. Y con respecto al juicio de La Manada, me reafirmo en lo que dije el sábado pasado: Ni respeto ni acato la sentencia y me repugna hasta el vómito el voto particular del juez Ricardo Javier. A ver si me quieres comprender, Otoniel.

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