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(Fuente: DesEquiLibros) |
Lamento titular mi artículo
utilizando el tópico que tergiversa, haciendo una lectura interesada, la frase
dicha por
Don Quijote cuando, en
busca del alcázar de la señora de sus pensamientos, cree que un “bulto grande y
sombra” que divisaba a lo lejos era el palacio de su princesa y gran señora
Dulcinea. Mas, al acercarse, comprobó
que la torre barruntada “no era alcázar sino la iglesia principal del pueblo”, exclamando
así: “Con la iglesia hemos dado,
Sancho”.
La expresión no puede ser más directa y lineal y es obvio que se refiere al
edificio y no a la institución, a mayor abundamiento cuando la palabra
“iglesia” aparece con inicial minúscula en el texto. Pero hubo quien, tomando
el rábano por las hojas, cambió el verbo “dar” por el verbo “topar”, más
contundente, y ahí comenzó a utilizarse para expresar nuestra desesperación
cuando nos encontramos con un obstáculo insalvable, sea este civil o
eclesiástico, que nos impide realizar nuestros deseos o proyectos. Me he
permitido echar mano de ella, (no sin cierto sentimiento de culpa), para
utilizarla en su sentido más literal y con “I” mayúscula, a remolque del
comunicado que la Conferencia Episcopal ha evacuado para dar a conocer su
postura sobre el referéndum convocado mañana en Cataluña. Como si no tuviéramos
bastante con la que ya está formada, han tenido que salir los obispos al
retortero para añadir confusión al caos de una grey a la greña. Pues eso, por
si éramos pocos, parió la abuela y para colmo de males, sermones episcopales.
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(Fuente: Infocatólica) |
A nivel personal me importa un
bledo lo que la jerarquía eclesiástica diga o deje de decir sobre este tema o
sobre cualquier otro, entre otras razones porque, por no hablar de la
credibilidad que me merece, hace tiempo que dejé de estar bajo su tutela, si es
que alguna vez lo estuve de forma racional. Pero, en ocasiones, el tener que
escribir un artículo semanal impone cierto tipo de sacrificios que, acaso,
acaben resultando reconfortantes al estampar el punto final del mismo. Así, mi
primer encontronazo con la ¿pastoral? fue escuchándola en la voz meliflua y
almibarada de
monseñor Blázquez. Terminada
su perorata no fui capaz de discernir qué
posicionamiento era el que había concitado la unanimidad de los prelados. Y es
que cuando parecía decir sí, contraatacaba con un no, para pasar a un quizá o
un ya veremos. Bien es verdad que no me fiaba demasiado de la lucidez de mis
entendederas porque, con ese soniquete
oleoso con retrogusto incensado que se gasta y que me resulta imposible de
soportar, mientras lo escuchaba estuve más pendiente de evitar que me
sobreviniera un coma hiperglucémico irreversible que de sus palabras. De modo
que, pasado el empacho, la leí detenidamente. Por alejarme de cualquier tipo de
prejuicio incluso una vez lo hice en voz alta, tratando de borrar de mi memoria
su salmodia edulcorada. Y mi conclusión, ya más ecuánime y sin interferencias,
volvió a ser la misma.
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(Fuente: Diócesis de Málaga) |
Si se me permite un oxímoron más
que chirriante diré que no estoy nada al tanto de los fundamentos
epistemológicos de religión alguna, de manera que no sé si, en el caso que nos
ocupa, lo acordado por la Conferencia Episcopal Española está bajo la
inspiración del Espíritu Santo. De ser así, este ente de razón del catolicismo
anda en franca decadencia desde aquel Pentecostés evangélico, porque el
documento es todo un modelo de ambigüedad, de ambivalencia milimetrada, una
pirueta de funámbulo en la que se detecta un afán poco disimulado de querer sorber
y soplar al unísono y que logra el imposible de agradar y enfadar a los
feligreses de ambos bandos a la vez. La verdad es que comprobar el desparpajo
que han tenido para conseguir poner una vela a dios y otra al diablo, que ya
son ganas, para representar el papel de un patético
Poncio Pilatos de baratillo, resulta un espectáculo ciertamente grotesco.
E irritante sobremanera que lo hagan, como lo hacen, echando mano de una transcendencia
del todo impostada e invocando una autoridad moral de la que carecen. Y
muestras nos dieron de esa penuria ética años atrás en ocasiones más dramáticas,
en las que estaba en juego la vida de personas inocentes. Los monseñores
Setién y
Uriarte son dos ejemplos elocuentes de esas miserias apostólicas.
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(Fuente: Libertaddigital) |
En fin, visto lo visto y dado que
la Iglesia Católica ha sustituido en templos y púlpitos catalanes la actividad
pastoral por la política, sería hora de revisar el acuerdo con la Santa Sede,
claramente conculcado por curas, priores, abades y obispos mitineros, y anular
la exención de la que disfrutan del pago del IBI, que ya les vale. Estaría de
dios, primo.
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