Otoniel |
Según nos cuenta el Antiguo
Testamento, desde la muerte de Josué hasta el nacimiento de Samuel los
israelitas estuvieron regidos por Jueces/Libertadores, elegidos a la sazón por
el propio Jehová. Su primera misión era liderarlos para poner fin a la
esclavitud o las hostilidades a la que les sometían amalecitas, madianitas,
amonitas, filisteos o cualquiera otro enemigo. De ahí el nombre de
Libertadores. Una vez cumplida esta, aprovechaban para quedarse a gobernar e
impartir justicia. De ahí el nombre de Jueces. Dado que la elección era
producto de la voluntad divina y motivada por la desviación de la fe verdadera
de la plebe, la sucesión de un mandato a otro no fue consecutiva, produciéndose
lapsos en los que nadie dirigía el cotarro. Y esa era la ocasión que
aprovechaban los israelitas para abandonar el redil ortodoxo y sustituirlo por el
de uno o más de los dioses paganos que había por los contornos. Lo que les
hacía acreedores de la ira divina y, así, castigados a sufrir esclavitud y
saqueos. Esta situación duraba hasta que Dios se compadecía de su pueblo y
elegía un nuevo Libertador. Y vuelta al principio. Este círculo vicioso de
apostasía – castigo - libertador/juez –
desgobierno - apostasía, duró más de 300 años, desde Otoniel, que fue el primero, a Sansón,
que fue el último. En cualquier caso, ungidos todos como estaban por el dedo del
Sumo Hacedor, las decisiones que pudieran tomar y las sentencias que pudieran
evacuar iban a misa, si se me perdona el anacronismo del chiste fácil. Y el
propio chiste también, digo.
(Fuente: ABC.es) |
Me ha sugerido este exordio bíblico
la reacción condenatoria cuasi unánime y, en ocasiones, vitriólica, que
produjeron las declaraciones del ministro de Justicia tras la sentencia de La
Manada, y referidas al juez Ricardo
Javier y su singular voto absolutorio. Porque fue hablar y ahí salieron a
dar estopa paganos, gentiles, israelitas y filisteos, todos defendiendo al
citado juez. Que si bien es verdad que, gafas aparte, el susodicho tiene un
físico que sugiere el de un secundario de cine péplum, no por eso es la
reencarnación del mismísimo Otoniel ni, como él, está en comunicación directa
con las cortes celestiales a la hora de evacuar. Me ha causado estupor y, por
qué no decirlo, desasosiego, ver cómo asociaciones de jueces y fiscales de
distintos, ¿contrarios?, pelajes ideológicos, unidos por el fervor reverencial
al sacrosanto corporativismo, han salido en su defensa ondeando, al tiempo que
lo retorcían y desvirtuaban, el crismón constitucional de la separación de
poderes y de la independencia judicial. Esta actitud gregaria, enarbolada como
un dogma que anatematiza al discrepante, despreciándolo por iletrado, me conduce a pensar que todos ellos se creen,
con mayor o menor intensidad, heterónimos de cualquiera de aquellos jueces de
fábula insuflados por la sabiduría omnisciente e ineluctable del Espíritu
Santo. Pero la realidad estricta, al margen de togas, puñetas, ínfulas y
medallones, es que unos y otros, jueces y fiscales, no son más ni menos que
empleados públicos. Igual que el barrendero municipal que barre nuestras
calles. Y de la misma manera que el alcalde puede opinar sobre el rendimiento
de este o aquel barrendero, el ministro puede hacerlo sobre la idoneidad de
este o aquel juez en este o aquel proceso judicial. Igual que cualquier
ciudadano.
(Fuente: EFE) |
Pero visto lo visto parece que los
jueces, como nacidos de la pata del Cid, se sienten infalibles y consideran
injerencia todo lo que sea dudar de su capacidad o de su acierto. Al tiempo, y
en consecuencia, ordenan que los ciudadanos acatemos, esto es, que «tributemos
homenaje de sumisión y respeto» a todas sus decisiones, por disparatadas que
estas nos parezcan. Como si fueran productos de la divina revelación. Pero,
¿cómo pretenden estos salomones engreídos hacernos comulgar con ruedas de
molino, si solo en el caso que nos ocupa los
mismos hechos han motivado 3 calificaciones distintas, que suponen 3
posibles fallos distintos? En fin, vuelvo a Perogrullo para repetir que, por
mucho que algunos quieran hacérnoslo creer, jueces y fiscales no son criaturas
celestiales, son empleados públicos, personas sujetas a contingencias comunes
y, por tanto, influenciables, a la hora de dictar sentencia, por elementos tan variopintos,
singulares e, incluso, tortuosos como su ideología y su manera de ver la vida, o
por haber pasado una mala noche con dolor de muelas, les mortifique un callo o
anden estreñidos y con la almorrana escocida. De modo que de acatamiento ciego
a sus deposiciones, nada de nada. Y con respecto al juicio de La Manada, me
reafirmo en lo que dije el sábado pasado: Ni respeto ni acato la sentencia y me
repugna hasta el vómito el voto particular del juez Ricardo Javier. A ver si me
quieres comprender, Otoniel.
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