Cada día estoy más convencido de que
a
Puigdemont no es que le patine el
béndix, una falla al fin y al cabo leve que, aunque impide que el motor de
arranque cumpla su función y haga que quien lo sufre caiga, ocasionalmente, en
pequeños dislates, tiene una solución poco complicada y rápida. Lo que le
ocurre es que, a base de circular por Bruselas caldeado de ardor republicano, de
furor independentista y, posiblemente, sin suficiente líquido refrigerante para
tanto calentón, en un determinado momento se cargó la junta de culata y ha desbarajustado
todo el bloque del motor. O sea, que tiene la molondra tan hecha fosfatina que
ya no la quieren ni en Desguaces Bru. Seguir la ruta hacia la idiocia vesánica
que sus declaraciones nos van marcando mojón a mojón, pasmo a pasmo, es un
viaje más alucinante que el que nos proponía
Richard Fleischer en su
Fantastic
Voyage de 1966. Y me temo que ni las Fuerzas Disuasorias de Miniaturas
Combinadas, (
Raquel Welch,
Stephen Boyd, etc.), interviniendo
desde su interior, podrían recomponer y hacer gavilla de la fosfatina a que
tiene reducidas sus circunvoluciones cerebrales y, por ende, su capacidad de caletre
y raciocinio. Lamento ser tan pesimista en mi análisis pero es que, con toda
franqueza, la empanada mental que presenta el susodicho no creo que dé opción
alguna a un diagnóstico esperanzador. Cuando, a mayor abundamiento, sus
sucesivas deposiciones van dejando patente un agravamiento paulatino y
constante de su cuadro clínico psiquiátrico.
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(Fuente: El Jueves) |
La verdad es que comprendo su
deterioro cognitivo, incluso por momentos me produce hasta lástima su descenso
a la inopia. Porque desde que cogió las de Villadiego para ir a refugiarse a
Bruselas, donde pensaba ser recibido, en loor de multitudes, como un adalid de
la libertad y la democracia perseguido por las oscuras fuerzas de un Estado español
represor, no ha hecho más que recibir mamporros dialécticos como para dejar turulato
a un elefante. Y así está la pobre criatura por esa Europa de Dios, como un
boxeador sonado lanzando ‘crochets’ al aire y recibiendo más que una estera. Tan
zombi y ajeno a la realidad anda ya que, cuando intenta defenderse del ataque
implacable de sus contrincantes, no hace sino arrearse a sí mismo a base de
sinsorgas categóricas, lo que deja aún más al descubierto la situación
calamitosa y desnortada en la que se encuentra. Hasta sus correligionarios se
han hartado de él y le han cortado el grifo que sufragaba sus vacaciones
megalómanas. Y la ayuda espiritual que recibe de sus aliados flamencos,
neonazis y xenófobos, no hace más que añadir gasolina al fuego de sus quimeras.
El problema de fondo es irresoluble,
porque de donde no hay, no se puede sacar. Y si escarbamos bajo la pelambrera
lacia del individuo, me temo que apenas encontraremos una nuez semihueca. Un
par de golpes de suerte, dos carambolas del destino lo llevaron a ocupar
primero la alcaldía de Gerona, digamos que de una forma discreta, y después la
presidencia de la Generalidad, a la que accedió por el descalabro de Artur Mas impuesto
por la CUP, que vio con ojos golositos cómo el candidato a la sucesión a título
de ‘Molt Honorable’ propuesto por él, era un político manejable inmerso en la
zona gris de la medianía, un muñeco de Lego que la joven del flequillo
rectilíneo y los suyos podrían montar y desmontar a su capricho. Los hechos han
demostrado, (ante los pasos que han obligado a dar al interfecto que desconectaba
y convocaba elecciones, y conectaba y las desconvocaba sin solución de
continuidad), que no iban demasiado desencaminados. Lo que ocurre es que, a última
hora, no sé si por el peso del armiño, que puede imprimir carácter hasta en los
plebeyos más inopes o, tal vez, por la tendencia de los mediocres a padecer el
síndrome de Pinocho en su versión más mitómana o, acaso, por el ansia enfermiza
e impostada de querer hacer gala de una dignidad que ha demostrado no tener, la
criada les salió respondona a los ‘cuperos’ cuando este
Míster Chance despeluzado tuvo “l’idea geniale” de montar la
bufonada europea que ha montado. Y en sus trece sigue, inmerso en sus delirios
de grandeza, soltando paridas y descalabros verbales al compás del sosegado
deambular de sus manos, mientras su semblante, con sonrisa espuria y bobalicona,
adquiere tintes de extraviado irrecuperable. Ni don Hipólito, con toda su
ciencia, hubiera podido hacer nada por él. “
¡Quina
pena d’home, Mare de Deu dels Desamparats, si fins i tot ja dubte a on fer-se
la ratlla de les seves greñas, primo!”
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(Fuente: El Mundo) |
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