No quería hacerlo, no quería
escribir sobre el esperpento catalán. En primer lugar porque estoy más que
harto de todos ellos, de Puigdemont
a Forcadell, del PDeCAT a la CUP. Y
en segundo lugar porque tengo la impresión de que ya está todo dicho sobre el
particular, desde las idioteces más sonoras hasta las opiniones más acertadas.
Y sin embargo me he decidido a hacerlo como el que se somete a un exorcismo, a
ver si escupiendo negro sobre blanco todos los demonios que en estos días se
han ido introduciendo en mi cacumen soy capaz de abrir el ordenador, encender
la televisión o acercarme al quiosco a comprar la prensa sin que me castañeteen
los dientes, mis tripas comiencen un
recital incontrolable de borborigmos o mis piernas se queden con menos fuerzas
que las de las marionetas de Herta
Frankel. Yo no sé con exactitud los días que llevamos con la matraca
megalómana e insólita de la Generalitat y sus palmeros, pero a mí se me están
haciendo infinitos. Son muchas horas asistiendo a una película que unas veces
parece terrorífica y otras una bufonada, pero que habría que clasificar, sin
duda, en lo últimos y más cochambrosos escalones de la serie Z más cutre. Solo
espero que, de aquí al 1 de octubre, el género gore no haga acto de presencia
en la pantalla.
(Fuente: Elespañol.com) |
El busilis del asunto es de una
sencillez apabullante: el Estado de derecho español debe impedir la celebración
de un referéndum ilegal en España. No hay más y en ello está. La deriva disparatada
que esta intervención inevitable y justa ha producido en la sociedad catalana
es cosa bien distinta. Los acontecimientos nos han abocado a una situación
desagradable, trágica, indeseada pero, al menos, nos están sirviendo para constatar
la ausencia de convicciones democráticas
que ya intuíamos en los promotores del engendro. Tras las dos vergonzosas
sesiones del Parlament de Cataluña donde, bajo la batuta hierática e implacable
de la señora Forcadell, (inquietante personaje que igual te felicita el
cumpleaños que se cisca en tus muertos sin variar un ápice la expresión de su
cara de palo), se atropellaron sin contemplaciones leyes, reglamentos, estatuto
y derechos parlamentarios para aprobar
las leyes que abrieron el camino oficial a la independencia, la actuación de
las instituciones catalanas y de sus políticos no ha sido más que una terca y pavorosa
escalada hacia un fascismo torpemente enmascarado de una falsa legitimidad. El
incendio en febrero de 1933 del Reichstag, sede del Parlamento alemán, fue
aprovechado por Hitler para borrar
del mapa al Partido Comunista y aumentar la mayoría parlamentaria del partido
nazi. En Cataluña han cerrado el suyo hasta después del 1 de octubre. No es lo
mismo, pero se parece.
Con el gobierno de Puigdemont arengando
a la ciudadanía a ocupar la calle, los camisas pardas de la CUP y adláteres,
que utilizan la situación como trampolín de sus delirios revolucionarios, se
encuentran como pez en el agua acosando y señalando a quienes no quieren
aceptar el trágala ilegal y antidemocrático que pretenden imponerle: Jueces,
fiscales, alcaldes, funcionarios, concejales, políticos, ciudadanos, se llamen
Juan Marsé o Pedro Palotes, son
blanco de sus insultos y de sus amenazas. Incluida la guardia civil, retenida por
una pandilla de estos mamarrachos fascistas, ante la mirada ausente de los
Mossos, en las dependencias de la Consejería de Economía adonde habían acudido en
cumplimiento de una orden judicial. En fin, lo de ‘camisas pardas’ no lo dije a
humo de pajas, porque leyendo que la tienda de los padres de Albert Rivera, me imagino que como
otras, amaneció una de estas mañanas empapelada de pegatinas y pasquines
independentistas, me vino a la cabeza “La noche de los cristales rotos”, en la
que grupos de las SA nazis y ciudadanos, entre otras y más graves fechorías, asaltaron
las tiendas de
ciudadanos judíos en Alemania y Austria, rompiendo sus
escaparates y marcándolas con la estrella de David. La autoridades calificaron
estos hechos como “una reacción espontánea de la población”. Pues eso.
Cuando al principio hablaba de
bufonada me refería, mayormente, a esos dos botarates, artistas de la falacia y
maestros en solemnizar paparruchas y bobadas cuales son Gabriel Rufián y Pablo Iglesias. No dan una estas
criaturas. El primero confundiendo cargos electos con altos cargos, que ya es
confundir siendo él electo, si es que acaso sabe que lo es; y el segundo hablando de presos políticos
cuando ni siquiera hay presos, solo detenidos y, de haberlos, habría que denominarlos
‘políticos presos’, porque no lo estarían por sus ideas sino por haber cometido
un acto ilegal, o sea, por delincuentes. Como lo están o han estado Ignacio
González, Jaume Matas y Jordi Pujol, hijo. Es que hay gente, mira tú, que tiene
la rara astucia de acostarse tonta y levantarse idiota. Y sin comer mierda de
pavo, primo.
(Fuente: VilaWeb) |
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